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Los Machado en la RAE

El próximo martes tendrán lugar en la Real Academia Española dos acontecimientos culturales que merece la pena comentar. Los dos por completo ajenos a cualquier connotación política y organizados con la exclusiva finalidad de homenajear a dos de los poetas españoles más importantes del siglo XX: Manuel y Antonio Machado. Celebramos el sesquicentenario de su nacimiento (1874 el primero, el año siguiente el segundo). Para ello, se han reunido recuerdos de los dos escritores sevillanos en una extraordinaria exposición, que quedará instalada en la RAE el día indicado y que ya ha podido ser visitada en Sevilla y en Burgos. La han impulsado, con nosotros, instituciones culturales como la Fundación Unicaja, la Real Academia Burgense de Historia y Bellas Artes y la Real Academia Sevillana de Buenas Letras. Por la tarde del mismo día habrá un acto específicamente dedicado a Antonio Machado. Consistirá en la lectura de fragmentos del borrador de su discurso de ingreso en la Academia. Fue elegido miembro de número en 1929, redactó su discurso en 1931 y, por diversas circunstancias personales relacionadas con la difícil España de su tiempo, no llegó a leer. Manuel fue elegido más tarde, en plena guerra civil, mientras residía provisionalmente en Burgos, a donde había ido a visitar, como todos los años, a Carmen, monja de clausura hermana de su mujer, Eulalia Cáceres. Allí estaba cuando Burgos quedó constituida en capital de la zona nacional y allí fue encarcelado un par de días por ser sospechoso de falta de afección al levantamiento militar y redomado republicano. Amigos de probada lealtad lo sacaron de prisión y lo libraron de su angustioso temor a un inminente fusilamiento. No se le iba de la cabeza el asesinato de García Lorca. El suceso transformó a Manuel en un poeta del régimen, un buen poeta, pero incapaz de reponerse de la soledad intelectual en que lo dejó la muerte de su muy querido hermano Antonio. La Real Academia Española fue restablecida en Burgos. El Gobierno decidió la expulsión de los académicos que se habían exiliado, orden a la que la Academia se resistió. Pero fueron elegidos algunos nuevos. Entre ellos Manuel Machado. En 1938 redactó un hermoso discurso, que tituló 'Semi-poesía y realidad'. Lo leyó, en condiciones singulares, en San Sebastián. Le contestó José María Pemán, que había sido designado director de la Academia. Cuando terminó la guerra civil y la RAE volvió a su sede de la calle de Felipe IV de Madrid, Manuel participó activamente en los trabajos de la institución y cuando murió, en 1947, su capilla ardiente se instaló en el edificio de la academia. Su amigo Eugenio D'Ors se presentó en el sepelio con una rama de limonero atestada de limones. Recordaban los olores de Sevilla que tanto cantaron los hermanos poetas. Antonio no tuvo ninguno de estos homenajes. El poeta profundo que cantó los paisajes de Andalucía y de Castilla como no lo había hecho nadie, y transitó los caminos de la vida como un maestro admirable, quedó convertido en un corresponsable de las perversiones de la República, depurado de su cátedra, oficialmente repudiado y su memoria maldecida. No llegó a ingresar en la Academia porque nunca leyó el preceptivo discurso. La 'Revista Hispánica Moderna', que se editaba en Nueva York, lo publicó en su número XV, de 1949, y una edición póstuma de 'Los complementarios', editada por Losada en Buenos Aires en 1957, lo incluyó como apéndice. Fue escrito en 1931 y comenzaba pidiendo disculpas a los académicos por la tardanza en hacerlo, que justificaba con explicaciones modestas sobre su falta de formación humanística. Circuló el texto a partir de entonces sin relación con la Academia hasta que, cuando se cumplieron cuarenta años de la muerte del poeta en Colliure, en 1979, un grupo de jóvenes y notables poetas se presentó el 29 de mayo en la Casa y pidió entrar para homenajear a Antonio Machado leyendo su discurso de ingreso. No los dejaron, pero lo leyeron, con gran respeto, ante la fachada del edificio. Aquellos intelectuales eran, nada menos, que Miguel Ángel Almodóvar, José Manuel Caballero Bonald, Gabriel Celaya, Alicia Cid, Celso Emilio Ferreiro, Ángel González, Lauro Olmo, Julio Rodríguez Puértolas, Julio Vélez y Ana Vián. Fue la primera vez que el discurso de Antonio Machado se leía en las puertas de la Academia. El acto, naturalmente, no sirvió para que el poeta ingresara en la corporación y ocupara su sillón V porque había fallecido cuarenta años antes. Cuando se cumplió el cincuentenario de la muerte diez años después, en 1989, algunos de los académicos que habían denegado la lectura del discurso organizaron un acto simbólico, que comprendió su lectura a cargo del poeta García Nieto. El director de la Academia, Manuel Alvar, leyó una extensa disertación sobre la poesía de Machado que simuló el rito de la contestación al recipiendario. Debió de ser un acto emotivo para los participantes, pero tuvo muy escaso eco en las actas y publicaciones académicas y un solo medio nacional, hasta donde me consta, dio cuenta de la celebración. Menos extensión le dedicó la prensa que al acto de 1979. Tampoco entonces, y por las mismas razones que en 1979, ingresó don Antonio en la Academia. La rehabilitación del poeta había empezado mucho tiempo antes y el reconocimiento de su inconmensurable obra era general en 1989. Los temores a una celebración machadiana que se manifestaron en 1979, cuando estaba fresca la Transición, era reciente el repudio de Machado y España aun olía a represión política, habían dejado de tener sentido. Después, la RAE ha celebrado en muchas ocasiones al extraordinario poeta: cuando ingresó Pedro Laín Entralgo, le dedicó una buena parte de su discurso. El poeta Ángel González tituló el suyo 'Las otras soledades de Antonio Machado', y Antonio Muñoz Molina, que reflexionó sobre discursos inexistentes, se refirió al del buen Machado. Ahora, el día 29 de abril, de este año en el que se cumplen 150 del nacimiento del escritor, la RAE ha organizado un homenaje abierto al público, de dimensiones y alcance incomparables con cualquier otro antecedente. Forman parte del acontecimiento una exposición que ocupa buena parte del edificio y que reúne objetos y documentos de toda la familia; la lectura parcial del discurso por el actor José Sacristán; una respuesta apócrifa de Azorín, jamás leída, que fue el académico más interesado en el ingreso de Machado, y un recital a cargo de Joan Manuel Serrat , que ha contribuido como nadie a la difusión en el mundo entero de la obra del poeta. Cuando todo esto va a ocurrir por primera vez y las peticiones de asistencia al acto superan ampliamente nuestras posibilidades de atenderlas, pululan por algunos medios de comunicación personajes que creen que el acontecimiento repite lo ya visto y es innecesario, o incluso que tiene ribetes políticos. ¡Ay, esa gente que embiste –hubiera dicho don Antonio– cuando se digna usar la cabeza!

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