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Noche de guerra en el Museo del Prado: la vanguardia escénica se posiciona ante el genocidio en Gaza

Noche de guerra en el Museo del Prado: la vanguardia escénica se posiciona ante el genocidio en Gaza
Cuatro de los artistas más importantes del continente abordan en sus piezas el horror en Palestina ante los cuadros de Velázquez y Goya La gata, la teta y la lengua: las tres claves de Ángelo Néstore para combatir la “sociedad del miedo de la ultraderecha” No se nombró Palestina, pero no puedo estar más presente. Palestina fue como el Tetragrámaton judío, ese nombre que nunca se pronuncia por sagrado. El genocidio en Gaza sobrevoló las performances que realizaron en el Museo del Prado los cuatro creadores invitados por la bienal de artes contemporáneas BOCA. Pero no todos lo harían del mismo modo. El público asistió desde la bofetada sin paliativos de Rodrigo García a la política española y su posición ante la política armamentística de Europa, hasta el posicionamiento sorpresivo e incómodo de Angélica Liddell. La bienal BOCA, que se realiza en Lisboa, en esta edición ha invitado a la ciudad de Madrid. Cineastas, artistas plásticos y escénicos de ambos lados de la raya estarán presentes en ambas ciudades hasta finales de octubre. Dentro de la extensa programación este fin de semana tuvo lugar la propuesta Palabras y gestos: hacia una colección performativa en el Museo del Prado. Para esta ocasión los invitados eran cuatro de los creadores más influyentes del teatro europeo: el gran Rodrigo García, la recién nombrada Premio Nacional de Teatro Angélica Liddell, el creador más internacional de Portugal y hoy director del Festival de Aviñón, Tiago Rodrigues, y la novelista y dramaturga portuguesa Patricia Portela. Rodrigo García fue el más frontal. El teatro de este creador sigue manteniendo esa capacidad de contundencia propia de un tema de Los Ramones: simple, rápido, punki y al cuello. Su pieza giró en torno al cuadro Marte, de Diego Velázquez. Cuatro niños en torno a los 12 años, bien blancos y españoles, estuvieron soltando durante media hora un texto furibundo mientras otro niño de seis años coloreaba un tanque gigantesco en una esquina.  Los jóvenes intérpretes de 'Marte' de Rodrigo García leen el texto en sus tablets con una reproducción digital del cuadro de Velázquez al fondo Un texto puramente “rodriguiano” pero, esta vez, exento de cualquier ápice de elevación o poesía. Un texto bofetada. Con estructura en espiral el texto hincó el diente sobre la impostura de las democracias actuales que con una mano comienzan hoy a denunciar el genocidio en Gaza y con otro elevan sus presupuestos de armamento.  La bofetada se centró en Europa y particularmente en España. No hubo diferencia entre izquierdas ni derechas, sino la descripción de una clase política domesticada que era denunciada por unos niños que espetaron frases como “los mandas a los mejores colegios y mira cómo quedan” mientras se oían voces distorsionadas del Congreso de los Diputados. En un momento, en referencia a la presidenta del Congreso, uno de los niños dice “otra que va hasta las trancas de pastillas”. El sopapo que supuso oír esa frase en boca de un adolescente pudo verse reflejado en muchas de las caras de quienes lo oían.  El texto acabó en delirio para denunciar el negocio que EEUU e Israel están proyectando en el territorio gazatí. Un texto que es desafección pura, sin cortapisas ni medias tintas. Como recuerdo de la velada el público pudo llevarse una macabra tarjeta como souvenir de la pieza. Una imagen lenticular en la que cuando mueves la tarjeta el Marte de Velázquez se levanta esgrimiendo una sonrisa y haciendo el signo de la victoria mientras sostiene un cartel con un expresivo 5%, cantidad que hacía alusión al presupuesto que la Unión Europea exige gastar a sus estados miembros en defensa. Más armas, más viudas, más rabia, auguró García en su texto.  La propuesta de Tiago Rodrigues, aunque más “blanca”, tampoco estuvo exenta de filo político. El público fue guiado por un perro que se comunicaba con el público a través de un traductor simultáneo que portaban dos actores, Sofía Dias y Vítor Roriz. El perro, sordo, se llamaba Goya. El cuadro elegido fue Perro semihundido de Francisco de Goya. Un texto inteligente y lleno de matices sobre la capacidad de mirar y observar, de ser capaz de ver la realidad desde otros prismas. Algo que se posicionaba ante el presente de opiniones tan fuertes y herméticas. Sofía Dias y Vítor Roriz en la pieza de Tiago Rodrigues junto al perro Goya Patricia Portela propuso a su vez una pieza ideológicamente más cercana a las tesis de la izquierda. Portela situó al público primero frente al Saturno devorando a su hijo. Pero en vez de las tesis freudianas tradicionales sobre este cuadro Portela se basó en las tesis mucho más políticas del historiador del arte Carlos Foradada, donde ese cuadro se lee bajo otro prisma: Saturno es el propio Fernando VII devorando la Constitución de Cádiz, el oscurantismo devorando la verdad, el absolutismo devorando España.  Bajo ese prisma el público fue trasladado frente al cuadro Tres de Mayo, donde un pelotón francés fusila a insurrectos del 2 de mayo de 1808. Allí, las dos actrices de la pieza Noemí Fernández y Crista Alfaiate, fueron moldeando un discurso político en el que denunció que ese mismo tres de mayo nunca ha dejado de seguir pasando. Sobrevoló Gaza de nuevo, “todas las plazas son plazas de ejecución”, afirmaba el texto para luego exhortar al público a definirse, “el candil central del cuadro nos interroga” y preguntaba al público presente, sin dejar resquicio a no ser interpelado, quienes eran en esa plaza, la víctima, el verdugo, el que mira, el que traiciona, el que huye o el que espera el turno para ser fusilado. Y llegó Liddell y puso el mundo boca abajo La última pieza, que tuvo lugar en la sala de las musas, era de las más esperadas por el público. Aunque ya cansado tras casi dos horas de periplo por el museo, el público se arremolinó frente al espacio propuesto: un manto con rastros de sangre sobre el que descansaba un juguete sexual, un ataúd en forma de cruz abierto y vacío y las ocho musas de Villa Adriano en el fondo, vigilantes. Se podía palpar la expectación por ver a Angélica Liddell, recién galardonada con el Premio Nacional de Teatro, y de la cual se puede esperar cualquier cosa. El título de la performance: Las 20 jornadas de la Musa de Sodoma. Primero, en voz en off, la artista leyó diferentes noticias ficticias en las que se relataba la muerte de la artista por diferentes causas. Todas ellas macabras, sexuales, abyectas. Asfixiada por felaciones de curas, por sodomías violentas con banqueros, por ingerir en una bacanal las heces de hijos de celebrities… Todo ocurría en una llamada República de Miranda. Posiblemente una referencia a Buñuel y su película El discreto encanto de la burguesía. Después, finalmente la artista apareció en el espacio para afrontar una serie de pequeñas acciones.  Primero se introdujo por el ano los guantes con los que había limpiado el polvo del marco de uno de los cuadros ecuestres de la sala. Después realizó una felación en directo y bailó con gesto infantil por el insigne espacio que sirve de entrada a la institución cultural más alta del país. Angélica Liddell durante la performance 'Las 20 jornadas de la Musa de Sodoma' Finalmente, Liddell leyó un fragmento de El valle de los avasallados (1966), del canadiense Réjean Ducharme. Un libro descarnado sobre la lucha de una mujer salvaje y atormentada por encontrar un lugar en el mundo. Bérénice, ese es el nombre de la protagonista, acaba en la novela luchando con Israel contra los países árabes. Palestina no dejó de estar nunca presente durante toda la noche, pero en esta última performance lo estuvo al modo “liddelliano”. El teatro de Liddell es incómodo, frentista contra la moral occidental. En muchas obras Liddell ha defendido la figura del asesino, del abyecto, frente una sociedad que se disfraza con vestidos de falsa moral. En ¿Qué haré yo con esta espada? lo hizo con el caníbal Issei Sagawa, en Caridad con Barba Azul.  Y en este presente, en uno de los momentos de la historia más brutales que se recuerdan, Liddell, después de mirar con desprecio al mundo de la alta cultura, a sus musas y sus mecenas, se permitió posicionarse con aquel a quien se tilda de diablo. Liddell decide en la pieza hacer una referencia clara al conflicto, y para ello elige decir en escena las palabras de una mujer que ha decidido luchar con Israel. Una palabras que además, como en otras ocasiones, invierte las figuras de la víctima y el verdugo. Dice el fragmento leído: “Necesito que alguien me apacigüe, que alguien me meza, que alguien me mime. No estoy hecha para morir virgen y mártir. Soy una ménade en trance. Tengo una necesidad de cariño sobrehumana y monstruosa. Nunca más podré permitirme dar o recibir la más mínima caricia, sin ahogarla en cinismo. Reacciono ante una gota de miel con un mar de hiel”. Angélica Liddell sigue levantando un muro cada vez más infranqueable entre la sociedad y su arte. Su performance que parecía confusa, un tanto gratuita entre tanta felación y ganas de epatar al burgués, escondía de nuevo una bomba sorda pero furibunda contra una sociedad que la artista parece ver, cada vez más, con una distancia infinita.
eldiario
hace alrededor de 1 mes
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