cupure logo
delespañaparaqueconcomúnmontorolascatalántambién

Instrucciones para regar un clavel

Instrucciones para regar un clavel
Cuando llegó a mis manos brillaba yo más que él, y eso era muchísimo decir para un clavel tan radiante. Qué dulce es abril en Murcia, no os hacéis una idea. Según qué calles, para ricos y riders de Glovo, huelen a azahar “Y para ella todo fue rojo naranja, rojo dorado, con el sol que le daba en los ojos; y todo, la plenitud, la posesión, la entrega, se tiñó de ese color con una intensidad cegadora”. ('Por quién doblan las campanas') Hay un clavel en mi ventana y eso es mucho decir. Casi podría pasar desadvertido porque últimamente está cabizbajo, a pesar de tener el sol de cara, y porque últimamente hay tantas cosas en la ventana que intentar abrirla es tontería. Además, ni siquiera es una ventana, es una puerta corredera que da a un balcón y por la que el aire fresco de una noche veraniega no entra ni a saludar; el poyete es una mesa de IKEA. El clavel ha vivido días mejores, lo sé por el rojo desteñido de sus bordes, por la textura roída de los pétalos y la inconsistencia del brillo del tallo; ha vivido días mejores porque estamos entrando en julio y si yo voy a cumplir treinta años él va a cumplir tres meses. Cuando llegó a mis manos brillaba yo más que él, y eso era muchísimo decir para un clavel tan radiante. Qué dulce es abril en Murcia, no os hacéis una idea. Según qué calles, para ricos y riders de Glovo, huelen a azahar; la temperatura es tan perfecta que te recorre la piel como una cabalgata indolora de notas frescas y el sol te baña sin calarte del todo, como un gato lamiéndose el lomo. Julio es un desastre; imagina un incendio forestal en un Parque Natural en el séptimo infierno y unos bomberos demoníacos con mangueras de gasolina. Este mes pesa más en el aire que un secreto a voces; es el aliento denso de un dragón borracho. Mano a mano el clavel y yo fuimos a casa haciendo la fotosíntesis en comunión, paseando como flaneurs por la plaza de Santa Catalina y desdeñando los recelos de las señoras que pasaban por nuestro lado. “Que suerte tienen algunas”, decía una a la otra. Y algunos, no obstante. Como no hay en un hogar tan humilde espacio para albergar honores, construí la narrativa de que el poyete ese era el lugar más especial de la casa. Y lo acabó siendo por su rojo magnífico derrotando los grises de una habitación aburrida. El único lugar del mundo que poseía y poseo es un cuarto de cinco por dos, pero ahora tenía un jardín botánico. Resulta que aunque lo cuides se muere igual. Pero son cosas de la vida; lo primero que hace un electricista es trabajar a oscuras. El clavel se retuerce estático dentro de una botella de vino con agua que cambio regularmente. Siempre me aseguro de que no queden tricomas flotando, ni pétalos ni mosquitos pululando en el agua. Me da la espalda mirando al sol y gracias a Dios, supongo, que no tiene ojos para sufrir por ellos, ya quedo yo pensando si tanto sol es demasiado. Lo veo tostarse, cada día mientras trabajo, cabizbajo, roído, me niego a decir mustio, siendo un cadáver seco y con los pies mojados, un tótem que aspira sin razones a una primavera eterna. Yo trabajo y me mustio a su lado y poco a poco de clavel se torna espejo y veo mi decrepitud reflejada en la suya y de mi pelo brotan pétalos tiesos y ajados. Somos un trocito de vida inestable. Nos volvemos indistinguibles. Puede ser él quien conduzca hacia un atardecer impresionante o yo el que, envuelto en una cita de Hemingway, pose deslumbrante con un lazo naranja de cuerda plastificada dentro de un ramo. No se sabe si se trata de un escritor sin su ramo a juego o de una flor sin idea de qué coño decir; ambos intercambiables, ambos condenados a vivir secándonos por julio y por las circunstancias. El que se muere es él, pero quien ve pasar su vida, la suya y la mía, por delante, soy yo. Lo miro cada mañana sin atreverme a tirarlo. Me recuerda que hubo un día que fue bonito sin que pasara nada, que un clavel comprado por impulso puede sostener por sí solo la épica de toda una historia si no se le pregunta demasiado. Yo le sigo cambiando el agua porque hay algo profundamente humano en cuidar lo que se muere y porque hay algo profundamente roto en mi que me obliga a ver un Lázaro en cada muerte anunciada.
eldiario
hace alrededor de 12 horas
Compartir enlace
Leer mas >>

Comentarios

Opiniones