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María Pombo y el origen del universo

María Pombo y el origen del universo
De la observación minuciosa de los vídeos que han desencadenado la polémica tiktokera de esta semana —una 'influencer' que admite que no le gusta leer—, David Uclés extrae una conclusión: esta creadora de contenido esconde un 'aleph' en su casa; Borges también estaría fascinadoDe las 'clean girls' a la estética “portuguesa”: ¿por qué esta obsesión por categorizarse constantemente? Borges definía el aleph como un punto desde el cual se podría observar todo el universo, principio y fin: un rincón en un sótano que te permitía aprehender de un solo vistazo el infinito en su imposible totalidad. E insistía en que ese todo no podría encerrarse nunca en un texto. El lenguaje no puede hacer frente al infinito. ¡Es por eso, lectores y lectoras ignorantes, que María Pombo no lee! Porque es plenamente consciente de esa imposibilidad, y no porque muchos piensen que el código deontológico del influencerismo distrae la atención del creador de contenido y lo convierte en un vendehúmos incapaz de concentrarse en leer un párrafo largo sin revisar las notificaciones del teléfono cada minuto. Por otro lado, y esto no os lo vais a creer, después de ver varias veces el vídeo de la polémica he descubierto que María esconde en su casa un aleph. Y no lo tiene en el sótano de su casa, sino en mitad del salón, bajo la forma de una estantería 360º: un mueble azul prusiano diseñado originalmente para sostener el todo —es decir, los libros— pero que, paradójicamente, contiene la nada. Este aleph es tan perspicaz que ha logrado pasar desapercibido durante todos estos días. La prueba es que de todos los artículos que he leído sobre la polémica, casi todos se centran en María, pero pocos en la librería. Porque María Pombo es fácil de describir —y, por ende, también de criticar—. Es casi una certeza; una tautología. María Pombo es María Pombo: no es un ser sibilino o engañoso. Es transparente, directo, sin filtros —salvo los estrictamente imprescindibles—. Por eso, me resulta extraño que haya quien descubra ahora que no le gusta leer. ¿Qué esperábamos? ¿Qué tuviera un ejemplar de la Crítica de la razón pura en la mesilla del cuarto de invitados? ¿Que tenga un póster de Leontxo García en su despacho? Hay muchos tipos de conocimiento y no toda erudición se aprende en los libros. Ella, en cambio, sabe cosas que los lectores desconocemos: como la forma exacta para probarte unos pantalones sin necesidad de ponértelos o cómo organizar tu despensa por colores. Pretender que Pombo lea es como desear que Chomsky haga un directo cada mañana explicándonos los batidos de acelga deshidratada con bayas turcas que desayuna. ¡Y quién se atrevería a decir que uno es más que otro! Pero volvamos al aleph y analicemos la nada que esconde: para empezar, en el lugar más preciado del mueble, que entendemos que es una librería, debería descansar, sin ser demasiado exigentes, una novela; pero en su lugar nos encontramos con otra realidad física: el coral de su amiga Sofi —desde hoy, una amiga más—. Al lado, un libro sobre los ángeles, custodios de la más célebre de las vecinas de Valencia. También vemos un papel donde han escrito con un rotulador permanente AVE MARÍA; y una velita, claro. Cítrica o de vainilla, supongo; si es cara, con algo de cardamomo. Después, María nos muestra una piedra que dice que es “de su playa favorita de la vida” —se supone que hay una playa favorita “de la muerte”—, que tiene el tamaño del flequillo de Lauren Postigo y parece la pieza que se mueve en la ouija, la gota. Y, por último, rodeado de dibujos que María nos enseña al grito dictatorial de ¡ARTE!, encontramos la pieza más valiosa de todo el aleph: un árbol sacrificado para que los padres de María tallaran el número favorito de su hija: el 22. Creo que es muy importante tener en casa siempre a la vista nuestro número favorito. María lo sabe. Ojalá me invite algún día a su casa. Me gustaría observar el infinito de cerca. Como le gusta el interiorismo, le llevaré de regalo la película de Woody Allen en la que un personaje entra a una librería y pide “dos metros de libros bonitos”. No le pediré que se lea mi última novela porque no la distribuye Zara Home. María termina el vídeo diciendo que hay que empezar a abrir un poquito más la mente. Y tiene razón.
eldiario
hace alrededor de 4 horas
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