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Daniel Iriarte: "La guerra cognitiva es como una epidemia zombi que convierte al enemigo vencido en tu soldado"

Daniel Iriarte: "La guerra cognitiva es como una epidemia zombi que convierte al enemigo vencido en tu soldado"
El periodista analiza varios casos y advierte que todos los Estados practican la guerra cognitiva en mayor o menor medida porque "son más baratas y menos traumáticas que los enfrentamientos bélicos, y si se hacen bien, pueden ser incluso más eficaces"Enrique Díez, profesor: “La escuela no ejerce su finalidad fundamental, que es formar ciudadanos comprometidos” Tanto el conflicto en Ucrania como el genocidio en Gaza, pasando por los procesos electorales en Estados Unidos y hasta los movimientos geopolíticos de Pekín incluyen una guerra silenciosa que no se libra con armas tradicionales. Las guerras cognitivas buscan desestabilizar los conflictos internacionales e influir en elecciones a través de trolls en redes sociales, ejércitos digitales, desinformación o propaganda extremista. El periodista especializado en geopolítica y amenazas híbridas Daniel Iriarte habla con elDiario.es con ocasión de la publicación de su nuevo libro Guerras cognitivas: cómo Estados, empresas, espías y terroristas usan tu mente como campo de batalla. En este, editado y publicado por Arpa Editores, expone como muchos países están utilizando las tácticas no convencionales como principal medio de enfrentamiento. “Muchas de las campañas de adversarios autocráticos están dirigidas a socavar la confianza en los sistemas democráticos”, explica. En la guerra cognitiva, ¿el ciudadano es víctima, vehículo… o ambos? Si hablamos de la definición estricta de “guerra cognitiva”, una de sus características fundamentales es que tiene como objetivo convertir a la víctima atacada en soldado de las tropas propias, como si se tratase de una epidemia zombi. En la guerra convencional, las bajas en las filas enemigas suponen que estas queden fuera de juego, pero en este tipo de conflicto el enemigo “vencido” se pone de tu parte, porque normalmente alguien que ha cambiado su forma de pensar se convierte a su vez en emisor de estas ideas. Por eso hay tantos actores invirtiendo recursos y esfuerzos en estas campañas, porque por lo general son más baratas y menos traumáticas que los enfrentamientos bélicos, y si se hacen bien, pueden ser incluso más eficaces. En su nuevo libro habla del uso de “granjas de trolls” y cibertropas estatales ¿España tiene capacidad de contraataque en este terreno? Me consta que las autoridades españolas monitorizan las campañas de influencia tanto extranjeras como aquellas locales susceptibles de derivar en actos delictivos, como por ejemplo disturbios. He oído que a veces se ha recurrido a empresas extranjeras dedicadas a la manipulación del sentimiento en redes para contrarrestar campañas negativas que amenazaban con volverse desestabilizadoras. Me extrañaría mucho que el Centro Nacional de Inteligencia (CNI) no tuviese el músculo tecnológico suficiente como para influir en redes en un momento puntual, pero esto es especulación porque no lo sé con certeza. Pero es pura lógica, dados los tiempos que corren, y el hecho de que todos los Estados y servicios de inteligencia medianamente competentes tienen algún tipo de capacidad en ese sentido. ¿Qué casos recientes (más allá del libro) le parecen ejemplos paradigmáticos de guerras cognitivas exitosas? Hay varias campañas recientes bastante significativas. La que más éxito ha tenido es la lanzada en Siria por partidarios del antiguo régimen de Bashar Al Asad y sus aliados para desestabilizar al nuevo gobierno de Ahmad Al Sharaa explotando los odios étnicos. En el nuevo régimen sirio hay bastantes extremistas suníes, y mediante la combinación de operaciones de desinformación en redes y una serie de acciones de sabotaje y ataques coordinados, estos actores lograron lo que buscaban, que era que estas fuerzas extremistas se desatasen. Ahora son las minorías las que están pagando el pato. De hecho, ahora la gran pregunta es si el gobierno de Sharaa tolera o incluso es cómplice en estas matanzas, y de eso va a depender el que Siria se estabilice o derive hacia una nueva guerra civil. Otras campañas interesantes son, por ejemplo, la que está llevando a cabo Azerbaiyán para promover en redes sociales los movimientos separatistas en los territorios de ultramar de Francia e incluso en Córcega, como represalia al apoyo prestado por París a Armenia. También me pareció muy llamativa la campaña con la que actores chinos reaccionaron a los aranceles de la nueva Administración Trump, inundando las redes de imágenes generadas mediante IA en las que se ridiculizaban las pretensiones estadounidenses de devolver la manufactura industrial a su territorio, mostrando por ejemplo a un Elon Musk gordísimo cosiendo zapatillas en un taller. Precisamente en el libro se menciona el uso masivo de memes como arma. ¿Qué hace que un meme sea más eficaz que un editorial o un reportaje? Un meme permite lanzar una sola idea —casi siempre más emocional que racional— de una forma sencilla y comprensible para todo el mundo. Cuando un meme es humorístico, casi nadie se para a analizar qué mensaje es el que está transmitiendo, sobre todo si no es abiertamente político. Pero casi siempre hay una cosmovisión específica detrás. Los memes, por ejemplo, se usan para fijar eslóganes, ciertas nociones subversivas que pueden ir desplazando el marco de lo que es aceptable en el discurso público. Muchos movimientos extremistas los utilizan para, mediante el “humor”, radicalizar poco a poco a sus audiencias. En cierto sentido, cumplen el mismo papel que las caricaturas políticas de siglos pasados, pero ahora turboamplificadas por los nuevos ecosistemas digitales que facilitan su creación y multiplican su difusión y su impacto de forma exponencial. ¿Qué responsabilidad tienen plataformas como Meta o X en la expansión de guerras cognitivas? Las plataformas son los campos de batalla más prominentes de estas guerras, y como tales juegan un papel esencial. Cuando estas plataformas han querido poner fin a ciertas prácticas, como puede ser la difusión de contenido yihadista tras la gran expansión del Estado Islámico a partir de 2014, lo han logrado, lo cual abre la pregunta de por qué en otros casos no lo hacen. De hecho, bajo Elon Musk, X ha eliminado casi todas las barreras, y ahora los contenidos yihadistas vuelven a proliferar en esta red social. A veces es una cuestión de recursos, de no querer dedicarlos a asuntos que no considera prioritarios, como puede ser el uso de Facebook en lenguas minoritarias para difundir contenidos llamando a la violencia étnica, como ha ocurrido por ejemplo en Etiopía, Sri Lanka o Myanmar. Pero la razón más frecuente es que su modelo de negocio se basa en el engagement o interacción con los contenidos que postean los usuarios, y está estudiado que los contenidos negativos generan más reacciones y por tanto, más engagement— que los positivos, de modo que carecen de incentivos para limitarlos. La decisión sobre permitir o no ciertos contenidos es política, como ha ocurrido con la supresión de publicaciones propalestinas en las plataformas de Meta. ¿Qué distingue hoy la manipulación mediática desde un Estado como Rusia o China frente a la de partidos políticos dentro de democracias como España? Muchas veces las técnicas utilizadas tanto por actores estatales como por los locales no estatales son las mismas. Al menos frente a un intento de interferencia extranjero es posible llegar a un consenso social de mínimos sobre la necesidad de atajarlo. En el contexto local es mucho más complicado, porque la línea entre lo que es desinformación o manipulación cognitiva y lo que es un discurso legítimo amparado por la libertad de expresión es mucho más fina, especialmente cuando tienes a mucha gente interesada en calificar las narrativas que le dañan políticamente de “mentiras” o “desinformación”. Además, está el hecho de que desinformar no es un delito en prácticamente ninguna democracia. No hay ninguna ley que criminalice el difundir bulos a sabiendas, a no ser que se entre dentro de otro tipo de delitos como el discurso de odio o la difamación de un individuo concreto. Los marcos legales actuales no ofrecen ninguna barrera contra estas prácticas, algo sobre lo que quizá habría que reflexionar en profundidad. ¿Qué estrategias puede seguir un ciudadano informado para resistir la manipulación cognitiva? No hay una respuesta fácil, porque todos somos víctimas de nuestros sesgos y estamos siendo manipulados de forma más o menos sutil todo el tiempo. Lo más importante es hacerse preguntas constantemente: esto que estoy leyendo, ¿de dónde viene? La persona o el canal que me lo cuenta, ¿tiene algún interés en contarlo de cierta forma? ¿Puede estar manipulado? ¿Hay una parte de la historia que se ha quedado fuera? En resumen, plantearse: ¿pueden existir distorsiones entre lo que ha sucedido y cómo me está llegando a mí, y cuáles? Esto, por supuesto, es agotador, y todos tomamos atajos mentales, como confiar en ciertos medios de comunicación o bajar la guardia ante informaciones que no son muy controvertidas o no nos importan demasiado. Pero es importante mantenernos alerta ante lo que nos llega por canales que se prestan a la manipulación, como pueden ser las redes sociales, o ante informaciones donde hay muchos intereses entrecruzados y a todas las partes les interesa contar la historia de cierta forma. Entonces, ¿quién gana esta guerra? ¿Los que gritan más, los que manipulan mejor o los que se callan a tiempo? Te diría que ninguno de ellos: los que ganan son los que mejor persuaden y eso requiere ser un emisor de confianza. La manipulación cognitiva es un poco como el lado Oscuro de la fuerza en Star Wars: es el camino más rápido, más fácil, más seductor, pero no es el más poderoso. La manipulación sirve para crear gurús y seguidores fanáticos, pero nunca verdaderos ciudadanos. Aunque se pierdan batallas en los que la desinformación permite una victoria fácil, los seres humanos queremos poder fiarnos de los demás, porque está en nuestra naturaleza. Queremos poder confiar en nuestras instituciones y en nuestros líderes y expertos. De hecho, creo que aquellos políticos que se prestan a los mismos juegos que los tramposos cometen un gran error que les pasa factura más pronto que tarde. Claro, me puedes argumentar que ahí tienes a Donald Trump y a su legión de partidarios que le han llevado a la Casa Blanca dos veces, pero el caso de EEUU es muy específico y obedece a todo tipo de razones internas, y ya estamos viendo que el trumpismo como fórmula electoral no es fácilmente replicable en otras latitudes. Al final, el verdadero poder reside en los números: la gente razonable, por suerte, es la gran mayoría.
eldiario
hace alrededor de 16 horas
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