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Continuidad en el Vaticano

El fallecimiento del Papa Francisco ha provocado una oleada de sentimientos en la sociedad española. Según el estudio realizado por GAD3 para ABC, una mayoría significativa –un 56 por ciento– recibió la noticia con tristeza, muy por encima del 23 por ciento que reaccionó con indiferencia o el 21 por ciento que lo hizo con sorpresa. Este dato, más allá del duelo, refleja el carácter especial del vínculo que Jorge Mario Bergoglio supo construir con creyentes y no creyentes durante su pontificado. Y ese vínculo da cuenta de un Papa accesible, popular, que luchaba por derribar barreras y que, en el caso del mundo hispanoamericano, hablaba nuestro idioma. Francisco no fue un Papa más. Para una abrumadora mayoría, pero sobre todo para los más jóvenes, fue un líder de primera magnitud: el 50 por ciento de los encuestados consideran que su figura sigue teniendo un papel muy relevante en el mundo actual. Su pontificado, valorado con una notable media de 7,5 sobre 10, dejó huella como un mandato reformista más que rupturista o continuista. Esa percepción es coherente con su esfuerzo por abrir la Iglesia, acercarla a los excluidos y ponerla en sintonía con los desafíos de nuestro tiempo. Uno de los logros de Francisco fue su cercanía. Para una gran mayoría de los españoles fue más cercano que sus predecesores, san Juan Pablo II y Benedicto XVI. Una cercanía que no fue solo de gestos o palabras, sino de propuestas concretas: su aceptación de la comunidad LGTB, privilegiando la condición humana por encima de los hábitos sexuales, tal como hacen la mayoría de las familias en su vida cotidiana; su impulso a la integración de la mujer en la Iglesia, que cuenta con un notable apoyo de los católicos que se definen como practicantes; la persecución decidida de los abusos (sexuales y de todo tipo), o su complicidad activa con los jóvenes son valores que más del 80 por ciento de los encuestados reclaman que sigan guiando la Iglesia. La encuesta también desvela un deseo claro respecto al futuro: un 60 por ciento de los españoles apuesta por que el próximo Papa proceda de territorios alejados de Europa. Esta preferencia, que se intensifica entre los más jóvenes, evidencia que la globalización no solo ha cambiado la política y la economía, sino también la espiritualidad. Se busca una Iglesia más universal, más representativa de las periferias que Francisco tanto reivindicó. En cuanto a prioridades para el próximo pontificado, la demanda es elocuente: primero, los temas sociales como la pobreza y la migración; después, la modernización de la Iglesia y las reformas internas. El tiempo en que la Iglesia podía vivir echando la siesta ha quedado atrás. Resulta llamativo que los españoles más jóvenes exijan que la Iglesia tenga más influencia en la política. La sociedad actual acepta el papel moral y social de la Iglesia, pero no el político. Esta podría ser una singularidad española, una reacción a los años de populismo relativista que nos ha tocado vivir. Francisco será recordado como el Papa de la cercanía y la humanidad. En tiempos de fractura social, su figura ha sido un raro ejemplo de liderazgo conciliador, capaz de tender puentes incluso donde parecía imposible. La Iglesia que deja Francisco –una Iglesia que quiere ser hospital de campaña, como él mismo dijo– debe seguir curando heridas, no abrirlas. Francisco cambió el rostro de la institución . La encuesta de ABC no deja lugar a dudas: su huella permanecerá viva, integrada en el camino trazado por los papados de san Juan Pablo II y Benedicto XVI. La pregunta es si el catolicismo sabrá estar a la altura de la ruta que marcó.

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