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Aznar nunca mira atrás, excepto para autoelogiarse

Aznar nunca mira atrás, excepto para autoelogiarse
El capítulo de la serie 'La última llamada' nos devuelve al Aznar de siempre, aquel que no reconocerá ningún error sobre Irak o el 11M para no poner en peligro la imagen de sí mismo que tanto le costó fabricarGonzález, Aznar, Zapatero y Rajoy se reúnen para presentar la docuserie de Movistar Plus+ sobre sus presidencias Es fácil ser José María Aznar. La clave es no bajar la guardia y no dejar que la persona ponga en peligro al personaje. Con 72 años, no va a permitir que el perfil que fabricó durante décadas sufra ninguna grieta. ¿Una entrevista para una serie televisiva? Claro, por qué no. No aspiren a que cuente algo nuevo o refleje alguna debilidad. Algo como pedir disculpas. Él no cometió errores. Fue la realidad la que se equivocó en algunas ocasiones. El mundo cambia. Aznar, no. Aznar y los otros tres expresidentes han aceptado ser entrevistados para la serie de cuatro capítulos 'La última llamada' que ahora emite Movistar Plus+. Da igual cuánto poder tenga un líder, lo mucho que crea que controla la situación, siempre está a una llamada telefónica de entrar en un mundo desconocido, uno marcado por la incertidumbre y en el que solo él puede tomar la decisión definitiva. No cabe resguardarse detrás del partido o los asesores. Hay excepciones, claro. Hay alguno que prefirió esconderse en El Ventorro. La idea no es mala, pero no deja de ser un escenario que no puede competir contra la imagen que Aznar tiene de sí mismo. El documental incluye también las opiniones de cuatro de los que fueron sus asesores más relevantes en Moncloa, además de su mujer, Ana Botella. Nadie aparece para desmentir la descripción que el expresidente hace de su Gobierno. Todo es admiración y lisonjas. Aznar consiguió lo que la derecha llevaba persiguiendo más de una década, derrotar a Felipe González en las urnas. A él le costó tres elecciones. Se hablaba mucho entonces de su falta de carisma, aún más tras su derrota en 1993 cuando todo parecía favorecerle. Bajito. Siempre demasiado serio. Una sonrisa que parecía forzada. Voz monocorde. Bigote cuando ya dejaba de estar de moda. Mirada con un punto siniestro a nada que estuviera contrariado. “No entraba por los ojos”, recuerda Javier Zarzalejos, que ha estado con él en Moncloa y la FAES. Los guapos tienen ventaja en la política, dicen algunos estudios. Puede que sea cierto, pero no siempre se gana en las urnas por el aspecto físico. El único comentario original es el de Botella. Cuenta que envió a su marido a El Corte Inglés a comprar algo –ante su sorpresa– cuando regresó de la toma de posesión de José Luis Rodríguez Zapatero. Había llegado la hora de poner fin a ese aislamiento de la realidad que te da el poder y ponerse en la cola de la caja. Impasible el ademán, y casi todo lo demás, el expresidente pasa por encima de sus decisiones más polémicas sin estar interesado de ningún modo en revisarlas u ofrecer una opinión diferente tantos años después. Todo lo que hizo está justificado por su intento de colocar a España entre las naciones más importantes de España y el mundo. Su compromiso con la relación con Estados Unidos le llevó a mostrar a George Bush su apoyo más entusiasta después del 11S. Lo mismo antes de la invasión de Irak. “Hay dos tipos de países. Los que dan la vuelta alrededor de la mesa y ven cómo otros deciden, y los que están sentados en la mesa decidiendo”, explica, para resumir su obsesión por estar en la primera línea al precio que fuera. “España estuvo sentada en esa mesa”, dice. A eso se reduce todo. Por eso, su presencia le parece un éxito incontestable, también en la cumbre de las Azores junto a George Bush y Tony Blair, una imagen que le persiguió hasta el fin de la presidencia al igual que todas las ocasiones en que aseguró a los españoles que Irak contaba con un arsenal de armas de destrucción masiva que nunca se encontró porque no existía. Rajoy, González, Aznar y Zapatero en la presentación de 'La última llamada'. “España no se habría colado en esa foto ni de coña si Francia y Alemania hubieran estado en su sitio”, cuenta Alejandro Agag, su jefe de gabinete y futuro yerno. Aznar aprovechó lo que siempre ha considerado una oportunidad histórica. A Bush no le sobraban los aliados europeos. Los españoles no pensaban lo mismo. En el documental, aparece Tony Blair, que recuerda un detalle del que también habló en sus memorias. “Recuerdo una encuesta que decía que el 4% de los españoles estaba a favor de una acción militar para echar a Sadam y recuerdo haberle dicho a Aznar que en Reino Unido hay encuestas con ese mismo porcentaje de gente diciendo que Elvis está vivo”. No era algo que perturbara a Aznar, sí a muchos dirigentes de su partido. Él estaba seguro de que el 96% de la gente estaba equivocada. En realidad, en Azores no se decidió nada, porque todo estaba decidido. La cumbre fue un favor personal que Bush prestó a Blair, acosado por la división interna entre los laboristas británicos ante la inminente invasión de Irak. Había que dar la impresión de que se hacía un último esfuerzo para evitar la guerra y culpar a Sadam Hussein si se producía. Se hizo en forma de un ultimátum sabiendo que a esas alturas el dictador iraquí no se iba a echar atrás. Aznar fue un espectador en primera fila de esa maniobra. En relación al 11M, el exlíder del Partido Popular muestra la misma actitud. “Lo que quiero decir con el mayor énfasis es que el Gobierno dijo la verdad en todo momento”, se le oye decir. No fue así cuando su ministro de Interior, Ángel Acebes, se presentó en una rueda de prensa cinco horas después del atentado para anunciar que la autora era ETA y que las fuerzas de seguridad coincidían con esa versión. Policías expertos en terrorismo yihadista, los servicios de inteligencia y gobiernos extranjeros estaban convencidos de lo contrario. El documental no se esfuerza en confrontar a Aznar con ese hecho. Sí hay un momento singular que quizá ayude a entender la obsesión personal de Aznar. Cuenta que justo antes del 11M en el final de su segundo mandato, había una idea que no se quitaba de encima. “Durante esos días, pensé (una pausa larga): qué extraño que habiéndome intentado matar para no llegar (al poder), me dejen salir en triunfo”. Se refería al intento de ETA de asesinarle. “No iban a dejar que me marchara de una forma tranquila”. Tenía que ser ETA, porque él era su mayor enemigo. Para Aznar, se toman las decisiones en cada momento en función de la información que te llega. No tiene sentido revisar ese legado años después cuando sabes cosas que antes no conocías. “Ese tipo de razonamientos me parecen inútiles”, dice. Y son también una excusa perfecta para no tocar el retrato que encargaste durante tu etapa en el poder. Puedes acabar como Dorian Gray.

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