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Fascismo o mafia

Fascismo o mafia
No hay ninguna diferencia entre el PSOE turnista de los barones trileros y el de Pedro Sánchez. Sólo una. Que al PSOE de Pedro Sánchez lo necesitamos para contener al fascismo. Ábalos y Cerdán han echado por tierra la posibilidad misma de esa diferencia Todo en los casos Ábalos y Cerdán recuerda al PSOE del postrero Felipe González: la chulería, el desprecio por lo público, el saqueo de la hacienda común. Su infamia no merece sino el oprobio y la condena general; y, por supuesto, el más severo varapalo de la ley. Su conducta moral, con ser ignominiosa, no es lo peor. Lo peor, en términos políticos, es que los dos bandidos han actuado como si el bipartidismo siguiese vigente, como si la democracia temblorosa de estos años se diese por descontada, como si España, al igual que el resto del mundo, no se escorase a velocidad sideral hacia la ultraderecha. De un zarpazo han deshecho ya el empate ajustadísimo que nos separa del trumpismo. No hay ninguna diferencia entre el PSOE turnista de los barones trileros y el de Pedro Sánchez. Sólo una. Que al PSOE de Pedro Sánchez lo necesitamos para contener al fascismo. Ábalos y Cerdán han echado por tierra la posibilidad misma de esa diferencia. El eslogan del PP de la manifestación del pasado domingo era poco atinado. ¿Democracia o mafia? Para muchos de los votantes del PP era más bien desconcertante. ¿De qué lado estamos nosotros? ¿Somos democracia o somos la mafia? ¿Pero es que acaso no son lo mismo? Durante décadas, en efecto, las dos cosas eran perfectamente compatibles. Cuatro años me corrompo yo, cuatro años te corrompes tú. Como decía el senador de una vieja película de Monicelli, interrogado sobre la corrupción: “Pero bueno, ¿no me habían votado para eso?”. Entre la democracia o la mafia, se escoge, claro, la democracia y la mafia, como siempre. Contra esa ecuación se pronunciaron los españoles en 2011 y en 2014 (el 15M y el primer Podemos), y contra esa ecuación llegó Sánchez al poder en 2018, aupado en una España difícil que, gracias a los nacionalismos periféricos, pudo contener, a trompicones, la rampante avenida de una derecha radicalizada, decidida a todo con tal de acabar, a su manera, con la eterna y balbuciente transición democrática. Sánchez se situó, presionado por las circunstancias, a la izquierda del PSOE; el PSOE, en cambio, seguía en el mismo sitio, en las sentinas de un bipartidismo que el PP había abandonado hacía ya tiempo. Es verdad que hay una estrategia de derribo del Gobierno de coalición de la que participan políticos, jueces y medios de comunicación, estrategia ahora legitimada, entre tantos casos de palmario lawfare, por las tropelías no menos palmarias de Ábalos y Cerdán. De nada sirve, en este contexto, recitar de nuevo la letanía de los casos de corrupción del PP (Gürtel, Bárcenas, Púnica, “policía patriótica” y el infinito etcétera de su hipócrita infamia); nada de eso cuenta cuando se trata de poner fin al bipartidismo por la derecha (extrema); y cuando no se ha tenido ni coraje ni fuerzas para tomar medidas contra las entrañas oligárquicas y franquistas del Estado. En todo caso, no es el PP quien gana. El eslogan del domingo pasado era poco atinado y escasamente comprensible para los votantes del PP. Los dos viejos partidos que se repartieron el poder (de la derecha) en nuestro país, han dejado abierto en canal el costado de nuestra democracia para el trumpismo virtualmente vencedor. La disyuntiva (esta sí comprensible para todos) es ahora: mafia o fascismo. Y aquí la respuesta sí es fácil, como supo ver bien Mussolini en 1922. No queremos ni mafia ni democracia. Las instituciones liberales tienen los días contados en España. Si están contados, mejor que sean 600 que sesenta. Ya está claro, sin embargo, que esta vez no bastará ese plazo. Necesitamos otro PSOE y otra izquierda. Pero no están.
eldiario
hace alrededor de 17 horas
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