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García Lorca entreabre una ventana a la literatura en prisión: "Un libro es libertad"

García Lorca entreabre una ventana a la literatura en prisión: "Un libro es libertad"
Un grupo de jóvenes presos de la cárcel de Soto del Real participa en una iniciativa que ha consistido en leer al escritor granadino para plasmar después lo que les ha inspirado en cartas que se han intercambiado con reclusos argentinos y que culminará en la creación de un mural por Boa MisturaDe los pucheros a los libros: cómo las amas de casa impulsaron los clubes de lectura en los 80 “En realidad no sé si estáis a gusto”, les dice el orador a una treintena de presos del Centro Penitenciario Madrid V sentados en sillas de plástico en una ladera del patio del módulo sexto de la prisión de Soto del Real (Madrid). Son cerca de las 17.00 horas de una templada tarde de junio en la prisión madrileña. Quienes escuchan, de inicio sin mucha expresión ni expectativas, son jóvenes de entre 21 y 25 años condenados por distintos delitos, que desde enero participan en una iniciativa pionera de mediación cultural: primero leyeron el discurso Un libro y medio pan que Federico García-Lorca pronunció en 1931 con motivo de la inauguración de la biblioteca de Fuente Vaqueros (Granada), y después recibieron talleres de lectura y escritura. Aprovechando lo aprendido durante el proceso, finalmente hicieron un intercambio de cartas con presos de la cárcel número 48 de Buenos Aires. El acto que tiene lugar en el citado módulo seis de Soto del Real es la culminación de todo ese ejercicio para el fomento de la lectura y la escritura. Se trata de un proyecto denominado 'Construyendo puentes, derribando muros', dentro de la iniciativa Leer Iberoamérica Lee de la Feria del Libro de Madrid. En él han participado la biblioteca municipal y el Ayuntamiento de Soto del Real, así como el propio centro penitenciario de la localidad, la citada cárcel argentina y el Centro Cultural La Cárcova de Buenos Aires. Quien interviene ante los reclusos es uno de sus impulsores, Waldemar Cubilla, director provincial de Abordaje Integral y Medidas Alternativas de la Subsecretaría de Inclusión del Ministerio de Justicia de la provincia de Buenos Aires. Se aproxima a ellos con cautela, al ver que los presos comienzan a escucharle con aspecto de cierta desconfianza y resignación. Es una tarde inusual en su vida carcelaria y a la presencia de Cubilla en el patio, el único espacio exterior al que pueden acceder durante su condena, se suman una decena de personas que viven en libertad y que han estado vinculadas al proyecto de mediación cultural, además de un periodista y una fotógrafa de elDiario.es. De los cerca de 1.300 internos de la prisión en este módulo viven varias decenas, todos ellos jóvenes, y está considerado “de respeto”: los presos suscriben unos mínimos compromisos de convivencia. Los reclusos escriben sus ideas en el papel que inspirará el mural de Boa Mistura. A medida que Cubilla va contándoles su historia en los rostros de los presos –muchos marcados con tatuajes, otros envejecidos para su edad– se va despertando cierto interés. Les cuenta que él estuvo 10 años en la cárcel, precisamente en la 48 de la capital argentina con cuyos internos se habían intercambiado las cartas los chavales que le escuchan. “Soy de una villa [término con el que se conoce a las favelas en Argentina] en la que había dos opciones: ser 'cirujas', los que viven de rebuscar en la basura, o ser 'chorros'”. “Ladrones, ¿no?”, le pregunta un joven recluso. “Delincuentes”, apostilla otro. Cubilla asiente y les cuenta que sí, que empezó a robar “a punta de pistola” y entró en prisión. “Empecé a delinquir, pero nunca dejé la escuela. En la cárcel hice el Bachillerato por segunda vez porque no pude acreditar que ya lo había estudiado y cuando se dieron cuenta de que sí me lo sabía me convertí en ayudante del profesor. Con mi familia me escribía cartas porque estaban muy lejos como para venir a visitarme. Luego me cambiaron a una prisión nueva, al lado de mi barrio, y entonces mi familia cada vez que venía a verme me traía libros y revistas. Entre mis compañeros presos y los funcionarios se empezó a hablar de 'la familia que lleva libros' y 'el preso que lee'”, explica, intercalando en su relato múltiples guiños para mantener la atención de los reclusos, como alusiones a la edad o a sus distintas nacionalidades. Cubilla sigue contando que en su etapa en la cárcel comenzó a acumular libros en su celda y, ante la falta de espacio, acabó montando una biblioteca. Junto a otros cuatro compañeros reclusos estudió Sociología. “Porque como somos la mierda de la sociedad construyamos una idea de la sociedad desde la mierda de la sociedad”, explica que argumentaron en ese momento. Cuando salió de la cárcel “solo sabía hacer dos cosas: robar o hacer bibliotecas”. Y Cubilla, conchabado con vecinos de su barrio que veían en riesgo que sus familiares recurrieran también a la delincuencia, acabó abriendo una biblioteca en La Corcova, su villa. “Atento, un libro es libertad”, escribieron como lema en la fachada. Los reclusos de Soto del Real consiguen seguir la cerca de hora y media en la que Cubilla cuenta su historia mientras les lanza mensajes como que “la libertad se construye, no se espera” o que “la vida es grande y larga”. Les da a entender que él, pese haber pasado 10 años en prisión, no solo consiguió reinsertarse sino también formar parte de la administración penitenciaria y, ahora, dedicarse a fomentar la lectura entre los encarcelados. Al final recibe un fuerte aplauso. “Usted ha logrado estudiar, para mí es algo muy grande”, le dice uno de los reclusos. “Gracias a lo que ha dicho tenemos esperanza de salir y que no está todo por perdido”, apunta otro. El ejercicio continúa mientras atardece en el patio del módulo sexto de la cárcel de Soto del Real, un cuadrado perfecto delimitado por el edificio de las celdas, el de la biblioteca y el gimnasio enfrente y dos muros a los lados. Desde la mejor perspectiva, los presos llegan a ver algunas colinas de la cercana Sierra de Guadarrama. Imagen del patio y, al fondo, el muro en el que Boa Mistura pintará su creación. Tras la charla de Cubilla la idea es que todo el proceso de lectura de García Lorca y del intercambio de cartas culmine con la creación de un mural que el conocido colectivo Boa Mistura, presente también la cárcel, pintará las próximas semanas tras escuchar a los reclusos. Para ayudarles, Pablo y otro miembro del colectivo despliegan un enorme trozo de papel en el suelo y animan a los presos a escribir sobre lo que les haya inspirado todo el proyecto. “No hay mal que por bien no venga” o “nada es para siempre” son algunas de las frases que escriben los presos, aunque la palabra más repetida es, con diferencia, “libertad”. La lectura de García Lorca y el intercambio de cartas entreabre la vía a la literatura de un puñado de reclusos, aunque son solo unos pocos de los internos del módulo los que han participado en la iniciativa. Magdaleno, un joven con acento latinoamericano, se muestra entusiasta, interviene en varias ocasiones durante la charla de Cubilla e intenta saludar a todos los visitantes que esta tarde se han adentrado en su cárcel. Asegura que gracias al proyecto ha empezado a leer al estadounidense Robert Kiyosaki, un escritor especializado en inversiones y bitcoin. “Dime qué lees y te diré quién eres”, añade. Algo más tímido, David, un joven delgado que no se desprende de sus gafas de sol, asegura que tanto la lectura de García Lorca como el posterior intercambio de cartas le han supuesto “un respiro”. “No tengo mi libertad física, pero tengo mi libertad mental”, apunta. Manuel, otro recluso que repite una y otra vez que en cuanto salga de prisión se irá a vivir a Argentina –donde dice que vive toda su familia– ha reflexionado que tras leer, escribir y escuchar a Cubilla quiere estudiar Psicología. Adrián, a su lado, lleva una gorra del revés y dice ser de una localidad cercana a la prisión. Para él lo más importante de la actividad ha sido que todos los reclusos de su módulo han estado “unidos” por unos momentos. “Hemos hablado entre todos y eso que de normal siempre nos dividimos por nacionalidades o por grupos”, destaca. Luego reconoce que le gusta leer, pero que no lo practica mucho, aunque sí le gustaría escribir un libro que le sirva a su hijo. Una de las cartas que se han intercambiado reclusos de Soto con presos de Argentina. Las cartas que han escrito a los presos argentinos son variopintas. Algunas incluyen letras de canciones, dibujos de paisajes, autorretratos y hasta poemas. Abundan las faltas de ortografía y casi todas repiten los mismos mensajes centrados en su situación de privación de libertad. Cuando las escribieron no sabían exactamente a qué recluso argentino les iba a llegar. “Sé que te encuentras en la misma situación” es una frase que se repite. “Aun estando a kilómetros de distancia seguro que tenemos pensamientos y sentimientos iguales”, se lee, en una de las misivas. “Escribo para desahogarme”, reconoce un recluso. “Todo lo que me atormenta lo plasmo aquí”, escribe otro. En general, son mensajes de ánimos y empatía entre presos separados por un océano, unidos por la falta de libertad. Pablo Puron, miembro de Boa Mistura, explica que a raíz del ejercicio en el patio de la cárcel pintarán en los próximos días un mural en el que se conjuguen “el color y la palabra”. “A través de las cartas y las reflexiones de los presos la idea del relato es entender este lugar y que la obra nazca de las personas”, añade. “Que la obra nazca de las personas y que sea un legado que dejen al que viene después, pero también constituya algo a lo que agarrarse” en su día a día carcelario. El proceso de creación será este fin de semana y a partir del lunes volverán al centro penitenciario a volver a reunirse con los reclusos, que también participarán en la pintura. “Estamos utilizando la cultura para darles un lugar en el mundo”, explica Ana, la trabajadora social del módulo y una de las impulsoras del proyecto. “Yo creo en la juventud de hoy en día aunque esté en prisión y cuando les damos una herramienta como la lectura saben utilizarla”, señala, además de destacar que actividades como la que se ha llevado a cabo en Soto del Real facilita a los reclusos “espacios de libre pensamiento”. Juan Sobrino trabaja en la biblioteca del pueblo de Soto del Real y lleva desde 2018 impulsando actividades de colaboración entre los vecinos de la localidad y la prisión como clubes de lectura, recitales e incluso encuentros con autores. Él destaca, por su experiencia, que actividades como la de 'Construyendo puentes, derribando muros' promueven la empatía entre los reclusos y les permite ver que “leer les sirve”. Y María José Floriano, que ha sido quien ha impartido sesiones de creación literaria a los reclusos dentro de este proyecto, reconoce que los presos, a la hora de escribir, se han tenido que enfrentar a las páginas en blanco, pero finalmente lograron “abstraerse” en la escritura y darse cuenta de que “leer impacta”. Varios reclusos en el patio del módulo 6 de la cárcel de Soto del Real. “Nuestra preocupación es si es posible una sociedad lectora y, en ese sentido, si es posible encontrar un lector en los márgenes”, añade, por su parte, Inés Miret, impulsora del proyecto Leer Iberoamérica Lee desde el Laboratorio Emilia y presente también en la actividad en prisión. “La literatura es un encuentro con otros, buscar un diálogo y un encuentro y creo que lo hemos conseguido a través de la iniciativa de las cartas”, sostiene. El origen de todo está en un texto de García Lorca escrito hace 94 años, pero que todos los consultados para este reportaje, presos y no, consideran muy actual. Dice así: “Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan”.
eldiario
hace alrededor de 8 horas
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