cupure logo
lossánchezdelquesusparacomounamáspolítico

Trump y Musk, los dos hombres más divorciados del mundo

Trump y Musk, los dos hombres más divorciados del mundo
Los seguidores de ambos siguen ahí parados entre las ruinas de lo que creían que era una gran epopeya. Los criptobrós ven desplomarse sus divisas, los libertarios miran a su alrededor y solo ven impuestos, los conservadores ya no saben si rezar por la familia tradicional o por la salud mental de sus representantes Otro (b)romance que se acaba. Primero fueron los Guns N' Roses, después Oasis y ahora esto: reina la devastación entre los hombres de mediana edad; el 11S de los que tienen un concesionario de coches. Los dos tipos más divorciados del mundo se divorcian entre sí. Primero se divorciaron de sus esposas –cinco veces–, después se separaron –y separaron a sus seguidores– de la realidad y, ahora, por fin, lo hacen el uno del otro. Solo distan 136 días desde que Elon Musk hiciese el saludo nazi durante la toma de posesión e Trump y 87 días desde que este mostrase con una sonrisa de oreja a oreja –cosas del lifting– aquel Tesla nuevecito y reluciente frente a la verja de la Casa Blanca. Hasta que uno ha dicho que todo le parece fatal y el otro que mucha pantallita y mucho tal, pero ná. La pugna por el monopolio del ridículo ha sido la Yoko Ono de estos Beatles demoníacos. El análisis serio cabe en un párrafo. Elon Musk no entiende qué es el poder, aunque sí sepa cómo funciona; Trump, en cambio, sabe lo que es y no sabe utilizarlo. En esa antítesis está la chispa que ha incendiado la alianza criptofascista. Foucault decía que gobernar consiste en estructurar el campo de acción de los otros; gobernar para uno mismo solo se lleva en Guinea Ecuatorial o en Corea del Norte –o en la Comunidad de Madrid–. Musk es incapaz de entender esto y se ha visto desprovisto por completo de un poder que había pagado con tarjeta. El poder es un relato, y nada más que un relato, construido y aceptado por un conjunto de personas, y tratar de entenderlo como algo tangible y transable es desaceptarse de él. El presidente estadounidense ha llamado al Henry Ford sudafricano algo así como yonki maloliente, y sus apariciones en público hasta arriba de lo que yo diría que es ketamina lo terminan de evidenciar. Musk ha respondido que sin él habría perdido las elecciones y qué gran momento es un divorcio para decirle por fin al otro lo que uno piensa. Así que se abre un cisma en la derecha estadounidense entre los criptolais libertarios y la gerontocracia atiborrada de viagra que solo quiere la vuelta a los buenos viejos tiempos. Hay que ver, para todo lo que se las dan de estoicos, las rabietas que pillan. La pelea demuestra que Elon Musk es probablemente el peor inversor de todos los tiempos. Tiene olfato para detectar un buen negocio antes que nadie, pero lo destroza todo al tocarlo.. Tesla se ha desplomado otro 15% esta semana solo porque ha sido incapaz de cerrar la boca. Creer que el poder se compra es lo que paraliza su ejercicio. Musk ha subestimado la capacidad de Trump para estafar a todo el mundo o se ha sobreestimado a sí mismo creyendo que a él no se la iban a colar. Estaba más que convencido de que el idilio Trump-Musk iba a ser mucho más productivo –para ellos– de lo que lo ha sido; de hecho, había conspirado en mi cabeza en algún momento que reformasen la Constitución para que Elon se presentase a las elecciones; es más, no me habría extrañado en absoluto que Musk hubiera fantaseado con ello. Se ha demostrado a sí mismo que tiene sobradas capacidades para influir en la política de prácticamente cualquier país, pero también ha demostrado a todo el mundo que no tiene ni la menor idea de qué hacer con ellas. Los seguidores de ambos siguen ahí parados entre las ruinas de lo que creían que era una gran epopeya. Los criptobrós ven desplomarse sus divisas, los libertarios miran a su alrededor y solo ven impuestos, los conservadores ya no saben si rezar por la familia tradicional o por la salud mental de sus representantes; lo único que tienen todos ellos en común es que están muy enfadados, aunque cada uno por una cosa distinta. Todo este asunto, que podría parecer anecdótico, evidencia que la reacción no significa revolución: el progreso cultural, lo que ellos llaman woke, sigue avanzando a pesar del ruido porque su contraparte no ha decidido exactamente qué quiere ser y sigue atrapada en un berrinche sin consenso sin tener claro si busca restaurar, destruir o, simplemente, molestar. Ahora que la leva se dispersa, que la cruzada se bifurca y que la plana mayor se despedaza públicamente, ahora que solo queda un ejército de trolls.

Comentarios

Opiniones