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El poder del dinero

El poder del dinero
No solo es el dinero el que manda sino que lo que antes se hacía de tapadillo, lo que estaba mal visto por ser moralmente inaceptable, hoy se hace a cara descubierta y sin el menor rubor La privacidad ya casi no existe. La podemos dar por finiquitada y para alguien que todavía tenga dudas le recomiendo informarse de cómo manejan nuestros datos las grandes tecnológicas. El narcisismo es la marca de los tiempos y a costa de ella viven los multimillonarios del planeta a base de comerciar con nuestros deseos y pasiones. Siempre saben cuál es nuestro estado de ánimo, conocen el flanco más débil y detectan hasta nuestros sueños imposibles. Eso les permite poner al alcance de esa prolongación de nuestras manos que es el móvil respuestas instantáneas que medran su cuenta de resultados. A tan solo un clic tenemos todo lo que anhelamos que, casi siempre, es la impostura de realidades paralelas que sacian nuestros sentidos aunque sean falsas. Lo más dramático es que no nos importa. La privacidad parece haber perdido su sentido, olvidada por los rincones del pasado cuando, aparentemente, de forma voluntaria hemos ventilado nuestra intimidad. Ya es un valor que cotiza a la baja. Como la verdad. En la bulosfera de realidades alternativas, no parece interesarnos cuánta veracidad encierran y cuánto de falso contienen los datos, informes o imágenes que nos rodean en ese espacio digital tan omnipresente. Es un cambio de época, dicen. El antiguo régimen desaparece y hemos de adaptarnos al nuevo sistema en el que lo corporal y físico se nos presenta trufado de realidades mediatizadas por la tecnología y nuestra particular percepción, aprendida o inducida a través de las emociones. Se nos describe como homínidos en crisis transitando un mundo desconocido que envejece en cuanto nace, sin solución de continuidad. Seres pensantes que actúan por instintos instantáneos o permanecen inertes e insensibles a la realidad circundante, centrados exclusivamente en lo que ocurre en la pantalla. La Historia juzgará y analizará estos tiempos en el futuro. Actualmente, no hay duda de que vivimos un tiempo de transición -en todos los aspectos- entre dos etapas.  Podemos atrevernos a imaginar cómo será el futuro que viene, especular o adivinar cada cual a su antojo. Pero nadie puede, honestamente, garantizar cómo será la vida adulta de nuestros nietos y nietas. Lo que está en nuestras manos es la descripción precisa del mundo en el que hemos habitado y está convirtiéndose en un pasado (vintage) que se descompone a cada instante por la vertiginosa instantaneidad testaruda de un bucle infinito que se precipita hacia el desagüe. En “La Rebelión de las Masas”, Ortega y Gasset“ dice que existe una ”crisis moral“ en cualquier etapa de la historia en la que los principios sociales que rigieron una edad han perdido su vigor pero aún no han madurado los que van a imperar en la siguiente. Desde este punto de vista, estaríamos en tiempos transitorios de abandono de las normas establecidas – tácita o expresamente- por las que se regían el orden mundial, las instituciones y hasta las vidas diarias de los individuos en el planeta. Es fácil aplicar tal definición al momento geopolítico actual en el que los principios que inspiraron la Carta Internacional de Derechos Humanos y sus tratados subsiguientes han perdido toda su fuerza moral y muchos de sus preceptos son ahora cuestionados por quienes manejan el mundo. No hay más que ver el descrédito al que se ha sometido a la ONU y sus organismos, denostados hoy en día, tanto por Estados Unidos como por Israel, que está vulnerando todas las leyes humanas y divinas en el genocidio que perpetra en Gaza. No solo Netanyahu desobedece la legislación internacional y moral que ha regido hasta ahora, es que Putin se comporta con la misma desvergüenza robando territorios a Ucrania a costa de otra guerra de ocupación, mientras que Estados Unidos asume las tropelías como parte de un juego sin reglas. Porque es el estilo trumpista el que se lleva ahora, el que se extiende como el aceite, bien sea con amenazas verbales o extorsiones económicas, bautizadas con el eufemístico término de “guerra de aranceles”.  Poderoso caballero es Don Dinero, ya lo dijo Quevedo. Pero es que este principio que rige desde que el mundo es mundo ha llegado en nuestros días a cotas inimaginables cuando la avaricia se suma a la ausencia de principios morales. No solo es el dinero el que manda sino que lo que antes se hacía de tapadillo, lo que estaba mal visto por ser moralmente inaceptable, hoy se hace a cara descubierta y sin el menor rubor. Lo vemos en las codiciosas intenciones colonizadoras, explicitadas de forma despiadada por ministros israelíes con declaraciones que rezuman odio por su vecino pueblo palestino. Y así también se entiende la amoralidad de los bombardeos a supuestas “narcolanchas” de sus vecinos del sur, de los que presume Donald Trump en sus redes sociales confesando abiertamente ejecuciones sumarias sin juicio. En el mismo plano, vemos el interés confeso de Putin de quedarse con toda Ucrania, sin disimular que tras este país podrían venir otros. Por supuesto, no puede ser Trump quien se lo reproche porque el presidente norteamericano también ha mostrado su deseo de anexionarse Canadá y Groenlandia.  Así se desmorona el tablero geopolítico y el orden construido tras las dos guerras mundiales con la intención de articular una convivencia en paz o, al menos, que alejada de la violencia. Los organismos internacionales están de capa caída y sus tratados van camino de convertirse en papel mojado. Empezando por la ONU, la relatora para Gaza y su comité de expertos; el Tribunal Penal Internacional; la OMS -tan atacada y desacreditada en la COVID-, la Organización Mundial del Comercio -que podría desaparecer bajo los cascotes de los aranceles- y así el resto de acuerdos e instituciones. En definitiva, todo se tambalea sin que podamos vislumbrar en el horizonte nada bueno que pueda sustituir los pilares arrumbados. Ortega nos ilumina en esta reflexión de incertidumbre sobre el futuro cuando explica que reconoceremos las épocas de crisis moral porque prevalece el poder del dinero a falta de otros valores. “El dinero no manda más que cuando no hay otro principio que mande”, escribió hace casi un siglo, como si estuviera retratando la realidad de esta tercera década del siglo XXI. El lucro es la palanca que mueve el mundo de hoy mientras los valores humanos, es decir, lo que nos hace personas, son postergados, relegados a los márgenes e incluso discutidos como hace Vox con los Derechos Humanos. Facturar, facturar, facturar, claman desde el mundo de la empresa. Públicamente y sin pudor, las grandes firmas financieras o las tecnológicas -auténticos señores feudales de la sociedad- lo condicionan todo al beneficio y siguen, a pies juntillas, el principio del ultracapitalismo que defiende que las empresas “no son seres morales” porque su objetivo es hacer dinero para sus accionistas, valiéndose de sus clientes. Sin embargo, no hay que perder la esperanza de que surjan nuevos anhelos en las generaciones más jóvenes, las únicas capaces de protagonizar el cambio para salir del lodazal. El amor por el planeta y la búsqueda de la paz son dos tendencias que podrían articular ese nuevo orden que ansiamos, como reacción a los excesos actuales. En las movilizaciones en todo el mundo contra las guerras podemos ver siempre grupos de chicos y chicas que asumen con pasión esta lucha pacífica. Por otra parte, el respeto a la tierra y la defensa de la naturaleza es algo ya indiscutible entre la gente joven. La realidad del cambio climático se impone a las teorías negacionistas y nos azota sin contemplaciones en cada grado de temperatura que aumenta, en las catástrofes, las Filomenas y Danas, los incendios y huracanes. El medio ambiente es un valor emergente que se impone por la fuerza de los hechos consumados. Claro que todavía no ha llegado el momento de la madurez de la generación ecologista si nos atenemos a cómo se mueven algunas empresas que quieren sumirse al carro de la moda por puro oportunismo, con prácticas como el greenwashing. Pero todo se andará.
eldiario
hace alrededor de 19 horas
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