cupure logo
delqueconelchedirectorealmadridbarçalosbarcelona

Orcas y capitanes intrépidos: Un encuentro cada vez más habitual

En mayo de 2024, un velero de 15 metros se hundió en el Estrecho de Gibraltar tras recibir varias embestidas de orcas. Sus dos tripulantes fueron rescatados por un petrolero cercano, en un desenlace afortunado dentro de un episodio que pudo acabar en tragedia. No fue un caso aislado: en noviembre de 2022, el Grazie Mamma II se fue a pique en Tánger tras perder sus timones por un ataque similar, y en agosto de 2024, el velero Amidala tuvo que ser remolcado en Cabo Fisterra tras repetidos embates de orcas, con una tripulante herida en la maniobra de rescate. La Guardia Civil y Salvamento Marítimo han intervenido en numerosas ocasiones, y durante los dos últimos años se documentaron más de 500 interacciones en aguas de España y Portugal. Desde 2020, dichas interacciones se extiendes desde el Estrecho de Gibraltar hasta Portugal, Galicia y el Cantábrico. Las orcas ibéricas, un icono de biodiversidad y turismo, se están convertiendo en protagonistas de una situación inédita: embarcaciones dañadas, tripulaciones en peligro y un dilema jurídico al que ningún capitán quiere enfrentarse gratuitamente. Hoy, en España y Europa, la legislación es clara: la Ley 42/2007 de Patrimonio Natural y Biodiversidad, el Real Decreto 1727/2007 y la Directiva Hábitats 92/43/CEE prohíben de forma expresa cualquier acción que dañe o moleste a los cetáceos. Pero al mismo tiempo, la Ley de Navegación Marítima de 2014 obliga al capitán a salvaguardar la vida de su tripulación y la integridad de su buque. Este choque normativo deja al navegante en un punto ciego: si se defiende, se arriesga a vulnerar la ley; si no lo hace, se expone a que una embestida destroce su barco y ponga vidas en peligro. Hasta ahora, la suerte y la pericia de cada capitán han decidido el desenlace. Cuando era un joven regatista, hace dos décadas, cruzaba el Estrecho de Gibraltar con frecuencia. Transportábamos barcos entre Melilla, Cádiz o Galicia, siguiendo el calendario de regatas. Era una navegación dura, exigente, pero más o menos predecible. Con viento, corrientes y tráfico, sí, pero sin orcas en el horizonte. Todo cambió en 2020, con la pandemia, cuando se registraron las primeras interacciones. La noticia de esos ataques comenzó a generar inquietud entre la comunidad náutica, ya que un fenómeno que parecía aislado estaba tomando un carácter repetitivo y geográficamente amplio. Bastantes años más tarde, en 2022, volví a pasar el Estrecho en un viaje de placer, de Jávea a Tánger y regreso. Fue la primera vez que crucé tras conocer los primeros incidentes en 2020: navegábamos atentos y con algo de tensión, en silencio, con la pirotecnia recreativa lista en cubierta por si las moscas. Sabía que eso no estaba bien moralmente ni legalmente permitido, pero también estaba convencido de hacer un uso para disuadir sin dañar al animal. Esa medida improvisada se comentaba en chats náuticos y entre pescadores de Barbate, que habían observado interacciones similares en embarcaciones locales. Por suerte, no tuvimos que usarla, y el paso fue seguro, aunque la sensación de inquietud permaneció hasta el final. En 2025, durante la preparación de una travesía transatlántica, recibí un mensaje de un amigo que acababa de perder el timón de su catamarán en pleno ataque en el Estrecho. Esa noticia me heló la sangre. Cada vez había más ataques, y la probabilidad de que me tocara enfrentar una situación similar aumentaba con cada travesía. Decidí entonces planificar con minuciosidad: seguí aplicaciones especializadas donde se identifican avistamientos e interacciones, consulté grupos de Facebook donde se reportaban consejos, más avistamientos y rutas alternativas, y, pese a que no es una decisión agradable, aprovisioné nuevamente pirotecnia. En cuanto al routage, me pegué al Cabo San Vicente, pegado a Trafalgar y luego a Tarifa. Obviamente, corriendo el riesgo de palangres y tráfico esponteneo. Tuve fortuna, pues no avisté ninguna orca y eso era justo lo que queria que pasase. Pero la sensación de incertidumbre me acompañó hasta el final del viaje. Lo que he vivido yo no es distinto a lo que muchos marineros profesionales y de recreo sienten hoy en estas aguas. No basta con improvisar con pirtecnica, bengalas, sonar especiales, o incluso vinagre, métodos que se mencionan en foros, sin respaldo científico ni seguridad real. La realidad es que estamos en una situación en la que la ley protege a los animales, con razón, pero deja sin una cobertura clara a los marineros que deben proteger vidas humanas y bienes materiales. Es el dilema clásico entre lo ético y lo legal: defenderse puede ser castigado, no defenderse puede ser letal. Se han registrado numerosos casos que ejemplifican este riesgo. El velero Grazie Mamma II, hundido en 2022, representa el ejemplo más extremo, con pérdida total de la embarcación. Otros barcos, como el Amidala y pequeñas embarcaciones de recreo, han sufrido daños graves en sus timones y cascos, a veces acompañados de lesiones leves en la tripulación. Estos incidentes reflejan una conducta animal creciente y preocupante ya que existen ya varias interacciones que han resultado un peligro evidente con daños materiales y personales. Además de la pirotecnia, los sonar y los remedios caseros como el vinagre, algunos navegantes están empezando a utilizar objetos flotantes arrastrados tras la popa (defensas, banderines o tablas de pádel o incluso el dinghy) para desorientar a las orcas y reducir su aproximación. Su eficacia aún es variable y requieren precaución para evitar riesgos en la maniobra y en el entorno marino. No se trata de elegir entre proteger a las orcas o salvar a las tripulaciones. Se trata de encontrar un equilibrio justo. Para lograrlo, resulta necesario actualizar la normativa, incorporando cláusulas que permitan la legítima defensa en casos extremos, garantizando que cualquier acción sea proporcional y disuasoria, no letal. También impulsar la investigación científica para comprender mejor las causas de este comportamiento y desarrollar disuasores efectivos y seguros, como sistemas acústicos estudiados, técnicas de maniobra preventivas y protocolos de alerta basados en la experiencia acumulada por los capitanes. Además, la coordinación entre autoridades marítimas de España, Portugal y Francia es clave: protocolos claros, comunicación constante y formación especializada para capitanes y tripulaciones podrían reducir drásticamente el riesgo de incidentes. Es necesario establecer un sistema de seguimiento o vigilancis de las orcas, con registro de avistamientos en tiempo real, alertas a navegantes y directrices basadas en datos científicos. Esto no solo protegería vidas humanas y embarcaciones, sino que también garantizaría el respeto al bienestar de los cetáceos. La mar no espera a los debates legales. Hoy, un capitán que navega por el Estrecho o por Galicia sabe que puede enfrentarse a una orca y tener que decidir, en segundos, entre romper la ley o proteger a su gente. Ese dilema no debería resolverse con improvisación ni con suerte. Proteger a las orcas es una obligación moral y legal. Pero proteger la vida humana y la seguridad en el mar también lo es. El tiempo de mirar hacia otro lado y aprender sobre el tema ya pasó. Es hora de que las autoridades actúen antes de que la próxima embestida termine en tragedia. Las soluciones pasan por un enfoque combinado: educación, investigación y legislación eficaz. Con la temporada de cruces a punto de comenzar, es esencial que tripulaciones y capitanes se preparen. Formación, planificación y conocimiento de rutas seguras marcan la diferencia entre un viaje tranquilo y un riesgo innecesario. Mi experiencia está a disposición de quienes necesiten orientación o preparación ante posibles interacciones. Solo con información, prudencia y coordinación se puede navegar con seguridad, protegiendo vidas, embarcaciones y el bienestar de las orcas.

Comentarios

Noticias deportivas