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Caitlin Moran: "Los adolescentes varones tienen más probabilidades de tener un iPhone que un padre en casa"

Caitlin Moran: "Los adolescentes varones tienen más probabilidades de tener un iPhone que un padre en casa"
La autora de 'Cómo ser mujer', ha dejado de fijarse en su propio género para posar la vista sobre los hombres, recogiendo comentarios como "feminista traidora", pero para ella es una obra que puede "cambiar cabezas"La portada del nuevo disco de Sabrina Carpenter, agarrada del pelo a los pies de un hombre, desata la polémica Caitlin Moran creció en un barrio obrero de Wolverhampton, una ciudad dormitorio cerca de Birmingham y tuvo lo más parecido a una infancia dickensiana en la era Thatcher. Sus padres eran hippies y vivían de los subsidios sociales. Tuvieron ocho hijos y todos se educaron en casa. Ella, que es la mayor, dejó el colegio a los 11 y, básicamente, se hizo a sí misma con la biblioteca pública y la televisión. Sin embargo, de algún modo resiliente y en absoluto victimista, la escritora logró convertir su experiencia en una fuente de anécdotas hilarantes en su libro de memorias Cómo ser una mujer (Anagrama, 2013), donde hablaba de cistitis, depilación, aborto, maternidad, tetas, drogas, botas Doctor Martens, sexo y complejos en primera persona, y que se convirtió en un fenómeno editorial y en uno de los emblemas de aquel feminismo mainstream, más vivencial y pop que teórico, de la década de los 10, una época en la que hasta Rajoy llegó a ponerse un lazo morado un 8 de marzo. Desde entonces, muchas cosas son distintas. El feminismo se ha convertido en la diana de muchos odios externos y divisiones internas, y Caitlin Moran, que en 2014 fue elegida en Gran Bretaña como la periodista más influyente en Twitter y la columnista del año, no solo ha abandonado X sino que afirma en esta entrevista que ha aprendido por las malas que “las redes sociales ya no sirven para hablar”. Y no es lo único que ha cambiado, pues siete libros más tarde, y tras dedicarse durante más de una década a escribir sobre la experiencia femenina, ahora ha lanzado ¿Y los hombres qué?, traducida por Gemma Rovira Ortega, donde su objeto de estudio e interés son los hombres y sus problemas, desconcierto y angustia en el mundo de hoy. Un punto de partida polémico, pues llega a afirmar que hoy en día es más difícil ser un chico que una chica. Una conclusión a la que llega, entre otras cosas, tras mantener una conversación online con cuatro chicos del colegio de sus hijas que le dicen: “A los hombres simplemente los ven como malos o tóxicos. Nos culpan de todo. La gente automáticamente da por sentado que todos somos violadores”. Después le preguntaron por algún libro, o programa de televisión, cualquier cosa que ayudara a cerrar la brecha entre los sexos y como no se le ocurrió nada, pensó que era un libro que tal vez ella debería escribir. No tiene, por tanto, sentido buscar rigurosidad en el libro, pues Caitlin Moran, que siempre se ha dejado llevar por sus intuiciones y el empirismo de corta distancia (su barrio, el centro social donde hace yoga, sus amigos, su marido Pete, sus hijas) no se ha convertido de repente en socióloga. El resultado no pretende ser exhaustivo, incluye algunos datos y estudios, pero sobre todo quiere ser divertido y empatizar con aquellos de los que habituaba a reírse. Irreverente, como siempre, lo mismo nos cuenta cuántos penes ha conocido en su vida (“A las mujeres no les importa mucho el tamaño, aunque en las semanas, y a veces meses, posteriores a una ruptura, casi siempre acusan a su ex de tener un pene pequeño”, escribe), que reivindica como emergencia cultural la necesidad de un nuevo género de “canciones pop modernas y edificantes sobre lo maravilloso que es ser un chico, pero no visto a través del prisma del poder económico ni el ligoteo”; o recuerda con agradecimiento a su amigo varón que la acompañó a abortar cuando su marido estaba de viaje de trabajo: “Porque sé conducir y luego puedo invitarte a una comida de puta madre”. Pero, sobre todo, pide para ellos, dice, lo mismo que para sus hijas: “Que se sientan orgullosos de cómo nacieron, que puedan tener el aspecto que quieran, que entiendan tanto su propio dolor como el de los demás; que puedan amar en voz alta, con todo su corazón, porque entiendan que el amor es una palabra de acción; y que nunca menosprecien ni destruyan lo que envidian”. Es decir, que es un libro en el que se sentirán cómodas, sobre todo, todas esas madres de chicos que en las presentaciones suelen preguntarle a Caitlin Moran: “¿Y los chicos qué? ¿Algún consejo?”. El libro que ahora se publica en España fue un éxito de ventas en Gran Bretaña. Estuvo semanas en el número uno, pero también fue duramente criticado. Sí, desde que anuncié el título en Twitter tuve un aluvión de mujeres que me dijeron: “Dios mío, te has convertido en una de esas feministas traidoras que dicen que las mujeres ya no tienen problemas y que solo deberíamos preocuparnos por los hombres. Pero, ¿qué te ha pasado? ¿Te has vuelto loca?”. A ellas les expliqué que, aunque el feminismo es increíble y hace un gran trabajo, el cincuenta por ciento de los problemas de las mujeres tienen que ver con los hombres. Es decir, con hombres furiosos, con hombres jodidos, con que tu marido no es corresponsable o con que tu hijo adolescente está siendo radicalizado por la manosfera y Jordan B. Peterson. Así que les dije, “tranquilas, sigo siendo del equipo de las tetas, pero creo que la mayor misión del feminismo es ayudar a las mujeres y… a los hombres, porque aunque no lo creas a ellos también les está jodiendo el patriarcado”. ¿Cómo fue la reacción de los hombres con el libro? Se dividieron en dos grupos. Los de izquierdas dijeron: “Caitlin Moran ha escrito un libro tan estereotipado que se atreve a decir que tenemos problemas para expresar nuestras emociones, cuando eso es anticuado y sexista. No tiene razón. ¡Que le den!”. Mientras los hombres de derechas dijeron que mi planteamiento era absurdo porque, como todo el mundo sabe, los hombres no deben hablar de sus emociones bajo ningún concepto. “¿Acaso estás intentando convertirnos en mujeres, Caitlin? ¡Que te jodan!”. En ese punto pensé: ojalá estos dos grupos de hombres se reunieran para hablar de sus puntos de vista porque así es como comienzan las auténticas transformaciones, planteando preguntas y tratando de contestarlas mediante debates. En las redes estaban todos amenazando con violarme y matarme, pero claramente eso no iba a resolver ninguno de sus problemas. Ojalá los hombres de izquierdas y de derechas se reunieran para hablar de sus puntos de vista porque así es como comienzan las auténticas transformaciones, planteando preguntas y tratando de contestarlas mediante debates El libro ofrece algunos datos reveladores acerca de los problemas de los hombres. Los dos más preocupantes son que la principal causa de muerte entre hombres menores de cincuenta años es el suicidio y el otro que uno de cada cuatro hombres dice no tener amigos íntimos. Ya ves, las estadísticas están ahí y algunos hombres prefieren suicidarse antes que reconocer que están tristes y su vida no tiene sentido. Pero al final, el 80 por ciento de las personas que compraron el libro fueron mujeres. Recibí tantos insultos que desactivé Twitter durante dos semanas y cuando regresé la gente ya estaba siendo horrible con otra persona. Mientras tanto, el libro llegó al número uno, me pude comprar una cocina nueva y me empecé a encontrar con mujeres que me daban las gracias por el libro. ¿Y qué le decían? “Le acabo de enseñar a mi hijo el capítulo sobre pornografía y por primera vez he hablado con él sobre el tema”. O, “mi marido no quiere ir nunca al médico, pero anoche en la cama le pedí que leyera ese capítulo y he logrado que pida cita”. Y es que al final, ese es mi trabajo más importante: dar pie a una conversación difícil. Recibí tantos insultos que desactivé Twitter durante dos semanas y cuando regresé la gente ya estaba siendo horrible con otra persona. Mientras tanto, el libro llegó al número uno, me pude comprar una cocina nueva y me empecé a encontrar con mujeres que me daban las gracias por el libro El capítulo sobre la pornografía es especialmente revelador. Habla, entre otras cosas, de que un gran número de hombres jóvenes prefieren masturbarse con pornografía al sexo real con otras personas. Para ellos el porno es su educación sexual primaria. Llegan al porno con ocho, nueve o doce años cuando un compañero de clase les enseña el móvil, y nadie les está explicando que eso no es auténtico sexo. Cuando las chicas jóvenes lo ven ya tienen un lenguaje y una conciencia que les hace poder pensar: “No quiero que me estrangulen. No quiero que me abofeteen ni me escupan. No quiero tener que fingir que soy un bebé”. Pero cuando los chicos lo ven, lo que se preguntan es: “Entonces, ¿tengo que estrangular a alguien? ¿Tengo que lastimar a las chicas? ¿Tengo que morderlas y abofetearlas? ¿Eso es el sexo?”. Nadie les cuenta que pueden ser vulnerables, pueden reír, que pueden llorar. ¡Nadie les dice que eso es abuso! Así que piensan que el sexo es una extraña y oscura fantasía donde las mujeres no se corren y los hombres son fuertes y tienen el control y nunca pueden preguntarle a la chica cómo está o qué le gusta. Así que creo que, posiblemente, en el futuro, habrá una demanda colectiva de miles de espectadores de pornografía que ahora son adultos y demandarán a las compañías pornográficas, alegando que abusaron de ellos de niños porque les hackearon y moldearon la imaginación sexual cuando tenían entre ocho y doce años. También habla en el libro de la influencia de la manosfera en los chicos, que es algo que muchos espectadores han descubierto con la serie Adolescencia, de Netflix. ¡Dios mío! No me gusta ver cosas tristes y deprimentes, pero es que era una serie extraordinaria. Creo que si mi libro hubiera salido después de la serie no habría tenido una reacción tan negativa por parte de alguna gente de la izquierda liberal, pero es que hace dos años se suponía que no había un problema con la misoginia de los adolescentes varones y ahora, sin embargo, todo el mundo está hablando de ello. Sí, todo el mundo está hablando de los adolescentes, ¿pero no cree que tal vez no se habla lo suficiente de los padres? En Adolescencia, el padre no sabe nada de lo que piensa su propio hijo. Es que en realidad la crisis en los adolescentes varones esconde la crisis de la paternidad. Existe una aterradora estadística en el Reino Unido, que sospecho debe de ser similar en todo el mundo occidental: dice que los adolescentes varones tienen más probabilidades de tener un iPhone que un padre en casa. Así que, cuando los chicos llegan a casa, se van directos a su habitación y no tenemos ni idea de qué ven en internet. Ni idea. Pero necesitamos estar en su mundo y saber de qué hablan. En la manosfera, todos esos hombres de la Alt Right están diciendo barbaridades y los hombres de la izquierda liberal no se lanzan a cuestionar sus ideas. Simplemente piensan: “Bueno, no sé de qué van. No va conmigo”. Y ese es un fracaso de nuestra propia generación. Nadie les cuenta a los hombres que pueden ser vulnerables, pueden reír, que pueden llorar. Piensan que el sexo es una extraña y oscura fantasía donde las mujeres no se corren y los hombres son fuertes y tienen el control y nunca pueden preguntarle a la chica cómo está o qué le gusta ¿Y cree que las madres sí que hablan con sus hijos? Más que ellos, pero si te fijas, en la ficción no hay referentes de esos diálogos. Vemos constantemente escenas de madres hablando con sus hijas sobre sexualidad, sobre su cuerpo o cómo desenvolverse en el mundo, pero nunca con sus hijos adolescentes hombres porque las películas protagonizadas por hombres tratan de superhéroes, sobre mafia y sobre policías resolviendo crímenes. Es decir, son películas de hombres haciendo cosas “a vida o muerte”. ¿Qué es para usted el feminismo? Nadie está a cargo del feminismo. No hay reglas en el feminismo. No hay una biblia del feminismo. No es una ley. Es simplemente el proceso más hermoso, creativo y colaborativo de la historia de la humanidad. El feminismo necesita la mayor cantidad de gente posible porque es una gran colcha hecha de retazos, y esos retazos son las ideas y las iniciativas que hemos construido y compartido entre todas. Hay que recordar que hay millones de mujeres en todo el mundo y que no son ni tienen por qué ser perfectas para ser feministas. Muchas de ellas han cometido errores, tienen defectos, son idiotas, pero han identificado un problema o han encontrado una solución a nuestros problemas y la han compartido con otras mujeres. Eso es el feminismo, esa colcha. ¿Y qué opina sobre la controversia del movimiento trans dentro del feminismo? He guardado silencio deliberadamente, porque cuando finalmente escriba algo sobre esto quiero poder estar en el medio, quiero poder añadir matices y tratarlo con sentido humor. Pero estamos en un momento en Gran Bretaña en que no hay espacio para que seas neutral ni uses el sentido del humor en este tema. Y ahí es cuando sabes que una conversación ha salido mal. Tengo personas trans en mi familia. Tengo amigos que critican el género. Es una cuestión que afecta al 0,05% o el 0,02% de la población y la cantidad de tiempo y energía que le dedicamos me parece desproporcionada. Las redes sociales te exigen un posicionamiento de blanco o negro: 'Estoy de este lado' o 'Estoy de este otro’, como si no hubiera matices. Así que estoy esperando a que todo se calme y luego hablaré de ello. Hay que esperar a que la gente esté lista para escuchar. Ahora mismo, nadie quiere escuchar. Todos siguen queriendo pelear. La controversia sobre el movimiento trans dentro del feminismo es una cuestión que afecta al 0,05% o el 0,02% de la población y la cantidad de tiempo y energía que le dedicamos me parece desproporcionada. Las redes sociales te exigen un posicionamiento de blanco o negro ¿Por eso ha dejado Twitter/X? Los algoritmos están programados para que obtengas nueve veces más interacción si estás en desacuerdo con alguien que si estás de acuerdo, por eso ya no estoy en Twitter, porque, fundamentalmente, no creo que sea así como los seres humanos deban comunicarse. He visto a todo mi círculo social colapsar primero por el Brexit, luego por el tema trans, luego por Israel y Palestina. Y estoy hablando de personas que antes eran amigos y que ahora ya no se hablan porque discutían en internet. Si hubiesen hablado en la vida real, habrían logrado un punto de encuentro. Así que por eso ya no estoy en redes sociales. Hace unos años me dijo, refiriéndose a Twitter, que cuando cantas una canción, siempre puedes seducir o encontrar la manera de hablar con los demás. Antes se podía, pero el algoritmo ha cambiado y está sesgado hacia la derecha. Sé que mis amigos publican, pero están siendo censurados y solo les puedo leer si les busco. Yo tengo un millón de seguidores y en el último año solo me comentaban dos o tres personas. La gente me decía: “¿Ya no estás en Twitter?”. Y yo publicaba todos los días. Así que sí, puedes seguir cantando tu canción, pero si lo haces en una habitación insonorizada, nadie la oirá. Ahora hay gente mala en el bar. Ya no podemos ir. Las redes sociales ya no sirven para conversar. Lo he aprendido por las malas. ¿El humor es su superpoder? Siempre lo ha sido. Las ideas son como un virus y el chiste es como un estornudo, así que si quieres que tus ideas se difundan, cuéntalas con sentido del humor. Si hablas en serio, la gente se pone cada vez más tensa, pero en cuanto empiezas a hacer chistes, se relajan y es más probable que te escuchen. Mucha gente me pregunta por qué no trabajo para The Guardian, que es de izquierdas, y yo siempre les digo que porque los que lo leen ya están de acuerdo conmigo. Al publicar en The Times, el primer ministro, quiera o no, va a tener mi columna sobre su mesa Lleva escribiendo una columna en el periódico The Times, que es de derechas, desde los 17 años. ¿Cree que si le conceden ese espacio es precisamente porque el humor hace más digeribles sus planteamientos? Mucha gente me pregunta por qué no trabajo para The Guardian, que es de izquierdas, y yo siempre les digo que porque los que lo leen ya están de acuerdo conmigo. Al publicar en The Times, el primer ministro, quiera o no, va a tener mi columna sobre su mesa. También me leen los diputados. Incluso un obispo católico me ha escrito una carta diciendo que ha cambiado de opinión acerca del aborto después de leer mi columna. Una columna sobre el aborto que, por cierto, fue leída en el parlamento. Es decir, lo que hago desde el Times tienen un alcance que me parece útil. Y si consigo que todos esos señores me lean es en parte en todo lo que escribo, siempre dedico el primer párrafo a decir: “Vengan todos aquí a jugar. Les voy a contar una historia”. No les desvelo lo que pienso hasta la mitad de la columna y así consigo que todos estemos neutrales y relajados. No me interesa ser confrontativa. La mayoría los opinadores quieren que les den la razón o les insulten, que haya controversia, pero lo que a mí me interesa es que la gente diga: “¡Vaya! Nunca lo había visto desde ese punto de vista. Es interesante. Hablemos sobre ello”. Lo que quiero es cambiar las cabezas, no que me den la razón o se indignen con lo que digo. Entonces, pese a las duras críticas, no se arrepiente de haber escrito ¿Y los hombres qué? ¡Oh, no! No me arrepiento de nada de lo que he escrito. Es decir, cambio de opinión sobre muchos temas y disfruto escribiendo sobre esos procesos. Lo que me parece raro es que la gente no cambie de opinión más a menudo, porque a medida que envejeces, consigues nueva información y experiencia. Pero todo lo que he escrito, lo hice en cada momento por una razón determinada. Con mi trabajo intento ser útil, servicial y divertida, una cualidad que considero muy infravalorada.
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