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El mundo entero celebra el plan de Trump para Gaza: lecciones (no) aprendidas de los Acuerdos de Oslo

El mundo entero celebra el plan de Trump para Gaza: lecciones (no) aprendidas de los Acuerdos de Oslo
Mientras se negocian los detalles del plan para Gaza y el alto el fuego, el texto plantea a los palestinos una elección entre genocidio y apartheid. El mundo ha elegido apartheidCada lunes, te enviamos el análisis de la semana internacional Tengo que decirte que ha sido desconcertante que todos los países celebrasen el plan de Trump de 20 puntos para Gaza. Desde los mediadores árabes (Egipto y Qatar), a Turquía (una de las voces internacionales más duras contra Israel), pasando por el archienemigo ruso. Ni siquiera Irán, aliado de Hamás, se ha pronunciado claramente al respecto. Mientras tanto, Hamás acepta los puntos para garantizar un alto el fuego, pero quiere negociar los correspondientes al futuro de la Franja ¡Hasta la Autoridad Palestina (a quien el texto deja fuera del futuro gobierno para instalar al propio Trump y Tony Blair) aceptaba el plan! Me acordé entonces de lo que me dijo hace tiempo Rashid Khalidi, uno de los mejores historiadores en este tema y asesor de la delegación palestina en las negociaciones de paz de Madrid de 1991, considerada la antesala de los Acuerdos de Oslo (por los cuales se creó la propia Autoridad Palestina): “La Autoridad Palestina proporciona seguridad principalmente para Israel, sus colonos en territorios ocupados y a los israelíes dentro de Israel. Ese es su trabajo. La mayor parte de su dinero se destina a seguridad no para los palestinos contra los israelíes, sino para los israelíes contra los palestinos. Es una autoridad colaboracionista que está trabajando para promover los objetivos de Israel más de lo que está trabajando para la estatalidad palestina. Evidentemente lleva a cabo algunas funciones gubernamentales como la educación, la recogida de basuras y la asistencia sanitaria. Además, como distribuye una enorme cantidad de salarios a los palestinos en los territorios ocupados, es capaz de neutralizar mucha oposición”. A partir de ahora, la hoja de ruta está clarísima: el programa de 20 puntos termina la fase israelí de ‘pacificación’ en Gaza, es decir, aplastar toda resistencia. Paralelamente, la ocupación ilegal continúa y se expande en territorios robados —como demuestran los nuevos proyectos de asentamientos y la negativa de Netanyahu al Estado palestino— mientras que la versión del estado de apartheid se normaliza a nivel internacional gracias a los llamados Acuerdos de Abraham mediante los cuales muchos países árabes regularizan sus relaciones con Israel y su proyecto colonial.  Entre tanto, el reconocimiento internacional de un Estado palestino sin ni siquiera fronteras definidas y sin obligar a la retirada israelí es un paso más en esa normalización y, además, puede tener el efecto contrario al deseado. En el caso del apartheid de Sudáfrica, por lo menos, la comunidad internacional nunca reconoció los bantustanes (los miniestados para negros creados por el Gobierno con autonomía limitada y totalmente controlados por Sudáfrica). Ahora corremos el riesgo de que eso ocurra. De Oslo a Trump Toda esta ovación internacional me ha hecho pensar bastante en los Acuerdos de Oslo, que hace tres décadas también fueron celebrados casi por todo el mundo. Unos pocos hicieron sonar las alarmas, pero nadie escuchó. El alcance de estos acuerdos, además, era mucho más amplío que el actual plan para Gaza. Ambas partes se reconocían mutuamente, se creó la Autoridad Palestina como “gobierno autónomo provisional” para Gaza y Cisjordania durante un periodo de transición “de no más de cinco años” que debía desembocar en una “solución permanente” basada en la resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU, es decir, “retirada de las fuerzas armadas israelíes de los territorios que ocuparon durante el reciente conflicto (1967)”.  30 años después, Israel no solo no se ha retirado, sino que ha ampliado su ocupación ante una Autoridad Palestina anquilosada que lucha por su propia supervivencia. Edward Said, uno de los intelectuales más destacados que ha tenido Palestina jamás, escribía semanas después de la firma de Oslo:  “Ahora que la euforia ha desaparecido, es posible reexaminar el acuerdo entre Israel y la OLP. El espectáculo degradante de Yasser Arafat agradeciendo a todos la suspensión de la mayoría de los derechos de su pueblo y la solemnidad de la actuación de Bill Clinton, como un emperador romano del siglo XX guiando a dos reyes vasallos a través de rituales de reconciliación y reverencia solo oscurece temporalmente las proporciones verdaderamente asombrosas de la capitulación palestina. En primer lugar, llamemos al acuerdo por lo que realmente es: un instrumento de la rendición palestina, el Versalles palestino [referencia al tratado de paz tras la Primera Guerra Mundial con duras condiciones para Alemania]”. Said denunciaba que la OLP había renunciado a sus aspiraciones nacionales y a la lucha contra la ocupación a cambio del reconocimiento por parte de Israel. “Mientras existan la ocupación y los asentamientos, estén legitimados o no por la OLP, los palestinos y otros deben pronunciarse en contra”, escribía. Firma de los Acuerdos de Oslo en la Casa Blanca el 13 de septiembre de 1993 “Los Acuerdos de Oslo no crearon una autoridad palestina hacia la independencia, estatalidad y soberanía, sino una autoridad para preservar el statu quo y permitir a Israel avanzar en sus propios objetivos”, me decía Khalidi poco antes del estallido de la guerra. “Los acuerdos llevaron a más colonización, a más robo de tierras y a un control militar más riguroso y brutal sobre los palestinos. Oslo ha llevado a un empeoramiento significativo de la situación desde el punto de vista de los palestinos y a la consecución de los objetivos sionistas más extremos desde el punto de vista de Israel. Ha sido un gran éxito, en otras palabras, si crees en la colonización, la limpieza étnica y la apropiación de tierras”. Por aquel entonces, el abogado y activista gazatí Raji Sourani, también se opuso a los acuerdos desde el primer día. “No decía una sola palabra sobre el final de la ocupación, no mencionaba el derecho internacional humanitario, tampoco había rastro del desmantelamiento de los asentamientos ilegales…Significaba institucionalizar la ocupación y, mientras tanto, los palestinos reconocían el Estado israelí sin ni siquiera definir sus fronteras. Por eso no tenemos control de nuestra soberanía y tenemos este extraño modelo de autonomía en una parte muy pequeña del territorio ocupado”. Volví a hablar con Raji el otro día para que me contara sus impresiones sobre el nuevo plan para Gaza y sus argumentos eran sorprendentemente similares: “No dice acabar con la ocupación israelí ni habla del Estado palestino. Lo peor es rendirse a los genocidas”. Creo que en este caso es más importante escuchar a los palestinos que a todos los gobiernos celebrando el plan de Trump y Netanyahu. El Consejo de Organizaciones Palestinas de Derechos Humanos (PHROC), una extensa red de ONG, ha declarado: “Si bien PHROC acoge con satisfacción todos los esfuerzos reales para poner fin al genocidio en Gaza, el plan estadounidense no tiene como objetivo acabar con el régimen colonialista de apartheid y la ocupación ilegal de Israel, sino más bien afianzarlo y normalizarlo. Al recompensar los crímenes sistemáticos de apartheid, persecución y genocidio comtidos por Israel, el plan niega a los palestinos sus derechos más fundamentales. Refleja los fracasos de la comunidad internacional, al ignorar las causas fundamentales, es decir, la imposición del régimen expansionista de apartheid colonialista de Israel, que viola los derechos colectivos de los palestinos a la autodeterminación y al retorno”.   Daniel Levy, que también fue negociador en la década de los 90, pero de la parte israelí, concluye: “Es inevitable que este plan resulte tan siniestro como delirante. No es serio: no ofrece propuestas sustantivas, detalladas y realistas que puedan mejorar una situación desesperadamente horrible”. Los Acuerdos de Oslo nos enseñaron que, aunque todos los gobernantes celebren, debemos dudar. Y que aunque se hable de paz, la raíz del problema es la ocupación. Porque esto no es una guerra, es un proyecto colonial. El plan de Trump, en definitiva, esconde una elección para los palestinos entre genocidio o apartheid. El mundo ha elegido el apartheid. Tienes que leer... Palestina, Khalidi ‘Palestina: 100 años de colonialismo y resistencia’, de Rashid Khalidi (Capitán Swing), del que te hablé antes. El libro arranca con una anécdota buenísima: 1899. Yusuf Diya Al Khalidi, alcalde de Jerusalén, alarmado por el llamamiento sionista a crear un hogar nacional judío en Palestina, escribe una carta dirigida a Theodor Herzl, fundador del sionismo moderno, en la que le dice que esas tierras tienen un pueblo indígena que no aceptará fácilmente su propio desplazamiento. 125 años después, su tataranieto escribe este libro. La semana por delante Hoy lunes empieza una nueva ronda de negociaciones en Egipto para tratar de materializar el alto el fuego en Gaza y el martes se cumplen dos años de los ataques de Hamás y la guerra de castigo de Israel en la Franja. Esta es la gran semana del premio Nobel. Hoy, el de Psicología y Medicina; el martes, Física; jueves, Literatura; y viernes, Paz. Trump lo ha intentado por activa y por pasiva. Estaremos muy atentos a su enfado infantil si no se lo dan. Otras cositas: El jueves, el nuevo partido de Jeremy Corbyn y Zarah Sultana, a la izquierda del Partido Laborista de Reino Unido, celebra un mitin en Liverpool. En EEUU, Hillary Clinton ha sido citada en el Congreso como parte de la investigación que realiza el Capitolio sobre Jeffrey Epstein. El miércoles se espera el pico de la lluvia anual de meteoros Dracónidas, con hasta 10 meteoros visibles por hora. Por último, el viernes se celebra la sesión anual de la asamblea parlamentaria de la OTAN. Gracias por llegar hasta aquí. Hasta la próxima semana.

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