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Israel desencadenado

Israel desencadenado
Netanyahu no quiere la paz, quiere la destrucción de Irán, o al menos que caiga el gobierno de los ayatolás y sea sustituido por otro más afín que no suponga ninguna amenaza, ni ahora ni nunca En la madrugada de este viernes, 13 de junio, Israel ha lanzado un ataque a gran escala –operación León Creciente– contra instalaciones nucleares y militares iraníes, incluidas bases de lanzadores de misiles, así como contra centros de mando y jefes militares de ese país. En la ofensiva ha empleado doscientos aviones que han disparado más de 330 municiones de diversos tipos sobre más de cien objetivos, entre ellos el sitio principal iraní de enriquecimiento de uranio, Natanz. Y ha matado, entre otros, a Hossein Salami, comandante en jefe de la Guardia Revolucionaria; Mohammad Bagheri, el militar de mayor rango de Irán, y Amir Ali Hajizadeh, director del programa de misiles, además de al menos seis científicos nucleares Israel había lanzado antes ataques selectivos más o menos encubiertos contra instalaciones nucleares iraníes como la misma Natanz, y contra algunos científicos como el asesinato del director del programa nuclear, Mohsen Fakhrizadeh en 2020, pero el volumen y contundencia de este ataque, para el que el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, llevaba muchos años solicitando el permiso de EEUU, no tiene precedentes, y aún no ha terminado. De hecho, el propio Netanyahu ha declarado que continuará todo el tiempo “que sea necesario”. No obstante, la continuidad de sus ataques no depende de él sino de lo que decida el presidente de EEUU, Donald Trump, que es quien le ha autorizado a llevarlo a cabo. Aunque tanto Trump como su secretario de Estado, Marcos Rubio, han negado que EEUU haya participado en ninguna forma en el ataque, ni siquiera han admitido que lo haya aprobado, es evidente que lo conocían –el miércoles dieron orden de retirar la mayor parte de su personal diplomático de la región– y también que lo autorizaron porque Israel no hace ningún movimiento, y menos uno de esta trascendencia, sin que su principal aliado y valedor lo permita. De hecho, pocas horas después Trump declaró: “Irán debería haberme escuchado cuando dije: ustedes saben que les di una advertencia de 60 días y hoy es el día 61. Irán debe llegar a un acuerdo, antes de que no quede nada, y salvar lo que una vez se conoció como el Imperio Iraní”. Evidentemente, Trump se refiere a las negociaciones de un nuevo acuerdo nuclear con Irán y descubre con sus palabras que la autorización a Israel para llevar a cabo este ataque es una señal de advertencia a Irán de lo que puede pasar si no acepta el acuerdo en los términos que Washington le exige. Trump fue quien retiró unilateralmente a EEUU en 2018, durante su primer mandato, del Plan de Acción Integral Conjunto que había suscrito con Irán, junto a la Unión Europea y al resto de miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas más Alemania. Y lo hizo solo por presiones de Israel, sin que Irán hubiera vulnerado ningún punto del acuerdo, que le obligaba a frenar sus programas de enriquecimiento de uranio a cambio del levantamiento de las sanciones que le habían sido impuestas, con harto disgusto del resto de los firmantes, en particular los europeos, a los que ni siquiera consultó. Siete años después, según el Organismo Internacional de Energía Atómica, Irán posee 274 kilos de uranio enriquecidos al 60%, pureza cercana al uso militar del 90%. Trump tomó la iniciativa de emprender conversaciones con Teherán para alcanzar un nuevo acuerdo que evitara una guerra deseada por Netanyahu, pero que podría incendiar toda la región e involucrar a EEUU. La primera reunión tuvo lugar en Mascate (Omán) en abril y la sexta debería tener lugar en la misma ciudad el próximo domingo, 15 de junio. Pero parece que la firme negativa de Irán a aceptar la condición de paralizar completamente su programa de enriquecimiento de uranio habría movido a Trump a autorizar el ataque israelí para ablandar así la voluntad de las autoridades iraníes y conseguir que acepten su propuesta. Ahora habrá que ver si el actual ataque, o los que sigan en los próximos días en su caso, convencen a Irán de que es mejor ceder a las exigencias de EEUU o, por el contrario, acaban finalmente con la posibilidad de que prospere el acuerdo, lo que sería una excelente noticia para Netanyahu. Israel ha logrado, siempre con la ayuda de Washington, establecer relaciones diplomáticas y comerciales con muchos de los países de su entorno, con alguno de los cuales se había enfrentado en varias guerras. Suscribió tratados de paz con Egipto en 1979 y con Jordania en 1994, y en 2020 se suscribieron los llamados Acuerdos de Abraham por los que los Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Sudán y Marruecos normalizaban su relación con el Estado judío. Los contactos con Arabia Saudí, y subsidiariamente con Catar y Omán, estaban muy avanzados, cuando fueron interrumpidos por los atentados de Hamas del 7 de octubre de 2023 y la subsecuente brutal represalia desencadenada por Israel, pero lo más probable es que se reanuden y terminen por abocar a un tratado o acuerdo de paz, que completaría un escenario regional favorable para Israel. De hecho, ninguno de estos países ha hecho nada por defender a sus hermanos palestinos del genocidio que sufren a manos de las Fuerzas de Defensa de Israel, aunque deberían ser los primeros en haberlo hecho, y este es también un crimen por omisión que probablemente paguen, antes o después, los dirigentes de algunos de esos países. Israel ha completado su dominio de la situación con la práctica destrucción del Líbano y el control sobre la Siria post Bashar al-Asad, ocupando parte de su territorio La única excepción a este control de sus vecinos y posibles adversarios es el Irán de los ayatolás y su eje de resistencia, hoy maltrecho por la caída del régimen pro chií en Siria, la pérdida de capacidad de Hizbolá a raíz de la guerra del Líbano, y la relativa debilidad de los hutíes en Yemen, reiteradamente golpeados por Israel y EEUU. Irán es el único enemigo de importancia que le queda a Israel en la región, muy peligroso, además, por la más que posible desviación de su programa nuclear hacia el campo militar. Para Netanyahu es una obsesión acabar con el régimen iraní, y la autorización coyuntural que ha recibido de Washington para lanzar este ataque es un regalo, especialmente en estos momentos cuando un enfrentamiento entre ambos países puede desviar la atención internacional, por sus posibles consecuencias, de la masacre que está llevando a cabo con los palestinos, en especial en Gaza. La respuesta de Irán ha sido débil, probablemente porque no está en condiciones de hacer mucho más. Ha lanzado cien drones contra Israel, cuya efectividad ha sido prácticamente nula, porque han sido destruidos casi en su totalidad por la cúpula de hierro israelí, muchos incluso fuera del espacio aéreo israelí por la colaboración de EEUU y Jordania –cuyo espacio aéreo tienen que atravesar– como sucedió en el ataque mucho más masivo que lanzó el año pasado Teherán sobre Israel a raíz del ataque a su consulado en Damasco. La capacidad militar, incluso defensiva, de Irán es muy limitada como lo demuestra la incapacidad de sus defensas antiaéreas para hacer frente a un ataque como el que ha sufrido, en el que no se ha reportado ningún derribo de aviones israelíes. Además, la inteligencia israelí ha demostrado un dominio absoluto del país, lanzando ataques precisos contra determinados mandos militares, e incluso introduciendo en el país previamente cierto armamento de apoyo para suprimir algunas defensas aéreas. La superioridad israelí, al menos en estos aspectos –aéreo e inteligencia– es abrumadora. No obstante, Israel por sí solo no puede acabar con el régimen iraní atacando el país desde el aire. Aunque los daños sean importantes, el gobierno teocrático chií puede sobrevivir. Irán siempre puede recuperarse, reconstruir lo perdido, continuar con su programa nuclear. Para derribar el régimen haría falta una invasión, e Israel no puede efectuar un ataque terrestre sobre un país que está a 1.500 kilómetros de distancia, sobre todo sin tener ningún aliado cercano a su objetivo en el que poder desplegar sus fuerzas. Solo EEUU podría hacerlo como hizo en Irak, y por eso Netanyahu ha intentado y sigue intentando por todos los medios involucrar a Washington en el conflicto. Pero no lo va a conseguir. Al menos, no durante la presidencia de Trump, que sabe que esa guerra no proporcionaría ningún beneficio a su país, y sí un gran desgaste a la imagen política personal de “pacificador” que quiere proyectar. La única posibilidad de que el actual régimen iraní caiga es una revolución interna, que podría producirse si las condiciones de vida de la población, que ya está sufriendo mucho las consecuencias de las sanciones, se deterioraran gravemente. Por eso Netanyahu es contrario a cualquier pacto con Teherán, presionó a Trump para que rompiera el primer acuerdo, y presiona ahora para que no haya uno nuevo, a pesar de que ese acuerdo detendría el plan nuclear iraní y por tanto aumentaría la seguridad de Israel, porque podría facilitar la subsistencia del único gobierno hostil que queda en la zona. Netanyahu no quiere la paz, quiere la destrucción de Irán, o al menos que caiga el gobierno de los ayatolás y sea sustituido por otro más afín que no suponga ninguna amenaza, ni ahora ni nunca. Con el gobierno de Netanyahu, en el que están incluidos los partidos más radicales de extrema derecha, ultranacionalistas y ultraortodoxos, Israel se ha convertido en un Estado supremacista, criminal y genocida, que recuerda cada vez más a la Alemania de Hitler, por su desprecio y su voluntad de eliminación de todos los que no pertenezcan a la raza elegida, y por tanto superior. El exterminio de los palestinos, no solo en Gaza sino en Cisjordania donde los colonos los asesinan impunemente para quedarse con sus tierras, no tiene ya nada que ver con Hamas ni con el terrorismo, responde claramente a una voluntad de anexionarse territorios, desde el rio hasta el mar como simboliza su bandera, para crear el gran Israel, el viejo sueño de los sionistas revisionistas del Betar, el movimiento nacionalista de inspiración fascista que creó, antes de la fundación del Estado de Israel, el grupo terrorista Irgun, y cuyo heredero es el parido Likud que preside Netanyahu. Es otra vez la teoría del espacio vital, el lebensraum, que propugnó Friedrich Ratzel para Alemania, y adoptaron los nazis como justificación u objetivo de su expansionismo territorial. Un Estado basado en la superioridad militar y la violencia, en el que los palestinos que aún quedaran en el territorio serían confinados en reservas controladas como los indios de EEUU. Netanyahu hace lo que quiere, cuando quiere y como quiere porque tiene el apoyo de Washington, mientras el resto del mundo calla o protesta débilmente porque no se atreve a enfrentarse a la potencia hegemónica, y porque a la mayoría de los gobiernos les importa más su propia supervivencia que la de los palestinos, o los iraníes. El Gobierno israelí ignora o rechaza cualquier reprobación o presión, sea de gobiernos, o de órganos internacionales –la Corte Internacional de Justicia o la Corte Penal Internacional–, condenas que por otra parte –hasta ahora– se han quedado siempre en palabras, utilizando repugnantemente la etiqueta de antisemita para todo el que critica sus acciones criminales, incluyendo a países como Canadá o Reino Unido o a personalidades como el Secretario General de Naciones Unidas, cuando hay cada vez más judíos en todo el mundo que también las condenan. Israel no se dirige así a su consolidación como Estado ni a la pacificación de la región, sino que va directo a su propia destrucción, como el régimen del apartheid sudafricano o todos los regímenes fascistas que en el mundo han sido. La solución debería venir de los propios israelíes que detuviesen la loca violencia de su gobierno, pero esto es ahora inverosímil, la propaganda de guerra y la propia situación bélica del país hace que la mayoría respalde a su gobierno, aunque a muchos no les guste. Ya se sabe que los conflictos bélicos han sido siempre usados por el poder para recabar la adhesión incondicional de los ciudadanos y calificar de traición cualquier disidencia. Los que no están de acuerdo, callan. Si esto continúa siendo así, la solución tendrá que venir de fuera, con o sin la aprobación de EEUU. Nada puede impedir a Europa ni al resto del mundo –salvo su propio egoísmo o indiferencia– imponer un bloqueo total, comercial, político y económico a Israel, como el que sufrió el régimen sudafricano del apartheid, hasta que se atenga al respeto a los derechos humanos y a las leyes internacionales. Ya no se trata solo de los palestinos, que sería más que suficiente, ahora Israel con su ataque y su enfrentamiento abierto con Irán pone en peligro la paz de toda la región y la estabilidad global. Irán no tiene mucha fuerza, pero sí la suficiente para cerrar el estrecho de Ormuz y aislar el Golfo Pérsico, provocando un bloqueo de la exportación de petróleo, que puede propiciar una nueva crisis económica mundial. Eso, si no intervienen otras potencias y se convierte en un conflicto mucho mayor. Aunque solo sea por propia conveniencia, ¿a qué esperan los dirigentes europeos para tomar medidas efectivas y contundentes contra el Gobierno genocida, agresor y criminal de Israel?
eldiario
hace alrededor de 17 horas
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