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José Enrique Serrano, Estado y persona

Fue un elemento esencial y estabilizador de la política española. Por su despacho pasaba todo tipo de gente. Incluso fuera de La Moncloa siguió ejerciendo esa labor de puente, pues lo que decía siempre era escuchado con atención por sus interlocutoresMuere José Enrique Serrano, ex jefe de gabinete de Felipe González y Zapatero Mi gran descubrimiento en mis años en el Gabinete de la Presidencia del Gobierno, con dos presidentes muy distintos entre sí, fue José Enrique Serrano. No ya por su sensatez, profesionalidad y conocimientos (a veces insólitos que fue adquiriendo en los años en que fue el director de ese centro neurálgico) que le convirtieron probablemente en la persona que mejor conocía el Estado, sino como “persona”, calidad que a veces se olvida en gente cuando tiene o ha tenido poder o influencia. Le conocí como director adjunto del Gabinete, luego como director. Todo pasaba por él. Era una figura equiparable con un vicepresidente. De hecho, cumplía esa función, aunque solo tuviera categoría de secretario de Estado. Por sus manos no pasaba ningún anteproyecto de ley que no hubiera visado, y si contenía incorrecciones, lo paraba, por mucho que le pesara al ministro que lo había promovido. Tenía mentalidad jurídica, unida a una enorme visión política, que mantuvo hasta su muerte. Su trabajo de coordinación, iniciativa, misiones delicadas, no ilegales, y de deshacer entuertos (a veces presidenciales), era sumamente estresante. Uno de sus escapes era fumar pitillos, unos tras otros, pese a la prohibición de hacerlo en centros oficiales. Su despacho en el edificio Semillas echaba humo. Le provocó un EPOC (Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica) muy grave, con varias operaciones. Y, a partir de la pandemia, ante el peligro, dejó prácticamente de salir de su casa. Varios años autoconfinado, aunque no por ello perdió su capacidad intelectual, si bien en los últimos meses su condición se vio agravada por un tumor cerebral inoperable. A verle, con mascarillas, íbamos algunos amigos, a hablar de todo. El que más hablaba solía ser él. Claro está de la situación política. Pero también del impacto de la inteligencia artificial en la Justicia, y otras tendencias. Seguía muy en contacto con la realidad. Gran lector, en los últimos tiempos leía menos. “¿Para qué?” decía expresando con las manos su falta de futuro. Siempre fue fiel a sus convicciones. Hay que pensar -figura única en la democracia española- que asesoró a Felipe González y a José Luis Rodríguez Zapatero como presidentes, y a Joaquín Almunia y a Alfredo Pérez Rubalcaba. También a Pedro Sánchez, aunque algunas de sus diferentes convicciones, en particular respecto a la idea de España y la evolución del Estado de las Autonomías, les alejaron. Además de profesor del Derecho del Trabajo, antes de pasar a La Moncloa con Narcís Serra, fue director general de Personal en el Ministerio de Defensa, y ahí no solo contribuyó de forma decisiva a la profesionalización de las Fuerzas Armadas, sino que conoció, y apreció, no ya “lo militar” y “la defensa”, sino íntimamente a los militares y su manera de ser y de pensar. De nueva persona que trata a personas y aprende de ellas. Fue un elemento esencial y estabilizador de la política española. Por su despacho pasaba todo tipo de gente. Incluso fuera de La Moncloa siguió ejerciendo esa labor de puente, pues lo que decía siempre era escuchado con atención por sus interlocutores que a menudo buscaban en él consejo. Decía lo que pensaba, en privado. De hecho, en eso creo que le ayudé, hacía a menudo de Pepito Grillo, algo que necesita todo presidente del Gobierno, inevitablemente aquejado por la llamada “soledad del poder” y los aduladores de turno. Aunque al final, la última palabra la tenía el presidente, que una vez había tomado una decisión, José Enrique acataba y aplicaba. Una de sus palabras favoritas ante hechos que le perturban era: “inquietante”. Reflexionaba antes de hablar siempre de forma pausada, con su voz melodiosa. Nunca perdía la calma, ni elevaba el tono, ni era malhablado, aunque por dentro se irritara. De nuevo, persona. Una característica esencial para dirigir un complejo equipo humano. En público, siempre fue discreto, incluso después de dejar, en dos ocasiones, su cargo. Socialdemócrata de alma, ingresó tardíamente el PSOE. Se lleva con él muchos secretos. Nunca consideró escribir sus memorias, porque no podía contar muchas de las cosas más interesantes que vivió aunque dejó muchos escritos que empezaba y no terminaba. Pero como digo, lo que más se echará en falta es que se ha ido una persona, siempre dispuesta a conversar -ameno conversador- a tender puentes y a echar una mano. A ayudar.

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