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Los efectos del calor sobre la salud se acumulan: qué esperar de la segunda ola larga e intensa del verano

Los efectos del calor sobre la salud se acumulan: qué esperar de la segunda ola larga e intensa del verano
Aunque la primera ola del verano suele ser la más impactante a nivel de mortalidad, las altas temperaturas durante muchos días seguidos no permiten a los cuerpos recuperarse y hay más riesgo de que las personas que están delicadas de salud se descompensenLa AEMET alarga el aviso por ola de calor hasta el martes de la semana próxima La Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) ya avisó a principios de semana: “masas de aire muy cálidas sobrevolarán la Península durante muchos días seguidos”. Hasta el domingo, al menos, una gran parte de España está sufriendo temperaturas entre cinco y diez grados más altas que el promedio normal en esta época y ya se ha confirmado que la segunda ola de calor de este verano se prolongará hasta la próxima semana. Una docena de puntos de la red nacional de AEMET alcanzó o superó los 42 grados este martes. La primera ola del verano suele ser la más lesiva por dos motivos. Por un lado, el cuerpo no está adaptado; por otro, hay un grupo mayor de personas vulnerables susceptibles de ser afectadas. Este año sucedió en junio, mucho antes de lo normal. Sin embargo, ¿qué ocurre cuándo el calor se acumula durante muchos días seguidos como está pasando esta vez? La ola de calor actual será intensa y persistente. Si las previsiones se mantienen, permanecerá al menos nueve días. “Cuanto más dura, más puede agravar los síntomas de las personas que están más delicadas. Con un día de altas temperaturas se pueden descompensar quienes están muy malitos, pero a los que están regular les harán falta tres o cuatro días. Hay un efecto acumulativo porque hay poco margen para la recuperación”, apunta Julio Díaz, investigador del Instituto de Salud Carlos III y uno de los mayores especialistas en el estudio de la mortalidad asociada al calor. Una encuesta realizada por el Ministerio de Sanidad alumbró que una de cada cuatro personas había tenido algún problema de salud durante una ola de altas temperaturas o lo había sufrido alguien de su entorno próximo. Nadie es invulnerable al calor, pero en las personas que ya tienen alguna patología –habitualmente las más mayores– se concentra la mayor afectación. Investigadores del Instituto de Salud Global de Barcelona diseccionaron 11 millones de admisiones en urgencias en 48 provincias españolas entre 2006 y 2019 para comprobar qué enfermedades son las que acusan más el calor. En primer lugar están los trastornos metabólicos y relacionados con la obesidad (subieron casi un 98%, es decir, se duplicaron); y detrás la insuficiencia renal (77,7%), la infección de tracto urinario (74,6%) o la sepsis (54,3%). De 3 a 26 días, pero la duración no lo es todo El registro de la AEMET desde 1975 revela olas de calor que oscilan entre los tres días –el mínimo para considerar una ola meteorológica– hasta los 26 que se encadenaron en julio de 2015. De manera que esta duración, unos nueve días si no hay ampliaciones, se ha repetido en más ocasiones. El año pasado, por ejemplo, dos de las olas del verano tuvieron esta duración. Lo mismo pasó en 2023: hubo dos episodios de altas temperaturas de cuatro días y otros dos de 8 y 9, respectivamente. Pero la duración no lo es todo. Hay dos factores externos de los que depende el impacto de una ola de calor sobre la salud, según los expertos: el número de días que el mercurio supera el umbral a partir del cual empieza a aumentar la mortalidad atribuible a las altas temperaturas –diferente para cada una de las 182 zonas en las que se divide España– y el número de grados que se exceden. No es lo mismo siete días con 37 grados en Madrid que una semana con 42. “Si el calor importante es más sostenido, lo esperable es que los efectos sean mayores”, coincide Pedro Cabrera, secretario de la Alianza Médica contra el Cambio Climático. Este médico vincula buena parte de los empeoramientos a los tratamientos médicos que aumentan la vulnerabilidad de los pacientes, no tanto a las dolencias en sí. “Por ejemplo, los enfermos de corazón suelen tomar diuréticos cuyas dosis deberían bajar con el calor porque deshidratan. Los antiepilépticos también inhiben los mecanismos de termorregulación”, desgrana. Sin embargo, cuando se acumulan varias olas de calor en un mismo verano la mortalidad suele ir reduciéndose en cada una de ellas. Tiene una explicación: “Lo llamamos efecto siega porque llega un momento en el que por más que suban las temperaturas ya no se producen más muertes, ya que el grupo susceptible de fallecer ha quedado diezmado”, señala Díaz. El estrés cerebral Más allá de los efectos más graves sobre la salud, las altas temperaturas abruman el cuerpo y la mente. Estamos más incómodos, irritables, nos cuesta más prestar atención o hacer tareas que requieran concentración. ¿Hay un cierto estrés cerebral? Según la evidencia científica, sí. Un estudio realizado con 12.000 escolares de Estados Unidos vinculó el calor extremo con una afectación del rendimiento en el aprendizaje, especialmente en los barrios más pobres. Pasa algo parecido con la productividad en el trabajo. El calor exacerba, además, los problemas de salud mental –desde la ansiedad hasta la esquizofrenia– y los ingresos asociadas a ellos, según metaanálisis como este publicado en 2021. Muchos de estos malestares se agravan por no dormir bien durante varias noches seguidas. “Todo aquello que no nos lleva al hospital o no es enfermedad aguda pasa desapercibido. Por ejemplo, llevar una semana sin pegar ojo probablemente no te lleve a urgencias pero implica que tu organismo está teniendo una respuesta inadecuada”, dimensionaba Javier Camiña, neurólogo y vocal de la Sociedad Española de Neurología (SEN), en este reportaje. Las altas temperaturas obstaculizan tanto conciliar el sueño como el descanso profundo. Es uno de los factores externos que más afectan: aumenta el estado de vigilia y disminuye el sueño REM, una fase profunda en la que se producen los sueños y que participa en el proceso de memoria y aprendizaje. La desregulación del sueño está muy ligada a la temperatura –más allá de si es de día o de noche– porque esta baja en el cuerpo al comienzo del sueño. Si hay muchos grados, esta transición es mucho más costosa, recoge Science Media Centre España (SMC) en una recopilación de estudios. Los efectos tampoco son iguales si vives en un apartamento con aire acondicionado, bien aislado y con ventilación que si habitas un cubículo interior compartido con muchas personas en un edificio antiguo con ventanas viejas. En estos últimos casos, quedarse en casa no es la mejor recomendación. La humedad del lugar también cambia radicalmente la situación. 34 grados en una población de la costa valenciana son mucho más complicados para el ser humano que en Madrid. “En la termorregulación, la sudoración es lo básico. Cuando la humedad es muy alta, el sudor no lo evaporas. Si estamos en un sitio con 35 grados y una humedad relativa superior al 75% durante varias horas seguidas, el organismo no puede por sí solo. Es lo que llamamos dintel de supervivencia”, asegura Cabrera. También los científicos se refieren a ella como temperatura de “bulbo húmedo”. Cómo se defiende el cuerpo ante el calor Tras la sensación de calor hay involucrados muchos mecanismos corporales. Los termorreceptores recogen el aumento de la temperatura y envían la información al hipotálamo, una pequeña zona del cerebro que está a la altura de los ojos que funciona como una especie de termostato. Es la mesa de operaciones desde la que se mandan señales a diferentes partes del cuerpo para que empiece a reaccionar: a las glándulas sudoríparas, para que suba la producción de sudor, a los vasos sanguíneos de la piel, para que se dilaten y la sangre tenga más fácil refrescarse; al corazón, para que ayude aumentando la frecuencia de bombeo; o a la tiroides, para que no aumente el metabolismo corporal, que produciría más calor. En cuanto empieza a sentirse la pérdida de líquido, “se envían mensajes al centro de la sed (en el propio hipotálamo), se libera la hormona antidiurética para que los riñones retengan agua, se activa una cascada molecular llamada sistema renina-angiotensina-aldosterona que termina ayudando a retener el sodio y, con ello, también a conservar el agua que en ese momento no queremos malgastar”, desgrana el SMC, que recuerda que aunque se expresa así en el lenguaje, “el calor no se tiene” sino que es, en términos físicos, el paso de la energía entre dos cuerpos que están a diferentes temperaturas.

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