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Una brújula verde y democrática frente al trumpismo global

Una brújula verde y democrática frente al trumpismo global
La ciudadanía europea necesita soluciones en las que quepan todas las personas: una economía del bienestar a escala humana y en armonía con el planeta. El mundo, por su parte, pide a gritos un liderazgo democrático alternativo basado en derechos y cooperación El próximo 30 de abril se cumplen los primeros 100 días de Donald Trump en la Casa Blanca. En este corto pero turbulento periodo, la política del miedo y el caos ha tomado cuerpo sin máscaras ni medias tintas. Trump llegó a la Casa Blanca de la mano de las grandes compañías fósiles, a quienes ha correspondido con la retirada del Acuerdo de París y alentando una mayor producción y comercialización de combustibles fósiles. También selló una estrecha alianza con los oligarcas tecnológicos, a quienes devolvió favores con rebajas fiscales y poniendo la Administración federal a merced de la motosierra de Elon Musk en una inédita colusión de intereses.  La guerra comercial en la que nos encontramos ahora forma parte del modus operandi testosterónico con el que se extorsiona e impulsa la agenda dictada por las élites más reaccionarias, agrupadas en torno a las banderas “antiwoke” y “antiglobalista”. Unas élites a las que les sobran los derechos humanos, los contrapesos democráticos, los impuestos y la cooperación necesaria para afrontar retos planetarios como el cambio climático o la paz. Sin desdeñar la capacidad de hacer daño - que se lo digan al pueblo palestino, a las personas migrantes, al colectivo LGTBI o a quienes se dedican a la ciencia en el país -, una consecuencia importante de la “doctrina del shock” es su poder de distracción y parálisis. Por ello, toca “hacer piña” y sostener firmemente una brújula verde y democrática.  Esta es la mejor respuesta al trumpismo global: avanzar con contundencia en una transición ecológica más democrática que transforme la economía y distribuya sus beneficios entre una ciudadanía castigada por la sucesión de crisis. Es el momento de reforzar la resiliencia climática y ambiental, consolidar una economía verde y justa con anclaje local y regional en sectores de bienestar y reducir la dependencia de combustibles fósiles. Así, nos prepararemos para hacer frente a futuras pandemias, danas o sequías, cerraremos el paso al negacionismo iliberal que se nutre de la desigualdad y la inestabilidad y dejaremos de alimentar regímenes autoritarios al fortalecer nuestra autonomía estratégica.  Esto exige replantearnos, por ejemplo, cómo invertimos el dinero público. Solo un dato: según un estudio de Greenpeace, el 86% de las subvenciones que se dieron en nuestro país en 2024 en el sector agrario, el transporte y el consumo energético eran tóxicas, es decir, dañinas para el medio ambiente. Subvenciones destinadas al gas, a carburantes, agrotóxicos y que, en última instancia, alimentan los bolsillos de las corporaciones fósiles y de los oligarcas.  Una inversión responsable de esos recursos nos permitiría duplicar la acción climática, mejorar las condiciones de vida en el medio rural, recuperando rentas, suelos, agua y biodiversidad. Se podría reducir la contaminación en las ciudades, reforzar el transporte público metropolitano y rural, transformar los hogares en espacios de confort y bajo consumo energético, restaurar ecosistemas que nos protejan frente a futuros shocks climáticos y apoyar económicamente a las familias y pymes que se están quedando atrás. El potencial de una transición ecológica orientada hacia las mayorías sociales es inmenso. Es el momento de democratizar la transición ecológica y hacerla accesible a estas mayorías tanto en las ciudades como en el campo.  Nos merecemos como humanidad recorrer este camino sin distracciones. Comenzando, por supuesto, por dejar atrás los combustibles fósiles. Su tiempo ya pasó y ya han causado suficiente daño. Hoy existen alternativas más eficaces y baratas con las que llegar mejor a fin de mes sin auspiciar el fin del mundo. Miles de soluciones basadas en la ciencia están listas para ser desplegadas a la escala suficiente. HOPE, la serie, que se estrena estos días, lo explica con mucha pedagogía.  Una agenda de cambio está ya en marcha. Por ello, no hay que ceder a los retrocesos que pretende Trump: chantaje de un gas caro e innecesario, importar más armas, rebajar los estándares ambientales y de derechos humanos, y, por supuesto, no debemos rendirnos ante los abusos de las grandes tecnológicas. Vender más cerdos a China e importar la soja responsable de la deforestación amazónica tampoco es la solución. La alternativa al vasallaje trumpista no es una nueva vuelta de tuerca de acuerdos comerciales neocolonialistas y basados en el dumping ambiental. Las consecuencias en el mundo rural y la industria impulsarían al trumpismo doméstico. La UE debe reafirmar sus valores, priorizar acuerdos comerciales con impacto “cero” en la deforestación, el clima y los derechos humanos y laborales, y apostar por una economía global más responsable y que mire más allá del crecimiento.  No plegarse frente al trumpismo también es reforzar la democracia. Y en Greenpeace sabemos lo que nos jugamos: un juzgado estadounidense nos ha condenado a pagar a la petrolera Energy Transfer 660 millones de dólares por apoyar las protestas pacíficas de la tribu sioux contra la construcción de un oleoducto en Dakota del Norte en 2016. Un atropello para intentar silenciar a la sociedad civil en su papel clave de defensa del interés común. No nos podemos callar y debemos reafirmar nuestros valores y presionar a los Gobiernos en el avance de los derechos humanos y los de las futuras generaciones, sin claudicaciones.  La ciudadanía europea necesita soluciones en las que quepan todas las personas: una economía del bienestar a escala humana y en armonía con el planeta. El mundo, por su parte, pide a gritos un liderazgo democrático alternativo basado en derechos y cooperación. Romper la parálisis que impone la “doctrina del shock” y apostar por un futuro más verde, justo y democrático es hoy más urgente que nunca. Necesitamos más coraje político, defender la ciencia, reforzar los cauces democráticos sociales e intergeneracionales y una inversión pública coherente en sectores de transición y bienestar. Como decía el papa Francisco: “no al pesimismo estéril”, que el trumpismo sea un acicate para sostener con más fuerza una brújula verde y democrática, y evitar que los más reaccionarios se salgan con la suya.
eldiario
hace alrededor de 5 horas
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