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Cómo las protestas de la generación Z en Madagascar han acabado con un presidente huido y un golpe militar

Una unidad del Ejército ha anunciado que asume el control en el país del Índico durante ente 18 y 24 meses "hasta restablecer el poder civil legítimo"Una unidad militar anuncia la toma del poder en Madagascar tras la huida del presidente asediado por las protestas Madagascar afronta una encrucijada histórica tras una oleada impulsadas por jóvenes de la generación Z. El Cuerpo de Administración de Personal y Servicios del Ejército de Tierra (CAPSAT), una unidad de élite que controla militar, se ha alzado, suspendido la Constitución, disuelto las instituciones clave y asumido las funciones del Estado tras la huida del presidente, Andry Rajoelina. Lo que parecía una crisis política más se ha convertido en un cambio abrupto de poder. El país ha entrado este miércoles en una nueva era de gobierno militar tras el golpe. Las causas, varias y acumuladas El detonante que encendió las calles de Madagascar fue algo cotidiano: cortes de electricidad y fallas recurrentes en el suministro de agua. En Antananarivo, la capital, amplios sectores sufrían desde finales de septiembre apagones de hasta 12 horas diarias mientras las autoridades seguían adelante con megaproyectos como un teleférico urbano. Detrás del malestar por los malos servicios hay un caldo de frustraciones estructurales: pobreza generalizada –según el Banco Mundial, alrededor del 70% de los más de 30 millones de habitantes de Madagascar vive bajo el umbral de la pobreza–, desempleo juvenil, inseguridad institucional, acusaciones de corrupción y una gobernanza percibida como desconectada de las mayorías. Miles de jóvenes comenzaron a manifestarse a partir del 25 de septiembre, agrupados bajo el nombre de Gen Z Madagascar, con lemas como “Mitsangana ry Tanora” (“levántate, juventud”) y denuncias directas al Gobierno. Las protestas subieron de intensidad cuando las fuerzas policiales respondieron con gases lacrimógenos, golpes y enfrentamientos que causaron al menos 22 muertos, según Naciones Unidas. En este contexto, el presidente Rajoelina intentó maniobrar políticamente: primero disolvió el gobierno del primer ministro Christian Ntsay, luego nombró a un militar como sustituto, y finalmente trató de disolver el Parlamento cuando este avanzó hacia su destitución. Ha acabado huyendo “a un lugar seguro”. El giro militar: el CAPSAT se subleva y asume el poder El punto de inflexión ocurrió el 11 de octubre, cuando la unidad militar CAPSAT desobedeció las órdenes de reprimir a los manifestantes y se alineó con las protestas. En pocas horas, el CAPSAT tomó el control del aparato militar, ganó adhesiones dentro del Ejército y aisló al presidente. El CAPSAT declaró el 13 y 14 de octubre que había asumido el “mando militar total”, suspendió la Constitución, disolvió el Senado, el Consejo Constitucional, la comisión electoral y otros órganos estatales críticos, dejando solo operativa la Cámara baja (Asamblea Nacional) con funciones simbólicas. El coronel Michael Randrianirina se autoproclamó presidente interino y anunció que gobernaría mediante un consejo de transición militar-civil por un periodo de entre 18 a 24 meses, “hasta restablecer un poder civil legítimo”. Fotografía de archivo del presidente huido de Madagascar, Andry Rajoelina. Mientras tanto, Rajoelina huyó del país, supuestamente evacuado en un avión de origen francés, y fue acusado por el Parlamento (pese a los intentos del presidente por disolverlo) de abandono de funciones e impunidad constitucional. Su destitución fue aprobada por los legisladores, cerrando formalmente así el proceso constitucional ante el vacío de poder. Francia, antiguo poder colonial hasta 1960, ha sido señalada por haber intervenido en la evacuación de Rajoelina y de mantener redes de influencia con sectores clave y estratégicos del país. Además, el presidente francés, Emmanuel Macron, ha recibido críticas por sus comentarios sobre el proceso, vistos por muchos como amistosos con el Gobierno caído. Entre la pobreza y la geopolítica del Índico Madagascar, la cuarta isla más grande del mundo, ha sido durante décadas un ejemplo de la paradoja africana de la maldición de los recursos: sufre una pobreza estructural persistente pese a su riqueza natural inmensa. Con casi 30 millones de habitantes, posee abundantes recursos minerales (níquel, cobalto, zafiros) y una biodiversidad única —más del 80% de sus especies no existen en ningún otro lugar del planeta—, pero su PIB per cápita ronda apenas los 600 dólares anuales, uno de los más bajos del mundo. En términos políticos, el país ha vivido una sucesión de crisis e inestabilidades desde su independencia de Francia en 1960. Golpes militares (1972, 1991, 2009 y ahora 2025), elecciones impugnadas y gobiernos de transición han sido una constante. A nivel geopolítico, Madagascar ocupa una posición estratégica en el océano Índico, un corredor clave entre África y Asia. Esa ubicación atrae el interés de potencias globales: Francia mantiene una influencia histórica; China e India han incrementado su presencia económica y su inversión en infraestructuras; Rusia y Turquía buscan socios militares y diplomáticos en la región. El país depende absolutamente de la ayuda internacional y de la cooperación multilateral. Según datos recopilados por Le Monde, el 70% del gasto de inversión del gobierno malgache depende del financiamiento externo, y en sectores como la salud, la educación y el medio ambiente, la dependencia supera el 90%. Este mismo año, el Banco Mundial aprobó una ayuda de 100 millones de dólares para Madagascar para apoyar reformas estructurales en sectores clave como las telecomunicaciones, la energía o la minería. Por otro lado, la retirada del programa estadounidense de USAID en el oeste del país interrumpió las ayudas para programas de asentamiento agrícola, de los que se habían beneficiado unas 1.000 personas.
eldiario
hace alrededor de 4 horas
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