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El cuerno de Zaroff

Estos días brota, ronco, cavernoso, plutoniano, en el más tétrico de los paisajes, el cuerno venatorio del conde Zaroff, arquetipo ficticio de los cazadores de seres humanos. Aseguran que el estremecedor sonido procede de los Balcanes. La figura del psicopático personaje creado en los años 20 por el escritor 'pulp' Richard Connell y luego encarnado por el actor Leslie Banks en los albores del cine sonoro, en 'El malvado Zaroff', emerge hoy, entre máquinas de humo, en nuestra conciencia. Lo hace mientras continúan las pesquisas de la Fiscalía de Milán en torno a una serie de cazadores deportivos de varias naciones que, en la primera mitad de los años 90, se habrían desplazado a la ciudad asediada de Sarajevo a fin de asesinar civiles de toda edad y condición por mera fruición cinegética, desde las líneas de francotiradores del Ejército de Serbia. El goteo de informaciones va agregando a estos crímenes inauditos nuevas truculencias de cuento macabro: cada día, la mano de la Fiscalía italiana va sacando a la luz a un diablillo verde y repulsivo. El solo pensamiento en lo acontecido produce un pavor poco menos que cósmico. Un antiguo agente del servicio de inteligencia bosnio ha corroborado ante las autoridades que, hace tres décadas un prisionero enemigo le relató la atroz leyenda. Al parecer, las fuerzas especiales del Ejército de Serbia recibían, previo pago, a estos pintorescos amantes de la caza mayor y los conducían a los puestos monteros en torno a Sarajevo. Ha trascendido el itinerario de los tiradores que llegaban desde sus pacíficos países hasta el polvorín de los Balcanes, donde el estado de naturaleza había cancelado leyes de toda índole. Se han de descartar aquí las motivaciones usuales de las grandes y pequeñas masacres perpetradas en el mundo hoy y siempre. No existe la excusa. En torno a este asunto no se aducirá una razón de Estado, ni una motivación de rapiña, ni de odio. Quizá tampoco patologías. La arcaica figura del cazador de hombres no concuerda con estos crímenes. Aquél, referido por numerosos clásicos paganos, no es otra cosa que un captor de esclavos ('andrapodistes'). Por otro lado, las rehalas de acoso han sido muchas veces entrenadas para dañar a nuestros semejantes, pero en el contexto de la fuga. En cambio, Zaroff daba uso a sus armas y a sus perros contra otros 'Homo sapiens sapiens' por nuda diversión. Se trata de puro 'sport'. Pues bien, esta misma síntesis de sadismo y excursionismo ('Jara y sedal' mezclado con De Quincey; Miguel Delibes con 'Depredador 7') tenemos estos días en las noticias. Los periodistas han preguntado a Ezio Gavazzeni, el investigador independiente que presentó la denuncia hace unos meses, por los fundamentos antropológicos y morales de semejantes crímenes telescópicos. Él ha respondido como ha podido. Ciertamente, abonar altas sumas de dinero por poder experimentar el placer de acribillar impunemente a civiles desarmados, como hacían el personaje de Connell y sus emuladores (el villano de 'Harry el sucio' o los cazahombres de Bacurau) supera los estándares de abyección moral. Ha descartado Gavazzeni la hipótesis de la 'banalidad del mal', esto es, de crímenes perpetrados por pura superficialidad y espíritu gregario. ¿Habrá que invocar entonces los crímenes de Gilles de Rais o de los tiranos de Tácito, del 'monstruo de Amstetten' o de Vathek? ¿Nos acordamos de Belcebú? ¿Nos iluminará Gavazzeni sobre los motivos reales de estas aberraciones? En un memorable diálogo de 'El malvado Zaroff', el protagonista abre su corazón ante uno de sus cautivos en su fortaleza caribeña: —Una noche me encontraba en mi tienda de campaña con un dolor de cabeza que iba y venía cuando un terrible pensamiento se abrió camino en mi mente. ¡La caza estaba empezando a aburrirme! Y cazar, recuerde, había sido mi vida. ¿Fue también el tedio lo que movió a esos acaudalados aventureros del mal a constituir su execrable sociedad? A fines del siglo XVIII, Ludwig Tieck publicó una novela, 'William Lowell', en la que el tedio parecía una especie de motor para el crimen. 'Boredom', 'Langeweile', 'tedium', 'noia', 'ennui' o 'aburrimiento' son las palabras que, en diferentes lenguas, han quedado como grabadas en los corazones de las clases medias de Occidente los domingos por la tarde. En el prefacio de una de las cimas de nuestra modernidad, 'Las flores del mal', Baudelaire habla del tedio como el peor y más feo de nuestros vicios. Lo llama «monstruo delicado». El incesto y el canibalismo quedaron al inicio del camino de la humanidad y, si renacen entre nosotros, lo hacen como turbias supervivencias (cuasi olvidados tam-tam de la selva originaria), ahora bien, el monstruo delicado del 'languor', que fuma según Baudelaire una pipa de kif, desata jaurías interiores aún más desviadas. Otros interrogantes, de índole menos abismática, se acumulan en nuestra mente. Me choca el hecho de que estos individuos encontraran el canal donde encontrarse y comunicarse los unos a los otros su secreto 'pathos' de satanismo. Aunque casi suscita mayor perplejidad la posibilidad de que alguien, como las hipotéticas gentes de esta inhumana sociedad cinegética, pueda cometer crímenes un fin de semana y estar luego 30 años llevando una vida de orden. ¿Consiguieron realmente aquellos delitos contra nuestra especie acallar todas sus pulsiones predatorias, o la hermética sociedad encontró otros nuevos destinos turísticos y, por tanto, aún queda romance de ciego y 'true crime' para rato? Por último, ha trascendido también que puede haber algún que otro español implicado. Esta mañana lo he imaginado cruzándose conmigo en la calle Barquillo de Madrid. Igual ese talludo ciudadano visita el Museo del Prado y, cuando contempla el cuadro de Botticelli titulado 'La historia de Nastagio degli Onesti', basado en un relato del 'Decamerón', que muestra a un jinete dando caza con sus perros a una dama desnuda en el bosque, quizá suspire. O quizás, al ver que ese caballero asesino da de comer a sus canes con el corazón de su presa humana, este Zaroff hispánico sonría rememorando sus calaveradas y sus infrarrojos en Sarajevo. Connell anotaba en el relato que su Conde melancólico tenía los dientes puntiagudos… Acaso este hipotético tirador oculto de mi barrio lea el ABC y se halle, de hecho, siguiendo estas líneas. Ha desplegado el periódico en el confortable salón, poblado por (lo estoy imaginando) espeluznantes piezas de taxidermia antropomorfa. He de reconocer, Zaroff, tú que me lees, que tus inconcebibles depravaciones me hacen sentir mejor persona, en contraste. Cuando tu rostro emerja a lo público vamos a cavilar mogollón mirándote. Buscaremos la oculta centella de lo impío en tus ojos cansados. Aunque, honestamente, dudo que puedas acertar a aclarar mucho más que Ezio Gavazzeni. Con gente como tú, nunca se sabe. Quizás has empleado, contra el hombre, el argumento del animalismo: dado que los humanos son un animal más y dado que tú cazas animales... Zaroff hispánico, te imagino esposado, saliendo con agentes a la calle Barquillo, quitando hierro a tus (vuestras) horrendas infamias ante las cámaras de Ana Rosas y Ristos, defendiendo lo indefendible con tu boca de lobo viejo, esa misma que otrora hizo sonar el grave cuerno pesadillesco: —¿Qué queréis?, ¡soy un culo inquieto!

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