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La España singular

De la «España es diferente» del ministro Fraga, allá por los años sesenta, hemos pasado a la «España de las singularidades» de la ministra Montero. Según ella, de momento solo es singular Cataluña –y de ahí su financiación– pero no hay ningún problema para que todas las demás regiones puedan ser también singulares algún día. Todo es cuestión de proponérselo. Nada es más fácil que pasar de la pluralidad a la singularidad según convenga. Muchos se preguntan qué habremos hecho para merecer esto. Lo preguntan los compañeros de partido de la ignífuga ministra hasta sus propios subordinados que piden abiertamente su dimisión. Al final el sentido común se impondrá y confirmará la conclusión de Abraham Lincoln: «No se puede engañar a todos todo el tiempo». Todo el mundo sabe que aunque lleguemos a ser singulares alguna vez, el problema seguirá existiendo mientras haya quien pretenda siempre ser más singular que los demás. José Muñoz Almonte . Sevilla Se nos dice que vivimos en una democracia donde elegimos 'libremente' a nuestros representantes. Que en las urnas no hay coacción directa. Pero, ¿hasta qué punto esa libertad formal se traduce en la realidad? La mayoría de los ciudadanos no puede vivir porque los precios de la vivienda y alquileres los empujan a barrios alejados o a condiciones precarias. Tampoco es libre la elección de trabajo: muchas personas con formación aceptan empleos que no corresponden a sus estudios simplemente porque no les alcanza para sobrevivir o, incluso, se marchan del país. Ni siquiera la alimentación se salva porque los productos más saludables suelen ser los más caros. En época de vacaciones, al menos 5,6 millones de trabajadores españoles no pueden permitirse salir de casa. ¿Eso no es también una forma de exclusión de la libertad? Entonces, ¿para quién es, y para qué sirve, la libertad que se nos promete? Esta democracia no garantiza una libertad real, palpable. Una que no conste en elegir una papeleta cada cuatro años, sino la de construir un proyecto de vida digno. La nuestra es una libertad condicionada: por la renta, el origen, el azar o la fortuna. Somos libres en el voto, pero no en los resultados. Como en la vieja canción de 'Libertad sin ira'. Quizá hoy debamos preguntarnos si esa llamada libertad de la que hablaba Jarcha sigue siendo real, o si fue solo una promesa aplazada. Pedro Marín . Zaragoza
abc.es
hace alrededor de 5 horas
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