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Creer en Extremadura

Creer en Extremadura
Guillermo, nos dijo, no quería calles ni plazas con su nombre. Honestamente, no creo que sean necesarias para que su memoria perdure en Extremadura. Siempre será recordado como un servidor público ejemplar. Un hombre bueno y honesto que luchó por devolver la autoestima a una tierra que, en buena medida gracia a él, sabe ahora que es capaz de todo Llegó el día de la despedida. Un día en el que, no por esperado el desenlace, duele menos la ausencia. Así lo siente la militancia socialista de su tierra y de toda España. Así lo sentimos quienes tuvimos el privilegio de conocer de cerca a Guillermo Fernández Vara. Y así lo siente hoy Extremadura, al despertarse con la noticia de que ha perdido a uno de sus hijos más ilustres. Un auténtico referente de la historia reciente de esa tierra, que supo gobernar con lucidez, honestidad y principios.  Hoy a Guillermo se le rinde homenaje en todas las casas de Extremadura. Gentes de toda condición e ideología siente como propia la pérdida de un hombre que engrandeció la democracia en una región que amó con pasión. Y que conocía como sólo se conoce desde la entrega y el compromiso más sincero y profundo. De su Olivenza natal a su amado Monfragüe. De la Tierra de Barros a las Hurdes. De la Siberia a Alcántara. No hay una comarca de esta tierra que Guillermo no conociera como la palma de su mano. Ni hay pueblo cuya realidad le fuera ajena.  Precisamente por eso, porque la conocía tan bien, Guillermo era consciente de todo lo que Extremadura era capaz de ofrecer. Tanto, que hizo de ello la gran causa de su vida política. Se rebeló contra los golpes de la adversidad que se habían cebado con su tierra. Apeló con éxito a un orgullo herido por décadas de olvido e injusticias. E impugnó un destino manifiesto de emigración y ausencia, que había condenado a generaciones de extremeños a buscar la prosperidad en otras regiones o en otros países.  Hoy, en esa Extremadura que vive lejos de las provincias de Cáceres y Badajoz, también se rinde homenaje a este extremeño universal que creyó como nadie había creído antes en su tierra. Y que nos contagió a todos con su entusiasmo y su optimismo.  Un optimismo nacido de la razón, no del voluntarismo. Sabía que era posible cambiar el guion de la historia. Extremadura podía y debía estar en la primera línea de la transición ecológica y digital de nuestro país. De hecho, podía y debía liderar este gran salto para forjar un nuevo modelo productivo, con empleo digno y de calidad. Y estaba dispuesto a todo para aprovechar esa coyuntura única.  Guillermo luchó por dotar a su tierra de las infraestructuras que merecía, hasta hacer que España entera fuera consciente de la tremenda injusticia histórica que se había cometido con ella. Redujo el desempleo, poniendo alfombra roja a quien quisiera emprender. Reabrió las urgencias rurales, revirtiendo recortes que condenaron a prestaciones de segunda a muchos vecinos y vecinas. Y mimó la educación y la universidad pública, con el empeño de quien sabe que ahí, en el talento y la formación, estaba el futuro de su gente.  Paradojas de la vida, Guillermo se nos ha ido la misma semana que lo ha hecho Pablo Guerrero, el gran cantautor que le puso voz y letra al gemido de la garganta extremeña. Aquella Extremadura amarga que cantó hace cincuenta años, de emigrantes, agricultores pobres y encinas solitarias, es hoy una Extremadura muy diferente gracias a la labor de Guillermo, que supo poner a esta comunidad en el siglo XXI.  Hay quienes tienen que esperar al veredicto de la historia y al paso del tiempo para ver reconocida su obra. No será el caso de Guillermo Fernández Vara. Apenas unas horas han pasado desde su marcha. Y ya somos conscientes, no sólo del vacío que deja. Sino de la profundidad de su legado.  Guillermo, nos dijo, no quería calles ni plazas con su nombre. Honestamente, no creo que sean necesarias para que su memoria perdure en Extremadura. Siempre será recordado como un servidor público ejemplar. Un hombre bueno y honesto que luchó por devolver la autoestima a una tierra que, en buena medida gracia a él, sabe ahora que es capaz de todo.   Hasta siempre, compañero. 

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