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‘Porco Rosso’ vuelve a las salas para enseñarnos cómo luchar contra el fascismo

‘Porco Rosso’ vuelve a las salas para enseñarnos cómo luchar contra el fascismo
Vértigo Films reestrena en cines dos grandes películas de Hayao Miyazaki: ‘Porco Rosso’ y ‘Ponyo en el acantilado’, siendo la primera muy tristemente oportuna para nuestros tiempos “Prefiero ser un cerdo a ser un fascista” es la frase más recordada de Porco Rosso, y tuvo una resonancia especial en las redes sociales durante el pasado julio de 2023. Fue cuando, en víspera de las elecciones generales, Álvaro Ortiz propuso que otros dibujantes como él llenaran Internet con ilustraciones del protagonista de la película de Hayao Miyazaki, subido en su hidroavión y enmarcando ese mensaje. Un gran momento de euforia compartida y urgente, pues buscaba animar a la gente a votar y a impedir que la extrema derecha llegara al gobierno de España. La movilización dio paso finalmente a la derrota de PP y Vox. Dos años después, Vértigo Films se ha propuesto reestrenar en cines Porco Rosso —junto a otro clásico de Studio Ghibli firmado por Miyazaki, Ponyo en el acantilado—, y es inevitable comparar este escenario con el del verano de entonces. Cuando Vox no deja de subir en las encuestas, el gobierno progresista entra en crisis a costa de la corrupción, y encima Porco Rosso fija como día de llegada a salas el 18 de julio, día en que tuvo lugar el golpe de estado que dio paso a la Guerra Civil. Con lo que Porco Rosso, en su día editada directamente en DVD dentro de nuestro país —no así Ponyo el acantilado, a reestrenarse el 1 de agosto tras una amplia recepción en 2008—, vuelve con el compromiso renovado de inspirar una repulsa colectiva contra la extrema derecha, así como las fuerzas necesarias para pararla. 33 años después de su estreno en Japón, el filme de Miyazaki nos anima a resistir, a llamar a las cosas por su nombre, y a alzar la voz desde un punto en la historia mundial —finales de los años 20 del siglo pasado, en plena conjura de los fascismos— conectado de forma estrecha con el presente. Aun cuando, como suele pasar con películas tan abocadas a lo icónico, sus propias imágenes no respalden de forma unívoca esta responsabilidad política. Y es que el origen de Porco Rosso es tan frívolo como para provenir de un trato de Studio Ghibli con las Líneas Aéreas Japonesas. En el seno de esta empresa había gustado mucho un manga que Miyazaki había publicado a lo largo de 1989, The Age of the Flying Boat, marcado por la fascinación del cineasta hacia los aeroplanos y en particular su admiración por la aviación japonesa. Así que le propusieron desarrollar un corto promocional partiendo de ahí y recurriendo a su personaje central (Marco Pagot, alias ‘Porco Rosso’), convertido posteriormente en largometraje. Sin ser un detalle que arruine el ímpetu pacifista de Porco Rosso, sí nos devuelve a una cuestión que siempre ha causado cierta incomodidad entre los seguidores de Miyazaki, cómo su admiración por los aviones japoneses pudiera haber soslayado en algún punto para qué se habían empleado. Por ejemplo, para propagar ese mismo fascismo que tanto asco le daba al protagonista. El problema de los aviones A lo largo de su carrera, Hayao Miyazaki ha ido anunciando periódicamente que su nueva película también iba a ser la última. La amenaza de la jubilación y el posterior cambio de planes atravesó la producción de Porco Rosso al igual que, años después, atravesaría la de El viento se levanta. Solo que aquí parecía algo definitivo, compartiendo asimismo con Porco Rosso que el proyecto estuviera motivado por su amor por los aviones y que pudiera catalogarse, con los visos correspondientes de gran despedida, como “el título más personal de Miyazaki”. Siendo habituales en su obra los espectaculares pasajes aéreos, Porco Rosso y El viento se levanta son las películas de Miyazaki que mayor atención prestan a los aviones, destinando íntegramente su dispositivo animado a admirarlos. Ambas películas comparten además su anclaje en un periodo concreto de la historia, recreado de forma más o menos realista. De la Europa de entreguerras de Porco Rosso pasábamos a la II Guerra Mundial, para toparnos con la decisión más peliaguda que jamás tomó Miyazaki: dedicarle la película por completo a la vida de Jiro Horikoshi, un hábil ingeniero japonés que puso sus invenciones aéreas a disposición del ejército de Hirohito. La afinidad de Miyazaki por Horikoshi se debía, evidentemente, a su pasión compartida —originada en el caso del cineasta por la profesión de su padre, que también se dedicó a la aeronáutica durante la contienda—, y aunque el filme se esforzara en colocar el foco en ella, no conseguía despojarse de un poso de incomodidad. La relación de Porco y Gina recuerda a la de 'Casablanca' Incomodidad, sobre todo, porque las convicciones pacifistas de Miyazaki ya estaban más que documentadas a través de la ficción, ahora traicionadas por una suerte de fetichismo hacia la maquinaria de guerra. Es lo que nos devuelve a Porco Rosso, y a otras connotaciones problemáticas que asaltan sus imágenes por cuanto la película escoge Italia como escenario. Dos décadas antes del año en que se ambienta Porco Rosso (1929), Filippo Tommaso Marinetti había publicado el Manifiesto Futurista, dándole bagaje teórico a un movimiento artístico que exaltaba el avance tecnológico y que, a partir de sus planteamientos nacionalistas y violentos —“hemos de glorificar la guerra como única higiene del mundo”—, iba a retroalimentar el fascismo de Mussolini. De modo que Porco Rosso parte de toda una contradicción ideológica, que acaso matizaría de forma catastrófica nuestros deseos extemporáneos de convertirlo en emblema antifascista. ¿Cómo iba a ser esa su brújula, si la seducción esteta de los aviones tiene un encaje tan fértil en el credo reaccionario? La respuesta, curiosamente, la hallamos en esa misma sala de cine donde Porco Rosso decía la famosa frase “Prefiero ser un cerdo a ser un fascista”. Sí, definitivamente eso no admite matices. El protagonista dice la frase frente a una pantalla que proyecta unas imágenes —inspiradas quizá en los cortos de Max Fleischer— cuyo origen caricaturesco es ajeno, por principio, a las complejidades que está dirimiendo con su acompañante. Pese a que todos sean dibujos animados. Porco Rosso, con esa réplica, se está negando a ingresar de nuevo en las Fuerzas Aéreas de Italia, prefiriendo su actual modo de vida como pirata del aire. Rechaza la oferta de su amigo Ferrari, sin importar los problemas que esto le pueda causar. Porco Rosso es una película sobre la deserción. Volver al tiempo de las cerezas “Ahora volamos por países o naciones”, dice Ferrari sin disimular su pesadumbre, consciente de su condena a militar en el gobierno fascista de Benito Mussolini. “Yo solo vuelo por mí”, responde a su vez Marco Pagot, aquel piloto que por algún extraño hechizo fue transformado en un cerdo antropomórfico. Porco Rosso se ha labrado un código propio de creencias al margen de ese ejército donde empezó a volar. Se ha convertido en un pirata del aire, que desde el principio insiste en distanciarse de cualquier conflicto bélico a gran escala: algo que es respaldado por la general intrascendencia de las aventuras que vive a lo largo del filme de Miyazaki. Es lo que más puede sorprender si nos acercamos por primera vez a Porco Rosso alentados por su fama de ficción política: en la película no sucede nada importante. Empezando por una secuencia introductoria abiertamente ridícula —el secuestro de un grupo de niñas revoltosas a manos de unos piratas rivales de Porco, totalmente superados por las circunstancias incluso antes de que la situación se arregle—, la trama del film se reduce a la rivalidad del protagonista con Curtis, un pirata estadounidense que logra derrotarlo en un primer duelo aéreo, obligando a que durante el resto del metraje Porco prepare la revancha. Esta rivalidad, por más que llegue a involucrar a las mujeres que rodean a Porco, nunca es vista como algo más que un divertimento, subrayado por cómo concluye: fuera de los aviones, intercambiando mamporros hasta que uno de los dos sucumba. Una escena clave de la película 'Porco Rosso' Porque claro, Porco Rosso nunca vuelve a ingresar en el ejército. En un par de momentos esta renuencia provoca que sea espiado o incluso perseguido, pero ni siquiera es una amenaza que llegue a desembocar en una secuencia de acción: parte del clímax tiene que ver con Gina —el gran amor del protagonista, a quien Curtis intenta conquistar— volando adonde se han reunido los piratas para asistir al duelo Curtis-Porco con la intención de avisarles de que los aviones italianos se dirigen a la zona. Así que todos huyen, y eso es todo. La película se limita a respaldar el derecho de los protagonistas a desoír la llamada de Mussolini, dedicando su atención a lo que es retratado a todas luces como travesuras infantiles, que no hacen daño a nadie. El cielo como campo de juegos. En contra de lo que pueda parecer, este rechazo no es antipolítico. Por varias razones. Una es la seriedad con la que es retratado el ascenso del fascismo en Italia —según parece motivada por la coincidencia de la producción de Porco Rosso con el estallido de la guerra de Yugoslavia, que Miyazaki tuvo muy en mente—, planteado como una amenaza constante y fatal. Otra, especialmente jugosa, es la imaginería que trabaja Porco Rosso, tan capaz de poner a Gina a cantar en el bar El tiempo de las cerezas —canción popular asociada a la Comuna de París, y posteriormente a distintos movimientos antifascistas—, como de invocar el espíritu del cine clásico hollywoodiense recurriendo a Casablanca… para convertirse desde ahí en algo parecido a un anti-Casablanca. Casablanca también encontraba a perdedores en bares diseñados expresamente para alojarlos donde sonaban canciones que les dolían —de El tiempo de las cerezas a As time goes by—, donde recordaban amores perdidos, y donde la sombra de una guerra exigía su retorno. Pero Porco Rosso no es exactamente Humphrey Bogart. Lo que Bogart lograba uniéndose a la causa contra los nazis, Porco lo hace con su deserción frente a Mussolini: dos formas antagónicas de enfrentar el fascismo. ¿Cuál es la forma de Porco, yendo más a lo concreto? Pues desde luego una espoleada por el goce y la diversión. El juego, el volar por el mero hecho de poder hacerlo. Y algo más: cuando Porco contrata a Fio como diseñadora de su nuevo avión le pone como condición que se lo tome con calma, que nunca se quede trabajando hasta tarde. El antifascismo de Porco Rosso también defiende la improductividad, la pereza, un hedonismo contagioso y colectivo. Su apuesta por la diversión, por la contemplación de la belleza del mundo —en Porco Rosso no son tan importantes los aviones como los espléndidos paisajes que nos permiten contemplar desde las alturas—, modula un manifiesto propio, no por sencillo menos encomiable. Se limita a oponer, frente al fascismo, el vitalismo. El derecho a vivir, a tener una buena vida junto a quienes queremos. Eso es justo lo que nos quieren quitar. Eso es, ni más ni menos, lo que hay que defender.
eldiario
hace alrededor de 1 mes
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