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La alargada sombra de Meir Kahane: cómo un rabino extremista que murió en los años 90 sigue influyendo en Israel

La alargada sombra de Meir Kahane: cómo un rabino extremista que murió en los años 90 sigue influyendo en Israel
Fanático, violento y pionero de los discursos de odio. Cuando Meir Kahane murió asesinado hace 35 años era considerado un paria político. Hoy sus ideas influyen en las más altas esferas del GobiernoIsrael intenta imponer su propio final en Gaza con bombas y un bloqueo absoluto: “No hay horizonte, ni futuro, ni nada” La noche del 5 de noviembre de 1990, Meir Kahane, un rabino extremista nacido en Estados Unidos y convertido en político ultraderechista de Israel, acababa de pronunciar un discurso en el hotel Marriott East Side, en pleno Manhattan neoyorkino, cuando un hombre llamado El Sayyid Nosair le disparó en el cuello. Murió dos horas más tarde. Hablando de aquel suceso, Avraham Burg, entonces miembro laborista de la Knéset (Parlamento de Israel), señaló que Kahane “creía en la ideología del 'tú matarás'”, y “murió a manos de alguien que creía en esa misma ideología”. Desde el momento en que llegó a Israel, en 1971, Kahane predicó una mezcla explosiva de nacionalismo étnico violento y exterminador, y de fundamentalismo religioso apocalíptico. Afirmaba que la violencia era un valor judío y la venganza, un mandamiento divino. Abogaba por la expulsión de los palestinos de todos los territorios bajo control israelí. De hecho, el partido que fundó, Kach, fue el primero de Israel en hacer de esta idea su principal exigencia política. Imaginaba “un Estado de totalidad judía”, en el que todos los asuntos se decidirían según su particular interpretación de la ley judía. Durante su breve mandato como legislador, pidió que se prohibiera el matrimonio entre judíos y árabes, y que se penalizaran las relaciones sexuales entre judíos y gentiles. Propuso ilegalizar los insultos al judaísmo y hacer obligatoria la observancia del Sabbat, el día del reposo judío. Exigió la segregación étnico-religiosa en las instituciones del país, incluso en sus playas públicas. La carrera política de Kahane estuvo marcada por el fracaso. Durante toda su vida, la mayoría de los israelíes lo vieron como una grotesca importación estadounidense. Su incesante campaña demagógica para expulsar a los palestinos le hizo ganar mala fama y un reducido grupo de seguidores fanáticos. Sin embargo, nunca logró la aceptación generalizada que creía que la providencia le había reservado. Desde niño había soñado con convertirse en primer ministro de Israel. En cambio, se convirtió en el líder de un movimiento repudiado por todo el espectro político. En sus múltiples intentos de entrar en la Knéset solo tuvo éxito una vez, en 1984, antes de que se pohibiera a Kach participar en las elecciones. En el momento de su asesinato, su movimiento estaba al borde del colapso, sin fondos, plagado de luchas internas y perseguido por las autoridades estadounidenses. Kahane y el kahanismo —la ideología que lleva su nombre— parecían destinados al olvido histórico. Sin embargo, el kahanismo no murió. Sobrevivió, no en su forma teocrática plena, sino como una visión ultranacionalista de una tierra y un cuerpo político purgados de la presencia no judía. El germen del kahanismo persistió porque las condiciones que lo produjeron no desaparecieron. Todo lo contrario, se agravaron. La ocupación israelí de Cisjordania y Gaza se afianzó cada vez más, y su mantenimiento se hizo más brutal y mortífero. En los años 70 y 80 del siglo pasado, Kahane había obtenido gran parte de su apoyo de la clase trabajadora mizrají, desciende de las comunidades judías de Oriente Próximo y del norte de África, y había presentado su movimiento como una revuelta populista contra la élite asquenazí secular y progresista de Israel. En el siglo XXI, a medida que los desiguales beneficios de la globalización capitalista y el auge de la alta tecnología agudizaban la desigualdad, el kahanismo resurgió para proporcionar una retórica derechista de la lucha de clases. A raíz de los atentados suicidas de la Segunda Intifada (2000-2005), el kahanismo también se vio impulsado por un pesimismo radical cada vez más extendido que propugnaba que Israel está condenado a la guerra, que esta guerra es a todo o nada y que sólo puede terminar mediante una victoria absoluta, comparable al fin del mundo que –en última instancia, como le gustaba decir a Kahane– encerraba una disyuntiva: “O ellos o nosotros”. Durante más de 30 años, el sistema político israelí mantuvo un cordón sanitario que consiguió en gran medida excluir a los partidos kahanistas de la política dominante y del Parlamento. Pero este cordón sanitario se rompió a finales de la década de 2010. Con el telón de fondo de las sucesivas guerras en Gaza, militantes kahanistas veteranos con abultados antecedentes penales empezaron a aparecer en la televisión en horario de máxima audiencia y normalizaron ideas que antes eran tabú. El racismo antiárabe más rudo se convirtió en una forma fácil de llamar la atención en la televisión y en las redes sociales. El apoyo a la expulsión de los palestinos dejó de ser una propuesta marginal para convertirse en parte rutinaria del debate político. En 2022, gracias a la vuelta al poder del primer ministro, Benjamin Netanyahu, partidos que hasta hacía poco se habían considerado demasiado peligrosos para participar en las elecciones pasaron a formar parte de su Gobierno de coalición. Itamar Ben-Gvir, agitador kahanista de toda la vida, de ideología supremacista judía y antiárabe, y delincuente convicto, se convirtió en ministro de Seguridad Nacional, responsable de supervisar a la Policía. El kahanismo se ha convertido en la corriente dominante desde el 7 de octubre de 2023. Es el estilo político que disfruta con la deshumanización de los palestinos, ese según el cual las vidas judías se consideran más valiosas que el resto. Es la ideología que está detrás de la normalización de la expulsión forzosa y la limpieza étnica. El partido Likud de Netanyahu ha experimentado un proceso de kahanización prácticamente total, por no hablar de los derechistas colonos. El veterano periodista israelí Gideon Levy describió lo ocurrido desde los ataques de Hamás del 7 de octubre como la primera guerra kahanista del país en un artículo de opinión publicado el pasado mes de enero en el diario Haaretz. “Prácticamente toda la guerra ha estado destinada a apaciguar a la extrema derecha fascista, racista y partidaria de la expulsión de los palestinos”, afirma en el artículo. “El espíritu del kahanismo se apoderó de sus objetivos y contenidos”. De hecho, durante el último año y medio ha parecido a menudo que el fantasma maligno y vengativo de Kahane se hubiera reanimado de repente, manifestándose en el coro que pide borrar a Gaza del mapa; en las imágenes de soldados sonrientes junto a detenidos con capuchas blancas, arrodillados, con las manos atadas detrás de la espalda; en los vídeos de hombres uniformados bailando con banderas y rollos de la Torá en el paisaje destrozado de la franja; en la frase “Kahane tenía razón” pintada sobre las puertas quemadas. Hace treinta años, Kahane era el nombre de un hombre que la mayoría creía olvidado. Hoy, el kahanismo es la ideología operativa de la coalición gobernante. Los inicios de un ultra: armas, mujeres y sagradas escrituras Sin Estados Unidos, no habría kahanismo. Durante su juventud en Nueva York, Meir Kahane metabolizó las contradictorias corrientes, ansiedades y obsesiones de la vida judía estadounidense de posguerra en un brebaje tóxico y volátil. Su padre, Charles, formaba parte de una larga estirpe de rabinos jasídicos. Estaba al frente de una congregación ortodoxa de Brooklyn y traducía la Torá a una prosa en inglés accesible que creía que su rebaño, relativamente ignorante de la tradición, sería capaz de leer. Charles era también un militante político. En los años treinta se convirtió en un importante recaudador de fondos para el Irgún, organización paramilitar sionista clandestina, y ayudó al grupo a adquirir armas para sus actividades terroristas en Palestina durante el Mandato Británico. Meir creció en una casa donde los líderes sionistas de derechas eran invitados frecuentes a la mesa del Sabbat. En una ocasión, Vladímir Jabotinsky, líder del movimiento sionista revisionista, visitó la casa de la familia Kahane en el barrio de Flatbush, en Brooklyn. Rivales de los sionistas laboristas de David Ben-Gurión, los revisionistas de Jabotinsky rechazaban el socialismo en favor de un nacionalismo marcial que se inspiraba en los fascistas de Mussolini en Italia y en el movimiento Sanacja de Piłsudski en Polonia. Kahane militó en el movimiento juvenil revisionista Betar durante buena parte de su adolescencia. De hecho, su visión del mundo estuvo marcada durante toda su vida por el culto jabotinskiano a la fuerza. Su megalomanía y fanatismo hicieron de él una persona inquieta, incluso a una edad relativamente temprana. Tras perder una lucha por el liderazgo, abandonó Betar —que era doctrinalmente secular— para unirse a Bnei Akiva, movimiento juvenil sionista religioso ortodoxo, y se inscribió en la Yeshivá Mir, una escuela talmúdica que es estandarte del judaísmo ultraortodoxo “lituano”, un entorno mucho más estricto que aquel en el que se había criado y del cual recibiría la ordenación rabínica. Producto peculiar del siglo XX, Kahane logró encarnar en su persona las principales corrientes ideológicas —el ultranacionalismo revisionista, el mesianismo sionista religioso y el fundamentalismo ultraortodoxo— que acabarían dominando la vida política israelí en el siglo XXI. Hace treinta años, Kahane era el nombre de un hombre que la mayoría creía olvidado. Hoy, el kahanismo es la ideología operativa de la coalición gobernante Esa misma mezcla de oportunismo y fanatismo impulsó a Kahane entre la extrema derecha estadounidense y el submundo de Nueva York. Los detalles de su trayectoria, tan estrafalaria, casi superan la imaginación. A principios de los sesenta, se infiltró en la conspiranoica, anticomunista y conservadora Sociedad John Birch y se convirtió en informante del FBI sobre dicha organización (Kahane despreciaba al grupo por sus tendencias antisemitas). Cofundó el Movimiento del Cuatro de Julio para promover el apoyo a la guerra de Vietnam en los campus universitarios y publicó un libro titulado La apuesta judía en Vietnam. Durante ese tiempo, Kahane llevaba una doble vida, haciéndose pasar en secreto por un gentil bajo el seudónimo de Michael King. Rabino ortodoxo a ultranza en público, era en privado un estafador mujeriego. Estelle Evans, una mujer no judía a quien abandonó dos días antes de su boda, se suicidó poco después. Kahane podía predicar un sermón con un tratado del Talmud en la mano un día y estrechar la mano de un jefe de la mafia italiana al siguiente. Kahane y un grupo de reaccionarios afines fundaron en 1968 la Liga de Defensa Judía (JDL, por sus siglas en inglés), una organización político-religiosa judía de extrema derecha que afirmaba proteger a los judíos del creciente antisemitismo negro en los distritos periféricos de Nueva York. Kahane afirmaba que dentro de las tensiones entre negros y judíos existía el potencial para otro Holocausto, y que solo la fuerza armada judía podría evitarlo. Los dos lemas centrales de la JDL eran “nunca más” y “cada judío, un [revólver calibre] 22”. Sin embargo, más allá de su agitación contra los negros, fueron las actividades antiárabes y, en particular, antisoviéticas de la JDL las que dieron fama a Kahane. Y si había algo que le gustaba más que la violencia, era la fama. Kahane hacia 1971 en Nueva York, durante su etapa como activista de la Liga de Defensa Judía. Kahane no era el líder del movimiento por los judíos soviéticos —que buscaba forzar a la Unión Soviética a permitir la emigración de sus varios millones de ciudadanos judíos—, pero los miembros de la JDL se encontraban en la vanguardia militante del movimiento. Llamados con aprobación chayas, o “animales salvajes”, por el propio Kahane, llevaron a cabo actos de vandalismo, tiroteos y atentados con bombas contra instituciones políticas y culturales soviéticas en Estados Unidos. En su apogeo, la campaña terrorista de la JDL incluso llegó a amenazar con hacer descarrilar los esfuerzos del entonces presidente Richard Nixon por reducir las tensiones con la URSS. El JDL bombardeó en 1972 las oficinas de Sol Hurok, empresario teatral judío de origen ruso y de nacionalidad estadounidense, responsable de haber llevado muchas instituciones culturales rusas a Estados Unidos, entre ellas, el ballet Bolshói. El atentado envió a Hurok y a otros trabajadores de la oficina al hospital y mató a Iris Kones, su secretaria judía de 27 años. También puso a los miembros del JDL en el punto de mira de las autoridades federales. Para entonces, Kahane se había marchado a Israel, al parecer tras la advertencia del FBI de que otra condena por delito grave le llevaría a la cárcel. Al igual que muchas de sus decisiones, su traslado a Israel estuvo motivado tanto por el interés propio como por la ideología. Un titubeante aterrizaje israelí A Kahane le llevó tiempo adaptarse a su nuevo hogar. Al principio, su política estaba dictada en gran medida por sus preocupaciones estadounidenses. En un inicio se centró en la pequeña secta de hebreos negros y en los misioneros cristianos que hacían proselitismo entre los judíos israelíes. Sin embargo, se dio cuenta de que en Israel el sentimiento antiárabe podía movilizar a un número mucho mayor de personas que cualquiera de sus otras obsesiones. Desde su diminuta oficina en Jerusalén, que Kahane llamó el Museo del Holocausto Potencial, propugnó que Israel se enfrentaba a una amenaza existencial planteada por los Ejércitos árabes respaldados por la Unión Soviética, que podían movilizarse en cualquier momento en sus fronteras, y por los palestinos que vivían en los territorios bajo su control. Comenzó a describir la lucha de Israel por la supervivencia en el lenguaje de la guerra racial. El hecho de que Kahane trasladara la psicopolítica racial estadounidense al conflicto con los palestinos le convirtió en una especie de pionero del fanatismo y la provocación. La sociedad israelí no era ajena al racismo, pero Kahane convirtió el subtexto en texto, y más tarde, el texto en melodrama. “Yo digo lo que tú piensas”, le gustaba decir. Condujo a sus seguidores en desfiles de odio a través de ciudades y pueblos de mayoría palestina y barrios de Jerusalén Este, donde atacaron escaparates y amenazaron a la población, blandiendo sus banderas amarillas, cantando: “Muerte a los árabes”. Sus sucesores han continuado esta práctica hoy en día, sólo que bajo banderas de otro color. A medida que el movimiento de Kahane cristalizaba a lo largo de la década de los 70, su reivindicación central se convirtió en el llamamiento a la limpieza étnica de los palestinos tanto de Israel como de las ocupadas Cisjordania y Gaza. “Deben irse” se convirtió en un eslogan y en el título de un libro, publicado en 1980, que Kahane escribió en la prisión de máxima seguridad de Ramle por conspirar para volar la Cúpula de la Roca con la esperanza de desencadenar una guerra religiosa apocalíptica. (Cuatro años más tarde, en 1984, un grupo de colonos militantes de Cisjordania conocidos como los Judíos Clandestinos fueron detenidos por el mismo intento de atentado). Kahane defendía la limpieza étnica como un imperativo religioso: la presencia de no judíos, argumentaba, profanaba la Tierra Santa y retrasaba la redención. También lo planteó como una necesidad demográfica: sin expulsar a los palestinos, insistía, no había forma de garantizar una mayoría judía. Aunque la clase dirigente israelí consideraba a Kahane un trasplante maligno y extranjero —que hablaba hebreo con acento estadounidense y que no podía disimular su tartamudeo—, descubrió que ser un forastero era una ventaja política como líder del que fue el primer movimiento de protesta de extrema derecha de Israel La idea de la expulsión forzosa no era ajena al pensamiento sionista. Los revisionistas de Jabotinsky la habían defendido en ocasiones y Ben-Gurión la había discutido con las autoridades del Mandato Británico. Pero tras la creación de Israel, que provocó la expulsión y huida de unos 700.000 palestinos en 1948 —lo que los palestinos llaman la Nakba o catástrofe—, esta idea apenas se planteó en público. En los años 50 empezó a presentarse como una postura política inviable. Kahane rompió este tabú. Su punto de vista y, en particular, el lenguaje religioso con el que lo articuló, “posiblemente no tenía precedentes en la historia del sionismo”, escribe Shaul Magid, un destacado estudioso del judaísmo, en un reciente estudio sobre el pensamiento de Kahane donde argumenta que “lo llevó más allá incluso de los revisionistas más maximalistas”. Kahane se presentó varias veces a las elecciones en los años 70. Fracasó en todas. Sin embargo, eso no le impidió ganarse el apoyo popular. Comprendía el poder explosivo de la transgresión y el potencial perturbador, incluso revolucionario, de las divisiones sociales internas de Israel. Aunque la clase dirigente israelí consideraba a Kahane como un trasplante maligno y extranjero —que hablaba hebreo con acento estadounidense y que no podía disimular su tartamudeo—, descubrió que ser un forastero era una ventaja política como líder del que fue el primer movimiento de protesta de extrema derecha de Israel. Cuando viajó a los pueblos y ciudades pobres de la periferia israelí, se erigió en tributo del hombre olvidado de Israel: la clase obrera mizrají, los inmigrantes de habla rusa, los ultraortodoxos empobrecidos. En innumerables mítines, con su carisma incansable y malévolo, Kahane puso altavoz a un relato —entonces incipiente, pero que hoy comprende un argumentario del agravio ampliamente aceptado— según el cual la élite secular asquenazí de Israel había traicionado no sólo a los judíos auténticos del país para apaciguar a los árabes, sino, lo que es peor, el propio judaísmo. Este mito judío interno de “la puñalada por la espalda” era sólo una parte de lo que los estudiosos israelíes Adam y Gedaliah Afterman han denominado la “teología radical de la venganza” de Kahane. Para él, la venganza —en hebreo, nekama— era a la vez una visión global del mundo, un lema, una estrategia y una obligación religiosa. Según su visión, “la violencia judía en defensa de los intereses judíos nunca está mal”. Décadas antes de que los jóvenes colonos radicales de las colinas empezaran a poner en práctica la idea a través de los ataques que denominaron “etiqueta de precio” contra granjeros y pueblos palestinos, según la cual los palestinos debían pagar un precio por cualquier acción realizada en contra de los asentamientos, Kahane ya había proclamado: “Hay una solución para el terror árabe: el contraterrorismo judío”. Con el tiempo, “Terror contra el terror” o TNT por sus siglas en hebreo (Terror Neged Terror) se convertiría en otro de los eslóganes del movimiento. Kahane dio un gran paso adelante en las elecciones de 1984. Su partido, Kach, obtuvo 25.907 votos, el 1,2% del total, suficientes para un único escaño en la Knéset, el suyo. “Es una vergüenza para el pueblo judío [...] que una persona pueda medrar en el Estado judío y presentar un programa muy similar a las leyes de Nuremberg”. Aunque no había obtenido ni mucho menos un respaldo abrumador, la entrada de Kach en la política parlamentaria conmocionó a la sociedad israelí por lo que parecía significar y por lo que podía presagiar. Sin embargo, el kahanismo no había surgido de la nada, sino en el seno de la derecha revisionista. Cuando no era más que un agitador estadounidense y activista antisoviético en Nueva York, el entonces primer ministro, Menachem Begin, y Yitzhak Shamir, que sucedió a Begin como líder del Likud, habían alentado sus actividades. En una ocasión, Begin pidió a Kahane que escribiera el prólogo a la edición estadounidense de sus memorias de guerra sobre el Irgún, la organización paramilitar que llevó a cabo atentados terroristas durante el mandato británico, e incluso le ofreció un cargo en la lista del partido de derechas revisionista Herut. Kahane rechazó ambas ofertas. En otro mundo, podría haber vivido su carrera como un estridente miembro del Likud. Pero su complejo de mesías le llevó a rechazar ser un actor secundario. Quería ser el protagonista. Meir Kahane, en un acto en 1989. En 1985, un grupo de destacados intelectuales israelíes encabezados por Aviezer Ravitzky, un filósofo religioso de izquierdas, convocó un grupo de estudio bajo los auspicios del presidente de Israel para evaluar la gravedad de la amenaza que representaba Kahane y sugerir cómo debía responder el Estado. Más tarde, el grupo publicaría el acta de su reunión en un folleto titulado Las raíces del kahanismo: conciencia y realidad política. Hoy en día, su lectura resulta aleccionadora y aterradoramente profética. En las palabras introductorias de la sesión, Yehuda Bauer, el célebre historiador del Holocausto, expresó el temor que dio urgencia a la iniciativa: “Que el kahanismo pueda ser, Dios no lo quiera, solo la punta de un iceberg muy grande que amenaza a nuestra sociedad”. Según la visión de Ravitzky, el kahanismo no se parecía a ninguna de las otras ideologías extremistas que habían echado raíces en Israel. Era mucho más peligroso. En su opinión, el compromiso oficial del movimiento de los colonos sionistas religiosos con la unidad del pueblo hebreo había limitado el riesgo de violencia interna entre judíos, mientras que la tendencia ultraortodoxa al quietismo político significaba que sus representantes no hubieran intentado activamente transformar Israel en una teocracia ni imponer su visión del fin de los tiempos. En cambio, con el kahanismo, advirtió Ravitzky, “todas las restricciones han sido eliminadas”. Se trataba de un demagogo carismático que proponía abiertamente tanto un genocidio “redentor” final de los palestinos como una guerra civil judía: una purga de herejes, humanistas, izquierdistas y simpatizantes de los árabes. En respuesta, Yehoshafat Harkabi, exjefe de inteligencia de las Fuerzas de Defensa de Israel, argumentó que el kahanismo era un fenómeno que surgió de la ocupación israelí de Cisjordania y Gaza. No podría haber ganado adeptos sin ella. Porque, a su manera enfermiza, Kahane decía algo que ningún dirigente israelí, ni de izquierdas ni de derechas, estaba dispuesto a admitir: que Israel no podía mantener el control sobre millones de palestinos en los territorios ocupados sin sacrificar su mayoría demográfica judía, por no hablar de su carácter democrático. Al propio Kahane le gustaba decir, en una pantomima burlona del humanismo, que ningún árabe que se preciara consentiría jamás vivir bajo la subyugación israelí indefinidamente. Para los israelíes maximalistas en sus aspiraciones territoriales, que no estaban dispuestos a aceptar la partición de la tierra, esto dejaba una única opción: la limpieza étnica. “De ahí”, afirmó Harkabi con clarividencia, “que los kahanistas digan: 'Si anexionamos, debemos expulsar”. Avaham Burg, por aquel entonces un joven activista por la paz que se había enfrentado a matones kahanistas en manifestaciones, era otro de los miembros del grupo de estudio. Cuando quedamos el verano pasado, Burg me dijo que “a lo largo de la historia judía ha habido una lucha contra los fanáticos”. Y añadió: “Es un paradigma muy arraigado que el judaísmo racional ha intentado suprimir”. Burg, que llegó a ser presidente de la Knéset, presentó una versión del mismo argumento a sus colegas en 1985. “El rabino Kahane forma parte de nosotros”, dijo a los demás miembros del grupo de estudio. “No surgió de la nada; surgió de nuestro seno, de todos los que se llaman sionistas, y por eso la culpa es nuestra”. Pero mientras sus interlocutores abogaban por situar a Kahane y a su movimiento fuera de la ley, Burg sostenía que era más seguro combatir a los extremistas en el tribunal de la opinión pública. “Prefiero tenerlos donde puedan ser vistos”, me dijo. La Knéset decidió lo contrario. El Parlamento israelí aprobó en 1985 un proyecto de ley que modificaba la ley fundamental del país para prohibir cualquier partido o político que apoyara el terrorismo violento contra el Estado, incitara al racismo o rechazara “la existencia de Israel como Estado judío y democrático”. Ese mismo año, en declaraciones a unos periodistas franceses, Kahane afirmó: “La democracia y el judaísmo son dos términos opuestos”. Con Kach en la Knéset, los partidos tradicionales intentaron rápidamente construir un cordón sanitario a su alrededor. Durante esos años, se habló mucho en Israel de la necesidad de aislar el sistema democrático de fuerzas que aprovecharan sus libertades para subvertirlo. El Ministerio de Educación israelí lanzó una iniciativa para inculcar los valores democráticos a los escolares del país. El Ejército se embarcó en un esfuerzo por combatir las simpatías kahanistas entre los soldados rasos, poniendo en marcha un programa para impartir a los nuevos reclutas cursos sobre “las virtudes de la democracia”. Los partidos de izquierdas, derechas y centro trabajaron codo a codo para bloquear el debate de las propuestas de Kahane e impedir que subiera a la tribuna. Cuando se levantó para hablar, los miembros de la Knéset, incluido el líder del Likud, Shamir, abandonaron la cámara. La radio pública israelí se negó a emitir los discursos de Kahane. La Policía le impidió sistemáticamente aprovechar su inmunidad parlamentaria para instigar la violencia contra los palestinos, lo que le llevó a calificar a los tribunales, la Policía y otros guardianes del Estado de derecho israelíes de “verdaderos fascistas”. Tales medidas reflejaban la respuesta inmunitaria de un sistema político israelí que en comparación estaba más sano. Por supuesto, este proyecto en contra de Kahane no habría sido tan completo si políticamente no hubiera sido conveniente. A Shamir no se le escapaba que Kahane atraía tanto en las formas como en el fondo a gran parte de la base del Likud. En un artículo sobre las elecciones de 1984 para la revista New York Review of Books, el periodista Bernard Avishai se preguntaba si Kahane no estaba simplemente “llevando a su extremo lógico lo que se había convertido en el sentido común bajo el primer ministro Menájem Beguín”. Pero esto también significaba que los líderes israelíes, incluso o especialmente los de la derecha, temían que el kahanismo fuera una especie de virus que se alimentaba de los miedos más oscuros de la conciencia colectiva israelí y que, si no se le ponía remedio, acabaría por destruir a su anfitrión. Desde el punto de vista funcional, la enmienda a la ley fundamental de Israel funcionó. Se prohibió a Kach presentarse a las elecciones de 1988 y el Tribunal Supremo confirmó el veto. Kahane nunca se recuperó de este revés y se radicalizó aún más. En lo que podría llamarse su filosofía madura, Kahane rechazó de plano el sistema de gobierno de Israel. “El sionismo de Kahane”, escribió Magid, se convirtió en “una batalla contra el Estado”. Argumentaba que no sólo los judíos seculares no eran realmente judíos, sino que Israel no era en absoluto un Estado judío. “Es un Portugal de habla hebrea al que le gustaría ser una Suecia de habla hebrea”, escribió. Para convertir a Israel en un verdadero Estado judío, propuso sustituir el Parlamento por un rey y un sanedrín, o tribunal rabínico supremo, ordenados por la Torá, que gobernarían el país según la interpretación estricta de la ley judía. Hacia el final de su vida, Kahane se unió a un movimiento separatista de extrema derecha con mínimas perspectivas de éxito para establecer un “Estado Independiente de Judea” en la Cisjordania ocupada. Fue elegido “presidente honorario” del Estado. El proyecto encontró poco apoyo. En el momento de su asesinato, Kahane y su movimiento parecían estar cayendo inexorablemente en la irrelevancia. El mismo extremismo que hacía tan peligroso al kahanismo impidió también durante mucho tiempo que se afianzara en la política parlamentaria. Pero a medida que la opinión pública israelí se escoraba hacia la derecha y Netanyahu transformaba su Likud en un bastión del populismo autoritario de derechas, las ideas kahanistas se normalizaban cada vez más En la década de los 90, a medida que Israel avanzaba lentamente en el compromiso territorial con los palestinos, el movimiento de Kahane asumió el mando de la oposición violenta al acuerdo de paz. En los años posteriores a su muerte, los discípulos que le quedaban, marginados y ridiculizados por la corriente dominante de Israel, se retiraron al asentamiento ultrarradical de Kiryat Arba, cerca de la ciudad palestina de Hebrón, en la Cisjordania ocupada, y a Kfar Tapuach, el asentamiento del norte de Cisjordania donde un pequeño grupo de seguidores de Kach, dirigidos por el hijo de Kahane, Binyamin Ze'ev Kahane, establecieron brevemente su base. Desde estos bastiones, la minoría kahanista se propuso desbaratar el proceso de paz y, por extensión, cambiar el curso de la historia de Israel. Los kahanistas demostraron una eficacia devastadora en la práctica de la violencia. El 25 de febrero de 1994, Baruch Goldstein, médico nacido en Brooklyn y miembro del Kach de Kiryat Arba, entró en la mezquita Ibrahimi de Hebrón y abrió fuego contra los fieles musulmanes. Mató a 29 palestinos. Dos meses después, el grupo islamista palestino Hamás lanzó su primer atentado suicida contra civiles en Israel, en la ciudad de Afula (norte), como acto de represalia. La organización había llevado a cabo atentados suicidas en los territorios ocupados el año anterior. La masacre de Goldstein llevó al Gobierno de Isaac Rabin a ilegalizar definitivamente a Kach y al movimiento Kahane Chai, un grupo disidente dirigido por Binyamin Kahane, calificando a ambos de “organizaciones terroristas”. En un discurso pronunciado tras la masacre de Goldstein, Rabin describió a Kahane y a sus seguidores como “una mala hierba descarriada”. Demostró estar trágicamente equivocado. La misma mañana de la masacre de Goldstein, Yigal Amir, un estudiante de Derecho de 25 años, leía el Talmud en la sala de estudios de la Universidad Bar-Ilan cuando escuchó las noticias por la radio. “Me intrigó mucho que un hombre pudiera levantarse y sacrificar su vida”, contaría más tarde Amir a los investigadores israelíes. “Fue entonces cuando tuve la idea de que era necesario acabar con Rabin”, confesó. El 4 de noviembre de 1995, Amir disparó dos veces contra el primer ministro y premio Nobel de la Paz cuando salía de un acto multitudinario por la paz en el centro de Tel Aviv, bajo el eslogan de “sí a la paz, no a la violencia”. Rabin murió esa misma noche. En las dos décadas siguientes, los discípulos de Kahane llevarían a cabo otros actos terroristas devastadores. Sin embargo, la eclosión de la extrema derecha a principios de la década de 2000, a lomos de la violencia desgarradora de la Segunda Intifada, supuso que no actuaran solos. Tras la retirada unilateral de Israel de la Franja de Gaza en 2005, una nueva generación de colonos sionistas religiosos también se radicalizó. Mientras que la generación de sus padres había intentado aprovechar el Estado para afianzar los asentamientos judíos en la Cisjordania ocupada, esta generación más joven se volvió contra el Estado, pues consideraba la “retirada” de Gaza como una traición imperdonable. Y mientras que la corriente principal del movimiento sionista religioso había respaldado tradicionalmente el uso de la violencia, los colonos recién radicalizados adoptaron el terror como valor, al igual que los kahanistas, a los que superaban ampliamente en número, y volvieron su violencia no sólo contra los palestinos sino también contra los judíos. Llegaron a ser conocidos como los jóvenes de las colinas. Acto litúgico en Jerusalén en recuerdo de Meir Kahane en noviembre de 2022. Reconocibles por sus largas y desaliñadas patillas y sus kipá deshilachadas y de gran tamaño, los jóvenes de las colinas se dedicaron a construir puestos de avanzada —ilegales tanto según la legislación israelí como la internacional— en la Cisjordania ocupada. Como parte de su acaparamiento de tierras, han aterrorizado a los palestinos de las zonas que invadían, les han robado las ovejas, han destrozado sus casas, han incendiado sus cosechas y les han agredido físicamente. (Desde los atentados de Hamás del 7 de octubre, los ataques de los jóvenes de las colinas se han vuelto mucho más descarados y mortíferos). No les sirve de nada la doctrina, ni la de Kahane ni la de otros. Solo se guían por la revuelta contra la autoridad, o más bien, como afirma Idan Yaron, antropólogo israelí que estudia la extrema derecha, “se resisten a toda autoridad que no sea la Torá”. Yaron ha comparado a los jóvenes de las colinas con otras formas de “resistencia sin líderes”, que actúan a través de células en red, y con Al Qaeda. Si existe un ideólogo que articule una teología política para los jóvenes de las colinas, ese es Meir Ettinger, un enjuto hombre de 33 años y barba desaliñada. Ettinger es desde que tiene 20 años uno de los objetivos judíos israelíes más buscados por el Shin Bet, el servicio de Inteligencia interior de Israel. A principios de la década de 2010, fue autor de una polémica en la que esbozaba un programa titulado La revuelta. En él pedía a los colonos militantes que desencadenaran una conflagración violenta e histórica entre judíos y árabes, con el objetivo de hacer implosionar el Estado israelí, sustituirlo por un reino halájico (perteneciente a Halajá, el compendio de reglas religiosas judías extraídas de la Torá Escrita y Oral), construir el Tercer Templo en Jerusalén y expulsar o matar a cualquier no judío que quedara en la Tierra de Israel. Aunque llegó a estas desquiciadas fantasías por su cuenta, en cierto modo también seguía la tradición familiar: Ettinger es uno de los 37 nietos de Meir Kahane. De la marginalidad a la centralidad política El mismo extremismo que hacía tan peligroso al kahanismo impidió también durante mucho tiempo que se afianzara en la política parlamentaria. Pero a medida que la opinión pública israelí se escoraba hacia la derecha y Netanyahu transformaba su Likud en un bastión del populismo autoritario de derechas, las ideas kahanistas se normalizaban cada vez más. El cordón sanitario que se había levantado en la década de los 80 empezó a resquebrajarse. “Una de las decisiones más fatídicas fue permitir que los kahanistas se presentaran a la Knéset”, me dijo Yaron. Mientras que el alto tribunal de Israel prohibió a Benzi Gopstein y Baruch Marzel —un discípulo kahanista nacido en Boston— optar a un escaño en 2019, el tribunal dio luz verde a Itamar Ben-Gvir y al resto de la lista del partido Poder Judío, de inspiración kahanista. “Fue un error garrafal”, añadió Yaron: “Un pecado que no se puede expiar”. Ese año, para apuntalar su posible coalición, Netanyahu rompió lo que quedaba del cordón sanitario al firmar un acuerdo de reparto de votos con Poder Judío. En las cinco elecciones nacionales celebradas entre 2019 y 2022, Poder Judío no logró reunir suficientes votos para entrar en la Knéset, lo que impidió repetidamente a Netanyahu reunir los escaños que necesitaba para formar un gobierno mayoritario de derechas. En 2022, para resolver este problema, Netanyahu engatusó a Ben-Gvir, líder de Poder Judío, y a Bezalel Smotrich, líder del partido de línea dura de los colonos Sionismo Religioso, para que formaran un 'bloque técnico' que permitiera a los partidos presentarse conjuntamente a las elecciones para posteriormente volver a dividirse en la Knéset. La jugada dio resultado. En las elecciones de noviembre, la lista conjunta de Poder Judío y Sionismo Religioso obtuvo 14 escaños, lo que la convirtió en la tercera fuerza más grande de la Knéset. A diferencia de muchos de los últimos admiradores de Kahane, Ben-Gvir parece haber leído parte de la voluminosa obra del rabino. Los libros de Kahane ocupan un lugar destacado en las estanterías de cristal de la casa de Ben-Gvir, por encima de los volúmenes del Talmud y los comentarios de la Torá. Residente del bastión kahanista de Kiryat Arba, Ben-Gvir colgó durante años un retrato del asesino en masa Baruch Goldstein en la pared de su salón. La Yeshivá de la Idea Judía, el seminario que Kahane fundó en la frontera de Jerusalén Este, cuenta con Ben-Gvir entre sus alumnos más ilustres. Aunque Ben-Gvir no ha abandonado la animadversión antiárabe de Kahane ni los motivos de la guerra de clases de la derecha, se ha esforzado por ampliar el atractivo del kahanismo. A diferencia del estadounidense Kahane, Ben-Gvir es hijo de inmigrantes del Kurdistán iraquí y habla de amar a “todo el pueblo judío”. En las redes sociales se presenta como una figura desaliñada, bondadosa y de principios. En su día fue un homófobo vociferante, pero en la campaña electoral de 2015 afirmó ante los medios de comunicación: “Las personas LGBT son mis hermanos y si tengo un hijo homosexual, lo abrazaré y lo besaré porque es mi hijo”. Antes de las elecciones de 2020, Ben-Gvir accedió a retirar el retrato de Goldstein de su casa. Durante la campaña electoral de 2022, reprendió diligentemente a sus partidarios cuando se arrancaron con su cántico favorito de “muerte a los árabes”. “Es muerte a los terroristas”, les corrigió, sonriente. Con estos cambios cosméticos, Ben-Gvir se ha mantenido fiel al pilar central del proyecto político kahanista: la anexión de las ocupadas Cisjordania y Gaza, y la expulsión de los palestinos de estos territorios. Ha mostrado un entusiasmo menos manifiesto por las otras partes de la tradición kahanista, como el derrocamiento del Estado laico y su sustitución por uno teocrático. Si Kahane creía que la quiebra definitiva podía instigarse aquí y ahora mediante la violencia, Ben-Gvir se centra en acumular poder y popularidad. Ilusionados con el 7 de octubre En las semanas y meses que siguieron a los atentados de Hamás del 7 de octubre, mientras gran parte de Israel estaba de luto, la extrema derecha —tanto los kahanistas como los colonos de línea dura— contemplaba la destrucción con una sensación de ansiosa expectación. Veían lo sucedido como una oportunidad. Según la visión kahanista, un requisito previo para el amanecer de la era mesiánica es una guerra apocalíptica que purifique la Tierra de Israel de la presencia de no judíos. Orit Strock, miembro de la Knéset por el partido Sionismo Religioso, comentó en julio de 2024 que los días de guerra eran como “un periodo de milagros”. La esperanza de la extrema derecha de que esta guerra pueda conducir a la conquista divinamente ordenada de todo el Gran Israel —y quizá a la guerra que ponga fin a todas las guerras— es una de las razones por las que haya durado tanto. Con una extrema derecha con más poder que nunca, la posibilidad de que logre objetivos tan devastadores ha estado latente desde el inicio de la guerra. A mediados de octubre de 2023, el Ministerio de Inteligencia de Israel preparó un documento que recomendaba expulsar a la población de Gaza al desierto del Sinaí. Después de que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunciara en febrero de 2025 su propio plan para expulsar a los más de dos millones de palestinos de Gaza, el Gobierno de Netanyahu transformó la obsesión kahanista por la “transferencia” en una política oficial. El ministro de Defensa, Israel Katz, ordenó al Ejército que se preparara para aplicarla. El programa CBS News informó de que la Administración Trump e Israel han contactado con los Gobiernos de Sudán y Somalia para ver si aceptarían a los palestinos expulsados de Gaza. En lo más profundo de las filas de la derecha israelí han comenzado a florecer fantasías aún más lúgubres y violentas. Nissim Vaturi, miembro del Likud en la Knéset, dijo en una reciente entrevista radiofónica que el Ejército israelí debería “separar a las mujeres y los niños, y matar a los hombres adultos en Gaza”, y añadió: “Estamos siendo demasiado considerados”. En una oscura noche de jueves a finales de diciembre, cubrí un evento organizado por un grupo de colonos radicales de derechas que se preparaban, según su visión, para regresar de forma inminente a repoblar Gaza. Allí, en el aparcamiento de la estación de tren de Sderot, cerca de la frontera con Gaza, una multitud de estudiantes de escuelas talmúdicas ondeaba banderas que decían “Gaza es nuestra para siempre” y desfilaban por la acera cantando Zochreini Na, una canción de la banda de rock judía estadounidense-israelí Shlock-rock. Compuesta por el músico kahanista Dov Shurin, Zochreini Na se ha convertido en un himno de la extrema derecha israelí. La letra de la canción proviene de un versículo del Libro de los Jueces, que relata cómo el héroe bíblico Sansón, antes de morir, reza a Dios: “Recuérdame. Por favor dame fuerza esta vez para vengarme de los filisteos”. En la versión comúnmente usada por los kahanistas, la palabra “palestinos” reemplaza a “filisteos”. Los jóvenes colonos coreaban esas palabras con entusiasmo, pero parecía que, en su fervor, habían olvidado —o quizás reprimido— cómo termina la historia en el Libro de los Jueces. Sansón, el héroe, derriba las columnas del templo de Dagón sobre los filisteos reunidos para ofrecer un sacrificio... y sobre sí mismo. Aunque con su muerte mata “más que en toda su vida”, el acto de Sansón es un suicidio. Traducción de Emma Reverter
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hace alrededor de 4 horas
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