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Volver a montar un grupo: la energía colectiva busca imponerse al individualismo de los solistas en la música

Volver a montar un grupo: la energía colectiva busca imponerse al individualismo de los solistas en la música
La pérdida de hegemonía del rock unido a la precariedad de medios y al auge de una sociedad individualista, afianzó a los artistas en solitario, pero la tendencía podría revertirsePor qué le interesa a Spotify elegir las canciones que escuchas Loquillo tuvo una banda de rock’n’ roll. Alardeó de ello en El ritmo del garage, éxito de 1983 con el que rubricaba ese logro, meta aspiracional de muchos jóvenes de entonces. Cuatro décadas después ese sueño parece desvaído. O sí, al menos, en el espectro musical dominante. Desde hace varios años la mayoría de proyectos emergentes se distancian de esa configuración popularizada con la revolución cultural del rock, aquella que idealizó el garaje como espacio donde acoger, a modo de incubadora, a varios chavales y sus instrumentos. Un vistazo a la lista de éxitos así lo confirma. En El Portal de Música (EDM), que contabiliza ventas físicas y streams, apenas un 10% de sus entradas son atribuibles a este formato. Algo que contrasta con la venta de vinilos, en las que sí supera el 50%. Quien compra vinilo, prefiere bandas. Y no se trata solo de una cuestión generacional –sobre todo si tenemos en cuenta que cada vez más jóvenes adquieren música en este soporte–, sino porque su consumo va comúnmente asociado a un género musical concreto, el del rock. Este, en su expresión natural, la banda, fue motor de la industria discográfica hasta los 80, pero la irrupción del pop, de la electrónica y de los sonidos urbanos, le costó la hegemonía en favor de dúos y solistas. Entrado el siglo XXI un reencarnado leitmotiv punk, el del do it yourself, armó una nueva revolución solista propulsada por el entorno digital. “Toda esta proliferación de artistas solistas ha tenido que ver con la posibilidad de hacer música en tu propia habitación”, afirma el músico Jorge Pérez 'Tórtel' quien, parafraseando a Beck, añade: “El nuevo folk es un chico en su habitación con un laptop”. Así es como un ordenador personal, equipado con el hardware y el software adecuados, trastocó el paradigma de creación musical desplazando su eje hacia el individualismo, tendencia que alcanzó su cénit durante la pandemia. Del garaje a la habitación El confinamiento alentó, por ejemplo, el despegue del bedroom pop, vía de experimentación lo-fi, junto con otros géneros, para toda una generación de jóvenes músicos. Tórtel, profesor en el Grado de Creación Musical de la UEM durante esos años, fue testigo directo del fenómeno: “Mis alumnos optaban por trabajar en solitario al estar acostumbrados a hacer música en casa” y menciona, de entre ellos, a Ralphie Choo, Rusowsky y D3llano, artistas que “ya buscaban su rollo, su sonido y se convirtieron directamente en productores”, añade. Edu Fernández, product manager de la discográfica Sonido Muchacho, también vincula la reciente democratización de la industria con el incremento de proyectos unipersonales: “Cualquiera con unas nociones mínimas puede grabar y publicar sus canciones sin depender de nadie más, completando el proceso por su cuenta”, dice, aludiendo también al hito en la autogestión musical propiciado por las plataformas de streaming. Sonido Muchacho, que nacía a la contra hace diez años acogiendo mayoritariamente grupos cuando el formato ya mostraba signos de retroceso, alberga ahora un nutrido y fructífero catálogo, prueba fehaciente de que todavía hay jóvenes que aspiran a emular a la generación de Loquillo. El grupo musical Alcalá Norte a su llegada a los Premios de la Música Independiente (MIN) Los hay. Y las hay. “No nos sentimos una minoría, es más, nos sentimos acogidas por el panorama”, aseguran las ilicitanas La 126, jovencísimo combo punk-pop ganador de la pasada edición del Emerge Vibra Mahou y cuyas motivaciones no difieren mucho de las que reunieron a The Beatles a principios de los 60: “Lo primero que nos animó fue la diversión de juntarnos, tocar y escuchar música, algo parecido a un sueño, pero el impulso real fue cuando vimos una oportunidad económica –dicen refiriéndose a la dotación del premio– porque sin él no habríamos podido salir a la luz ya que tener una banda implica grabar, comprar equipo, viajar o alquilar salas”. La economía es un factor disuasorio para lanzarse a hacer música entre varias personas. Si toca repartir no salen las cuentas. “Y menos ahora”, sostiene Tórtel tras casi tres décadas militando en distintos grupos. “En el año 97-98, cuando empezamos, era más sencillo ir a ciudades y que hubiera público, pero ahora los gastos que comporta salir de gira, que sea viable para cuatro o cinco personas, la furgoneta, el equipo, el técnico, etc. ya es demasiada infraestructura”, explica el valenciano quien recientemente se ha decantado por el formato solista no solo por “probar otra cosa”, sino también por ser “más sencillo y sostenible”. Una opción que, además, no le impediría crecer en circunstancias más favorables. “Hay muchos solistas que cuando consiguen tener cierta envergadura, se revisten de banda sin cambiar de proyecto”, apunta. A lo largo de la historia, y especialmente a partir del star system desplegado por el pop en los 80, este formato individual no solo ha dado muestras de solvencia sino que ha ido modelando la fórmula del éxito masivo. Ahí están los grandes solistas, desde Elvis a Taylor Swift. Pero con la irrupción de las redes sociales el ejercicio del estrellato adoptó otro cariz: El artista se convertía en objeto de consumo a tiempo completo. “Mercancía dominando todo lo que es vivido”, como apuntaba un visionario Guy Debord en La sociedad del espectáculo (1967). “Antes, la estrella estaba rodeada de un aura de misterio, ¿quién se podía acercar a Michael Jackson o a Madonna?”, se pregunta Tórtel para, a continuación, añadir: “Ahora es todo lo contrario, es una exhibición continua que creo contribuye a que los artistas más escuchados no sean bandas, sino solistas, personas admiradas, seguidas en Instagram, quienes parecen atraer a los chavales que empiezan a hacer música”. Biznaga, de izquierda a derecha: Jorge Navarro (bajo), Álvaro 'Torete' (guitarra), Álvaro García (voz y guitarra) y Jorge 'Milky' (batería) Apreciación que coincide con la visión experta de Lidia Far, psicóloga y arteterapeuta del instituto IDECART. “Si en la era analógica el proceso de identificación era a través de las y los iguales y nos íbamos acomodando de pijas a punkis, ahora, en la era digitalizada, la identidad se construye en gran parte sobre una ilusión”, dice Far sobre cómo el scrolleado entre sábanas de “una idea, un sueño, un personaje ficticio”, podría traducirse en una preferencia por los proyectos unipersonales. Far apunta, como catalizador de esta manifestación, otro fenómeno, el del auge individualista auspiciado por el neoliberalismo, el cual “alimenta la disección de lo colectivo y la pasividad en contraposición a la cooperación, retomando esa idea darwiniana de la supremacía del/la más fuerte, o del/de la que recibe más likes”, lo que podría derivar en “un mayor aislamiento de las y los adolescentes, dificultando el desarrollo de habilidades sociales y la capacidad de trabajo en equipo”, arguye la especialista. Para la empatía y el trabajo en equipo “Formar una banda –continúa Far– favorece el proceso de socialización, el trabajo en equipo, invita a permanecer ante lo conflictivo y a responsabilizarse, además de nutrir la identidad, la propia y la del grupo, constituyendo clan, amistades, compañerismo, sororidad y favoreciendo que musculen la empatía y abracen la diversidad”. Beneficios psicosociales que capitaliza Sonidópolis, la academia de música con sede en Gijón fundada en 2016 por Mar Álvarez (de los grupos Undershakers y Pauline en la Playa), Natalia Quintanal (Nosoträsh) y Pedro Vigil (Penélope Trip), quienes apuestan por este formato como pilar de la enseñanza musical. “Los críos aprenden a comunicarse, a escucharse, a respetarse, a manejar sus egos, a balancear los liderazgos y a aprender que en un grupo cada uno aporta una cosa”, explica Mar Álvarez quien señala, además, el móvil sentimental e identitario que les impulsó a abrir este espacio: “Queríamos que los niños pudieran vivir la experiencia que nosotros vivimos como músicos independientes del Xixon Sound y de la época gloriosa del indie”. En la práctica, el sostén mutuo parece ser una de las principales ventajas para decantarse por el proyecto grupal frente al emprendimiento individual y así lo atestiguan las chicas de La 126: “Empezar en la música, ser constante y no morir en el intento nos parece dificilísimo sin el apoyo de personas que estén igual de implicadas”. Y señalan también otro estímulo, el de la fértil concurrencia de visiones divergentes: “Ser más personas implicadas al 100% en un proyecto musical crea una riqueza en las canciones que muchas veces no se podría lograr componiendo una sola persona”. Una nueva generación No son las únicas en defender este modelo. Más allá de las listas de éxitos copadas por solistas, hay otros circuitos, digamos alternativos, en los que el rock de banda vuelve a ser tendencia con ejemplos tan fulgurantes como el de Alcalá Norte, ganadores de distintos premios otorgados por prensa e industria musical (Ruido y MIN) y plusmarquistas entre las listas de lo mejor del año. Una nueva generación de guitarras parece emerger. Y hay consenso al respecto. “Ha habido una crisis del formato grupo, pero estamos viendo ahora cierto repunte con Carolina Durante, Alcalá Norte, Ginebras, etc.”, confirma Mar Álvarez. “Veo a mucha gente joven interesada en el rock o en el postpunk, en ese formato clásico de bajo, guitarra y batería sobre el escenario”, se suma Tórtel y Edu Fernández ratifica: “Pensamos que podemos estar ante un resurgir de las bandas tras una década de dominio de proyectos solistas y otros cercanos a lo urbano”. Los de mi generación empezamos a 'frikear' con el sonido porque lo de tener banda ya lo habíamos vivido. Pero a las nuevas generaciones les pasa ahora lo contrario, que desde los 14 han podido grabarse en casa, porque es lo más normal, y ahora les encanta la energía de tocar en directo Tórtel — Músico La pandemia quedó atrás y componer en una habitación ya no se postula como principal vía para la creación musical. ¿Podría, incluso, pasar de moda? “Los de mi generación –explica Tórtel– empezamos a frikear con el sonido, con las posibilidades de grabación y los plug-ins porque lo de tener banda ya lo habíamos vivido. Y creo que a las nuevas generaciones les pasa ahora lo contrario, que desde los 14 han podido grabarse en casa, porque es lo más normal, pero ahora les encanta la energía de tocar en directo”. Una energía que Tórtel describe como “alucinante” porque más allá de que existan propuestas estéticas que funcionan mejor sin banda, “un grupo de tres, cuatro o cinco personas tocando en directo juntas es algo increíble”. “No solo para el espectador –añade– hablo de poder sentir algo con mucha intensidad y, al mismo tiempo, muy imprevisible”.
eldiario
hace alrededor de 23 horas
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