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James Gunn lucha contra la fatiga superheroica en un ‘Superman’ delicioso que desborda política y amor por el cómic

James Gunn lucha contra la fatiga superheroica en un ‘Superman’ delicioso que desborda política y amor por el cómic
El director de ‘Guardianes de la galaxia’ firma para DC una excelente refundación del superhéroe quintaesencial, repleta de sentido del humor y ganas de decir cosasJohn Magaro, actor: “Hay un trauma ahora mismo en EEUU, especialmente en la izquierda” La fatiga superheroica es algo que existe, lo admite el propio James Gunn. Él especificó que esta no tiene tanto que ver con los superhéroes en sí como con la desidia creativa que se ha abatido sobre sus películas, pero igualmente lo hizo en un contexto bastante, digamos, inoportuno. Corría 2023 y no solo estaba a punto de estrenar Guardianes de la galaxia Vol. 3, sino que además acababa de ser nombrado nada menos que presidente de la competencia, DC Studios. Gunn, junto al productor Peter Safran, había recibido el encargo de poner orden en una franquicia asombrosamente caótica, intentando emular lo que Kevin Feige había logrado hacer con Marvel durante años. Gunn se lo encontró todo hecho una pena. Al margen de éxitos recientes como Joker o The Batman —títulos aislados de la continuidad principal cuyas secuelas pronto traerían igualmente de cabeza al estudio, Joker: Folie à deux como fracaso de crítica y público, The Batman 2 como un proyecto que se ha ido retrasando lo indecible—, el estudio tuvo que “deshacerse” primero de varios films planeados antes de que Gunn se pusiera oficialmente a trabajar. Durante ese mismo 2023 DC vivió una embarazosa sucesión de descalabros, más dolorosa por cuanto ninguno de ellos podía dar pie a nuevas películas a tenor de los planes de Gunn. ¡Shazam! La furia de los dioses, The Flash, Aquaman 2, una cosa llamada Blue Beetle… cuando Gunn anunció poco después la primera película del bautizado Capítulo 1: Dioses y monstruos, no lo hizo rodeado de los mejores ánimos. Esta primera película sería Superman. Un nuevo Superman para un nuevo Universo Cinematográfico, a la estela de lo que había hecho en 2013 el discutido Hombre de acero de Zack Snyder. Puesto que Gunn había hablado públicamente de aquella fatiga, este interés en volver a un personaje tan arquetípico estaba lleno de intención. Gunn quería renovar el género volviendo a sus esencias, tanto en lo que se refiere al primer gran superhéroe jamás creado —sus viñetas inaugurales datan de 1938— como a la primera gran película dedicada a un personaje de este estilo, el Superman que Richard Donner dirigiera en 1978 con el protagonismo de Christopher Reeve. Su esfuerzo, cosa curiosa, anticipa este verano una jugada equivalente por parte de Marvel: el 25 de julio estrena una película sobre la llamada Primera Familia de la Casa de las Ideas. Una cabecera superheroica casi tan mítica como el Hombre de Acero. A falta de ver qué tal Los 4 Fantásticos: Primeros pasos, podemos afirmar que por lo menos el Superman de Gunn es un triunfo absoluto. El toque Gunn Tanto Superman como 4 Fantásticos pretenden volver a las raíces y apostar por la ingenuidad de sus personajes, en voluntarioso contraste con la decadente maquinaria de secuelas, crossovers y cameos que han ido conformando tanto Marvel como DC. Es una maquinaria que Gunn conoce bien —por eso, al fin y al cabo, ha asumido que necesita una renovación urgente—, y frente a la que, sin embargo, distaba de ser el candidato más obvio para tratar con alguien como Superman. Curtido en la Troma (una productora de serie Z), el paso de Gunn por el cine superheroico se ha caracterizado por su atención a perdedores excéntricos, más cómodos con la etiqueta “antihéroe”. Por eso, a fin de cuentas, se negó inicialmente a hacer una película de Superman cuando DC se lo propuso en aquellas primeras reuniones, prefiriendo ponerse con El Escuadrón Suicida en 2021. Entonces quedaban años para que le ascendieran al frente de DC y hallara el valor de trabajar con un personaje tan diferente de los Guardianes de la galaxia o de El Pacificador —un posterior spin-off de El Escuadrón Suicida en forma de serie—, pero no cabía duda de que existía un marcado estilo Gunn. Identificado por diálogos humorísticos, elecciones musicales muy personales o una violencia deseosa de juguetear con los límites que le impusieran estos grandes presupuestos. Salvando las distancias, la llegada de Gunn a Superman recuerda a lo que vimos en 2006 con Bryan Singer firmando Superman Returns. Ambos se habían hecho un nombre en el superheroico a través de los marginados —Singer con los X-Men, Gunn con los Guardianes y el Escuadrón Suicida—, y a primera vista podría parecer que han querido limar estas particularidades con la misma estrategia: homenajeando religiosamente el Superman de Donner. Singer lo hizo hasta el punto de anticipar el advenimiento de la nostalgia en Hollywood, mientras que Gunn… Gunn se las ha apañado para seguir siendo él. Su única concesión ha sido reutilizar la famosa fanfarria de John Williams. El romance de Clark y Lois vuelve a ser central Más allá de este guiño —complementado con la consabida voluntad de regresar a un imaginario donde los superhéroes aún no se hubieran adocenado—, este Superman está totalmente inmerso en el estilo de Gunn. Lo cual presenta algún que otro problema si, además, se trata de un Gunn que no solo ejerce de cineasta, sino de productor ansioso por que fructifique este reinicio de DC. Lo primero conduce a momentos extraños en cuanto a la violencia —sin acercarse a la despótica versión de Henry Cavill, Gunn halla igualmente la forma de encadenar muertes crudas o ejecuciones frívolas— o al repentino interés de Clark Kent por el punk: abiertos caprichos que no encajan igual de bien que la costumbre de Gunn por incluir animales, representada aquí por el adorable Krypto. Este perro superpoderoso y desobediente entrega la mejor cara del propósito de Superman por inaugurar una saga, alejado diametralmente de Donner pero no tanto del Snyder de Batman v Superman. Dicho propósito se materializa en una amplia ristra de personajes secundarios —con poderes o sin ellos— que, en forzada combinación al catálogo clásico de personajes de Superman, dotan a la película de una inevitable sensación de revoltijo. Sensación que no llega a nada grave, en realidad, gracias a tener claro cuáles son los tres que importan: Clark Kent, Lois Lane y Lex Luthor. Entre la política y el cómic Una de las virtudes indiscutibles de Superman reside en su casting: David Corenswet está arrebatador como Clark, sin achantarse en absoluto ante el recuerdo de Christopher Reeve. Lo mejor de su construcción, sin embargo, es cómo se retroalimenta con los retratos aledaños de Lois (Rachel Brosnahan) y Lex (magnífico Nicholas Hoult). El guion de Gunn —más centrado de lo que pudiera parecer pese a esta agotadora preocupación por presentar un universo— acierta al plegarse discursivamente en torno a las relaciones que establece Superman con su amada y su némesis. Estas relaciones van más allá del mero romance o el antagonismo, pues plantean un diálogo acerca de qué podría significar Superman como símbolo. Lo que Gunn quiere desde ahí no es entregar la película de superhéroes de siempre con un vigor algo mayor que la media, pues le preocupa que este regreso a las raíces también ofrezca una indagación en por qué la ficción superheroica pudo cautivar nuestra imaginación en primer lugar. Con lo que Superman defiende un idealismo puro, sin mácula, frente al que Lois y Lex abanderan un mundo con demasiadas complejidades como para que este pueda fructificar. Como, quizá, pudiera haber hecho en el 78, en la edad dorada del blockbuster. Un Lex Luthor a medio camino de Elon Musk y Jeff Bezos Ya no estamos en el 78 —tampoco en Kansas, pues el hogar de la infancia de Clark en Smallville apenas aparece en un par de escenas—, así que el mundo de Superman, la humanidad a la que dice defender, es favorable a hacer explotar las contradicciones que suelen anidar en la idea misma del superheroísmo. A la vez que Gunn celebra la singular bondad del personaje, es lo bastante hábil como para contextualizarla en un lugar hostil, dispuesto a establecer contrastes. Es de estos contrastes donde nace el humor, en primera instancia —Superman es tan comedia como lo eran El Escuadrón Suicida y Guardianes de la Galaxia—, y en segunda donde nace la política. En los días previos al estreno de Superman los simpatizantes trumpistas han hallado otra estúpida razón por la que quejarse del Hollywood woke, a causa de que Gunn haya descrito a Clark como un inmigrante. Esto tiene su gracia por cómo una de sus ideas más estimulantes apunta al ambivalente pasado kryptoniano del protagonista, pero sobre todo la tiene como punta del iceberg: Superman presenta a su héroe lidiando con las incómodas preguntas de Lois sobre su intromisión en conflictos internacionales que no termina de entender del todo, así como con un villano que busca destruirle manipulando a la opinión pública y a las élites políticas gracias a ser un millonario repelente. Con lo que sí, Gunn encadena chistes sobre Twitter con ocurrencias mucho más peliagudas, al extremo de que cierta trama con dos países ficticios remita sin rubor al conflicto Israel/Palestina —con un personaje, incluso, que podría pasar por caricatura de Netanyahu—. No deja de ser extraño que una fábula tan áspera provenga de EEUU —ni deja de incomodar que su resolución pase por la agencia del mismo Superman que ha sido considerado un aspiracional ciudadano norteamericano—, pero es ilustrativo en cualquier caso de la encomiable cantidad de inquietudes que alberga el film: un título excepcional no solo para el cine de superhéroes, sino para el blockbuster en general. Krypto es el robaescenas oficial de 'Superman' Superman, así, brilla con luz propia en el Hollywood contemporáneo, casi totalmente ajena a las inercias de su género —otra decisión feliz es prescindir de la historia de orígenes, dando inicio cuando Clark lleva ya tres años enfundado en la capa— y exhibiendo asimismo la máxima depuración de la afinidad de Gunn por los cómics. Es algo que íbamos viendo de forma progresiva en sus últimas películas y que culmina gozosamente en Superman: la película es un delirante festival de color y acción incansable, sin temor alguno de ser hortera a la hora de utilizar la cámara lenta a modo de splash page o de sobrecargar el plano con monstruos y diseños imposibles. Este Superman se aleja entonces tanto del romanticismo de Donner como del caos posmoderno de Snyder para hallar su propio camino, que es el más cercano posible a las fuentes primarias —no hay más que ver la secuencia inicial, construida a través de bocadillos descriptivos y viñetas acompasadas— así como el más potente si se quiere defender, a estas alturas, el poder expresivo del superhéroe en su vertiente cinematográfica. Gunn ha hecho la mejor defensa posible, y Superman es una grandísima película. Ojalá al género, a partir de ahora, le preocupe estar a su altura.
eldiario
hace alrededor de 1 mes
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