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La Mouraria de Lisboa, el barrio de migrantes señalado por la ultraderecha: "Han enfrentado a pobres contra pobres"

La Mouraria de Lisboa, el barrio de migrantes señalado por la ultraderecha: "Han enfrentado a pobres contra pobres"
El dicurso extremista de Chega agita el malestar social y contagia a los conservadores en este histórico enclave de la capital portuguesa Los conservadores vencen sin mayoría en Portugal, con los socialistas en segundo puesto y la ultraderecha disparada Uno de los más emblemáticos barrios lisboetas es el de la Mouraria [morería], llamado así porque fue el área a la que se envió a los musulmanes de la ciudad tras conquistarla el rey Alfonso Henriques en el siglo XII. Se extiende por la ladera bajo el castillo de São Jorge, entre calles alambicadas, hasta la céntrica plaza de Martin Moniz. La Mouraria era un lugar deprimido de la urbe hacia el final de la década de los 2000. Sus calles son hoy, de nuevo, un crisol que muestra la variedad étnica de la capital atlántica. Los residentes históricos, a través de organizaciones pioneras como Renovar a Mouraria, han luchado por revitalizarla y, más recientemente, por ayudar a los recién llegados, perdidos en la maraña administrativa lusa. Imparten cursos de idiomas, enseñan nociones empresariales, ayudan con los trámites burocráticos –cada vez más kafkianos–, tejen redes y, en definitiva, crean comunidad. La derechización del discurso político ha dificultado su trabajo, según relatan sus miembros. La asistente social Rita Castro cree que ha existido la voluntad política de estigmatizar al migrante humilde como culpable de todos los males portugueses. “Han conseguido enfrentar a pobres contra pobres”, explica esta mujer de 54 años, que trabaja en el Centro Local de Apoyo a la Integración de Migrantes de la Mouraria (CLAIM), asociado a la organización de barrio. Castro dice que los inmigrantes “tienen la espalda ancha” (têm as costas largas), una expresión que en portugués tiene un sentido ligeramente diferente al castellano. Alude al chivo expiatorio, a quien asume culpas y responsabilidades que no le corresponden. Según esta fórmula, uno de los colectivos con más ancha tiene la espalda de Lisboa es el de los llegados del Indostán (India, Pakistán, Bangladés, Nepal), que en los últimos años han aumentado notablemente su presencia en la capital portuguesa, así como en el resto del país. Portugal cerró 2024 con más de 1,5 millones de residentes extranjeros, lo que supone cuatro veces más que en 2017, según datos de la Agencia de Integración, Migración y Asilo (AIMA). El grueso es, sin embargo, originario de Brasil, una comunidad que por lazos lingüísticos y culturales tiene una capacidad de asimilación muy superior y vía preferente a la nacionalidad. La “percepción” del crimen, los “carteristas” y el espectáculo televisivo El técnico jurídico del CLAIM Yuri Ataides, de 36 años, ve una “espectacularización” de las operaciones policiales en el barrio, especialmente la que el pasado diciembre llevó a agentes con equipación antidisturbios a poner contra la pared de una calle a decenas de migrantes que por allí estaban. La maniobra no formó parte de ninguna investigación criminal, sino que tuvo un carácter “preventivo” y resultados más televisivos que prácticos. “Intentan usar la inmigración como una cortina de humo para ocultar los verdaderos problemas, como los bajos salarios, los alquileres altísimos y lo caros que están los alimentos”, señala Ataides. “Los problemas existen, pero no están ligados a la inmigración en sí”, defiende. Y también son los propios portugueses los que sufren. “Siempre me acuerdo de un señor mayor que va a la tienda de comida de la esquina a por la comida que le deja junto a la basura el dependiente, un chico de Bangladés”, relata. La Encuesta Social Europea indica que los portugueses son de los europeos con mejor percepción de la contribución económica de los migrantes, según señala João Carvalho, politólogo investigador del Instituto Superior de Ciências do Trabalho e da Empresa en Lisboa, especializado en migraciones, movilidad y etnicidad. El experto alega que André Ventura, el líder del partido ultraderechista Chega, trata de trasladar los estereotipos negativos tradicionales que en Portugal recaen sobre los gitanos a las comunidades migrantes del Indostán. “Dice que son carteristas, que van a aumentar los delitos”, indica. Los resultados electorales sugieren que la táctica es efectiva. Peatones en la calle do Benformoso, en la Moureria lisboeta. Carvalho señala asimismo la responsabilidad del alcalde de Lisboa, Carlos Moedas, del conservador Partido Social Demócrata, formación que ha vuelto a ganar las elecciones legislativas asumiendo en parte el discurso sobre la seguridad de Ventura. “Moedas dice que Lisboa es una ciudad con mucho crimen cuando las estadísticas muestran precisamente lo contrario. Y su respuesta cuando se le señala eso es que no se trata de la estadística, sino de la percepción”. El ascenso de Chega se ve con desazón entre los empleados de Renovar a Mouraria. “Esto va a ir a peor”, teme Castro. Farhana Akter, mediadora cultural de 43 años que vive en Lisboa desde hace cinco, llega a la sede, situada en una calleja que asciende desapercibida desde una vía perpendicular por la que pululan los turistas. Comenta con un colega: “¿Qué opinas de las elecciones? Es horrible, ¿no? Pero calma, primero una cosa y luego otra”. La asociación tiene dificultades financieras por las elecciones. Recibe subvenciones vinculadas a proyectos y la caída sucesiva de Gobiernos en Portugal que apenas han empezado a ejercer —desde 2019 el país ha celebrado cuatro elecciones— interrumpe los procedimientos administrativos, retrasa los pagos y pone en peligro la continuidad de los programas. Desamparados ante el Estado Ateides llama la atención sobre las dificultades crecientes de los migrantes irregulares para entrar en la rueda administrativa. “Cambiaron la ley y ahora es prácticamente imposible [...] se quedan desamparados ante el Estado”, afea. Privados de acceso a la sanidad, a la educación, a los bienes básicos, no pueden formalizar su situación laboral, lo que a su vez dificulta el acceso a la vivienda, cuyos precios están disparados en la capital. “Los caseros se aprovechan de esta vulnerabilidad”, explica el técnico, que habla de casos en los que se exige el pago de un año de renta como fianza o de alquileres informales que el dueño declara extinguidos pasados los meses, sin posibilidad de réplica, porque hay un mejor postor para el inmueble. La situación es cada vez más compleja, protesta Castro. “Piden conocimiento del idioma incluso para trabajos de limpiadora [...] El racismo se ve cuando acuden a los propios servicios públicos. Les dicen 'vete a tu país”, lamenta. “Incluso para vacunar a los niños les ponen problemas, cuando es obligatorio”, se indigna. “Se está cargando contra los migrantes para encubrir la incompetencia de los gobernantes para lidiar con la crisis económica gravísima en la que estamos, como ha pasado en EEUU o en Francia”, reflexiona Ateides. El técnico cree que, más allá de herramientas jurídicas, es necesaria “racionalidad y empatía” por parte de los ciudadanos. “Hay que tener sentido crítico y no tomar todas las informaciones que se reciben como reales. Hay un exceso nocivo de información en las redes sociales, que están llenas de basura”, advierte. “Y los medios de comunicación tienen que hacer su trabajo, es esencial”, añade. Akter, originaria precisamente de Bangladés, pide tener la cabeza fría. Los plazos legales impiden que vuelva a haber elecciones antes de un año. “Debemos pensar calmadamente”, resuelve.
eldiario
hace alrededor de 9 horas
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