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Las diez lecciones de Gloria Fuertes para vivir mejor: "Lo que me parece más importante es alegrar a la gente"

Las diez lecciones de Gloria Fuertes para vivir mejor: "Lo que me parece más importante es alegrar a la gente"
‘La gente corre tanto. Sobre cómo vivir (y luego irse)’ es una antología a cargo de la escritora y traductora Julia Viejo que reúne poemas y apuntes autobiográficos sobre el arte de estar vivoAna María Matute, la niña eterna fascinada con los bosques a la que la guerra le hizo perder la inocencia En estos tiempos de aceleración constante, en los que se nos urge a ser productivos, un poema de Gloria Fuertes (Madrid, 1917-1998) parece alentar ese deseo latente de parar y volver a disfrutar del proceso. En realidad, no hace falta ninguna excusa para leer a la simpar poeta madrileña, pero Blackie Books lo pone fácil al envolverla de modernidad con sus atractivos diseños. Después de publicar su biografía (El libro de Gloria Fuertes. Antología de poemas y vida), su poesía infantil (El libro de Gloria Fuertes para niños y niñas) y amorosa (Lo que pasa es que te quiero), su última propuesta es La gente corre tanto. Sobre cómo vivir (y luego irse), una antología a cargo de la escritora y traductora Julia Viejo que reúne poemas y apuntes autobiográficos sobre el arte de estar vivo. Así lo expresa en este poema: “La gente corre tanto / porque no sabe dónde va, / el que sabe dónde va, / va despacio / para paladear / el ‘ir llegando’” (Gloria Fuertes, ‘La gente corre tanto’, Historia de Gloria (amor, humor y desamor), 1980). Por suerte, se ha superado ya esa imagen de Gloria Fuertes solo como poeta para niños (algo que, de todas formas, es mucho más importante de lo que se suele considerar; y, en cualquier caso, de ser así no sería un hito menor); también la de autora popular que carece de valor literario, porque de hecho escribió tanto que en su producción cabe de todo, puros divertimentos y composiciones con textura más literaria. No debería sorprender, pues, que gestara un buen número de textos en los que medita sobre la vida, con su gracia usual y una hondura como la del poema que da título a la compilación. En estas páginas parece como si la autora se sentara junto al lector y le susurrara una suerte de consuelo en forma de píldoras de sabiduría, la sabiduría de quien ha vivido y lo ha digerido para contarlo con honradez pero sin regodearse en la lástima. Ella podría tener motivos para presentarse como triple víctima —mujer, lesbiana y pobre—; sin embargo, en lugar de llorar o esconderse, deja brotar esa voz sin complejos que desafió la censura del franquismo y el machismo dominante. Sabía, además, que no perder la sonrisa era una forma de rebelión, lo mismo que ser fiel a las palabras llanas, cercanas al lector, el lenguaje oral del pueblo que nutre su obra. Por eso muchas de sus ideas, expresadas en los poemas o en las “autobios” en prosa, son aún inspiradoras. 1. La alegría como actitud ante la vida. “Aunque te haya tocado el caballo de muerte / en este juego de cartas que es la vida / gana el que más sonrisas ponga sobre el tapete”. El curso de la humanidad puede ir mal, puede dar miedo, pero en las acciones cotidianas tenemos la oportunidad de construir un día a día habitable, una convivencia digna de llamarse humana. Celebrar el amor en todas sus formas y no rendirse frente a la adversidad puede ser la actitud que lo cambie todo. Al fin y al cabo, lo que quedará de nosotros es cómo nos hemos comportado con los demás, qué les hemos aportado. Lo pequeño, como unos versos pizpiretos. 2. Escribir para el “pueblo llano”. “Estos hombres que sufren / ¿cómo pueden tener el fuego vivo / si no deja de llover sobre su sangre?”. Frente al individualismo rampante de la sociedad capitalista, pensar en el colectivo, establecer lazos con los demás. Lograr, a través de la experiencia individual, hacer algo que ataña al otro. Y siempre con palabras sencillas, cercanas a la oralidad; Gloria Fuertes escribe como respira. Todo escritor se dedica, en última instancia, a comunicar su mirada singular sobre el mundo, y ella tiene claro dónde se sitúa. 3. Conciencia social. “Yo no tengo dinero en los bancos, pero tengo amigos en todos los bancos del paseo”. Como mujer de clase trabajadora, la denuncia social está siempre presente ni que sea de forma sutil, aunque, eso sí, siempre al servicio del verso y del “pueblo” al que ella misma declara dirigirse. No escribe desde una tribuna, sino codo a codo con los obreros, los niños, los pobres, los “invisibles” en general; es una artesana de las palabras que actúa como una igual, una más del grupo. 4. Libertad absoluta. “Hay días que vivo, siento, salgo, entro, veo gente, me emociono, río, lloro y no he escrito ningún poema… Pero ahí está invisiblemente, como un embarazo en mí”. La falta de pretensiones, junto con su experiencia de vida, la hicieron libre a pesar de tener tanto en contra. Vivió como quería, escribió como quería, expresó lo que quería expresar. Llevar un estilo de vida coherente con los propios valores puede ser la receta para llegar a ese “y luego irse” sin lamentaciones ni remordimientos. 5. Sin victimismo. “Tenía doce años lo recuerdo / cuando entré a trabajar con la Tristeza, / —poco sueldo me daba y he robado / haciéndola traición con la Alegría—”. Ni siquiera al hablar de las peores experiencias —como la pérdida de su madre cuando apenas tenía quince años, un momento en el que le hacía mucha falta— se permite el lujo de regodearse en la pena. Esto choca con la tendencia contemporánea de exponerse sin pudor, de hacer del sufrimiento el tema central sin dar esa vuelta de tuerca imaginativa que le reste solemnidad. Gloria Fuertes, en una imagen de archivo 6. Contra el perfeccionismo. “Yo no pienso en la posteridad. Todo lo de mañana lo quiero ahora y aquí, y si me van a enviar flores prefiero que las manden esta tarde, que no esperen al funeral”. Hace unos años se desencadenó una polémica a raíz de un artículo de Javier Marías en el que decía que no consideraba a Gloria Fuertes una poeta de envergadura. Ella escribía a chorros, y ahí estaba su punto; cada cual desarrolla su talento a su manera. No aspiraba a renovar la técnica, ni a firmar el poema más refinado. Y no le importaba: lo esencial de escribir era escribir, tal como le salía. Era una cuestión de actitud, que choca con el perfeccionismo que bloquea a tantos creadores todavía hoy. 7. Feminismo. “Soy solo una mujer, de cuerda entera, / soy solo una mujer, y ya es bastante”. Sin necesidad de convertir el verso en un panfleto, su discurso es feminista: piensa como feminista, vive como feminista y por lo tanto escribe como feminista. Se autodenomina Quijota y Sancha, alude a Safo, hay poemas que indagan de forma directa en ella como mujer, plasma las trabas adicionales impuestas a su género. Y jamás intentó “escribir como un hombre” para ser tomada en serio. 8. Antifotogénica. “Yo he tenido unas piernas preciosas / y unos pechos divinos. / Todos hemos tenido / amores, dolores, éxitos o hijos. / Ahora estamos en la ‘sala de espera’ / esperando ver al Doctor-Dios / que nos curará el reúma, / la vida y lo del riñón”. Gloria Fuertes practicó una literatura sin postureo que contrasta con la “poesía popular” de hoy pergeñada por influencers de las redes, que suele ir acompañada de posados de rostros jóvenes y bellos, o de composiciones fotográficas a veces más pulidas que el verso. Ella se quiere a sí misma sin disfrazarse, enarbola un discurso desacomplejado, cómico pero con dosis de ternura (las alusiones a la infancia, a las pérdidas), sin el menor pudor. Y es esa naturalidad lo que tanto se aprecia de ella. 9. Autorreferencial, pero conectada a los demás. “Nací a muy temprana edad. / Dejé de ser analfabeta a los tres años, / virgen, a los dieciocho, / mártir, a los cincuenta”. A diferencia de la narrativa, la poesía se suele ver como una expresión del yo más íntimo, de la experiencia personal. Ella no es una excepción, y hace de su autobiografía y su forma de estar en el mundo el material de sus versos. Con todo, lejos del egotismo, consigue que sus palabras atañan a los demás, aunque sus vidas sean muy diferentes. 10. Humor. “Me habría gustado ser tonta de circo, porque lo que me parece más importante es alegrar a la gente”. Tiene textos más inspirados que otros, pero su ingenio es indudable, ¡y cuánta falta nos hace la risa! Una risa que no se mofa de nadie, sino que resulta cómplice, traviesa, como esas carcajadas que tienden puentes y agrandan el grupo. Las adivinanzas son una buena muestra de su genio, aunque casi se puede abrir el libro al azar para dar con unas líneas que saquen una sonrisa. Ella reivindica el valor de hacer reír a los demás, de hacerlos felices de la manera más humilde, sana y efectiva. Más reírse de uno mismo y menos burlarse del de enfrente, podría ser su lema. Todo eso, sin olvidarse de disfrutar del camino para terminarlo con un autoepitafio (sic) como “Me alegra poder decir / para la futura historia / que no pasé por la tierra / sin pena ni Gloria”. Ella, por cierto, era una creyente confesa, algo que hoy quizá puede chocar con la mentalidad occidental predominante. La esperanza que la religión alimenta, de todos modos, también puede desarrollarse sin depender de ningún credo. Con este libro, la autora invita a no rendirse, a sonreír ante la adversidad (y ella estaba curtida en adversidades). Gloria Fuertes hizo mucho por la literatura, qué duda cabe; pero hizo aún más por los lectores al hacer de la lectura una práctica, ante todo, feliz. “Y ahora, / a envejecer bien como el jerez. / Ser también útil de viejo, / ser oloroso, / ser fino, / no ser vinagre, / ser vino”. (Gloria Fuertes, ‘Tren de Tercera Edad’, Historia de Gloria (amor, humor y desamor), 1980).

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