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Un Cónclave en la era digital

El Cónclave papal , el método de elección del Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, que es a la vez soberano del Estado Vaticano y obispo de Roma, despierta un enorme interés pese al proceso de secularización de nuestras sociedades. La opinión pública sigue con atención cada detalle ritual de un sistema de selección que ha ido tomando forma durante dos milenios y que refleja, en sus reglas, los distintos desafíos a los que se ha enfrentado la Iglesia a lo largo de su existencia. Como curiosidades figuran los hechos de que, en la Antigüedad, el obispo de Roma era designado por consenso entre el clero y los laicos de la ciudad, y que los cardenales sólo pasaron a ser los únicos electores del papa en el año 1059, mientras que el requisito de que el designado fuera católico quedó establecido por una bula de Pablo IV en 1559. La dispensa de ser elector para los cardenales de más de 80 años la impuso Pablo VI en 1970 y la ratificó en 1975. La historia de los cónclaves es también la de los intentos de influir en su resultado. Cuando la Iglesia disputaba el poder temporal a los reyes, este asunto provocó cismas y el surgimiento de antipapas, candidatos que impugnaban la elección y levantaban legitimidades paralelas. Durante la Guerra Fría, la posible influencia de los países de la órbita soviética a través de estrategias de desinformación era un sospecha viva en Occidente y en la propia curia vaticana. Desde una perspectiva puramente institucional, el Cónclave intenta equilibrar los intereses de la institución católica, el clero y sus feligreses. Una de las grandes preocupaciones modernas ha sido que no se eternicen con el fin de no transmitir la sensación de un clero dividido en bandos. Y, aunque los movimientos pendulares en la Iglesia católica se miden por siglos, en las últimas décadas hay preocupación por si esta necesidad de forzar un rápido consenso es acertada o no. Los últimos tres cónclaves han durado apenas dos días. La elección de Benedicto XVI tomó 24 horas y la de Francisco, 27. La actual regulación fue fijada por Juan Pablo II en la constitución apostólica 'Universi Dominici Gregis', promulgada en 1996. Benedicto XVI le introdujo dos reformas y una de ellas estipula que, si el Cónclave se alarga , se elegirá entre los dos candidatos más votados y el elegido ya no lo será por mayoría simple, sino por dos tercios de los votos, obligando al mismo consenso inicial. Recogía así la preocupación de muchos expertos que consideran que los cónclaves se han convertido en carreras en pos de una figura de consenso en vez de centrarse en el candidato más adecuado. Con todo, no hay que olvidar que el Cónclave no busca elegir al más inteligente o al más santo, sino legitimar al jefe de la Iglesia católica. Tras la muerte del Papa Francisco, el Cónclave de 2025 será el primero que se celebre en una sociedad ya no sólo secularizada, sino crecientemente digitalizada. Tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI expresaron su preocupación por la posibilidad de injerencias de corte tecnológico en la elección papal y por eso su uso está limitado para los cardenales durante el Cónclave. Los tres últimos Pontífices fueron elegidos en un ecosistema definido por la sociedad de la información, pero que aún no estaba dominado por las redes sociales y Tik Tok tan claramente como lo está hoy. Por eso, este Cónclave se desenvuelve en aguas no cartografiadas, lo que despierta diversas preocupaciones, todas muy razonables, porque aunque los Papas ya no tienen poder temporal, el control de las creencias de las personas sigue siendo un campo muy apetecible para quienes persiguen el poder político, militar o económico.

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