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El abrazo de Lamine

El momento culminante de la fiesta del Balón de Oro fue, a mi entender, la imagen del abrazo que Lamine dio a Dembélé en el momento de las despedidas. La TV pilló de soslayo ese gesto, que supone una lección de deportividad digna de una fiesta de campeones. Ninguna rabieta de niño maleducado puede cuestionar el prestigio de un premio, que es el más antiguo y el más codiciado del fútbol mundial. Ese abrazo no fue de vencido a vencedor. Fue el abrazo de profesionales que explicitan los valores de la competición tanto dentro como fuera de los terrenos de juego. Y quien no lo entienda así, queda descalificado y marginado, como le ha ocurrido al Real Madrid que, carcomido por la egolatría y la prepotencia de su presidente, ha optado por obviar su presencia en las dos últimas ediciones porque Vinicius fue superado por Rodri en 2024. No saben perder. Si ha habido jugadores de oro sin Balón de Oro, en el Barça hay los ejemplos de Iniesta y Xavi. Pero ni el club ni los jugadores jamás han susurrado confabulaciones judeo-masónicas, propias del franquismo más rancio para esconder sus miserias. Porque el Real tiene mucho que esconder que no aparece en los medios firmemente controlados y sometidos: conciertos fallidos en el Bernabéu, cubierta atascada, espectadores en una sauna, pintura sobre un césped destrozado, parking clausurado, exterior horrible y sobrecoste de 575 millones. El baño de oro que recibió el Barça en París aumentará el escozor de una herida que el bombardeo de los corifeos merengones, especialmente en redes, intenta tapar. Y, encima, un adolescente como Lamine les dio una lección.
mundo deportivo
hace 15 días
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