cupure logo

Secuelas del Watergate argentino

Un vecino que leía sus libros y que lo admiraba por sus reportajes sobre la política kirchnerista y los negocios turbios, le confesó una vez que poseía un gran secreto: un amigo suyo, que era chofer y que trabajó para un importante funcionario nacional, le había dejado –en resguardo y a modo de autoprotección– una caja con todos los cuadernos donde había anotado escrupulosamente aquellas misiones y traslados. Cuando Diego Cabot, periodista del diario 'La Nación' de Buenos Aires, convenció a su vecino de que le entregara esa caja sospechó que podía tratarse de un tesoro o de una nadería. Era un tesoro. Para cobrar luego un servicio tan delicado o tal vez para rentabilizar en un futuro su eventual silencio, el chofer en cuestión fue apuntando cada viaje, cada lugar y cada interlocutor del funcionario que lo había contratado y que, durante esas travesías furtivas, recogía invariablemente bolsos o maletas llenas de dólares. Los encuentros solían concretarse en oficinas, domicilios particulares o estacionamientos subterráneos, y el destino del dinero solía ser la residencia presidencial en tiempos de Néstor Kirchner, su piso en el barrio de Recoleta o algún ministerio. Cabot y dos jóvenes reporteros estuvieron ocho meses confirmando línea a línea los datos que surgían de esa verdadera 'bitácora de la corrupción' , como alguien la denominó. Después presentaron todo ante un juez y un fiscal, retuvieron la primicia varias semanas y, sólo cuando comenzaron los primeros arrestos, la publicaron con contundencia. Se trata, en efecto, de ocho cuadernos que revelarían un descomunal entramado de sobornos y que involucran de hecho a 19 políticos y burócratas, y a 63 de los más importantes empresarios: veinte de ellos se acogieron luego al régimen de 'imputado-colaborador', se declararon 'arrepentidos' y narraron por dentro cómo esa 'recaudación ilegal' –supuestamente destinada a la financiación del partido, pero también a los bolsillos de los jerarcas kirchneristas– aceitaba las licitaciones públicas y daba amparo a los 'aportantes'. A Cabot lo amenazaron, persiguieron y difamaron, pero lo cierto es que, más allá del fallo final al que pueda arribar ahora este tribunal oral, nadie le quitará el cetro de haber logrado el 'Watergate argentino'. Se trata del juicio de corrupción más grande de la historia del país: acaba de comenzar y todo está a la vista de la ciudadanía. Sólo un dato para tener una idea del tamaño de la obscenidad: cuando murió uno de los secretarios privados de los Kirchner se descubrió que tenía invertidos 70 millones de dólares; sus herederos no pueden explicar el origen de esa fortuna. He aquí, ante la opinión pública y por entregas, una película de terror, y sin duda el mayor insumo del que se sirve Javier Milei para sustentar su nuevo poder: casi nadie quiere regresar al kirchnerismo, y esta fue la razón determinante para que remontara las catastróficas elecciones bonaerenses de septiembre y lograra el 23 de octubre que un sector relevante de la clase media lo votara 'in extremis'. «No nos une el amor sino el espanto» , dice un poema de Borges. En este caso, el espanto al regreso de un populismo de izquierda venal, escandaloso y decadente. El otro aliciente para el electorado independiente, que lo votó con las narices tapadas y le dio así un triunfo aplastante sobre el peronismo, fue el descenso de la inflación, que sin embargo se mantiene en torno al 2 por ciento mensual. El programa económico del libertario tuvo muchos problemas, arriba y abajo: la política de estabilización nunca acabó por estabilizar la moneda y una cruda recesión jamás dejó de sentirse en la calle. A esto se sumaron, según revelan los sondeos, un fuerte impacto negativo a raíz de dos o tres 'affaires' de corrupción protagonizados por el propio elenco oficial, indicios de que el mileísmo que venía a destruir la 'casta' se estaba transformando en ella, tiros en los pies en el camino de convertir al 'outsider' en un estadista y los estilos agresivos y tabernarios del susodicho y sus amigotes, que producían fuerte rechazo en una parte considerable de aquella población que lo había votado a regañadientes en el balotaje. Milei cambió la chaqueta de cuero por el traje y la corbata, pasó durante unas semanas del punk al pop, y agitó el 'riesgo kuka' (el retorno de las 'cucarachas' escritas con k de Kirchner). Pero probablemente nada de esto lo habría salvado de un nuevo y definitivo Waterloo sin la aparición de Donald Trump, que hizo sonar su clarín como el Séptimo de Caballería en rescate de un amigo que ya estaba herido detrás de las carretas y a punto de ser arrasado por las bandas siux. Trump prometió un 'swap' multimillonario que calmara los mercados, hizo intervenir directamente en ellos a su secretario del Tesoro y advirtió a los argentinos que debían votar a Milei a riesgo de que Estados Unidos se retirara y volara todo por el aire. Muchos votantes renuentes le hicieron caso sólo por temor a un explosivo lunes negro. Una vez que el León maulló de placer y ganó las elecciones intermedias ocurrieron varias cosas: le ordenaron desde Washington que marginara lo más posible a los chinos, fuera más dialoguista para lograr la gobernabilidad parlamentaria y realizara así las reformas definitivas, y aceptase enseguida un dudoso acuerdo comercial que supuestamente nos beneficiará a todos. El politólogo Andrés Malamud nos recuerda que muchas veces en la historia universal se han dado esta clase de excepciones: potencias que brindan salvatajes gigantescos por cuestiones geopolíticas; en este caso, para que Sudamérica no sea vulnerable a las apetencias de Xi Jinping. «Desarrollo por invitación», lo llama Malamud. Los interrogantes de cómo proseguirá esta novela giran alrededor de la naturaleza misma de los socios: no deja de ser una rareza que Trump y Milei se sientan tan cercanos, cuando están en las antípodas ideológicas. El primero es un proteccionista cerril; el segundo es un aperturista total: el hambre con las ganas de ser comido. Lo cierto es que Milei se salvó por un pelo y mantiene su cabellera intacta, que tiene ahora por guardaespaldas al amo del mundo y que los electores le han dado una segunda oportunidad. Y que lo han hecho mayoritariamente por la desesperada táctica del mal menor: cualquier cosa antes de que los impresentables de los cuadernos y su reina madre –Cristina Kirchner– vuelvan a las andadas. La reina, digamos como epílogo, está condenada y detenida: lidera desde un balcón de barrio y con una tobillera electrónica.

Comentarios

Opiniones