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En procesión hasta Dunquerque entre caídas y montoneras

Aficionados y periodistas confiaban en que el viento de costado, la lluvia y la inercia de un comienzo vibrante aliñase la tercera etapa del Tour, candidata clara a terminar con un esprint masivo en las calles de Dunquerque, allá donde en 1940 los aliados protagonizaron la retirada más famosa de la Segunda Guerra Mundial (a sólo diez kilómetros de la frontera con Bélgica). Sin embargo, aunque por la mañana había caído bastante lluvia (llegando incluso a retrasarse la salida), la ausencia de viento y un aparente pacto de no agresión depararon este lunes una jornada tediosa y blanda que para colmo ni siquiera fue pura cháchara: la romería dejó de ser festiva cuando Jasper Philipsen (Alpecin), el primer líder de este Tour, sufrió una caída tremenda en el único esprint intermedio de la etapa al ser desplazado por el francés Bryan Coquard (Cofidis) a 60 kilómetros de meta. (La segunda imprudencia de Coquard en sólo tres etapas). El velocista belga, con una probable fractura de clavícula, rompía así de forma abrupta el romance de su equipo con el Tour 2025. Después, a dos kilómetros de meta, se produciría una montonera en el pelotón. Quizá fuese el estrés acumulado de las dos primeras jornadas, sorprendentemente intensas, el que sumiese al pelotón en un exceso de tranquilidad que muchos espectadores pudieron considerar poco profesional: las velocidades de las bicicletas en algunos tramos fueron inusitadamente bajas mientras los comentaristas televisivos sudaban para mantener el interés de la afición. Sólo algunas rachas de viento en contra atenuaron la desidia general en un territorio muy conocido por la célebre clásica París-Roubaix. A 40 kilómetros de meta arrancó Tim Wellens (UAE), vigente campeón belga, en un aparente ataque de orgullo. Rápidamente adquirió más de un minuto de ventaja, justo cuando comenzaba la única cota montañosa del día, el puerto de Cassel, que curiosamente ya se subió el sábado. Wellens había roto el pacto del aburrimiento, pero nadie fue a buscarle, y el belga alcanzó la cima adoquinada de Cassel (cuarta categoría) con casi dos minutos de ventaja. Después se detuvo, como si ya hubiese cumplido, y fue apaciblemente engullido. De hecho, había logrado su objetivo: empatar en la clasificación de la montaña con su líder, Tadej Pogacar , y llevar así el maillot de lunares, evitándole al esloveno la hora de promoción que sigue a todo final de etapa. Después volvió el pacto de no agresión. Los cinco kilómetros finales eran idóneos para preparar bien un esprint: sin muchas cuestas, aunque con un par de curvas complicadas para condicionar la arrancada de los velocistas y ofrecer alguna emoción fuerte después de la siesta. Al debutante italiano Jonathan Milan (Lidl Trek), gran favorito en las apuestas, le superó el belga Tim Merlier (Soudal) por medio tubular. Será difícil ver una etapa más soporífera y accidentada en los veinte días que restan hasta arribar a París. Una jornada extraña, con un peaje muy duro para Philipsen y el equipo Alpecin después de 48 horas de ensueño. Al menos Mathieu Van der Poel sigue de líder.

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