cupure logo
losquepordelconunalascomoañosmás

Siempre nos quedará Casablanca

Siempre nos quedará Casablanca
Con el sabor a carmín en la boca, la acompañas a coger el vuelo. Y cuando el avión despega, subes el cuello de tu gabardina y enciendes el último cigarrillo del paquete, sabiendo que la literatura es un fracaso sublime Hay un sonido que viene de lejos, del barrio de Halfaouine en Túnez, pero que suena tan cercano como el latido de mi propia sangre. Escucho a Anouar Brahem y alcanzo un rincón de la memoria; recorro calles antiguas donde perros flacos se acercan a ladrar su hambre, y un viento cálido -que llaman chergui- borra mi sombra. Es entonces cuando me da por escribir estas cosas atraído por los ritmos de una música tan antigua como el mundo, y con la que Paul Bowles se dejó arropar en las últimas habitaciones de la sangre. Su obra musical, con voces de inspiración lorquiana, te enreda y te traslada más allá de las cagadas de mosca que él mismo dibujó sobre el pentagrama de una vieja partitura. Paul Bowles combinaba melodías, personajes y tramas, poniéndole rostro a un abismo que estira la boca en una reluciente sonrisa. Si te fijas bien, cada empaste es una pieza de orfebrería. Pero sólo si te fijas bien. Porque, si te distraes, puedes resbalar y descender hasta último círculo del infierno. Se trata de un compás que golpea y acaricia y saca a pasear los demonios por las arenas del desierto; ese compás no es otro que el de los ritmos magrebíes y al que tanto debe nuestro flamenco con su cascabeleo de cabras; ese ir y venir de gargantas y de voces que se pierde entre los rosales perfumados y que se encuentra cerca de la frontera donde castran a los perros. Al final, todo se reduce a lo mismo; la descarga sobre el pellejo de un tambor que te arrastra a las puertas del viejo café, y la mujer que espera al final de la barra para darte un beso a cambio de un pasaporte falsificado. Con el sabor a carmín en la boca, la acompañas a coger el vuelo. Y cuando el avión despega, subes el cuello de tu gabardina y enciendes el último cigarrillo del paquete, sabiendo que la literatura es un fracaso sublime y que, a pesar de tu vocación, la suerte no te ha permitido llegar más lejos que donde estás ahora, en una playa que se va quedando desierta con la llegada de la noche y de la niebla. Sin haberlo convocado, el recuerdo regresa otra vez de golpe y me vuelvo a ver, de nuevo, en el andén de una estación perdida igual que en el decorado de una película donde todo, desde el silbato del tren hasta el último beso, parece falso. Pero como vengo de un lugar donde la impostura se convierte en metáfora, no me lo tomo a mal; es más, hasta me gusta. Por eso mismo agradecí sus palabras cuando, antes de subir al vagón, ella me dijo: “Olvídame; no has sido más que una mancha en el colchón que compartimos anoche, cariño”. No me lo tomé a mal, ya digo, amar es lo más parecido a una partida de póker donde el secreto es mentir cuando uno tiene la verdad a mano. Así que me dejé convencer aunque ella me estuviese engañando, aunque en el fondo supiese que no le quedaba otra que mentirme a esas horas en las que la madrugada y los remordimientos se amontonan, y sólo nos salva la literatura.
eldiario
hace alrededor de 2 horas
Compartir enlace
Leer mas >>

Comentarios

Cultura