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El Canal de Panamá: una historia de ambiciones, poder y reivindicaciones

La historia del Canal de Panamá es un relato fascinante de exploraciones, fracasos, triunfos y disputas geopolíticas. Desde la época colonial, la idea de conectar los océanos Atlántico y Pacífico por el istmo panameño ha sido un anhelo constante, pero no fue hasta el siglo XX cuando se materializó bajo el dominio de los Estados Unidos. Hoy, más de un siglo después, el control del Canal sigue siendo objeto de debate y reivindicaciones por parte de Washington , en un contexto donde el comercio global y la pugna entre grandes potencias han reavivado el interés por su influencia estratégica. Los primeros intentos de construcción del Canal se remontan a Vasco Núñez de Balboa, descubridor del Mar del Sur en 1513, y que ya manifestó la posibilidad de unir los dos océanos, despertando el interés de las potencias europeas. Carlos V estudió la viabilidad de un canal en el siglo XVI, pero la idea fue descartada. Durante la época colonial, Panamá se consolidó como un paso estratégico con rutas terrestres y fluviales, como el Camino de Cruces y el ferrocarril interoceánico. Pero no fue hasta el siglo XIX, con la independencia de la Gran Colombia y la posterior formación de la Nueva Granada (actual Colombia), cuando el interés por el Canal aumentó. Varias potencias, incluyendo Estados Unidos y Francia, intentaron avanzar en el proyecto de conectar ambos océanos. Sin embargo, fue el francés Ferdinand de Lesseps, el diplomático que construyó el Canal de Suez, quien emprendió el primer intento real de construcción en 1881. Su ambiciosa propuesta de un canal a nivel del mar fracasó estrepitosamente debido a errores técnicos, problemas financieros y a las enfermedades tropicales. El colapso del proyecto francés dejó el camino libre para los estadounidenses. El interés de Estados Unidos por la obra se intensificó tras la Guerra Hispano-Estadounidense de 1898, cuando quedó en evidencia la necesidad de una vía de comunicación rápida entre sus costas este y oeste. El presidente Theodore Roosevelt promovió la construcción del canal en Panamá, en lugar de Nicaragua, tras una intensa campaña de lobby liderada por Philippe Bunau-Varilla y William Cromwell Para lograr su objetivo, Washington apoyó la independencia de Panamá en 1903, facilitando su separación de Colombia mediante una intervención encubierta y la firma en 1903 del Tratado Hay-Bunau-Varilla, que concedió a EE.UU. el derecho perpetuo de administrar, operar y defender el Canal, lo que generó una gran controversia en Panamá. En 1904, Estados Unidos adquirió los derechos de la fallida compañía francesa y comenzó la construcción del Canal, que fue inaugurado el 15 de agosto de 1914. La obra, basada en un sistema de esclusas, superó los desafíos geográficos, técnicos y sanitarios gracias a una gran planificación y al control de enfermedades, como la fiebre amarilla y la malaria. Sin embargo, la presencia estadounidense no solo dejó un legado de infraestructura, sino también una huella de dominio político y económico en el istmo panameño. Durante décadas, el Canal estuvo bajo control estadounidense, generando diversas tensiones con Panamá durante este periodo. En 1977, el presidente panameño Omar Torrijos y el estadounidense Jimmy Carter firmaron el Tratado Torrijos-Carter, estableciendo la transferencia del Canal a Panamá el 31 de diciembre de 1999. Este hecho marcó un hito en la historia de Panamá y reforzó su soberanía y posicionamiento estratégico, pero no se debe olvidar que EE.UU. se reservó el derecho de defender cualquier amenaza a la neutralidad del mismo. Desde entonces, Panamá ha gestionado con éxito la vía interoceánica, convirtiéndola en un motor clave de su economía. La ampliación del Canal en 2016 reforzó su importancia estratégica, permitiendo el tránsito de buques de mayor tamaño y consolidando su rol en el comercio global. Con más de 14.000 barcos transitando anualmente, el Canal se ha convertido en una arteria vital para el comercio internacional, conectando mercados clave en América, Europa y Asia, y por donde pasa el 5% del comercio mundial. No obstante, el crecimiento del comercio marítimo ha generado nuevos desafíos, como la necesidad de expandir su capacidad operativa y mejorar su sostenibilidad ambiental, considerando el impacto del climático en el nivel del agua y en los factores operativos. Por otro lado, en los últimos tiempos han resurgido declaraciones de altos funcionarios estadounidenses que sugieren un renovado interés en el control del Canal. Más concretamente, el presidente Donald Trump durante su toma de posesión agitó la hostilidad geopolítica declarando que «China está operando el Canal de Panamá y nosotros no se lo dimos a China, se lo dimos a Panamá, y lo vamos a recuperar», en una clara demostración de cuál va a ser su estrategia durante su segundo mandato sin permitir que las empresas chinas monopolicen su uso en contra de los intereses americanos. En un mundo en el que la seguridad y la globalización ya no van en la misma dirección, la creciente presencia de inversiones chinas en Panamá, incluyendo proyectos portuarios y logísticos, ha generado preocupación en Washington que ve en el istmo un punto crítico en la competencia geopolítica con Beijing. Así, la compra por la primera naviera del mundo MSC a través de su brazo portuario Terminal Investment Limited (TiL) junto con el fondo de inversiones BlackRock de las terminales de contenedores de los puertos de Balboa (Pacífico) y Cristóbal (Atlántico), arrebatándoselas a la empresa china, la hongkonesa Hutchison Port Holdings, ha sido un primer movimiento en el nuevo tablero geopolítico. Además, Panamá se ha retirado de la nueva Ruta de la Seda, considerado uno de los proyectos estrella y más expansionistas del gobierno chino y también se ha comprometido a reducir el peaje a los barcos estadounidenses. En este sentido, la política actual de Trump nos hace recordar a la del presidente William Mckinley, el «Napoleón del proteccionismo», que entre 1897 y hasta su asesinato en 1901, puso las bases de la nueva política americana para construir una hegemonía mundial sin precedentes, cuya culminación fue la construcción del Canal de Panamá. En un contexto de rivalidad creciente entre China y Estados Unidos, Panamá se encuentra en una posición delicada, con su diplomacia tratando de equilibrar sus relaciones con ambas potencias, asegurando que el Canal siga operando bajo estricta neutralidad. Sin embargo, informes recientes indican que Washington podría buscar nuevas estrategias para consolidar su influencia en la región y garantizar que el Canal siga alineado con los intereses occidentales. Y tampoco debemos olvidar que para la competencia por el control de las rutas comerciales globales se están planteando diversas alternativas al Canal de Panamá. En México, el Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec busca modernizar la infraestructura ferroviaria y portuaria para conectar los océanos Atlántico y Pacífico sin necesidad de atravesar el canal panameño. En Honduras, se está promoviendo un canal seco que combinaría redes ferroviarias, carreteras y puertos estratégicos para ofrecer una vía de transporte alternativa. Nicaragua ha reactivado la idea de su canal interoceánico, esta vez con una nueva propuesta presentada a empresarios chinos, en un intento por atraer inversiones y desafiar el monopolio logístico de Panamá. A estas iniciativas se suman los esfuerzos de Colombia por evaluar la viabilidad de un canal interoceánico en la región del Darién, y el desarrollo del Corredor del T-MEC, que fortalecería las conexiones comerciales entre México, Estados Unidos y Canadá. Estas propuestas no solo buscan diversificar las rutas comerciales, sino que también reflejan la creciente pugna entre Washington y Pekín por el dominio de la infraestructura estratégica en el continente americano. Con todo, el Canal de Panamá ha sido, desde su concepción, un punto clave en la geopolítica mundial . Su historia refleja las ambiciones de potencias extranjeras y la lucha panameña por su soberanía. Hoy, con nuevos actores en juego y un mundo cada vez más polarizado, el futuro del Canal sigue siendo un tema de interés global. Panamá, en su rol de gestor, deberá equilibrar sus relaciones internacionales mientras protege el activo más estratégico de su nación. En un mundo donde el comercio y la seguridad son ejes de disputa global, el Canal de Panamá continuará siendo una de las infraestructuras más codiciadas del planeta, y su destino podría definir el equilibrio de poder en el siglo XXI. Panamá se enfrenta al desafío de mantener su autonomía en un escenario internacional cada día más complejo y donde la presión de las grandes potencias redefinirá su papel en el mapa geopolítico global.

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