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Trump: el hombre de los poderes especiales

Los cuatro meses y medio de mandato que lleva en su regreso a la Casa Blanca están marcados por el recurso a leyes extraordinarias para gobernar. El último caso: la militarización de la respuesta a las protestas en Los Ángeles Donald Trump es el hombre de los poderes especiales. Pero no porque sea un Superman de la vida, sino porque los cuatro meses y medio de mandato que lleva en su regreso a la Casa Blanca están marcados por el recurso a leyes extraordinarias para gobernar. A Trump le molesta la democracia, los procedimientos, el equlibrio de poderes, los contrapesos... Él solo quiere mandar por decreto, firmar órdenes ejecutivas para que las cumplan los demás. Nadie como él ha firmado tantos decretos en tan poco tiempo en la Casa Blanca. Tan es así, que lleva casi los mismos que Joe Biden en cuatro años –161 frente a 162–. Pero no se trata solo de los decretos que ha firmado, que abarcan desde intentar quitar la ciudadanía estadounidense por nacimiento hasta renombrar el Golfo de México. Es verdad que la Constitución de EEUU concede mucho poder al presidente, pero nadie hasta ahora había estado buscando permanentemente los límites de ese poder único en un camino que conduce día a día hacia el autoritarismo. Hace poco estuvimos cenando con unos amigos de Washington, algunos de ellos académicos españoles, y comentaban que, a menudo, les piden hablar de los aranceles y las guerras comerciales, cuando lo realmente importante, de fondo, es la quiebra del Estado de Derecho que se está produciendo en el país con Trump. Y los ejemplos son constantes. Esta semana está marcada por las protestas en Los Ángeles contra las redadas masivas de los agentes de migración (ICE), un caso paradigmático que reúne todos los ingredientes: las redadas masivas se producen en el marco de varias órdenes ejecutivas relacionadas con las fronteras y el control migratorio, invocando además la ley de Enemigos Extranjeros de 1798 con el fin de saltarse las garantías judiciales de los deportados. Ahora mismo en EEUU una de las mayores preocupaciones es salir de casa sin documentación que acredite quién eres y que tienes derecho a estar en el país, por miedo a lo que pueda ocurrir. Pues bien, teniendo en cuenta que las redadas masivas ya se están produciendo invocando poderes especiales de leyes de finales del siglo XVIII para tener las manos libres, del mismo modo la militarización de Los Ángeles se está produciendo también saltándose todas las normas, que obligan al presidente a coordinarse con los Estados para desplegar la Guardia Nacional, y a no usar el Ejército para tareas de seguridad ciudadana. Pero Trump se lo salta todo, y con un argumento escalofriante que lo sitúa por encima de las leyes estadounidenses: la Constitución dice que la política exterior es competencia del presidente y el presidente fue votado para expulsar migrantes, así que ningún juez, que ni siquiera es un cargo electo, puede poner límites a la voluntad del presidente si quiere expulsar personas a terceros países. En el caso del despliegue de la Guardia Nacional y los marines el razonamiento es similar: California y Los Ángeles, en lugar de protestar, deberían estar agradecidos porque el presidente les ha salvado del caos y el desgobierno frenando una invasión de migrantes y delincuentes. En realidad, ni existe una invasión ni todos los migrantes son delincuentes. Es más, las redadas del ICE se están produciendo en lugares de trabajo: la mayoría de los migrantes en este país, como en todo, son personas que trabajan durísimo, a menudo explotadas y sin derechos laborales, para sacar a sus familias adelante después de haber huido del hambre, las guerras, el cambio climático o los Gobiernos autoritarios. Pero Trump, hablando de invasión y desgobierno, sitúa la conversación donde quiere, y se coloca como un salvador y, en una narrativa en la que el fin justifica los medios, no tiene que rendir cuentas a nadie. Es más, amaga con invocar la Ley de Insurrección, de principios del siglo XIX, para intervenir aún más en Los Ángeles, como si allí estuviera en curso una rebelión que pusiera en jaque el Gobierno federal. Mientras tanto, se suceden los recursos judiciales, los fallos en primeras instancias y las apelaciones, que irán marcando jurisprudencia sobre los nuevos límites de la presidencia de EEUU que Trump está ensanchando. Cuando apenas hay contrapesos Este martes fallaba el tribunal de apelaciones sobre los aranceles unilaterales y generalizados. El caso es muy interesante, porque lo que decía el Tribunal de Comercio Internacional era que el presidente no puede invocar la ley de Emergencia Económica para aprobar esos aranceles, que tenía que haber pasado por el Congreso, por el poder legislativo, y argumentaba que ningún otro presidente en el pasado había hecho algo semejante. Y eso que Trump controla también el Congreso. Aquella sentencia amnistiaba a otro tipo de aranceles que habían sido aprobados por una vía más garantista y menos unipersonal. El tribunal de apelaciones ha mantenido cautelarmente la vigencia de los aranceles, y ha fijado una vista para finales de julio. Ahí se examinará hasta qué punto el presidente puede recurrir a la emergencia y la excepcionalidad para aprobar algo como unos gravámenes comerciales. Y es que, claro, cuando saltó la sentencia primera del Tribunal de Comercio, el propio Trump decía que no tenía ningún sentido pasar por el Congreso, para “los políticos” se estuvieran “varios meses” con el asunto, en un ejemplo demoledor del desprecio de Trump por los procedimientos y la división de poderes. Algo que también se está viendo ahora con su ansiada ley fiscal, que le está haciendo sufrir más de la cuenta por los ataques de Elon Musk y también de una parte de los senadores republicanos, que no quieren asumir más déficit y más deuda por unas cuentas que no le cuadran a Trump, con tanto recorte de impuestos y tanto gasto en defensa y lucha contra la migración. Pero no solo es eso. Es también cómo quita y pone restricciones a las matriculaciones de alumnos extranjeros en las universidades, o cómo da y quita financiación a los centros académicos, o el mero desfile del próximo sábado en DC, para conmemorar el 250 aniversario del Ejército estadounidense y, al mismo tiempo, su cumpleaños. Lo hace porque quiere y porque puede. Y si no puede, ya vendrá luego un juez, y Trump dirá que es un izquierdista radical, en tanto que siempre cuenta con el as en la manga del Tribunal Supremo, donde tiene una súper mayoría de 6 a 3 jueces, si bien con las deportaciones sin garantías judiciales, de momento, están fallando contra Trump. El caso de Elon Musk también es paradigmático de esta forma autoritaria de gobernar. Cuando más se enfadó Trump, amenazó con quitar contratos públicos a su ex amigo: es decir, mientras seamos amigos, te forrarás; pero cuando nos peleemos, te lo haré pagar. Es más, cuando se le preguntó por la posibilidad de que Musk puediera apoyar a candidatos demócratas en los próximos procesos electorales estadounidenses, Donald Trump sentenció: “Si hace eso, sufrirá graves consecuencias”. Es decir, el presidente de la principal potencia del mundo te amenaza con usar todos los resortes del Estado contra una persona física sólo porque la ruptura de la amistad está siendo muy fea. Más de 300 activistas por los derechos de los inmigrantes protestan frente al edificio federal en el centro de Los Ángeles el 5 de junio de 2025, tras varias redadas realizadas por agentes del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE). ¿Y si no obedece a la Justicia? Las autoridades de California han denunciado a Trump por abuso de poder y extralimitación de poderes. Los mismos argumentos esgrimidos en el caso de los aranceles del “día de la liberación”. Y eso es lo que está en juego, los límites de una persona en el ejericio de su poder como presidente de EEUU. En el caso de la migración, hay varios fallos en los que los tribunales han pedido a la Administración que facilite el regreso de personas deportadas a las cárceles de Nayib Bukele. Pero lo que está ocurriendo está muy lejos de eso. Es más, el único que ha regresado, meses después de los fallos judiciales, Kilmar Abrego García, lo ha hecho para seguir bajo custodia y con cargos en EEUU por tráfico de personas. Es decir, no se le ha traído de vuelta para que siguiera con su vida, sino que se le ha investigado a fondo hasta el punto de presentar cargos gravísimos. En una concentración en DC para protestar contra el ICE por la que me he pasado este martes por la tarde, una de las intervinientes, venezolana, que se llamaba Sofía, decía: “No nos encerremos en casa, no tengamos miedo, tenemos que salir a la calle y estar unidos”. Ese mensaje pone el dedo en la llaga: el miedo es tan grande, que fomenta, efectivamente, el repliegue, la vida furtiva, renunciar a vivir una vida plena y en libertad para encerrarte a la espera de que pase lo peor. El problema es que da la sensación de que lo peor aún está por llegar. El presidente de EEUU, Donald Trump, y Elon Musk, en la Casa Blanca, el 14 de marzo de 2025. Cuando no se tiene ni cuidado por las formas Donald Trump tiene la costumbre, cada vez que abre la boca, de repetir una serie de insultos. Al gobernador de California, Gavin Newsom, le cambia el apellido para llamarle Newscum, en un juego de palabras en el que usa “scum”, que significa escoria en inglés. ¿Alguien se imagina, en esa derecha que es tan complaciente con Trump, que Pedro Sánchez hiciera algo así con el apellido de Isabel Díaz Ayuso cada vez que la menciona? En efecto, Trump no sólo está quebrando los límites de su poder, también está rompiendo las mínimas reglas del juego político para embarrarlo todo. Otro ejemplo: Biden. Cada vez que habla en público, Trump se acuerda de Biden para decir que no tenía facultades mentales para ser presidente y que gobernaban sus asesores firmando por él con el boli automático. Esto es llamativo, porque el propio Trump ha pedido una investigación sobre este tema, pero en realidad no la necesita, porque ya ha dictado sentencia él mismo, y califica el caso cada día como “la mayor de las conspiraciones”. Este martes, que ha estado tan activo Trump para justificar la militarización de la respuesta a las protestas en Los Ángeles, ha recordado cómo el gobernador de Minnesota entonces, en 2020, Tim Walz, se resistía a pedir el despliegue de la Guardia Nacional ante las movilizaciones en Minneapolis cuando George Floyd fue asesinado por un policía. Y a Walz lo ha definido varias veces como “tonto” –dumb–, para luego decir que tenía un cociente intelectual muy bajo. ¿Se imagina alguien que Pedro Sánchez dijera eso de Carlos Mazón o Alberto Núñez Feijóo, por ejemplo? Pero ese es el mundo de Trumplandia en el que estamos viviendo, y con la inquietud de en qué se habrá convertido este país dentro de cuatro años.

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