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Eloy de la Iglesia, el director maldito que retrató la cara B de la España de las primeras décadas de la democracia

Eloy de la Iglesia, el director maldito que retrató la cara B de la España de las primeras décadas de la democracia
Gaizka Urresti presenta en el Festival de Cine Fantástico de Sitges su documental sobre la figura y la trayectoria de uno de los realizadores más exitosos y polémicos de la Transicion y la primera etapa de gobierno socialistaGarcía Montero, director del Cervantes, critica que la RAE esté en manos de un “experto en llevar negocios desde su despacho” Homosexual, autodestructivo, comunista y cineasta combativo; diferente en temática y estilo al resto de su generación. Estos son algunos de los rasgos más notorios que distinguen a Eloy de la Iglesia (Zarautz, 1944 – Madrid, 2006). En ellos se parece enormemente a dos de los grandes realizadores del cine europeo del siglo XX: Pier Paolo Passolini y Reiner Werner Fassbinder. Cada uno en su estilo –poético Passolini, teatral Fassbinder y visceral De la Iglesia– desnudaron la época que les tocó vivir para mostrar sus miserias y zozobras. Passolini y Fassbinder tuvieron muertes trágicas relacionadas con sus pasiones y adicciones; Eloy de la Iglesia, acaso el más autodestructivo de la terna, tuvo una muerte absurda relacionada con un error médico. Más allá de estas similitudes, Eloy de la Iglesia llegó a ser uno de los cineastas más rentables comercialmente del cine español de finales de los 70 y los 80, especialmente con su serie de 'cine quinqui', pero también con películas que interpelaban al poder y a la hipocresía de la izquierda de entonces en materia de homofobia, como pasó con El diputado, cinta por la que recibió presiones de su partido, el PCE, para que abandonara el proyecto. Su continua preocupación –casi periodística, pues leía ávidamente la prensa cada mañana– por las ansias y temores que atenazaban a una sociedad que acababa de salir del largo túnel de la represión franquista, le hizo conectar con el gran público mejor que ningún otro de sus coetáneos, a pesar de que el suyo fue un cine que cuidaba poco la fotografía o el diálogo. Pero De la Iglesia también fue un creador que se implicó en sus proyectos de una manera muy personal, sin precauciones, hasta caer en la adicción a la heroína y la marginalidad que lo apartaron totalmente del cine y lo condenaron a la indigencia más absoluta durante casi una década, denostado por sus colegas de profesión y solo apoyado por los compañeros del PCE, que pagaron durante años los mínimos gastos de su manutención y alojamiento. 'Adicto al cine', radiografía de un creador sin frenos Todas estas perspectivas sobre la figura de este personal creador se abordan en Eloy de la Iglesia. Adicto al cine, un documental firmado por el realizador vasco Gaizka Urresti que, tras presentarse en el Festival de Cine de San Sebastián, llega ahora al Festival de Cine Fantástico de Sitges. Adicto al cine cuenta con testimonios tanto del biógrafo de De la Iglesia, Eduardo Fuembuena, como de distintas personas que le trataron y trabajaron con él a lo largo de su vida, como José Sacristán, Fernando Guillén Cuevo, Pedro Olea o Antonio Hens, guionista de su última película, Los novios búlgaros. Todos ellos radiografían a De la Iglesia y su historia de auge comercial y caída en los infiernos que borró su cine del mapa y casi de la historia oficial. “Mi primera aproximación a Eloy de la Iglesia se produce en el videoclub de Portugalete, mi pueblo, donde vi en los 80 por primera vez su cine de quinquis, sobre todo Navajeros, La estanquera de Vallecas y, en especial, El Pico, que precisamente es una película llena de escenas rodadas en Portugalete y trata el tema de la introducción de la heroína en el Euskadi”, explica Urresti en conversación telefónica. El director matiza que la idea del documental no fue en primera instancia suya, sino que “procede de una propuesta de Ohiana Olea [hija de Pedro Olea], que llevaba años queriendo abordar la figura de Eloy pero nunca conseguía presupuesto”. Explica que en un primer momento se había pensado en Diego Galán, amigo personal de De la Iglesia y rescatador de su figura –y, por lo tanto, restituidor de la misma en la profesión cinematográfica– en 1996, siendo Galán director del Festival de Cine de San Sebastián. “Pero finalmente no pudo ser porque Diego murió antes de que el proyecto encontrara financiación”, cuenta Urresti. “No fue hasta hace tres años que en una convocatoria de documentales de TVE entró el proyecto”, agrega el director, quien además del cine de jóvenes delincuentes, recuerda “haber visto El Diputado en Televisión Española en los noventa”. Un cine de lucha contra la represión moral franquista También explica otro nexo con De la Iglesia: como guionista de Chevrolet, la película de Javier Maqua sobre un director de cine heroinómano que vive en un coche y sigue a su actor fetiche, con quien ha mantenido una intensa relación sentimental. “Maqua, que había sido amigo de Eloy, refleja en esta película la historia de sus tiempos oscuros y su relación con José Luis Manzano”, dice en referencia al que fuera icónico protagonista de Navajeros, La estanquera de Vallecas, Colegas o El Pico, un joven actor con el que De la Iglesia tuvo una relación de amor, destruida por la adicción de ambos a la heroína. Eloy de la Iglesia. Adicto al cine da cuenta de la caída en los infiernos del cineasta vasco, pero también reivindica su carrera anterior, marcada por un cine sumergido en la actualidad y siempre desde un punto de vista crítico, aunque directo, muchas veces brutal y de imágenes de violencia, sexo casi explícito y alto impacto. “Estoy seguro de que él no había visto, al menos no con ojos de estudioso, el cine de Passolini o Fassbinder, pero coincide con ellos plenamente en circunstancias y objetivos críticos a la hora de explicar el mundo en que vivieron”, apunta Urresti. Poster de la película 'Navajeros'. “Hay un cine previo a la década de los 80 muy fecundo y que retrata las pulsiones de la sociedad –y en especial de la homosexualidad española– por sacudirse la brutal represión sufrida durante el franquismo, una represión que al fin y al cabo era la del propio Eloy como homosexual”, opina Urresti. Títulos como El sacerdote, Miedo a salir de noche, Los placeres ocultos o La otra alcoba sirven de ejemplo de esta tesis, una serie que culmina con El diputado, de 1978, una película que retrata a un diputado de izquierdas de la primera legislatura democrática que decide hacer pública su homosexualidad. “Fue una cinta que incomodó a muchos sectores de la izquierda entonces, porque la realidad es que hace como quien dice tres días a la izquierda le incomodaban los temas de identidad sexual”, apostilla Urresti. Llega el cine de quinquis Tras una etapa de éxito comercial y gran conexión con el público merced a su cine social, directo, lleno de sexualidad y muchas veces bizarro, De la Iglesia entra en una modalidad en boga durante la Transición, que abordaba la vida y “gestas” de un nuevo colectivo juvenil que emergía en los barrios obreros y de chabolas de las grandes ciudades españolas, sobre todo Barcelona, Madrid y Bilbao: los quinquis. Mientras directores como José Antonio de la Loma retratan desde Catalunya, y con una cierta épica bandolerista, a aquellas bandas de delincuentes adolescentes con la saga de Perros callejeros, De la Iglesia busca otra perspectiva. “Eloy prefiere introducir en sus cintas un componente de análisis social y conferirles el rol de héroes trágicos cuyo destino está marcado desde la cuna”, dice Urresti, que destaca la “óptica de izquierdas”, del cineasta guipuzcoano frente al catalán, “que procedía de la derecha”. Frente a un “cine de quinquis” que relata hechos violentos uno tras otro, De la Iglesia presenta delincuentes con historias detrás, por mucho que al final la violencia resultante sea la misma en Perros callejeros que en Navajeros, según el director de Adicto al cine. Urresti cree que en el caso de El Pico, De la iglesia va más allá, “porque se mete en el tema de la supuesta introducción de la heroína en Euskadi en los 80 por parte de la Guardia Civil, algo que incomodaba mucho al poder entonces”. Precisamente la heroína como plaga fue un tema que trató en su cine de delincuentes hasta el punto de llegar a caer él mismo en la adicción junto a su pareja de entonces y actor fetiche, José Luis Manzano. “De la Iglesia se implicó con el cine que hacía con toda la autenticidad, para lo bueno y lo malo”, remacha Urresti. Aquella adicción se lleva por delante a Manzano –también Fassbinder perdió por culpa de las drogas a su amante y actor fetiche El Hedi ben Salem– y tiene enganchado a De la Iglesia durante cuatro años, tras los cuales cae en una profunda depresión que le sume en la indigencia, solo apoyado económicamente por Rafael Azcona y el resto de sus camaradas del PCE. Fueron unos años en los que la cultura oficial y el mundo del cine le dieron la espalda. “Se convirtió en un director incómodo no solo por su comportamiento, sino también porque el socialismo quería mostrar a finales de los 80 otro cine más acorde con el estándar europeo; un cine de país integrado en la UE [desde 1986] y que está a punto de acoger unos juegos olímpicos [Barcelona] y una exposición universal [Sevilla], pero Eloy, en cambio, retrataba el país que se escondía tras ese triunfalismo”, concluye Urresti. No es hasta 1996, merced a la iniciativa de Diego Galán, viejo amigo de De la Iglesia y la sazón director del Festival de Donosti, cuando recupera el apoyo de la profesión. A partir de ahí, completamente limpio de adicciones y depresiones, con un impulso nuevo, rueda en 2001 la producción televisiva Calígula y en 2003 Los novios búlgaros. Pero en 2006, tras una aparentemente sencilla operación para la resección de un tumor benigno, falleció por complicaciones posteriores. Así terminaba la vida de uno de los directores más controvertidos del cine español de la segunda mitad del siglo XX; un director que según Urresti, “tal vez sea un descubrimiento estimulante para las generaciones de espectadores más jóvenes entre tanto producto estéticamente perfecto y temáticamente intelectualizado y anestesiado”.

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