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De la verdad a la bronca en la catedral: la gran noche de Taylor y Serrano en el Madison Square Garden

Lo que muchas veces le falta al deporte en EE.UU. comparece en la noche del viernes en el Madison Square Garden de Nueva York: la verdad. Verdad en la pasión, verdad en el delirio, verdad en la sangre, verdad en la bronca con la que acaba una noche histórica para el boxeo femenino: el cierre de la trilogía Katie Taylor vs Amanda Serrano , la rivalidad que ha cambiado para siempre este deporte. Ganó la primera, pero más ganó el boxeo femenino. El escenario es la catedral del 'noble arte', que durante el año es también la casa de, entre otros, los New York Knicks. En la temporada regular de la NBA, aquí suenan palmas enlatadas, la gente solo levanta el trasero del asiento si le apunta una cámara -propia o la que proyecta la sala gigante- y la victoria o la derrota son asuntos sin importancia. Todo lo contrario que en el combate entre Taylor, 39 años, y Serrano, 36 . El estruendo es salvaje cuando las boxeadoras aparecen por una de las bocanas que dan a la pista. Un aullido primario, espontáneo, la parroquia sabe que está ante un momento grave. Ronda ya la medianoche del sábado -seis de la mañana en España- y ese es el clímax de una velada portentosa, que ha arrancado muchas horas antes. Hacia las cinco de la tarde, en otra jornada tropical en Nueva York, ya se mastica la tensión a las afueras del Madison Square Garden. Varios buscavidas venden banderitas de Irlanda y Puerto Rico, los países implicado s, las patrias de Taylor y Serrano, la gente va y viene. Adentro, en el aire acondicionado, empiezan a sonar los bufidos del roce de los guantes, con las peleas preliminares, todas entre féminas, la mayoría de mucho empaque. «Ya era hora de que las mujeres se ganaran este respeto», dice con orgullo a este periódico Héctor Cruz, desde las tripas del recinto. La pelea era el acontecimiento deportivo de la semana en EE.UU. El Madison Square Garden ha colgado el cartel de 'no hay billetes' y está lleno de prensa y de famosos . Lo retransmite Netflix en directo. El boxeo femenino, gracias a Serrano y Taylor, es 'mainstream', popular, de interés general. «Ver todo esto me da mucha alegría», insiste Cruz, puertorriqueño de Yonkers, un suburbio duro al norte del Bronx, y alguien que tiene mucho que agradecer a los guantes. «El boxeo me salvó la vida. Mi entrenador, Sal Corrente, me salvó la vida. Yo con 17 años estaba metido en droga, en bandas. Se lo debo todo a ellos», dice sin contener las lágrimas. Él va con Serrano, claro, nacida en Puerto Rico y criada en Brooklyn, como tantos boricuas. Ella es ídolo total en la isla y en todos los barrios puertorriqueños de EE.UU. Pero difícil que supere la talla alcanzada por Taylor en Irlanda. Es probable que no haya mayor orgullo patrio en estos momentos que la púgil. «Es la gran estrella deportiva de nuestra historia. Fuera quizá se le conozca más a Conor McGregor, pero en Irlanda ella es indiscutible», defiende desde la grada baja Derek Walsh, que regenta dos pubs irlandeses en Manhattan. Deben estar hasta la bandera esta noche. Si es que queda algún irlandés que no haya venido al Madison Square Garden. Los puertorriqueños son mayoría, pero a los irlandeses, sobre todo mientras avanzan las pintas, se les oye más . Gritan por los pasillos, boxean a su sombra borracha camino de la butaca. Dentro en el cuadrilátero, siguen las peleas. Con interés creciente. El combate entre Ellie Scotney y Yamileth Mercado se convierte en una enfermería. Una lleva la frente abierta, la otra requiere de bastoncillos en su ceja izquierda entre cada 'round'. Sube la temperatura cuando Shadasia Green se impone a Savannah Marshall. Y todavía más en el gran prolegómeno de la pelea final, que tiene protagonismo español. Jennifer Miranda se faja con una leyenda estadounidense, Alycia Baumgardner . La española sale vestida con las barras y las estrellas para ganarse al público, pero no sirve de mucho. Solo le animan un puñado de banderas españolas. Miranda lo da todo y merece más de los jueces, lo previsto. Pero durante ese combate ya se piensa en el siguiente, en la tercera edición del Taylor vs. Serrano, el que cerrará la cuestión de quién es la mejor de siempre. En la grada, agitada por la tensión y el bar, la hinchada puertorriqueña lanza su guito de guerra; «¡Yo soy boricua, pa' que tú lo sepas!». Suena desafiante y patriótico, es la isla muchas veces olvidada, de estadounidenses de segunda bajo soberanía de Washington- «Del mar y el sol», grita la gente, ondeando cientos de banderas, cuando suena el himno. Ya están llenas las gradas. La zona próxima al 'ring' es un desfile de lentejuelas, de mocasines eléctricos, de collares excesivos, de vestidos de pantera ceñidos, de zapatillas de coleccionista, de lacas y brillos, de mujeres más despampanantes que las que muestran los carteles con los 'rounds', de hombres que tratan de estar a su altura. Antes de entrar, Niall Cullen sale del excusado con una camiseta ochentera de rugby de Irlanda. «Soy de Bray, el mismo pueblo que Katie», dice con una sonrisa que huele a tabaco, el único trazo de esas veladas añejas, donde la luz de las bombillas se enturbiaba con la humareda del respetable. «Yo conozco a su padre, que también era boxeador, de los pesos pesados. Tenían un gimnasio de mierda, tan cutre que no tenía ni baño, tenían que ir al del pub de al lado. Casi todo el pueblo estuvo en Londres cuando ella ganó el oro olímpico», recuerda. «Son gente muy humilde y muy devota. Ya verás, saldrá al cuadrilátero con una canción cristiana». Así es, Taylor se presenta con una música que nadie conoce. Viste de negro y oro y lleva el gesto severo de un matador de toros. Es una sobriedad que contrasta con la espectacularidad de la velada y, sobre todo, con la aparición de Serrano. Le canta en directo Natti Natasha, le preceden las 'cheerleaders' de los Knicks y cuando sale ella, suena Bad Bunny. Serrano, baila, sonríe, enardece a los suyos. Suena la campana y se apaga el griterío. La gente tiene los ojos clavados en la pelea del siglo del boxeo femenino . Se repite el patrón de las presentaciones de las protagonistas. Serrano es un torbellino que esquina a Taylor. La irlandesa es táctica. Se protege, esquiva las andanadas de la puertorriqueña y coloca el guante cuando debe. La pelea es mucho más contenida, nada que ver con las anteriores dos ediciones, en las que se atizaron a tumba abierta. Lo que no cambia es el resultado: se impone, por poco, Taylor . Bronca monumental en la parroquia, algo esperanzador para un deporte en EE.UU. cada vez más insípido. Y enfado de algunos seguidores. «¡Fue una pelea de mierda!», protesta Joey Ramírez camino de la salida. «Amanda ya tiene los chavos, ya no tiene hambre», dice en referencia al mínimo de seis millones de dólares que se ha llevado por la pelea. «Tenían mucho miedo la una de la otra al principio. Pero fue una pelea muy táctica, muy ajustada, muy buena», sostiene Adam Cisneros, aficionado de Brooklyn. Los irlandeses no se paran a diseccionar el combate. Suena The Cranberries y son todo exaltación. Van cantando 'ole, ole, ole', que todavía duele más a los puertorriqueños, camino de la Séptima Avenida y de los pubs de la zona. No habrá Guinness para tanta alegría , para tanta historia del deporte vivida.
abc.es
hace alrededor de 7 horas
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