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Periodismo y chismorreo

Periodismo y chismorreo
En términos cuantitativos, hay más fuentes de información que nunca; en términos cualitativos, tienden a vender la misma demagogia y, como son del mismo espectro ideológico, han terminado creando una verdadera dictadura cultural Allá por 1908, G. K. Chesterton confesaba lo siguiente: “He llegado a la conclusión de que, si usted nunca cree a la prensa y cree siempre al chismorreo privado –dentro de lo razonable–, estará probablemente en lo cierto” (Periodismo y chismorreo, publicado en España en La prensa se equivoca y otras obviedades). Aquel texto no atacaba los graves problemas de La tiranía del mal periodismo, donde decía que la democracia “no está más relacionada con los periódicos que con los títulos nobiliarios” y que, en realidad, lo que se entiende por lo que ahora llamaríamos grandes medios “es una conspiración de unos pocos ricos” (La utopía capitalista y otros ensayos); pero, aun no atacando esos problemas, su reflexión sobre la frivolidad casi tiene más fondo, porque sacude la base de toda la credibilidad mediática: su supuesta seriedad, objetividad, rectitud. En la época de Chesterton, la manipulación informativa no era menos habitual que en nuestros días; tampoco era más hábil, como se puede deducir de la afirmación de que, a veces, no se sabía si los periodistas estaban hablando de “un incendio intencionado, una falsificación o el robo de un caballo”; la diferencia está en otra parte: en que el “monopolio” parcial de antaño, que ya tenía “el efecto práctico de una encerrona”, ha pasado a ser más o menos absoluto. En términos cuantitativos, hay más fuentes de información que nunca; en términos cualitativos, tienden a vender la misma demagogia y, como son del mismo espectro ideológico y dicho espectro controla las vías centrales de distribución, han terminado creando una verdadera dictadura cultural. Añádase a ello que El medio es el mensaje (siempre hay que volver a Marshall McLuhan) y se entenderá por qué están poniendo en peligro la propia viabilidad de la democracia y hasta la salud mental de la especie. El libro de McLuhan tiene una anécdota bastante conocida. Según parece, el cajista cometió una equivocación con el título y, en lugar de poner message (mensaje), puso massage (masaje, manoseo, adulteración). Cuando el autor lo vio, dijo: “¡Dejadlo así! ¡Es genial, y da en el clavo!”; pero, en general, ni los lapsus importantes de los medios son tan inocentes ni están en el ámbito de lo tipográfico ni mejoran la comprensión de nada, como demuestra –por ejemplo– la política internacional: en un mundo de alrededor de 200 países, solo se habla de 195 en caso de terremoto, epidemia o invasión de algún jefe. Sencillamente, no son noticia; y no por irrelevantes o molestos, sino por la inconveniencia de romper el estrecho relato oficial. Ha hecho falta un genocidio para que Palestina se ponga en primer plano. No sabemos qué haría falta para que Haití vuelva a las portadas. De hecho, ni siquiera sabemos qué pasa realmente en Europa. Sin salirnos de occidente, y descontando asuntos como la letra pequeña del acuerdo UE-Mercosur, estos tiempos son los de la ruptura del Partido Laborista británico (sí, su ala izquierda ha fundado un partido nuevo, con Jeremy Corbyn a la cabeza), la preparación de una huelga general en Francia (no todo es la moción de este 8 de septiembre) y, al otro lado del Atlántico, el caos del país que comparte Santo Domingo con República Dominicana. Seguro que la mayoría no se ha enterado de las dos primeras noticias y, si no se ha enterado de lo que ocurre aquí, qué decir del resultado final de las invasiones y múltiples intervenciones de EEUU en Haití, cercano a Mad Max. “Es el medio el que modela y controla la escala y la forma de la asociación y acción humanas”, dice McLuhan en Comprender los medios de comunicación y, aunque no se refería al contenido –hablaba del objeto, desde el papel hasta la TV–, también es válido si se interpreta a lo Herbert Marcuse en El hombre unidimensional, en su análisis de lo que llama “los proveedores de información de masas”. Por supuesto, hay proveedores de información más allá de los medios tradicionales y, especialmente, del propio periodismo. Siendo justos, el cine de Hollywood tiene más capacidad de manipulación que el mayor de los periódicos; o, sin llegar tan lejos, la Historia que enseña el sistema: la desgracia del país caribeño mencionado no empezó con EEUU; empezó con un personaje que amaba las coronas imperiales y que lo primero que hizo al conseguir el poder fue eliminar los restos de la Revolución Francesa, restablecer la esclavitud en sus colonias y enviar a su cuñado a exterminar a todos los negros de Haití –mujeres incluidas–, de lo que se jacta el amigo Leclerc en una de sus cartas al individuo en cuestión, Napoleón. Pero, tras doscientos y pico años de propaganda, incluso el progresista medio de nuestros países cree que Napoleón era un libertador, y que el hombre del pueblo hasta en sus errores, antiesclavista por excelencia, padre de la declaración de los derechos humanos y de cualquier concepto liberal de democracia avanzada (con Saint-Just, entre otros), era un criminal: Maximiliano Robespierre. Sobre este último tema, les recomiendo que lean la compilación de sus discursos que hicieron Florence Gauthier, Yanic Bosc y Sophie Wahnich, traducida al castellano por Joan Tafalla (Por la felicidad y por la libertad). No es cierto que la mentira tenga las patas cortas; por desgracia, las tiene larguísimas. Sin embargo, y volviendo al chismorreo del gran rebelde que fue Gilbert Keith Chesterton, la gente debería tener claro que, si no está dispuesta a apoyar a los medios independientes –o, en la creación artística, a los creadores independientes–, tendrá que aguantar que le hablen constantemente del “robo de un caballo” y las aventuras de reyes y princesas cuando no tiene casa ni salario digno ni más expectativa vital de calado que la posibilidad de que le toque la lotería. Como reza el refrán, “sarna con gusto, no pica”.
eldiario
hace alrededor de 4 horas
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