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Cómo negociar con Putin: manual para diplomáticos occidentales

Cómo negociar con Putin: manual para diplomáticos occidentales
La experta en diplomacia rusa Inna Bondarenko da las claves para descifrar la mentalidad de los emisarios del Kremlin y señala los errores de EuropaPutin busca agotar a Ucrania mientras Trump evidencia su nerviosismo ¿Cómo se debe negociar con Vladímir Putin, alguien que ha invadido un país sin atender a razones diplomáticas, alguien que se abre a discutir sobre la paz y, al día siguiente, bombardea ciudades ucranianas, alguien capaz, en una misma frase, de aceptar una tregua para, a continuación, rechazarla?  El presidente ruso descoloca a Donald Trump, agotado ante su doble juego, y se niega a hablar con representantes de la Unión Europea, a quienes acusa de querer librar una guerra directa contra Rusia. ¿Cómo reconstruir estos puentes dinamitados años atrás? ¿Cómo entender el lenguaje de Putin? ¿En qué se equivocó Occidente?  La clave para comprender cómo piensan los diplomáticos rusos se llama MGIMO, el Instituto Estatal de Relaciones Internacionales de Moscú, o, tal y como lo ha bautizado Inna Bondarenko, “el Hogwarts de la élite de la política exterior rusa”, el sitio donde se moldea la visión del mundo de los negociadores rusos. Ella se formó allí y luego consiguió “escapar del sistema”.  En conversación con elDiario.es, Bondarenko resume los fundamentos de lo que se enseña en este centro: “La nostalgia de la Guerra Fría, la inteligencia callejera del KGB y la gimnasia legal”. Todo, hecho a medida para la idea que Putin tiene de Rusia como “una gran potencia enfrentada a otras potencias”. “Bebe del legado diplomático soviético más crudo, de cuando existía un mundo bipolar”, añade la investigadora, que, aun así, advierte del principal problema a la hora de tratar con el líder ruso: “A causa de su entrenamiento como espía, nunca puedes saber qué le pasa por la cabeza”.  Sanciones y exclusiones, una estrategia fallida  Según Bondarenko, a Putin se le tenía que haber prestado atención mucho antes de la guerra de Ucrania, en 2007, cuando en la Conferencia de Seguridad de Múnich se quejó de que Occidente “no escuchaba” a Rusia y “no tenía en cuenta sus intereses nacionales”. “Nadie lo tomó en serio”, lamenta la investigadora, y critica que, tras invadir Georgia en 2008, “no hubo apenas repercusiones”, y tras la anexión de Crimea, en 2014, “solo algunas sanciones”.  La política de sanciones ha sido uno de los errores más graves de Estados Unidos y de la Unión Europea, opina Bondarenko. “En un régimen autoritario, cuando apuntas hacia todo el mundo, nunca funciona. [...] La gente no está metida en política, pero cuando ve que no puede viajar ni abrir cuentas en los bancos, se pone del lado del Gobierno y esto da carnaza a la propaganda rusa, que convierte Occidente en el enemigo”, explica.  En su lugar, ella hubiera sido partidaria de dirigir las restricciones económicas específicamente contra las élites. “Son las 6.000 o 7.000 personas que han estado realmente involucradas en el lavado de cerebro y en la propaganda inhumana sobre Ucrania”, argumenta.  Otro de los errores, desde su punto de vista, ha sido excluir a Rusia y a los rusos de cualquier foro o espacio como protesta por la agresión contra Kiev. Esto ha contribuido a erosionar los pocos canales de comunicación existentes con diplomáticos que no estaban alineados con el Gobierno ruso y que, al sentirse rechazados, han dado la espalda a Occidente. “Son gente muy culta, expertos, y cuando entran en una sala y el resto de representantes se levantan, aunque sea en debates que no tienen nada que ver con los temas políticos sensibles, se sienten inútiles”, relata Bondarenko, que conoce varios casos parecidos.  ¿Hay margen para entenderse?  Estos jóvenes diplomáticos son, a su modo de ver, la esperanza en un momento en que admite que “es muy difícil dar marcha atrás”. Europa debe mostrar “empatía estratégica”, incluso “un poco de hipocresía”, dice la experta. “Hay que ser inteligente, escuchar y hacer ver a Putin que todavía se respetan los intereses nacionales de Rusia aunque no se esté de acuerdo con lo que está pasando”, añade.  Para las élites rusas, el respeto y que Occidente entienda qué es lo que les ofende “significa mucho”, igual que el protocolo. Así, entiende que el gesto del enviado de Trump, Steve Witkoff, poniéndose la mano en el pecho al ser recibido por Putin, fue algo que el Kremlin valoró muy positivamente. “La ceremonia diplomática, la etiqueta, ayudan a preservar un sentido de normalidad”, sostiene Bondarenko, que considera este el primer paso para “generar oportunidades de acuerdo a puerta cerrada que no impliquen conceder la victoria a Putin”.  Aprender el lenguaje de la diplomacia rusa es otra de las claves para negociar con Rusia. “No hay que saber hablar su lenguaje para imitarlo, sino para evitar ciertas narrativas, aunque sean ciertas”, comenta. Por ejemplo, en una conversación con una delegación rusa, sugiere no llamar a la guerra por su nombre, sino “operación militar especial”, el término que usa el Kremlin, o no hablar de “ocupación” al referirse al dominio soviético sobre los Bálticos. En este sentido, alerta que la Gran Guerra Patria, la Segunda Guerra Mundial, es un tema “sagrado” y que no se puede, bajo ningún pretexto, cuestionar el papel que en ella jugó Stalin.  Para Bondarenko, entrar en el juego dialéctico de los diplomáticos rusos es uno de los errores más comunes entre los diplomáticos occidentales, que a menudo quedan desencajados ante algunas de sus tretas. Una de las más habituales, explica, es la falacia del “y tú más”, que los ingleses han conceptualizado como “whataboutism”. Se trata de oponer a cualquier crítica sobre las políticas rusas en Ucrania o Georgia las contradictorias posiciones europeas en Serbia, Kósovo, Libia o Irak.  “Cuando las élites rusas insisten en estos relatos, no están completamente equivocadas, tienen una parte de razón, pero es una sopa, una mezcla de hechos reales y hechos alternativos que confunde” porque, tal y como apunta la investigadora, “te señala a ti y a tus falsos errores, tus fechorías, tus dobles raseros y tus hipocresías”.  Otra de las bases de la diplomacia rusa que es muy difícil de asimilar para los representantes occidentales es el “antinormismo”. Esta doctrina es fundamental en la política exterior rusa y, según Bondarenko, se fundamenta en “hacer malabares” con los tratados internacionales para, sin violarlos, contradecirlos, retorcerlos y desvirtuarlos en beneficio propio. De este modo, el Kremlin es capaz de defender a la vez el principio de integridad territorial y el derecho a la autodeterminación sin despeinarse.  “En el MGIMO nos enseñaron a citar el derecho internacional mientras violábamos su espíritu, a defender las normas mientras las desmantelábamos y a hablar de paz mientras justificábamos y hacíamos guerras”, recuerda, y cita como ejemplo el lanzamiento de misiles sobre ciudades ucranianas en medio de las conversaciones de paz. “Pronunciar la diplomacia, practicar la coacción; no es solo hipocresía, es una estrategia”, advierte.  Una estrategia de un país en guerra permanente. A diferencia de la diplomacia liberal, que se rige por la idea de la cooperación, Moscú sigue anclado en el “realismo ofensivo”, que trata de “estar preparado para defenderte y atacar porque siempre existe una sospecha entre grandes potencias”.  “El diálogo no tendrá éxito en términos liberales: debe estar basado en el realismo, la disuasión y la claridad estratégica. No puede apelarse a normas compartidas cuando la otra parte ve las normas como herramientas para manipular. No puede asumirse que la diplomacia trata de confianza cuando el entrenamiento enseña la desconfianza como doctrina”, remata Bondarenko. Lavrov, adaptarse o morir Sin embargo, opina que la mayoría de diplomáticos rusos “no creen” en esta visión del mundo como el escenario de una Guerra Fría interminable. Simplemente, son gente “apolítica” y “muy bien entrenada” que se ha adaptado a Putin para sobrevivir.   La mejor muestra, dice, la dio el jefe de la diplomacia rusa, el ministro de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov, el 21 de febrero de 2022. Tres días antes de la invasión de Ucrania, en una reunión con Putin, Lavrov empezó a hablar con cautela, apelando al diálogo con los ucranianos, sin saber cuál era la posición real del presidente, hasta que Putin tomó la palabra y su tono fue absolutamente beligerante con Zelenski. Cuando el ministro volvió a intervenir, rememora Bondarenko, su retórica era totalmente distinta y estaba completamente alineado con su líder.
eldiario
hace alrededor de 9 horas
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