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Salinas, profeta de Hiroshima

La galardonada película 'Oppenheimer' ha puesto de actualidad el poema 'Cero', de Pedro Salinas, que conoció una primera edición en la revista mexicana 'Cuadernos Americanos', en noviembre de 1944. Quiere decir esto que Pedro Salinas se adelantó premonitoriamente casi nueve meses a la explosión de la bomba de Hiroshima, ocurrida el 6 de agosto de 1945. Salinas era lector consciente y escuchante, atento a las noticias que se publicaban y difundían en Norteamérica sobre el peligro cada vez más inminente y los ensayos que se hacían en el desierto de Los Álamos, en Nuevo México, dentro del proyecto Manhattan. La visita que realizó al pabellón de España de la Exposición Internacional de París, en 1937, le afectó en buena medida al contemplar el retrato en gran tamaño de Federico García Lorca y el mural del 'Guernica' de Picasso. Salinas llevaba ya un curso viviendo en Norteamérica, alejado de la guerra en España, pero era consciente de las dificultades de su familia, refugiada en el hogar familiar de Argel, y de la persecución que el régimen ejercía sobre sus amigos poetas e intelectuales. Así las cosas, su libro 'Todo más claro y otros poemas', olvidado por imperativo familiar su ciclo amoroso, constituye un claro muestrario poético de sus inquietudes y de una crisis vital-amorosa que da como resultado su protesta hacia la vida de la urbe moderna, el maquinismo y el deterioro de los valores de la cultura y civilización humanista. Poemas como 'Hombre en la orilla', 'Nocturno de los avisos' y especialmente el poema que nos ocupa, 'Cero', son claras muestras de su desafección y por supuesto del horror de lo que se le venía encima, y con ello el derrumbe de todos los valores en los que creía. El poema se abre con dos citas. La primera, de Quevedo: «Y esa Nada ha causado muchos llantos, esa Nada fue instrumento de la Muerte, y Nada vino a ser muerte de tantos»; la segunda, de Antonio Machado: «Ya maduró un nuevo cero que tendrá su devoción». El Cero es, en efecto, el signo de la Nada. Es absolutamente escalofriante la precisión con la que el poeta describe los efectos adelantados a la bomba de Hiroshima en las estrofas iniciales del poema: «Cayó ciega. La soltó,/ la soltaron, a seis mil/ metros de altura, a las cuatro./ ¿Hay ojos que le distingan/ a la Tierra sus primores/ desde tan alto?/ ¿Mundo feliz? ¿Tramas, vidas,/ que se tejen, se destejen,/ mariposas, hombres, tigres,/ amándose y desamándose?/ No. Geometría. Abstractos/ colores sin habitantes,/ embuste liso de atlas./ Cientos de dedos del viento/ una tras otra pasaban/ las hojas/ –márgenes de nubes blancas–/ de las tierras de la Tierra». El poema está dividido en cinco partes, y la IV es la que mejor impresión causó a Jorge Guillén, que no duda en calificarla de «maestría perfecta». Y es donde, a mi parecer, se acumulan las imágenes de mayor impacto y terror del inminente holocausto atómico. Y así leemos: escombrera, muertos, formas truncas, muertos añosos, cadáveres perdidos, ignorado osario, esqueleto, muerte… Lo que no impide una breve referencia al azar de su primer libro, 'Seguro azar', como bien ha visto el profesor Díez de Revenga: «Ruleta son las horas y los días». También la muerte, parece querer decirnos el poeta, es a veces cuestión de suerte. Las metáforas se abren paso entre tanta destrucción, y así nos encontramos una de rica tradición poética, actualizada al momento, en la línea de Jorge Manrique y Antonio Machado, el 'bajel' que 'zarpa' hacia el último viaje, un tópico recurrente. Y sigue con la alegoría del viaje marítimo, que comienza: «Me encontraréis a bordo, ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar». El bajel, sin rumbo, navega a un norte desconocido, pues en ese navío de muerte sólo las tumbas de los muertos pueden conocer su destino final. El escenario todo resume un momento apocalíptico de final de los tiempos medidos por los hombres y de la conocida resurrección de cadáveres y aperturas de tumbas: «Se abre por fin la tumba a que escaparon; les llega aquí la muerte de que huyeron». O «cadáver de los muertos que vivía». Las imágenes sucesivas de la muerte las cierra un perro «clamante», sin amo, acaso sin Dios o «Dueño». Me he preguntado dónde y de quién pudo estar enterado más que otros poetas, contemporáneos suyos, acerca de los preparativos de la bomba nuclear. ¿Fue solo intuición o escuchó algún desliz de colegas de otras universidades, como la de Berkeley, en donde trabajaba como profesor de Francés el doctor Haakon Chevalier, amigo personal de Oppenheimer, acusado más tarde de espionaje por la comisión que investigó las revelaciones a los rusos de los preparativos del desierto de Los Álamos? Lo importante es cómo Salinas se adelantó al terrorífico instante de la catástrofe atómica. Si no lo supo con anterioridad sí que, dada su sensibilidad y experiencia, lo previó. La literatura española, de la que era un experto conocedor, está llena de casos parecidos. Las metáforas e imágenes relativas a la destrucción o la muerte, como en los casos citados de Quevedo y Antonio Machado , son tan numerosas como espeluznantes, no solo en la literatura sino en la pintura y las artes figurativas. Salinas no solo lo pudo prever porque estaba al corriente del ambiente de destrucción y masacre que recibía de los frentes de guerra, especialmente de Normandía, sino por el temor que compartía con otros millones de ciudadanos al holocausto final. ¿Pudo reponerse Salinas de esta crisis? 'El contemplado', escrito simultáneamente a su estancia en la isla de Puerto Rico, aprovechando un año sabático que se convirtió en una estancia de tres cursos, concedido por su Universidad de Johns Hopkins, pudo ser un antídoto a sus dolencias físicas y espirituales. Su cuerpo descansa finalmente en la isla donde transcurrieron los tres años más felices de su vida.
abc.es
hace alrededor de 10 horas
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