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Kendrick Lamar y SZA desatan la rabia política y llevan a Barcelona al compromiso con el antirracismo

Kendrick Lamar y SZA desatan la rabia política y llevan a Barcelona al compromiso con el antirracismo
Las dos superestrellas norteamericanas abarrotan el estadio Lluis Companys en su única parada en España de su 'Grand National Tour', la gira conjunta más rentable de la historiaDe cómo Olvido se convirtió en Alaska: entre el folclorismo y el pop, los años de la irreverencia No estamos acostumbrados. En España, los grandes conciertos —que no con mucho público— tienen que ver con el reguetón, el pop, el rock o el funk, no con el hip-hop. A la hora de organizar sus giras, tampoco es normal que vengan a nuestro país los raperos norteamericanos más conocidos. Menos aún que vengan dos de una vez y en el momento cumbre de su carrera. Kendrick Lamar y SZA abarrotaron el Lluis Companys de Barcelona. Su Grand National Tour surge con un planteamiento internacional tras su actuación conjunta en la Super Bowl. Abarcan un total de 39 fechas conjuntas entre Europa y Norteamérica, además de siete conciertos de Lamar en Latinoamérica y Australia. Kendrick Lamar visita por primera vez España sin ser bajo el cartel de un festival. Y lo hace en uno de los años más exitosos de su carrera. El rapero de Compton viene de ganar cinco Grammys por su canción Not Like Us, donde le tira beef a Drake. Pero va más allá: su obra se ha caracterizado por su complejidad lírica, compromiso social y experimentación sonora. Lamar sabe condensar la esencia de su tiempo. La joven SZA sigue un camino similar. También ganadora de varios Grammys en 2022 y su capacidad para mezclar géneros como el R&B, hip-hop, jazz y soul y sus letras personales la posicionan como una artista identitaria. En Barcelona tocaron ante más de 50.000 personas. Rozaron el sold out, pero en tiempos de inflación de asistencia se agradece que dos superestrellas así no tengan la necesidad de celebrar hitos que no logran. No llenar el estadio no les supone problema alguno. Solo por su etapa de inicio de tour en EEUU esta es ya la gira conjunta más rentable de la historia —superando a la de Beyoncé y Jay-Z en 2018— con ingresos de más de 256 millones de dólares solo en Norteamérica, según indica el Financial Times. Las expectativas ante el concierto son altas. Un show entre el éxtasis y la relajación En los aledaños del estadio se ve gente de diferentes orígenes, pero una bandera destaca sobre el resto, la de Palestina. Ya dentro, DJ Mustard inicia el espectáculo. Ante él se alarga una plataforma que prácticamente se introduce en el público de forma circular. El concierto irá alternando actos de Kendrick y SZA. Pero para empezar, no podía ser de otra manera; fundido a negro, sale Lamar ante los rugidos del público. Él hace su aparición como un verdadero OG de los 90: desde un Buick GNX, envuelto en visuales monocromáticos y estética vintage que refuerzan su narrativa en vivo. Detrás de él, dos pantallas horizontales y una vertical se irán abriendo como las puertas al olimpo. Es un rapero ritualizado, cerebral y dominador del espacio donde se mueve en cada momento. Empieza con wacced out murals acompañado por 15 bailarines, que coincide también con la primera canción de su último disco, GNX. A propósito o no, el tema empieza con la voz de la cantante mexicana Deyra Barrera, en español. Aquí deja claras algunas de las temáticas de la noche: introspección, luchas personales, autenticidad y resistencia ante las adversidades. En todo momento está seguido por coreografías sincronizadas mientras cae el atardecer, algo que no es tan común en su género. El público inicia los pogos que serán un habitual cada vez que canta Lamar. Kendrick Lamar, pese a su pequeña estatura, hipnotiza al público con su energía, sus bailes y su actitud. Continúa con el empoderamiento y otro de sus éxitos, squabble up. La sigue King Kunta, que hace referencia a un personaje africano de una novela de Alex Haley, al que venden como esclavo en Norteamérica. El personaje resiste contra la exclavitud y le cortan la pierna por intentar escapar y Lamar se compara con él. El rapero es un artista que, pese a los intentos de la industria y la sociedad por cortarle las piernas, él es el rey de su género y controla su destino. Tras ella continúa con Element, de su exitoso disco DAMN, que le valió un Pulitzer. Como si fuese un periodista, él busca contar la realidad. “No lo hago por los Grammys, lo hago por Compton”, rapea en inglés. Prosigue con la primera parte de su canción tv off. El rapero Kendrick Lamar Tras un fundido a negro, es el turno de SZA. Se cierran y se abren las puertas de más de 30 metros de altura y comienza junto a Kendrick con 30 for 30, una canción que va desde la vulnerabilidad y los sentimientos de la cantante de Missouri hasta su seguridad y aceptación que se merece lo que a ella le complazca. Sigue, ya sola, con Love Galore o The Weekend y otros 16 bailarines que la acompañan, que versan sobre el amor abierto desde el R&B más puro. Las partes de la cantante, más tranquilas y melódicas, contrastan con la efusividad que se vive en el turno del rapero. En las pantallas se ve continuamente la imagen de una mantis religiosa y finaliza su actuación con fuegos artificiales que salen por encima del estadio. Vuelve a salir Lamar en un tercer acto. Ahora contrasta la parte anterior con su parte más agresiva: el beef a Drake. En euphoria, serie de la que fue productor el canadiense, crítica de las vinculaciones del rapero canadiense con menores, sus manipulaciones culturales. Él reivindica de su hogar: todos los bailarines llevan gorras con el símbolo de LA [Los Ángeles. Aprovecha aquí algo que retuerce por dentro a Lamar: la desconexión de Drake hacia la comunidad negra. “Con Tommy Hilfiger sobresaliste, pero FUBU nunca ha sido de tu colección”, le increpa entendiendo los comentarios racistas de la marca y su rechazo hacia la población negra y cómo ignora FUBU, una marca que sí representa sus valores. Después de otras como hey now o reincarnated proyecta en las pantallas una entrevista. “Soy adicto a la atención”. A continuación toca uno de sus himnos: HUMBLE. Es su tema más escuchado en plataformas, solo en Spotify tiene 2.700 millones de reproducciones. Y su mensaje contradice el éxito de la canción. En una época en la que criticaron a Lamar por un exceso de ego, el rapero se recordó a sí mismo en 2017 la importancia de la humildad en los contextos de exceso. “Estoy harto de todo ese montón de Photoshop, muéstrame algo real, como el afro de Richard Pryor. Muéstrame algo real como un culo con estrías”, rapea en algunos versos. “Sit down, be humble [siéntate, sé humilde]”, resuena en el estribillo. Los fans aquí montan pogos enormes en la pista que asemejan una ola que va y viene. Humildes puede ser, pero de todo menos sentarse. Este acto lo continúa con su reflexión sobre la cultura de la fama con family ties y Backseat freestyle, donde se compara incluso con Martin Luther King. Antes que uno de los mejores raperos que la historia, Kendrick Lamar se siente antirracista y al servicio de su gente. “Claro que odiamos a la policía. Quieren matarnos y dejarnos muertos en la calle”, escupe al micrófono en Alright. “Esto no es una canción de rap sobre como muevo crack o cocaína”, deja claro acto seguido en m.A.A.d city, uno de sus primeros éxitos, de hace ya 13 años. Él siempre tuvo la intención de ser el vehículo de crítica la realidad que viven muchas personas oprimidas en los barrios americanos. Su rabia y su lírica sirven como la máxima celebración de que el hip-hop es una forma válida de expresión artística. Para pasar de turno desciende con el coche en la plataforma. La cantante SZA A esto lo sigue de nuevo SZA para bajar pulsaciones en el público con canciones como Scorsese Baby Daddy. Desciende desde el techo del escenario como un hada empoderada con sus alas. Parece un jardín de fantasía y calma tras la brutalidad y caos del rapero. Hay momentos en los que su actuación es incluso es demasiado contemplativa. El ritmo previo no la ayuda. Tras ello conrasta con Garden caminando estilo voguing y pone a todo el estadio a perrear. Si algo tiene SZA es estilo. Su actuación está acompañada por este clímax de relax, hasta que, de nuevo, la acompaña Lamar para tocar algunos de sus éxitos juntos. Empiezan con Doves in the Wind, All the Stars y LOVE, que aunque la colaboración fuese con Zacari, SZA la interpreta a la perfección y se escapan del contenido tan político que coge el show. Pero de nuevo, Lamar vuelve a estar solo y saca toda la energía posible del público en Barcelona. Se apoya en canciones como peekaboo o Like That, de nuevo hacia Drake. Con DNA vuelve a sus canciones antiguas para cuestionar los dramas que ha vivido la comunidad negra, la industria musical y su introspección personal propia. Lo continúa con tres de sus grandes éxitos históricos: Bitch don’t kill my vibe, Money Trees y Poetic Justice. En los tres combina su narrativa personal con temas sociales mucho más amplios. Tras esa rememoración vuelve a salir SZA a escena. Toca alguno de sus grandes éxitos como Kill Bill, de SOS, pegajosa y sobre un drama sentimental. La siguen otras como Snooze y remata esta parte con Kiss me more. Tras ello sale de nuevo con su éxtasis Kendrick Lamar tocando N95, que hace referencia a las máscaras del COVID: algo que nos protege pero que a la vez oculta nuestra verdadera identidad. Él hace un llamamiento a que todo el público se quite esas capas que no permiten ser quienes realmente somos. Ahora sí, igual que en el espectáculo de la Super Bowl, continúa con su crítica a la sociedad con la segunda parte de tv off. Detrás de él tiene un coche enorme de unos 20 metros de alto. Y, a continuación, la canción de canciones. En Not like us deja claro su animadversión hacia Drake. Lo señala como un colonizador que muestra interés superficial en su comunidad. Incluso en el videoclip de la canción consiguió juntar a miembros de Crips y Bloods, de las pandillas más peligrosas que dominan California, mostrándose a sí mismo algo superior a cualquier otro rapero anterior y como un nexo de la cultura afroamericana. Esta canción es el culmen a una histórica pelea que se decantó claramente del lado de Lamar. “Other time! [¡Otra vez!]”, le corea el estadio para que repita el beef. Y faltaba el broche final con luther y gloria. En estos momentos de dueto entre ambos artistas se siente la química entre ambos y su complicidad artística. Sin embargo, en un concierto dónde lo que más destacó fue la energía del rapero, el final quizá se quedase algo corto. El ritmo del espectáculo pedía un final apoteósico y no tan melódico y relajado. Eso sí, SZA aprovechó para coger regalos de los fans, firmar autógrafos y atreverse con el español: “Te amo, Barcelona. La gente de España tiene mi corazón para siempre”. Se agachó a atenderlos incluso mientras cantaba. Kendrick Lamar es un artista de época. Si otros músicos fuera de su género, como Bruce Springsteen, lo han elogiado, es porque se ha convertido en la voz de una generación versátil, que fluye y se adapta. Y el californiano aprovecha su gran exposición para aupar a otros artistas a escala internacional como SZA, que cumplen cada vez que sale al escenario. Son muy distintos entre ellos, con ritmos casi contrarios, pero en su variedad también está su riqueza. El macroconcierto vivido en Barcelona es un espectáculo que no se había vivido en el género urbano aún en España. Y traerá cola.

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