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El mito del 'modelo danés': por qué es una trampa copiar el discurso ultra

El mito del 'modelo danés': por qué es una trampa copiar el discurso ultra
La estrategia de Mette Frederiksen ha sido un experimento peligroso que normaliza el discurso ultraderechista y sus propuestas, a la vez que profundiza la polarización De Dinamarca a Finlandia: el fin de la cultura de acogida de migrantes en los países nórdicos En junio de 2019, la líder socialdemócrata Mette Frederiksen se convirtió en primera ministra de Dinamarca con una promesa de campaña que incomodaba a muchos tanto dentro de su propio partido como a sus aliados políticos fuera del país: una política migratoria restrictiva. El discurso tenía más puntos en común con la agenda ultraderechista que con la histórica visión multicultural del centroizquierda. Su triunfo electoral y su posterior reelección en 2022 dispararon un debate sobre la estrategia política para combatir a la ultraderecha. ¿Acaso copiar sus propuestas xenófobas le quitaría la hegemonía discursiva sobre el tema? ¿Era esa la solución? ¿O en realidad estamos ante un mito de éxito que ignora los verdaderos daños que este rumbo político ha generado en la sociedad?  El “modelo danés” El 18 de junio de 2015, la fuerza ultraderechista Dansk Folkeparti (Partido Popular Danés, DF) daba un golpe al obtener el 21% de los votos y con ello disparar el miedo de todo el espectro político. El pánico llevó al resto de los partidos a realizar una lectura errónea de la situación en la que se concluía que la única forma de combatir a esa potente ultraderecha era asumir que tenía razón, que el problema de Dinamarca era la inmigración y que restringiendo la llegada de extranjeros se solucionaría todo. La socialdemocracia compartía ese razonamiento y con la asunción de un nuevo liderazgo encabezado por Mette Frederiksen se produjo un cambio de paradigma en la nación.  La primera ministra danesa, Mette Frederiksen, habla con los medios de comunicación al llegar al Castillo de Christiansborg en Copenhague, Dinamarca, el 1 de octubre de 2025, para una reunión informal de los jefes de estado y de gobierno de la UE. Cuatro años después, en 2019, la socialdemocracia volvía a quedar en primer lugar, incluso pese a perder un punto respecto a las elecciones anteriores. Sin embargo, algo había cambiado, ya que la ultraderecha se había derrumbado. El DF había perdido más de la mitad de los votos y el centroderecha gobernante hasta ese momento había crecido hasta el segundo lugar. Algunos se aventuraban a decir que Dinamarca había regresado a la normalidad. Sin embargo, fue un espejismo. El nuevo Gobierno cambió de signo político y fue asumido por Frederiksen y los socialdemocrátas. Tras apoyar desde la oposición los cuatro años de política migratoria restrictiva, que incluía por ejemplo anuncios en medios extranjeros desalentando la solicitud de asilo en Dinamarca, la socialdemocracia optó por continuar con ese rumbo. La caída del DF les daba argumentos para pensar que estaban en lo correcto, aunque seguía siendo llamativo que un Ejecutivo controlado por un partido de centroizquierda continuase con una orientación política que podría considerarse opuesta a los valores fundamentales de su ideología como la igualdad o la fraternidad.  Frederiksen se convirtió en portavoz de un marco propio de la ultraderecha nativista que señala al migrante como un competidor por los recursos sociales En 2020, Frederiksen estableció una agencia gubernamental para agilizar las deportaciones. En febrero de 2021, llevó adelante una de sus propuestas de campaña que consistió en la externalización del problema al procesar las solicitudes de asilo fuera de Europa y pese a que el Parlamento votó a favor por amplia mayoría, la ley nunca se aplicó. Sin embargo, el mero anuncio ya había generado un impacto en la opinión pública y a la vez en la percepción social sobre los extranjeros. Se trataba de una visión estigmatizante del migrante que era sostenida en reiteradas ocasiones por la propia primera ministra. Frases de la primera ministra como “la inmigración masiva ha destruido partes de nuestra vida cotidiana”, expresada al semanario alemán Der Spiegel, son ejemplo de ello. Aunque la más impactante fue la manifestada en febrero de 2025 al New York Times: “Hay un precio a pagar cuando demasiada gente entra en tu sociedad. Quienes pagan el precio más alto por esto son la clase trabajadora o las clases bajas”. Con esta declaración, Frederiksen se convertía en portavoz de un marco propio de la ultraderecha nativista que señala al migrante como un competidor por los recursos sociales. Una lógica perversa que normaliza la idea de que el trabajo, la vivienda o los subsidios son botines en disputa factibles de ser arrebatados por el extranjero. El resultado es inequívoco: convertir al extranjero en el enemigo. El espejismo La reelección de Frederiksen en 2022 se convirtió en una cortina de humo que ocultó los efectos colaterales del “modelo danés”. Al menos eso sostienen las publicaciones de la Fundación Friedrich Ebert (FES) que analizan el tema en profundidad. En el estudio titulado ¿Modelo exitoso o trampa?, el think tank alemán concluye que el precio pagado por haber profundizado la agenda antiinmigración fue demasiado alto en varios aspectos.  En principio el objetivo inicial de este cambio de paradigma, que impulsó Frederiksen cuando asumió el liderazgo del partido en 2015, era reducir las solicitudes de asilo. Y según los datos disponibles, es factible afirmar que han cumplido ya que los números han bajado a mínimos históricos. Sin embargo, el estudio de la FES sostiene que es engañoso señalar que las medidas de endurecimiento son el único factor explicativo de esta reducción. En efecto, la caída se ha dado en otros países nórdicos como Noruega o Suecia. Acuerdos entre la Unión Europea y Turquía, el desarrollo de la guerra en Ucrania, la pandemia y otras variables globales han impactado en las solicitudes de asilo. En otras palabras, Dinamarca no destaca si la comparamos con lo que sucede actualmente en el contexto nórdico. No obstante, lo más potente del trabajo de la FES es su análisis del impacto de estas políticas en el voto ultraderechista, es decir, en el objetivo ulterior del rumbo político socialdemócrata danés. Por un lado, el texto indica que hubo un trasvase de antiguos votantes del DF hacia el partido de Frederiksen, aproximadamente un 10% del total; aunque no se debió a su apoyo a política antiinmigración sino a la parte social de su agenda que se sostenía en la bandera histórica del Estado de bienestar y la redistribución de la riqueza. En las elecciones posteriores que se daban tras tres años de Frederiksen en el poder, el apoyo a la ultraderecha creció, aunque en este caso dividida en tres ofertas políticas De hecho, cuando se analizan las motivaciones del voto y se pone el foco en aquellos movilizados por la antiinmigración queda en evidencia que ese grupo prefirió quedarse en el DF. Asimismo, el análisis menciona que, así como la socialdemocracia recibió algunos votos desde el electorado ultraderechista, también perdió apoyos en sectores históricamente de izquierdas por aquel viraje en la cuestión migratoria. Otro aspecto que explica la caída de la derecha radical es la importancia del tema del medio ambiente en aquella campaña, un elemento prácticamente inexistente en la narrativa del DF. En cualquier caso, el resultado de ese 2019 seguía siendo interpretado como una validación del rumbo: ¿acaso la ultraderecha no había perdido la mitad de los votos? En realidad no se habían perdido, sino que se podría decir que se habían reordenado. En efecto, el estudio de la FES señala que en 2022, es decir en las elecciones posteriores que se daban tras tres años de Frederiksen en el poder, el apoyo a la ultraderecha creció, aunque en este caso dividido en tres ofertas políticas: el ya mencionado DF, los Demócratas de Dinamarca (DD) y la Nueva Derecha (NB). El resultado conjunto representa un 15% de los votos y el ingreso de todos esos partidos al Parlamento nacional. Si a este grupo le sumamos la Alianza Liberal (LA), cuya ideología apunta al libertarismo de derechas, el número asciende a más del 17%.  Pese a sus diferencias puntuales, esta constelación de partidos comparte una visión del mundo propia de la familia política de la derecha radical populista europea, razón por la cual no es descabellado pensar en eventuales alianzas para establecer bloqueos legislativos, construir hegemonía discursiva en los medios y los debates, o incluso apoyar o formar un gobierno. Las encuestas actuales, por su parte, indican que tanto DF, como DD y LA crecen con fuerza y en conjunto obtendrían diez puntos más que en 2022. Un crecimiento que se contrapone a la caída del partido de gobierno: la socialdemocracia perdería más de seis puntos porcentuales si las elecciones fueran hoy. La trampa de asumir el discurso ultra El 20 de septiembre de 2025, la primera ministra Frederiksen anunció cambios en su gabinete. El nombramiento de Rasmus Stoklund como nuevo ministro de Inmigración e Integración, considerado un hardliner en relación con la política migratoria, ratificó el rumbo conservador de los socialdemócratas en este tema. Lo que en un inicio parecía una estrategia electoral para ganar elecciones hoy se ha convertido en una de las prioridades de Frederiksen. Incluso durante la presidencia rotativa del Consejo de la Unión Europea, que Dinamarca ostenta su país hasta fin de año, la primera ministra se ha concentrado en impulsar la protección de las fronteras exteriores para evitar y controlar la inmigración irregular. Lo llamativo es que frente a los datos no parece haber una intención de modificar nada. Incluso cuando el análisis de la situación social en Dinamarca da cuenta de que la profundización de la narrativa xenófoba y la aplicación de medidas antiinmigración han aumentado las tensiones sociales preexistentes y normalizado las propuestas ultraderechistas. Lo que termina sucediendo es la creación de un sistema de discriminación institucionalizado que ha desembocado en una sociedad desarticulada y desigual por motivos de procedencia La política de los socialdemócratas ha tenido un alto coste social y ha dañado los derechos fundamentales de miles de inmigrantes. El Comité Europeo contra la Tortura ha publicado un informe en 2024 que critica las condiciones de los migrantes y refugiados en los centros de deportación daneses. Además, las medidas gubernamentales dificultan la reunificación familiar provocando la separación de padres e hijos con las correspondientes consecuencias para la estabilidad mental de esas personas. De hecho, la precariedad permanente y la imprevisibilidad a la que son expuestos afecta su salud mental y su integración social, cuya consecuencia directa es la marginalidad y el eventual aumento de la conflictividad. Es evidente que esta política apunta a la disuasión, es decir, a forzar el retorno de los migrantes y refugiados y a la vez transmitir una imagen de recepción hostil. Sin embargo, lo que termina sucediendo es la creación de un sistema de discriminación institucionalizado que ha desembocado en una sociedad desarticulada y desigual por motivos de procedencia. La falta de integración ha fomentado los choques culturales y con ello la cohesión social y la convivencia han empeorado notoriamente, no solo para los migrantes sino también para los locales.  El mito del modelo danés, más que representar una estrategia contra la ultraderecha, se manifiesta como un experimento peligroso que normaliza el discurso ultraderechista y sus propuestas, a la vez que profundiza la polarización en una sociedad.  Franco Delle Donne es doctor en Comunicación por la FU Berlin e investigador en la Werkstatt für Sozialforschung Berlin. Es autor del libro 'Epidemia Ultra. Del fascismo europeo a Silicon valley: anatomía de un fenómeno que está conquistando el mundo'.

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