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Diez años sin Ana Diosdado, la autora que clavó sus dientes en la conciencia de España

Diez años sin Ana Diosdado, la autora que clavó sus dientes en la conciencia de España
La SGAE organiza un ciclo homenaje en el décimo aniversario de su fallecimiento a la actriz, novelista y autora de teatro famosa por series como 'Anillos de Oro' Noche de guerra en el Museo del Prado: la vanguardia escénica se posiciona ante el genocidio en Gaza Los ochenta no fueron solo desenfreno. Por detrás también bullía una burguesía asustadiza, muchas veces pacata y retrograda y otras tantas capaz de afrontar cambios profundos y silenciosos en una sociedad que miraba al futuro. Una clase media entre dos épocas que Ana Diosdado supo reflejar como nadie. Esta semana, cuando se cumplen diez años de su muerte, el 5 de octubre de 2015, la SGAE recuerda con un ciclo homenaje a una de las autoras más relevantes de la democracia.  El ciclo se inauguró este martes con uno de los grandes éxitos teatrales de la autora, Los ochenta son nuestros (1988). Para la ocasión, todo el elenco que colgó durante meses el 'no hay entradas' en el Teatro Infanta Isabel se reunió en la Sala Berlanga de Madrid para una lectura dramatizada. Los nombres del elenco dan vértigo, son media vida del teatro de este país. Lydia Bosch, Toni Cantó, Víctor Manuel Dogar, Amparo Larrañaga, Iñaki Miramón, Juan Carlos Naya y Flavia Zarzo volvieron a dar vida al texto.  La obra es puro Diosdado. Unos pijos de la sierra de Madrid, borrachos de alcohol y de rechazo a la nueva socialdemocracia, matan de una paliza a un yonqui. Como en sus series de televisión, Diosdado va construyendo los personajes con mimo y, al mismo tiempo, introduciendo un teatro de ideas donde los problemas que atraviesa la sociedad son discutidos, analizados y confrontados con el público. Los temas se agolpan y se van cruzando. Uno de los personajes de la obra, al que interpreta Lydia Bosch, ha sido violada. Muchos de ellos están marcados por la autoridad paterna y contra ella se revuelven. Y de fondo se aborda un tema que será fundamental en el Madrid de los ochenta y noventa: el surgimiento de grupos fascistas y violentos entre una juventud burguesa y desnortada. La actriz Amparo Larrañaga, junto a su hermano, Pedro, fue una de las que levantó aquella obra. La historia del montaje contiene esa dosis de casualidad propia de los éxitos teatrales. Los hermanos le pidieron una obra a Diosdado. La relación era estrecha. Su padre, Carlos Larrañaga, estaba casado con ella. La autora les ofreció un texto, pero les dijo que les sería imposible estrenarla. “Se llamaba Los setenta son nuestros, durante diez años Ana no había podido estrenarla y hubo que actualizar el titulo”, recuerda Amparo Larrañaga a este periódico justo después del homenaje.  Amparo Larrañaga junto a Iñaki Miramón en la lectura dramatizada en honor a Ana Diosdado Al final hubo un hueco en el Teatro Infanta Isabel que dirigía Pérez Puig. “Mi hermano y yo vendimos una moto para pagar las primeras nóminas. Y fue increíble, en nada ya había reventa y las colas daban la vuelta a la manzana”, dice la actriz que también confesó estar emocionada. “Ana es una de las personas que con más amor recuerdo. En el ensayo de la lectura, en la última frase, me he emocionado mucho. La recuerdo siempre sentada en los ensayos, ayudando en todo lo que podía”, rememora Larrañaga que también estrenó en 1977 Decíamos ayer en el Centro Cultural de la Villa, hoy Teatro Fernán Gómez. La actriz, que comenzó a trabajar en el teatro con quince años y que no ha parado desde entonces (dentro de tres semanas estrena nueva obra, Victoria en el Teatro Fígaro), destaca de Diosdado su inteligencia, su amor al trabajo, su capacidad de escritura, su humor y, sobre todo, “que tenía una inteligencia emocional brutal”. “Además, yo no la olvidaré jamás porque nunca vi tan feliz a mi padre con ninguna otra mujer”, sentencia.  Hoy es difícil trasladar la importancia que Ana Diosdado tuvo en los años ochenta y noventa. Hasta qué punto España estuvo pendiente del romance televisivo entre Imanol Arias y ella en Anillos de oro, o cómo el país quedó en shock después del primer capítulo de Segunda Enseñanza, en el que un joven acomodado, Jorge Sanz, después de sacar buenas notas y de que sus padres le premiaran con la moto soñada, se ahorca en su cuarto tras todo un año de presión paterna.  Ana es una de las personas que con más amor recuerdo. La recuerdo siempre sentada en los ensayos, ayudando en todo lo que podía Amparo Larrañaga — Actriz Aquella imagen de los pies de Jorge Sanz colgando en su cuarto se le atragantó a medio país. Unos hablaban en contra, abjuraban; otros defendían que por fin se hablara de la educación en la televisión pública. Todos hablaban sobre ello. Esa era la capacidad de Diosdado, la de hincar el diente donde más dolía, pero haciéndolo desde los valores de esa misma sociedad, desde dentro.  Diosdado no enfrentaba los problemas desde la crítica ácida, desde la acera de enfrente. Pero ella fue la primera en sacar numerosos temas espinosos, tradicionalmente guardados en el armario, al debate social. Los ejemplos son bien múltiples. Aitana Sánchez Gijón en Segunda enseñanza visibilizando la homosexualidad femenina, o aquellos capítulos de Anillos de Oro en los que por primera vez se trataron temas como el divorcio, el adulterio, la homosexualidad o la situación de la mujer trabajadora. Pocos autores supieron como ella reflejar al mismo tiempo al progre y el anclaje que el franquismo y el nacional catolicismo todavía tenían en buena parte de la sociedad. En teatro Diosdado escribió una quincena de obras. No todas tuvieron éxito, pero algunas quedaron en la memoria de la historia teatral de este país. Dos de ellas, Olvida los tambores (1970) y Los comuneros (1974) también tendrán una lectura dramatizada en el ciclo organizado por la SGAE esta semana. Además, la Academia de las Artes Escénicas ha organizado junto con la propia SGAE un encuentro el día 6 de octubre en homenaje a la escritora en el Ateneo de Madrid.   De Buenos Aires a Madrid Hace diez años, aquel 5 de octubre, en una reunión de la junta directiva de la SGAE, en la sala Manuel de Falla del Palacio de Longoria, Ana Diosdado, primera presidenta de la institución, se recostó sobre Paloma Pedrero. No se movía. Pedrero se asustó. La intentó reanimar, pero Diosdado ya había fallecido de un paro cardiaco fulminante. Estaba ya enferma de leucemia. Diosdado nació en Buenos Aires en 1938. Sus padres, los actores Enrique Diosdado e Isabel Gisbert tuvieron que exiliarse a causa de la Guerra Civil en Argentina. Mamó desde muy pequeña el teatro. Su madrina, nada menos que Margarita Xirgú, la hizo debutar con cinco años en Mariana Pineda de García Lorca. Regreso con doce años a España, donde desarrolló toda su carrera.  Lydia Bosch también acudió a honrar a Ana Diosdado en el décimo aniversario de su fallecimiento En el debate tras la lectura de Los ochenta son nuestros, todos los participantes destacaron el conocimiento que tenía de la carpintería teatral, contaron anécdotas del montaje que estuvo dirigido por Jesús Puente y recordaron cómo para muchos fue la primera vez que se subieron a las tablas. Estuvieron todos al completo. Tan solo Luis Merlo, por problemas de agenda, no pudo estar. Lo sustituyó Pere Ponce que estrenó el montaje catalán.  Este país suele recordar mal. Muy pronto en teatro se tilda de viejo a todo, a obras, autores y actores. La SGAE ha sabido recoger la iniciativa del sobrino de Ana Diosdado, el cineasta Daniel Diosdado, que dirigió la lectura de la obra, y hacerla crecer en un ciclo que intervendrán profesionales como Emilio Gutierrez Caba, María Adánez, Fernando Cayo o María José Goyanes. Además, Daniel Diosdado ha comenzado a rodar un documental sobre su tía, “será un repaso de la vida de Ana, pero más allá de lo que la gente conoce, mostrando a una Ana más personal y familiar”. “Era una mujer muy divertida, con mucho carácter, pero con un sentido del humor tremendo, muy parecido al de mi padre, que era su hermano. Cuando estaban juntos comenzaban y no paraban, sus amigos decían 'ya están los Diosdado'”, recuerda Daniel a este periódico.  La noche acabó redonda con la intervención de una mujer mayor que dijo: “Yo cada vez que voy al Teatro Valle-Inclán le digo al taxista que me lleve a la Plazuela de Ana Diosdado, que es la placita pequeña de la entrada del teatro. Nadie sabe nunca qué plaza es. Aun así, yo no cejo, cada vez que voy sigo diciendo que me lleven a la plaza de Ana”.  
eldiario
hace alrededor de 1 mes
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