cupure logo
quedíezleireleire díezporlaslosdelparaaldama

Ansiedad por las noticias y comisarias con kits de supervivencia que pueden multiplicarla

Ansiedad por las noticias y comisarias con kits de supervivencia que pueden multiplicarla
Pacientes angustiados por la amenaza de guerras o catástrofes climáticas llegan a las consultas de psicólogos que empiezan a restringir el consumo abusivo de información. Expertos en comunicación social alertan de que la dieta informativa empeora cuando los algoritmos pesan más que la jerarquización de los mediosEl último 'Rincón de pensar' - Michael J. Sandel: "Clinton, Blair y Schröder tienen gran parte de culpa por el auge de la extrema derecha" De repente, un día aparece en Instagram una comisaria europea sonriente, con traje informal y zapatillas deportivas, sacando objetos del bolso para avisar a 448 millones de personas, la población aproximada de la Unión (el 5,8% del planeta) de que conviene guardar en casa un kit de supervivencia que nos permita aguantar 72 horas: pastillas potabilizadoras de agua, navaja suiza, una radio a pilas, latas de conservas, un hornillo para calentarlas y dinero en efectivo. Para caso de guerra o catástrofe.  Un momento… ¿Hemos dicho de repente? En realidad, no fue tan de repente… Antes habíamos visto a centenares de niños amputados o directamente muertos en el regazo de sus madres en Gaza… Y la masacre de civiles de Bucha en Ucrania, y aquellas fotos de los ajusticiados (civiles, hay que insistir en esto) con las muñecas atadas detrás de la cintura… Y aquí más cerca, una riada que se llevó por delante a 228 personas (sin contar los desaparecidos) y también el día a día de miles de personas que han perdido hijos, padres y madres, casas, negocios… Algunos, todo eso junto.  Desde hace semanas se repiten, además, baterías de titulares sobre una guerra de aranceles que amenazan con arrastrar a la economía de todo el globo a una recesión económica de consecuencias impredecibles…  Y todo eso, cuando todavía están por conocer los efectos para varias generaciones de la peor pandemia en un siglo que se cobró siete millones de vidas en 234 países (según los datos de la Organización Mundial de la Salud que todavía sigue estudiando los traumas derivados para la población.)  Días después del vídeo de la comisaria y de la cascada de informaciones, reportajes y listas digitales sobre el kit de supervivencia, Roberto, nombre ficticio de un paciente real, varón por encima de la cincuentena, llamó por teléfono a su psicólogo para decirle que no podía dormir porque de repente (otra vez) le urge resolver las diferencias que tiene con sus hijos. Lleva tiempo sin hablarse con ellos y ya no puede soportarlo porque ve más cerca una guerra en Europa y no se perdonaría que pasase algo sin tratar con ellos. Roberto asegura que ha visto en la televisión lo del kit de supervivencia y por primera vez ve próxima la posibilidad de un conflicto bélico, como los que había oído contar a sus padres y abuelos. No descansa por las noches, le aterra la posibilidad de no arreglar las cosas con sus hijos.  En aquellas mismas semanas, una mujer también por debajo de los 60, telefonea al mismo gabinete de psicólogos angustiada por si sus hijos tendrán que ir a la guerra, un escenario que nunca había contemplado pero que ahora empieza a vislumbrar y que se retroalimenta cada vez que busca noticias sobre el tema.  Los psicólogos tienen un nombre para todo esto. Llaman “visión túnel” a lo que sufren sus pacientes cuando se encierran en un pensamiento circular del que no ven salida. Al otro lado de las pantallas que leen esas personas que se atiborran de noticias sobre catástrofes, conflictos y calamidades, están los periodistas que las escriben y que reciben documentos, imágenes y testimonios en bruto para luego traducirlos a la audiencia. Son espectadores de una realidad sin filtros, en contacto permanente con esos dramas, que muchas veces dedican jornadas de muchas horas a leer y escribir sobre un mundo donde se multiplican las inseguridades. Una mezcla explosiva que amenaza su salud mental. Lo vivió en primera persona Alberto, pseudónimo de un periodista aún en la treintena, empleado en un medio digital y al que se le vino el mundo encima con la invasión de Ucrania. Entonces, como ahora, vivía en pareja, tenía una hija de tres años y un segundo bebé en camino. Este es su relato.   “Al principio vi la invasión de Ucrania como un conflicto lejano, pero cuando todos los medios empezaron a publicar análisis sobre una posible guerra mundial, me empecé a angustiar mucho. Llegó al punto que me paralizó a la hora de relacionarme con el trabajo o con mi familia, me resultaba muy chocante ver a la gente tranquila a mi alrededor. Yo buscaba y no encontraba la validación en mi entorno respecto de las informaciones que leía. Estaba casi todas las horas del día, y esto es literal, enganchado al ordenador o al móvil, leyendo medios y blogs cada vez más remotos, tratando de tranquilizarme. Lo que me encontraba era justo lo contrario. Entré en una espiral diabólica. Hacía el desayuno a mi hija leyendo en el móvil la amenaza de la tercera guerra mundial. Llegué al convencimiento de que ella no llegaría a cumplir los diez años. Entonces lo conté en el periódico y decidí parar. Me dieron la baja, un psiquiatra me prescribió unos ansiolíticos para rebajar la ansiedad y un psicólogo me pautó nuevas formas para relacionarme con la información de manera más sana. No haría noticias sobre conflictos bélicos, tampoco sobre el cambio climático ni sobre la escasez energética. Con el paso de las semanas la cosa empezó a mejorar”.  Hace más de 60 años, George Gebner, psicólogo, sociólogo, periodista y estudioso de los medios de comunicación acuñó la “teoría del cultivo”, que venía a decir que la exposición prolongada a la televisión afectaba a la percepción de la realidad por parte de los espectadores y contribuía a moldear su visión del mundo.  La hipótesis de Gebner se cerraba con una conclusión: el ser humano es la única especie condicionada por las historias que cuenta, de ahí el poder de quién las cuenta. Por supuesto, la teoría también tenía culpables: los medios de masas, esencialmente la televisión de la época, que transformaron aquellos relatos artesanales en procesos industriales a base de marketing y mensajes elaborados que servían para cultivar determinados efectos en los telespectadores. Entre las consecuencias, Gerbner identificó “el síndrome del mundo cruel”. Investigó cómo la proliferación de historias sobre catástrofes y crímenes, los que más impactan sobre el ser humano y hurgan en sus instintos de defensa -ya sean las muertes y accidentes, acontecimientos reales o mera ficción- empuja al espectador a concebir el mundo como un lugar inhóspito y modifica sus actitudes a la hora de moverse en él. A las teorías de Gerbner le salieron numerosos críticos que acusaron al investigador de la Universidad de Pensilvania de sobrevalorar los efectos de los medios sobre la audiencia entendida como un grupo homogéneo y fácilmente influenciable, y de despreciar otros factores como la edad, la posición socioeconómica o la educación que contribuyen a que un mismo mensaje tenga distintos efectos según las circunstancias sociales de quien lo reciba. La hipótesis de Gerbner se basó en el modo en que los norteamericanos consumían televisión en los años 60 -siete horas los adultos, más de dos horas los niños, algunos antes incluso de aprender a hablar- y culpaba a los intereses de las grandes cadenas y su negocio de manipular a la población hasta moldear su visión del mundo.  Las teorías sobre la dieta informativa impuesta por los grandes medios de comunicación y sus intereses -unidireccional que impacta sobre una masa homogénea-, la bala mágica o la aguja hipodérmica y hasta el viejo paradigma de Lasswel -“quién dice qué, a quién, por qué canal, con qué efectos?” son en la era de Internet y la Inteligencia Artificial poco más que recuerdos en los libros de comunicación social o asignaturas de Periodismo.     En la sociedad actual, de la supuesta democratización de la información, de la fragmentación de las audiencias, el consumo de las noticias, dice la sociología moderna, no se parecería tanto al menú que imponen grandes cadenas sobre una audiencia indefensa, sino más bien a un autoservicio con buffet libre donde cada individuo elige qué, cómo y cuánta información consume. ¿Hemos dicho buffet libre? Esa sería la teoría. En la práctica, son los algoritmos basados en las experiencias de navegación, los que determinan qué va a seguir consumiendo cada uno. Y esos algoritmos tampoco son inocentes.  Silvia Martínez es profesora de Ciencia de la Información y de la Comunicación de la Universidad Oberta de Catalunya, investigadora del grupo GAME y directora del Máster de Social Media. Atiende a elDiario.es por teléfono y explica así el cambio en el consumo de la información.  “Cuando estudiábamos Periodismo, se nos recomendaba combinar la publicación de noticias duras y blandas. Y esto condicionaba la estructura de los informativos y de los periódicos: había temas más duros y temas más ligeros, también había secciones. Este equilibrio se ha roto porque ya no se hace un consumo de las noticias como antiguamente. En un diario digital la gente ya no suele entrar por la portada. No ves la selección que hace el periodista. Esa aproximación ha cambiado y se han modificado los roles. Ya no es el periodista el que te hace ese dibujo de lo que debes saber. Llegan muchas cosas a través de las redes. Y está el efecto de los algoritmos que te proporcionan más contenidos en función de lo que buscas. Así llega más y más contenido asociado a las búsquedas. Eso crea una saturación”.  Esther López Zafra es catedrática de Psicología Social en la Universidad de Jaén y a la vez presidenta de la Sociedad científica española de Psicología Social. Añade al debate un par de conceptos: “el contagio emocional”, que producen aquellos entornos que retroalimentan determinados análisis, y “la rumiación”, ese pensamiento circular que no se va y que puede acabar aislando a la persona. Aunque todo tiene grados, avisa de que los episodios más graves pueden acabar produciendo depresión en personas vulnerables que se lanzan a consumir sin freno noticias negativas.   “Primero hablan todo el rato sobre lo mismo y cuando se sienten incomprendidos, van generando una mayor ansiedad y lo que ocurre es que se centran en grupos que les prestan atención. O eso o directamente se aíslan. ‘No voy a ir a tales sitios porque son peligrosos, dejo de viajar a determinados lugares’. Ahí empiezan las conductas de evitación. Y a medio plazo, los pensamientos incapacitantes que pueden derivar en depresión. Cuando se produce situación de aislamiento, pensar solo en eso que temes, lo llamamos la indefensión aprendida, cuando la conclusión es que no puedes cambiar nada”. ¿Era más sana la dieta informativa cuando la jerarquización de las noticias era monopolio de los periodistas y de esos medios que, como estudió Gerbner, tenían también sus propios intereses, o ahora cuando cada uno supuestamente decide lo que quiere leer, aún con la influencia de las redes sociales y sus algoritmos? No hay una única respuesta para esta pregunta, pero López Zafra, la experta en Psicología Social, anticipa la necesidad de regular las redes sociales, a la vista de los efectos perniciosos que están generando en múltiples campos, además de en los adolescentes que no están preparados para tanto estímulo. Esta científica recurre a un nuevo término: “la infoxicación”, una especie de intoxicación por sobredosis de noticias, muchas de ellas con una trazabilidad dudosa. “Regular las redes es nuestra responsabilidad como sociedad democrática. Los medios de comunicación han sido importantes, pero ¿qué entendemos por medio de comunicación? ¿una red social lo es? Hasta ahora, no sé en el futuro, ha habido una falta de responsabilidad que se ha convertido en un monstruo. Y los más afectados son aquellos que están todo el día sometidos a la infoxicación. Se ha visto un aumento muy evidente de los problemas en psicología emocional sobre todo tras la pandemia porque en aquel momento nosotros no podíamos salir de casa pero en las casas estaba entrando de todo”.  A la consulta en Madrid de Sergio García Soriano, psicólogo con más de dos décadas de experiencia, especializado en el tratamiento de la ansiedad y las adicciones, están llegando últimamente pacientes afligidos que verbalizan miedos indeterminados, no directamente relacionados con sus entornos familiares, laborales o de pareja, sino temores etéreos sobre el mundo que nos espera y que perciben básicamente a través de los medios. En su despacho, García Soriano no solo asume la metáfora de la dieta informativa, admite que ha tenido que poner a algunos pacientes a régimen. Régimen de noticias. “Sí, claro que pautamos un consumo de los medios de comunicación a esas personas que vemos vulnerables. Elaboramos un cuadrante con los factores que le están generando esta perspectiva de su propia vida y a partir de ahí reducimos la información que ellos puedan captar y vamos tomando decisiones para ir mejorando su estado anímico y su manera de estar en el mundo. A partir de ahí podrán volver a consumir más noticias. Pero si se está quejando de un factor que produce ese estado anímico negativo, pues tendrá que hacer una reducción de la televisión o de la radio… En realidad, es lo mismo que haríamos si lo que afecta negativamente es el contacto con el suegro, la suegra, o un compañero de trabajo tóxico. Pautamos evitar el contacto. Para ellos pensar que lo que le está pasando [esa ansiedad que sienten] viene originado por el consumo de noticias es un descubrimiento y a partir de ahí les proponemos dosificar esa exposición a los medios”.  A continuación, algunos ejemplos reales de alternativas que este psicólogo ha propuesto a pacientes enganchados a las noticias negativas: jugar al mus, salir a pasear, hacer deporte, llenar con otros contenidos esas horas muertas que se dan sobre todo por las tardes.Todo combinado con sesiones de psicoterapia, que en muchos casos acaban aflorando otros malestares ocultos, pero compatibles con la ansiedad que generan la catarata de titulares sobre tragedias, guerras y demás desastres que ocurren en el mundo.  Si se rasca un poco, avisa este psicólogo, es habitual comprobar que tras esos miedos que puede avivar una comisaria recomendando un kit de supervivencia para 72 horas, hay, en la mayoría de ocasiones, problemas personales que el paciente no logra identificar en su primera llamada: conflictos de pareja, laborales, una vida que no les gusta… Situaciones más acuciantes en sus círculos directos que en las primeras consultas permanecen soterradas y que en la terapia acaban viendo la luz.  A Alberto, el periodista del medio digital que se vio obligado a parar, le recomendaron no leer noticias nada más levantarse, acudir al puesto de trabajo, hacer allí un repaso del resto de medios, trabajar durante su jornada en sus reportajes y desconectar a una hora decente, en su caso no más allá de las cinco de la tarde, para ocupar el resto del día en otras actividades y en su vida familiar hasta la mañana siguiente. También se le pautó desconectar las aplicaciones instantáneas y las alertas de los medios. Dos años después de aquella crisis, que prácticamente lo inhabilitó, ahora lo cuenta así: “Me resultaba muy paradójico y frustrante que a un periodista le recetasen no leer noticias. Pero los mecanismos psicológicos que operan en los miedos y ansiedades no tienen tanto que ver con comprender una realidad, sino con saber manejar la dieta informativa, con ser capaz de desconectar, de buscar aquello que te hace sentir bien, de no estar sometido a ese bombardeo. Aprendí que no estamos preparados para recibir inputs negativos constantes durante 24 horas al día”.  La situación de Alberto pudiera parece una anécdota. No lo es. El Instituto Reuters y la Universidad de Oxford celebraron hace unas semanas un evento sobre salud mental y periodismo. Allí presentaron las conclusiones de una encuesta realizada entre 268 periodistas que cubren cambio climático: el 22% de los consultados sufre síntomas de estrés postraumático. En la mesa redonda, una periodista ambiental filipina, Jhesset O. Enano, resumió así el problema: “Los periodistas sentimos empatía hacia la gente sobre la que informamos porque nos importan estos temas, pero a veces no extendemos esa empatía a nosotros mismos”. El vídeo puede verse aquí. La encuesta de Reuters arroja cifras alarmantes: el 16% de los periodistas que cubren cambio climático y respondieron a la encuesta se vieron obligados a parar por problemas mentales. Y casi la mitad admitió síntomas moderados de ansiedad (el 48%) y de depresión (el 42%). Hoy sabemos además que millones de personas en todo el mundo han decidido vivir al margen de las noticias, una desconexión que va a más en los últimos años y que afecta directamente a nuestro país. El estudio Digital News Report, también del Instituto Reuters y la Universidad de Oxford, concluye que tres de cada diez personas en España evita consumir noticias “a veces o a menudo”. Y que más de un tercio (el 36%) de quienes han decidido desconectarse apelan a la salud mental, “para no sufrir efectos negativos en su estado de ánimo, un 43% lo hacen por lo reiterativo de la agenda informativa, y un 29% por la cantidad de noticias que difunden los medios de comunicación. La inercia se mantiene desde hace unos años y no hay indicios de que vaya a darse la vuelta. España es uno de los países donde más se nota esta tendencia”.  Una pequeña confesión: la mañana del pasado 28 de abril cambió el rumbo de este reportaj. Ya estaban casi todas las entrevistas a expertos realizadas, los primeros párrafos escritos y la línea argumental encarrilada. El texto se centraría en el alarmismo de los medios de comunicación que está acrecentando los problemas de salud mental de una sociedad ya muy castigada en los últimos años. Por supuesto, también los de sus periodistas.  Pero de repente -y esto sí sucedió de repente, no se trata de una trampa narrativa, como tampoco hay forma de demostrarlo, el lector aquí tendrá que confiar- se fue la luz en casi todo el país. El apagón general pilló a este periodista -que como la mayoría de ciudadanos europeos había visto, leído y repasado las recomendaciones de la comisaria sobre el kit de supervivencia- con ocho euros de dinero en efectivo, el depósito de la moto en la reserva y ni rastro de hornillo de gas ni de ningún otro dispositivo capaz de calentar alimentos sin luz eléctrica.  ¿Debía el reportaje debe tomar otro cariz? ¿Quién le llama ahora catastrofista a la comisaria de Instagram? ¿Cuánto han tardado en reaccionar y cómo les ha afectado a esos ciudadanos que decidieron aislarse voluntariamente de los medios y las noticias? Un par de confidencias más antes de continuar con el texto: los periodistas sabemos que las malas noticias se leen más y durante más tiempo y, tampoco vamos a ocultarlo llegados a este punto, los medios de comunicación acostumbran a pecar de ventajismo. Así que estaba la tentación de cambiar el enfoque: con un país entero desconcertado tras el apagón estaba la posibilidad de cerrar el reportaje con una moraleja facilona -y rentable para un diario digital que vive sobre todo gracias a sus suscriptores-: la información es imprescindible para sobrevivir en este mundo de guerras, apagones y pandemias. Olvidemos esas tentaciones y volvamos a los expertos y a las entrevistas que se habían grabado antes de que un país casi entero se quedase a oscuras.  La directora del Máster de Social Media de la Universidad Oberta de Catalunya, Silvia Martínez, es quien había puesto primero el acento en el problema de la desinformación. Aquí surge otra metáfora según la cual igual que en una inundación lo primero que falta es agua potable, el exceso de noticias sin contrastar acaba generando desconocimiento e incertidumbre. Martínez alerta sobre los medios -cita también los partidos políticos- “que buscan exacerbar estados de ánimo, polarizar, buscar un enemigo para actuar, en momentos electorales”. “Se construye un mensaje muy centrado en lo emocional: sentirse identificado con determinadas cosas, enemigos a los que culpar… Se sabe que el enfoque negativo hace reaccionar antes”, dice esta experta que analiza el comportamiento de los medios y de esos otros actores que han proliferado en las redes sociales. Pone como ejemplo otro episodio que nos heló a todos: “En la DANA vimos contenidos para manipular emociones, este tipo de contextos generan oportunidades para ello”.  Pero su reflexión continúa: “No enterarnos de las cosas malas que pasan no nos va a ayudar. Habría que cambiar el relato. Necesitamos conocer algunas informaciones”. Y mantiene el ejemplo de la gran inundación en la Comunitat Valenciana: “Si hubiésemos tenido información y hubiese en las casas esos productos de primera necesidad, no habríamos estado tan ansiosos en Valencia en los días posteriores a la inundación por salir a comprar a tiendas que lógicamente no estaban abiertas”.  Martínez subraya que consejos como los de la comisaria del kit de supervivencia, pueden resultar muy útiles pero pide que “la manera de construir el relato debe ser muy diferente: se puede comunicar sin alarmar y sin generar rechazo”. Lo mismo recomienda para los medios de comunicación: “Estamos en un momento crítico en el que el periodismo debe reivindicar su utilidad e incluso las administraciones deberían promover la educación mediática. Si no conoces las cosas negativas de la vida, no conoces las herramientas para hacerles frente”.  La catedrática y presidenta de la Sociedad Científica Española de Psicología Social, Esther López Zafra, defiende también que la desconexión total no es una opción y aboga por el consumo equilibrado de las noticias. “Venimos hablando del 'síndrome del mundo cruel', desde hace décadas. El ser humano tiene una tendencia al morbo, a intentar enterarse de todo y cuando hay una sobreexposición, el cerebro se empieza a dañar. Eso impacta muy fuerte en el aspecto emocional. Pero aislarse totalmente también es un riesgo, porque perdemos la conexión con la realidad. Debería combinarse el conocimiento de la noticia, con el contraste porque atender solo a un tipo de medios hace que la gente se pierda una parte de la realidad, lo más sano es conocer lo que está pasando pero mantener una postura crítica. Estar todos los días con las mismas noticias es negativo para la salud mental, genera ansiedad e incluso puede derivar en depresión. Es la des-sensibilización sistemática, acostumbrarnos a que algo malo va a suceder”. Más de medio siglo después de las teorías de Gebner, los estudiosos de los mass media rebajan mucho su influencia a la hora de imponer una visión negativa del mundo. La contrapartida es que el mismo efecto pueden crearlo (y lo están haciendo) los algoritmos cuando mucha gente cree que es por fin libre para decidir la información que recibe.  Los libros de historia contaban la segunda mitad del siglo XX y el principio del XXI en Europa como una gigantesca anomalía: sin guerras mundiales, ni mortíferas pandemias. Hasta que llegó la Covid en 2020. Ahí cambiaron muchas cosas, según Silvia Martínez, la directora del máster de la Universidad Oberta de Catalunya: “Desde entonces hay personas que buscan activamente noticias negativas porque quieren ser las primeras en encontrar lo malo que puede venir”. Superada la crisis que le obligó a parar, Alberto, el periodista del medio digital abrumado por las noticias, está recuperado y ha vuelto a cubrir todo tipo de informaciones, pero no baja la guardia: “Llevo dos años ya mucho mejor, pero sigue el temor a que las cosas empeoren y que no sepa gestionarlo, puesto que en el día a día seguimos rodeados de advertencias relacionadas con todo tipo de crisis. De todos modos, he aprendido a desconectar mejor y voy a terapia de vez en cuando, aunque es cierto que tengo a veces tengo la sensación de estar procrastinando, de no haberlo resuelto del todo”.   Así que, con apagón o sin él, el reportaje se cierra sin moraleja. Tal vez podamos concluir que el fondo del mensaje de la comisaria en zapatillas de deporte fue correcto, pese a sus formas desastrosas. Todos los expertos consultados para este reportaje sostienen que atiborrarse de noticias negativas va a castigar tu salud mental y puede tener efectos gravísimos hasta derivar en depresión. Pero desconectarse de la información tampoco es una salida. Queda la vía intermedia: una dieta informativa saludable que huya de la polarización y fomente el espíritu crítico. Una dieta que se recomienda no solo a los lectores, también a los periodistas.

Comentarios

Noticias políticas