cupure logo
losquedelunavistoautónomossánchezparamemoriavuelve

Dos tareas democráticas para España y Europa

¿Qué tan grave es hoy el predicamento de la democracia en el mundo? A juzgar por el informe sobre el Estado Global de la Democracia 2025, recién divulgado por el Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA Internacional), organismo multilateral del que España forma parte, el predicamento es serio y creciente. El informe ofrece una revisión de la salud de la democracia sobre la base de un mar de evidencia empírica, que cubre más de cien indicadores de comportamiento político, para 173 países, desde 1975 en adelante. Esa información se agrupa en cuatro grandes pilares del funcionamiento democrático: instituciones representativas, derechos, Estado de derecho y participación. Lo que emerge de esa masa de información es la continuación de un prolongado proceso de deterioro de la calidad de la democracia en el mundo. 2024, recibido con esperanza como el año en el que casi la mitad de la humanidad acudiría a las urnas, fue el noveno año consecutivo en que fue superior el número de países que experimentaron un deterioro en su desempeño democrático que el de aquellos donde este mejoró, la secuencia adversa más larga del último medio siglo. Más de la mitad de los países (54 por ciento) sufrieron una caída drástica en el último lustro en al menos algún componente central de la democracia, desde la capacidad de celebrar elecciones creíbles hasta la calidad del espacio cívico y la protección de la libertad de prensa. Hace una década ese porcentaje era algo más de una tercera parte. El deterioro democrático hoy cruza todas las regiones, niveles de desarrollo económico y de longevidad democrática. Europa, que continúa siendo el continente más democrático del mundo, es también uno de los que acusa un deterioro más evidente. Y de Estados Unidos, cuya brutal regresión democrática aún no se registra a plenitud en los datos de este informe, mejor no hablemos. Quizás el dato más preocupante en este nuevo informe es el abrupto deterioro de la libertad de prensa, cuyos resultados, comparados con los de cinco años atrás, sufren la caída más pronunciada del último medio siglo. En una cuarta parte de los países, incluidos quince europeos, retrocedió la libertad de prensa. Aunque algunos de los peores menoscabos afligen a países con sistemas políticos muy deteriorados, como Afganistán, Birmania, Burkina Faso, Nicaragua y El Salvador, otros casos, como los de Corea del Sur, Italia o Nueva Zelanda, son más sorprendentes. Convergen aquí una multitud de amenazas: la utilización reiterada por parte de los gobiernos de juicios de difamación contra periodistas críticos, el empleo de técnicas de espionaje contra medios de comunicación, el irresistible avance de la concentración de la propiedad de los medios de prensa tradicional y la precarización de las condiciones para ejercer el periodismo independiente. Mención aparte merece el caso de Palestina, donde el Gobierno de Israel ha establecido un bloqueo informativo y una persecución sistemática contra ciertos medios de comunicación, que ha costado la vida a más de doscientos periodistas en la franja de Gaza en los últimos dos años. Las buenas noticias son pocas, pero no insignificantes. Aunque el activismo cívico muestra algún deterioro en el informe, se mantiene como el componente más robusto de la vida democrática, aun en lugares donde otros indicadores sufren, como África subsahariana. De manera notable, por quince años seguidos el indicador de ausencia de corrupción ha mostrado más casos de avance que de retroceso en el mundo, aunque algunos corresponden a países de África y América Latina, que mejoran a partir de niveles muy bajos. Pese al deterioro en el desempeño de las instituciones representativas, sobre todo en la credibilidad de las elecciones (los resultados de este indicador son los más bajos en casi cuatro décadas), es posible señalar casos donde en el último año las urnas cumplieron ejemplarmente su función de controlar al gobierno de turno, como en India y Sudáfrica, o de hacer posibles transiciones ordenadas del poder en condiciones nada sencillas, como en Botswana, Ghana y Mauricio. Finalmente están los casos donde resultados electorales en años anteriores abrieron procesos de recuperación del desempeño democrático, ya visibles en los datos de 2024, luego de experiencias de agudo deterioro. Los casos de Brasil y Polonia son emblemáticos en ese sentido. En medio de todo esto, la democracia española mantiene un desempeño muy adecuado y fundamentalmente estable. Sube cinco lugares, hasta ser el 22 en el mundo (entre 173 países) en el escalafón de instituciones representativas, y mantiene sin grandes cambios su posición en Estado de derecho (24), participación (31) y derechos (11). Esta última categoría es la más destacable de la construcción democrática española, no sólo con relación a la propia ciudadanía española, sino incluso a la población inmigrante, cuyos derechos se reconocen y protegen con una amplitud inusual. Cabe preguntarse, sin embargo, cuán sólida continúe siendo la protección de ese elenco de derechos en un entorno en el que algunos indicadores relacionados con la independencia judicial y la aplicación predecible de la ley muestran retrocesos, no graves, pero sí visibles. Desafortunadamente, el retroceso de la democracia en el mundo coincide con el debilitamiento de los esfuerzos internacionales para apoyarla. Al colapso de Usaid se ha sumado la reasignación de recursos fiscales en Europa al sector de defensa, en muchos casos a costa de los presupuestos de cooperación al desarrollo y asistencia a la democracia. Esto hará la tarea de proteger los sistemas democráticos más difícil en el futuro. Este tema es vital para Europa, hoy por hoy el sostén y la fuente de inspiración más importante con que cuentan muchísimos activistas y reformadores democráticos en el mundo. Son entendibles las presiones que enfrentan los gobiernos europeos para aumentar sus gastos de defensa. Pero sólo cabe esperar que el apoyo a la democracia no se vea como un pie de página en una estrategia de seguridad renovada para el continente, sino más bien como un componente central de la misma. Los beneficios de apoyar la democracia en el mundo se miden en paz: una Rusia plenamente democrática, con frenos y contrapesos, nunca habría invadido Ucrania. Cuando se habla de aumentar los gastos de defensa, es menester preguntar: ¿qué se está tratando de defender? «Nuestra forma de vida» es una respuesta ambigua. Es mejor reconocer sin ambages que en el centro de lo que está amenazado se encuentran la democracia, el Estado de derecho y los derechos humanos. Esta y no otra es la forma de vida de Europa. E invertir en ello es la mejor manera de asegurarse de que vale la pena defender lo que decimos estar defendiendo. Para los actores comprometidos con la democracia –y quisiera pensar que España y Europa lo son– la tarea del día es, pues, doble: hay que defender la democracia y también los mecanismos para apoyarla a nivel internacional.

Comentarios

Opiniones