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Sánchez quema a sus candidatos

La maniobra de Pedro Sánchez que consistió en poner a sus ministros de candidatos regionales parece no dar el fruto esperado. Ni María Jesús Montero en Andalucía, ni Diana Morant en Valencia ni Pilar Alegría en Aragón , ni tampoco Óscar López en Madrid, consiguen rentabilizar en las encuestas la jugada de hacer funcionar al Consejo de Ministros al servicio de futuros réditos en las autonómicas. El asalto al poder territorial del Partido Popular hoy se antoja muy dudoso, cuando no un espejismo. En su intento por recuperar los marchitos laureles del socialismo regional, los candidatos del sanchismo parecen consumidos, agotados antes mismo de comenzar la batalla en las urnas. Esta previsión está provocando signos de malestar en el seno del propio partido, molesto con la invasión monclovita de una arquitectura del poder local que aparece hoy aplastada a cambio de unos resultados que no terminan de llegar. La alambicada estrategia que puso en marcha Pedro Sánchez consistía en la promoción de los futuros candidatos de su partido en las elecciones autonómicas a través del escaparate de La Moncloa. Se suponía que los ministros podían a su vez ser barones, como si ambos papeles fueran compatibles, se realimentaran el uno al otro y no fuera lo suficientemente complicada cualquiera de las dos tareas. Habríamos de suponer que el titular de una cartera como la Portavocía del Gobierno, el Ministerio de Educación y Ciencia o el de Hacienda podían superponerse con el de cabeza de cartel regional, pues ambos trabajos podían compatibilizarse. Pasado el tiempo y los primeros titulares, buena parte de los votantes coinciden en preferir a un candidato que trabaje para su región en lugar de alguien que se esfuerce por los intereses del Gobierno central. No logran triunfar los que parecen dispuestos a sacrificar su entrega local por la defensa del líder supremo del partido. En este momento, y pese a la polarización que alimenta a cada momento el Ejecutivo, el votante español aún es capaz de distinguir intereses y escenarios. La guerra política de La Moncloa es un fuego que no termina de prender en los lugares por los que pretendía extenderla. Madrid sigue siendo un territorio marcadamente popular pese al sacrificio público del anterior secretario general, Juan Lobato; Morant no rentabiliza el extremo desgaste que para Mazón ha supuesto la riada que arrasó Valencia hace un año; Alegría no brilla en el socialismo aragonés después de haber terminado con el lambanismo, y Ayuso sigue mandando en Madrid frente a un Óscar López que, lejos de jugar la carta de la moderación, como Lobato, aboga por un cuerpo a cuerpo que no le renta. Especial atención merece el caso de María Jesús Montero, que pretende cabalgar simultáneamente su ministerio y el liderazgo del PSOE andaluz. Su historia es la que mejor refleja la incompatibilidad del sanchismo con el sentir de las regiones. Frente al tono centrado que cultiva el presidente de la Junta, Juan Manuel Moreno Bonilla, Montero reaparece en su tierra promoviendo una dialéctica radical y una polarización a la que los andaluces no parecen ya dispuestos . Como anterior consejera de Sanidad, Montero no deja de ser corresponsable de la crisis de los cribados en el cáncer de mama, que ya se venía produciendo bajo la presidencia socialista de la Junta. Por otra parte, nunca los intereses centrales y autonómicos resultaron más contrapuestos: Montero tiene que vender en Andalucía las virtudes del concierto catalán que ella misma rubrica en Madrid, una operación del todo descabellada.
abc.es
hace alrededor de 23 horas
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