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Elogio del maestro

En la actual era de sobreabundancia informativa, donde la inmediatez y la eficiencia son altamente valoradas, el maestro universitario, casi en peligro de extinción, se erige como una figura capital. Este artista de la educación superior no se limita a transmitir conocimientos; sino que inspira, aconseja, orienta, facilita, lidera, forma, educa, comprende, y despierta la curiosidad y el deseo de aprender. Con su labor, transforma el campus en un espacio dinámico de diálogo y pensamiento crítico, apto para el cultivo de las virtudes intelectuales. Por eso, cuando faltan maestros, la universidad se tambalea y la sociedad se empobrece. Todo universitario sabe distinguir entre la competencia de un académico altamente cualificado y la 'auctoritas' que caracteriza al auténtico maestro. Más allá de sus sólidos conocimientos técnicos, el maestro es referente, ejemplo, modelo, pilar, y tiene la capacidad de fomentar en los estudiantes la libertad de pensar, elegir y aceptar, guiándolos en la búsqueda de su propia voz interior dentro del proceso educativo. El maestro propone, no impone; sugiere, no dogmatiza; abre horizontes, no colapsa expectativas. Apunta al ser, no al tener. Eugenio d'Ors , en su obra 'Flos sophorum. Ejemplario de la vida de los grandes sabios', de 1914, dejó un legado que resuena con fuerza en la actualidad. «¡Bienaventurado, no me cansaré de repetirlo, quien ha conocido maestro! Porque ése sabrá pensar según cultura e inteligencia. Habrá gozado, entre otras cosas, del espectáculo, tan ejemplar y fecundador, que es el de la ciencia que se hace, en lugar de la ciencia hecha, que los libros nos suelen dar. Quien aprende ciencia en el libro, corre peligro de volverse escientista, es decir, dogmático de lo sabido; quien, al contrario, recibe lección de maestro sabrá más fácilmente conservarse humanista, porque no se olvidará de la relación entre el producto científico y el hombre que arbitra y crea: y así él tendrá el culto del espíritu creador; no la esterilizante superstición del resultado». Quien tiene acceso a un maestro tiene mayores posibilidades de mantener su espíritu crítico, humanista e innovador, así como de comprender la conexión intrínseca entre conocimiento y humanidad, en comparación con quien simplemente escucha a un profesor competente. El alumno ve en el maestro un verdadero motor de sabiduría, en lugar de un mero mediador, por más calificado que este sea. Junto al maestro, el alumno vive un aprendizaje más humano y transformador, que impacta su personalidad, y se siente respaldado y seguro, como un atleta bajo la dirección de un entrenador que maximiza sus capacidades. La influencia del maestro es profunda y duradera, y su papel como guía en la búsqueda de la verdad resulta invaluable. Por ello, los grandes maestros dejan una huella imborrable en las personas, mientras que la influencia de los profesores competentes se esfuma ante el primer cambio brusco de contexto. La idea de una universidad dedicada a la formación de maestros fue brillantemente expuesta por un auténtico coloso del saber: el cardenal John Henry Newman . En su obra 'La idea de universidad', publicada en 1852, Newman articuló una profunda visión sobre el papel de la educación superior en el desarrollo integral de la persona humana. Argumenta que la universidad debe ser un espacio propicio para el fomento del pensamiento crítico y la búsqueda del conocimiento de la verdad, trascendiendo así la mera adquisición de habilidades prácticas. Newman defiende con acierto la importancia de una educación liberal interdisciplinar que promueva una comprensión holística de la realidad. Según Newman, la universidad no solo debe preparar a los estudiantes para una futura profesión, sino también para la vida en su totalidad, estimulando el cultivo y la práctica de virtudes morales. Asimismo, subraya la necesidad de un ambiente académico donde prevalezca la libertad de pensamiento y se genere un diálogo enriquecedor. Por ello, la calidad de la universidad está intrínsecamente ligada a la calidad de sus maestros. La existencia de maestros nos recuerda que la educación no debe ser reducida a un simple ejercicio de medición, por más que la evaluación sea conveniente e incluso necesaria para un desarrollo sostenido. Pero es la singularidad de cada maestro y cada estudiante lo que enriquece el proceso educativo. Por eso, defender y valorar la figura del maestro es esencial, ya que su contribución es incomparable. La mejora de las universidades depende, en gran medida, del fomento de la figura del maestro. Su capacidad para inspirar, su enfoque colaborativo y su criterio independiente son fundamentales para la formación de ciudadanos críticos, comprometidos y creativos. Para un maestro de nuestros días, la inteligencia artificial (IA) se convierte en una herramienta complementaria en lugar de un temido competidor tecnológico. El verdadero maestro la ve como un recurso que enriquece el proceso educativo y potencia su función magisterial en un entorno donde la tecnología ayuda a personalizar el aprendizaje. Y es que el maestro, en su esencia más profunda, entiende que toda educación, incluida la universitaria, es fundamentalmente un acto de amor. Se basa en una relación de servicio hacia los demás, que facilita su crecimiento y florecimiento personal en servicio de la sociedad. Este proceso requiere un intercambio de confianza y respeto mutuo, así como cuidado, atención y asombro. Es este vínculo humano el que la inteligencia artificial no puede replicar, ya que carece de la capacidad de amar, de ser libre y de contemplar. Por eso, el maestro es consciente de que, en la era de la inteligencia artificial, su labor sigue siendo insustituible. No solo por la semilla humana (y no meramente tecnológica) que deposita en el corazón de las personas, sino porque, con su servicio amoroso, contribuye a la formación de ciudadanos íntegros, comprometidos y capaces de enfrentarse a los desafíos de un mundo global en constante cambio.
abc.es
hace alrededor de 16 horas
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