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Sensaciones de juventud

Pocas cosas me emocionan ya. O quizá es que todo me sorprende . Ya no me tiemblan las manos al asir el frío acero de la escopeta porque he oído una mirla levantarse quebrando son su trino el silencio de un monte en tensa calma. Mi corazón no se estremece al sentir una pedriza cantar cuando una pelota de venados la atraviesa con el latido lejano de un podenco. Quizá la adrenalina de correr a todo galope era propia de la juventud más temprana y ahora gozo más atusando a mi caballo un rato antes a echarle pie al estribo. Miro más la calidad que la cantidad . No se me van los ojos tras ese corzo, ni me cruzo España entera tras el marrano con el que sueño todos los días. ¿Me estaré haciendo mayor ? ¿O es que la juventud se me está marchitando y queda la solera de un caldo con fuerza, serenidad y mala leche? Me lo pregunto todos los días. Algunas canas me han salido en las patillas y no me preocupa porque seguiré mintiendo sobre mi edad. Tengo veintisiempre . No es el DNI quien te identifica, es tu manera de afrontar la vida . De rendirte ante las batallas inútiles que sólo llevan al desacuerdo total. La energía hay que meterla en la vasija de las cosas que nos hacen felices, no que nos crispan más. Qué grandes recomendaciones me gusta darme a mí mismo para luego hacer todo lo contrario. Consejos vendo que para mí no tengo. Hace poco estuve con San Pedro sentado, no me avergüenza decirlo. Tiene más mala leche de la que cuentan. Me gusta esa gente. Se nota que es viejo y cascarrabias. Me hizo caso omiso. Era la situación similar a cuando un joven quiere hacerse notar con un mayor y le pregunta cualquier cosa con entusiasmo, pero es ignorado. El mayor sigue hablando con otro, pasando de la presencia del niño porque los niños nada enseñan. Son todo energía y ningún criterio. La vejez da sabiduría y soberbia. Y ambos son la combinación perfecta para lograr la estupidez. Como el oxígeno y el hidrógeno que separados avivan el fuego, pero juntos lo extinguen. Me he pasado el videojuego. La caza que tanto he deseado la veo como un lejano espejismo que sé que no existe. Me mantiene con esperanza de seguir pero sé de sobra que no me saciará. Esa quimera me lleva a patear sus rincones, a mirar con detalle los pastos, las arboledas, los insectos, los pájaros. Estuve hace pocos días grabando un programa de televisión sobre el corzo morisco, un tesoro más de nuestro país, donde el Mediterráneo y el Atlántico se gritan y se abrazan. Ese estrecho donde ambos jamás pierden su niñez. En sus inmensas playas te presentas insulso a la inmensidad del mar y te asas en sus orillas pero desde sus cumbres puedes sentir un levante que te lleva al frío y a la zozobra. Pude ver al precioso corzo , hasta acariciarlo y besar su testuz tras la caza. Es importante dar gracias al animal por la pelea. Se llama respeto . Mi frialdad a la hora de apretar el gatillo era sorprendente donde mis acompañantes lo asociaban a la dilatada experiencia cuando realmente es a la falta de interés de depredación, como el lobo que se vuelve vegetariano. Porque está enfermo o porque con la pérdida de instintos se volverá presa, no verdugo. No encuentro mi sitio. O quizá siempre estuvo allí. Antes de abandonar el sur mis queridos amigos Felipe y Tomás Morenés me invitan a correr un becerro en su casa. Ganaderos de imponentes caballos que ponen a mi disposición. Los cámaras de programa con Manuel Mateos a la cabeza vienen también a grabar unas faenas de campo. Voy a lomos de un hijo del célebre Azacán , que recibe el sobrenombre de Rompecostillas por un percance sufrido por su anterior jinete. Es un Ferrari todoterreno. Un tanque con la agilidad de un dron. Y me lo dan a mí… Dios me quiere premiar por el susto de hace un mes en mi cita con San Pedro. Amparo a dos de los mejores garrochistas de España , mirando con atención cada gesto, obedeciendo cada orden. Y una tras otra van dando volteretas a la erala en recuerdo a las faenas camperas que se realizan desde hace siglos. En un descanso mientras el becerro se recompone me tienden la garrocha. Dale tú. Me dio un vuelco el corazón, uno de esos que no sentía desde hace mucho. No lo dudé y me dispuse a soltar a sus órdenes. El arte consiste en despertar emociones con algo que elabora el ser humano y que emociona a un público que aprende cuando alguien le explica el porqué y el cómo, provocando un sentimiento. El tordo del hierro del Marqués de Villareal sabía muy bien lo que tenía que hacer, y servidor tenía claro que ese pálpito del corazón era una señal divina. El becerro corre cadencioso y el amparador me lo pone en suerte. Fue al unísono cuando los dos hermanos Morenés gritaron ¡Ahora! Garrocha en carne y caballo que vuela derribando a la presa que gira sobre su lomo con las patas por alto. Dios existe y me estaba hablando. Estaba temblando cuando les abracé con todas mis fuerzas. Me emocioné. Ellos rieron como siempre ríen. ¡Quillo, parece que has visto un ángel! Y vaya si era así. Era el ángel de la juventud que venía sobre mi montura y que estaba perdido y fue hallado en el templo a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años; era de complexión recia, seco de carnes,
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hace alrededor de 17 horas
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