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El giro polaco, Karol Nawrocki y Núñez Feijóo

El giro polaco, Karol Nawrocki y Núñez Feijóo
El hundimiento del gobierno en Países Bajos, a manos de Wilders, con más posibilidades ahora de alcanzar sus objetivos, o el triunfo del trumpismo en un país clave como Polonia, son pésimas noticias para Europa, pero, muy a pesar de Feijóo, en España aún estamos lejos de eso En las presidenciales de Polonia, el ultraconservador Karol Nawrocki ha conseguido una ajustada victoria reclamando el cierre de fronteras y un país sin migrantes. Nawrocki se opone al Pacto Migratorio y al derecho de asilo, pero también al Pacto Verde Europeo, a los derechos del colectivo LGBTIQ+ y al derecho al aborto. Dice que lo suyo es velar por “la vida desde la concepción hasta la muerte natural”, aunque a la extrema derecha siempre le ha interesado más la vida de los no nacidos que la de los nacidos. Y su preocupación por la muerte “natural” ha sido claramente selectiva. Los polacos siempre primero. Como historiador, Nawrocki se ha dedicado durante años a difundir relecturas de la memoria nacional y a inflar los sueños nacionalistas que resuenan ya por toda Europa. “Make Poland Great Again”. Hace unos días, la secretaria de Seguridad Nacional de EEUU, Kristi Noem, dejó muy claro que Nawrocki tenía que ser presidente. Trump también lo vaticinó. Ahora, a cambio de esa profecía autocumplida, Polonia recibirá el máximo y más sofisticado apoyo militar. Tiene su miga. Polonia ya dedica a defensa casi el 5% de su PIB (más que EEUU) y es paso obligado en la ayuda militar que llega a Ucrania desde Occidente. Es un país importante para EEUU, para Rusia y para la Unión Europea. Que ahora esté presidida por una marioneta de Trump oscurece notablemente tanto el horizonte del país como el de nuestro continente. Como boxeador, matón y tipo duro, Nawrocki ha protagonizado diferentes escándalos relacionados con el hampa, la violencia, el crimen organizado e, incluso, el proxenetismo, que, sin embargo, no parecen haberle pasado factura. Incluso la iglesia polaca ha apoyado su ascenso y en connivencia con los varones más jóvenes y el mundo rural. Conservadurismo, masculinidades falocéntricas y apegos heridos. El intelectualismo y la templanza ya han pasado de moda. Donald Tusk está finalmente contra las cuerdas y Varsovia se aleja un poco más de Bruselas. Nadie descarta ataques descarados al Estado de Derecho. La coalición de Tusk ya no contaba con la mayoría parlamentaria necesaria para anular el veto presidencial del conservador Andrzej Duda. Dado que Karol Nawrocki es mucho más radical que Duda, los días de su gobierno podrían estar contados. En este contexto, es lógico que Tusk se someta a una cuestión de confianza, atrapado, como está, entre la pinza presidencial y la de un sistema judicial politizado que no ha logrado desactivar. El eje Alemania-Francia-Polonia-Reino Unido es cada día más relevante y tiene la firme pretensión de participar en el nuevo orden mundial. Alemania, entusiasmada con su reluciente regla de oro, la cláusula de escape, se dedicará a invertir en defensa y autonomía estratégica. Francia, que se autopromocionó como mediadora entre Rusia y Ucrania, se ofrecerá como el paraguas nuclear de Europa. Reino Unido busca su especial bilateralidad con EEUU mientras reconstruye los puentes con Bruselas. Y gracias a su nuevo presidente, Polonia tiene ahora la oportunidad de reforzarse como potencia militar y aliada incondicional del trumpismo en el nuevo club dominante. España e Italia, cuyo peso es indudable, no pueden aspirar a situarse en semejantes coordenadas por razones de política interna y eso les restará protagonismo en el Consejo Europeo. En España, la victoria del Trump polaco ha animado a un Partido Popular decolorado que también mira de reojo a los Países Bajos. Allí, Geert Wilders ha decidido dinamitar el gobierno. El líder del partido de extrema derecha que ganó las elecciones en 2023, el Partido por la Libertad (PVV), era el mayoritario en el Ejecutivo. Obtuvo 37 escaños, pero no logró ser primer ministro y ahora está determinado a serlo. Su misión es la de acabar con los solicitantes de asilo y liberarse, por fin, de quienes están obsesionados con el Estado de Derecho y la Constitución. Las políticas que quiere poner en marcha han sido ya rechazadas por el Consejo de Estado, pero poco importa. El Partido Popular siempre ha sido un gran aliado de las políticas holandesas en la Unión Europea. En los momentos de la troika y los hombres de negro, apostando por el techo del déficit; durante la pandemia, priorizando los préstamos frente a las transferencias; y en la política migratoria, oponiéndose a la distribución de los menores no acompañados entre las diferentes CCAAs. El problema es que mientras Nawrocki preside y Wilders va muy en serio, a Feijóo le falta carisma y liderazgo, no encuentra su tono y le tiemblan las piernas. Nunca se atreverá a presentar una moción de censura que no pueda ganar y, al menos de momento, no está en condiciones de gobernar. Sus cotas de popularidad son bajísimas y, aunque ha aprovechado el caso de Leire Díez para poner toda la carne en el asador, mientras más hiperventila, más probabilidades tiene de acabar en manos de la extrema derecha, dentro y/o fuera de su partido. El congreso del PP en julio será su gran prueba de fuego y está desplegando toda su batería “revolucionaria”. Se ha apuntado a las teorías conspiranoicas del fraude electoral, las clásicas del tongo en el voto por correo, y va a encabezar una concentración convocada por el PP bajo el lema “mafia o democracia”. Le acompañará el José María Aznar de Rodrigo Rato, Eduardo Zaplana o Jaume Matas… M. Rajoy, Ayuso y Mazón. El hundimiento del gobierno en Países Bajos, a manos de Wilders, con más posibilidades ahora de alcanzar sus objetivos, o el triunfo del trumpismo en un país clave como Polonia, son pésimas noticias para Europa, pero, muy a pesar de Feijóo, en España aún estamos lejos de eso.

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