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Silenciados, comprados o encarcelados: cómo se enfrenta Putin a un sector ultranacionalista cada vez más exaltado

Los blogueros militares, muchos de ellos veteranos de la guerra de Ucrania, tienen centenares de miles e incluso millones de seguidores y difunden una narrativa contraria al discurso de guerra de Vladímir Putin, a quien acusan de blandoOperación Telaraña: las imágenes de satélite del antes y el después de los ataques de Ucrania contra aviones rusos Cada vez que Rusia sufre un revés a manos de Ucrania, asoma el germen del descontento entre los sectores más radicales del entorno del ejército ruso y sobrevuela el fantasma de una nueva rebelión como la que capitaneó el líder del grupo de mercenarios Wagner, Yevgueni Prigozhin, en junio de 2023, desafiando a Vladímir Putin. Ocurrió tras las exitosas contraofensivas ucranianas al principio de la guerra, volvió a suceder con la incursión en Kursk y ahora se repite la historia. El ataque con drones ucranianos contra bases aéreas rusas, y la que algunos han considerado una respuesta tibia del Kremlin, ha vuelto a desatar las críticas del ultranacionalismo a la estrategia militar del Gobierno ruso. Pero, ¿hasta qué punto este sector supone una amenaza real para Putin? ¿Debería temerles el presidente ruso? ¿Sería posible la aparición de un nuevo Prigozhin? Blogueros Z: cooptación y silenciamiento Que el ataque de los servicios secretos ucranianos en lo más profundo del territorio ruso tuviese lugar el día en que el jefe de Wagner habría cumplido 64 años fue una irrelevante coincidencia que, sin embargo, dio argumentos a sus seguidores para ensalzar su figura en contraposición a la de los actuales responsables de las Fuerzas Armadas rusas. “Hoy el enemigo ha demostrado que siempre tuviste razón en tus valoraciones y declaraciones, y que dejarlas atrás conduce finalmente a la tragedia”, escribió en Telegram el mismo 1 de junio Alekséi Milchakov, neonazi, presunto criminal de guerra y fundador de una unidad paramilitar que combatió a las órdenes de Prigozhin. Los llamados blogueros Z, que con carácter general se dedican únicamente a aplaudir las acciones del ejército ruso, estaban en estado de shock tras ver abrirse los techos de los camiones para dar vía libre a los drones kamikazes ucranianos. Días después, cuando un bombardeo nocturno en Kiev, que dejó cuatro muertos y 20 heridos, se interpretó por los blogueros como la primera represalia por el peor ataque contra aeródromos rusos, la indignación empezó a aflorar en los canales más populares de la aplicación de mensajería. “¡Es una vergüenza! Con respuestas así, Rusia puede ser privada tranquilamente de su tríada nuclear estratégica”, escribió Alex Parker Returns, exmiliciano cercano a Wagner a quien siguen más de 250.000 personas. “Si esto es lo máximo de lo que somos capaces sin utilizar armas nucleares, entonces deberíamos golpearlos con armas nucleares y destruir una por una las ciudades enemigas”, añadió Iván Ivánov, un piloto de la aviación rusa con más de 550.000 suscriptores en su canal. Los blogueros militares, generalmente veteranos de guerra, antiguo personal de seguridad y, por lo tanto, gente con credibilidad en combate y capaz de transmitir de primera mano lo que pasa en el frente, lograron conectar con el público ruso más beligerante desde el inicio de la invasión y se erigieron en actores incómodos para el Kremlin. A pesar de que apoyan sin fisuras el esfuerzo militar, su cuestionamiento de las decisiones del Ministerio de Defensa y sus amplias audiencias, en algunos casos millonarias, han sido un quebradero de cabeza constante para Putin. Por eso, en vísperas de la rebelión de Prigozhin, el presidente ruso citó a los blogueros más populares en el Kremlin para pedirles su colaboración. “El espacio de información es un campo de batalla crucial y cuento con vuestra ayuda”, les dijo. Aquello fue solo el primer gesto de una estrategia de cortejo, contención, cooptación y silenciamiento. Algunos comentaristas moderados fueron absorbidos por el sistema, como el influencer Aleksander Kots, que se convirtió en miembro del Consejo Presidencial para los Derechos Humanos y escribe para periódicos de la órbita del Gobierno ruso como el Komsomólskaya Pravada. Otros, como Semión Pegov, Evgeni Poddubni o Aleksander Sladkov se unieron a una comisión gubernamental sobre la interacción entre autoridades y activistas, liderada por el secretario del partido de Putin, Rusia Unida. Hubo quienes tuvieron que eliminar sus cuentas después de poner en duda el propósito de una guerra que había generado un número ingente de pérdidas, como Aleksander Jodakovski, comandante de un batallón separatista de Luhansk, e incluso varios blogueros fueron asesinados en extrañas circunstancias. Fue el caso de Ígor Mangushev, quien se hizo popular tras dar un discurso mostrando la calavera de un supuesto soldado ucraniano muerto durante el asedio a Mariúpol, o de Vladlén Tatarski, miliciano de Donetsk, víctima de una explosión mientras participaba en un acto propagandístico en San Petersburgo. Oficiales rebeldes Más delicada ha sido la gestión por parte de las autoridades de algunos oficiales contestatarios con gran ascendencia sobre la tropa. El ejemplo paradigmático es el de Ígor Strelkov —nombre de guerra: Ígor Guirkin—. Este veterano del ejército ruso, exoficial de los servicios secretos, se convirtió de facto en el comandante de las fuerzas separatistas del Donbás en 2014. Se atribuye a sí mismo la responsabilidad de haber empezado la guerra en aquel entonces y ha sido condenado en ausencia por un tribunal neerlandés por su papel en el derribo del vuelo MH17 de Malaysia Airlines, en el que murieron 298 personas. Sus ataques directos de 2023 a Putin, a quien describió como “incapaz, débil e irresponsable”; y al Gobierno ruso, “una banda de cobardes y ladrones”, provocaron su detención por cargos de incitación a actividades extremistas. En enero de 2024 fue sentenciado a cuatro años de cárcel. Otro caso más comprometido para el Kremlin, si cabe, ha sido el de Iván Popov. En julio del 2023 era el general del 58º ejército, encargado del frente de Zaporiyia, en plena contraofensiva ucraniana. Se le conocía como “Espartaco” por el liderazgo y la estima que le profesaban sus subordinados, a los que llamaba “gladiadores”, y le habían promocionado y condecorado recientemente. Sus críticas a la falta de recursos en primera línea llevaron al Estado Mayor a apartarlo, pero fue su decisión de mandar un mensaje de audio denunciando su destitución, que corrió entre los oficiales, lo que le llevó a ser arrestado. Bajo el pretexto de una malversación, el general Popov fue condenado el pasado 24 de abril a cinco años de prisión. Incluso se le ha negado la petición de ser liberado a cambio de encabezar un escuadrón de presos en Ucrania. Para el analista Borís Pastújov, Putin se enfrenta al dilema de enviar a Popov a una muerte casi segura (podría alegar que lo mató un dron ucraniano) o arriesgarse a que sobreviva y recupere su popularidad. Según explica Pastújov en EkhoFM, si el motín de Wagner lo hubiese liderado alguien de dentro del ejército, como Popov, las cosas hubieran podido acabar de modo distinto. “Putin todavía sufre el síndrome postraumático de Prigozhin y teme al ejército”, concluye. ¿Es descartable un nuevo Prigozhin? Ahora bien, la mayoría de expertos no creen que una rebelión como la del líder del grupo de mercenarios sea ahora posible. “Es improbable, pero no impensable”, cuenta a elDiario.es Jade McLynn, investigadora especializada en Rusia del Departamento de Estudios de la Guerra del King’s College de Londres. Desde su punto de vista, “el motín tuvo éxito en parte por su posición única: dinero, acceso a los medios, disposición de hombres armados, permiso para acumular poder sin control al ser de utilidad para el Estado, y capacidad de articular un agravio que resonó ampliamente entre los oficiales medios y los comentaristas nacionalistas”. Martin Laryš, director adjunto de investigación del Instituto de Relaciones Internacionales de Praga, experto en extrema derecha rusa, coincide en este diagnóstico. “Aquel episodio sirvió como una valiosa lección para Putin, una que probablemente no se arriesgue a repetir”, explica a elDiario.es. “Los restos de Wagner han quedado bajo el control del Ministerio de Defensa ruso, despojándolo de la autonomía de la que disfrutó”, añade. Aun así, apunta McLynn, las “condiciones estructurales” que desembocaron en la revuelta de Prigozhin perviven, esto es, “una guerra desgarradora, la desilusión en el campo de batalla y una minoría no menospreciable y radicalizada que considera cualquier pacto una traición”. La investigadora vaticina que “podría surgir otra figura carismática, especialmente entre los veteranos que regresan o los comandantes de rango inferior”. Según Laryš, “Putin no tiene miedo de estos grupos en sí mismos”, sino que teme “cualquier forma de actividad política no autorizada”. Por eso los utiliza para “legitimar la guerra y reforzar la imagen del régimen”, pero siempre “de forma controlada y subordinada”. “Putin debería temer no tanto un golpe de Estado, sino una fractura narrativa”, argumenta McLynn. “Corre el riesgo de que su mito de restauración imperial sea reivindicado por alguien más radical o más puro que él [...] y después de la guerra, su potencial de radicalización o desestabilización aumente, especialmente si la derrota o un conflicto estancado se percibe como humillación”. Un obstáculo para la paz Así pues, ¿podría la amenaza de las consecuencias de un acuerdo de paz condicionar la hoja de ruta del Kremlin para un alto el fuego? Laryš cree que estos grupos “no tienen el poder de obligar a Putin a continuar la guerra” y que, además, Putin “no aceptaría ningún acuerdo que no supusiera la capitulación de Ucrania”. En cambio, McLynn opina que pueden tener un efecto “indirecto, pero significativo” en esta decisión. “Su retórica pública endurece el terreno estratégico y emocional en el que opera Putin. Su incesante mensaje de que cualquier paz equivale a una derrota aumenta el coste político del acuerdo”, afirma. Pero estos ultranacionalistas no solo suponen un reto en tiempos de guerra, sino, sobre todo, en tiempos de posguerra. El Gobierno ruso deberá reintegrar a cientos de miles de veteranos traumatizados por varios años de conflicto, muchos de los cuales son un peligro para la sociedad y han cometido crímenes en el frente. El presidente ruso optó por impulsar el programa “Tiempo de héroes”, un selecto sistema de formación de veteranos de guerra para convertirlos en funcionarios del Estado. Pero este método solo beneficia a unos pocos. Al resto les espera un futuro incierto que reviste uno de los mayores desafíos internos para Rusia de los próximos años.

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